La semana pasada, la Cámara de Diputados aprobó de manera unánime la Ley de Cuidados Paliativos, cuyo principal objetivo es asegurar por ley el acceso de los pacientes a tratamientos de alivio del dolor y cuidados paliativos para enfermedades terminales, un derecho de las personas en esta etapa de la vida.

Celebramos la aprobación de esta ley marco, que extiende beneficios de salud insoslayables y que hasta ahora solo se entregaban a los enfermos terminales de cáncer. Resulta indudable que la medida apunta en la dirección correcta, especialmente si se juzga el alto estándar y cobertura con que se aplica el Programa de Cuidados Paliativos Infantil en el Servicio Público de Salud de la Región Metropolitana, que atiende alrededor del 50% de los enfermos terminales oncológicos de Chile.

Sin embargo, y pensando que todo es perfectible, aprovechamos esta instancia para llamar la atención sobre las falencias que existen en relación con el manejo de estos enfermos terminales de regiones.

El problema de la inequidad territorial es críticamente más grave para los enfermos terminales de regiones alejadas, si imaginamos lo difícil que es trasladar en transporte público a un paciente con dolor y nula movilidad, hasta un hospital que cuente con una unidad de cuidados paliativos. Por otro lado, esperamos también que se aseguren los cuidados paliativos en el servicio privado de salud, especialmente en lo que dice relación con la debida atención, los costos para el paciente y los derechos de su grupo familiar.

Entendemos que, como se trata de una ley marco, no corresponde esperar disposiciones especiales por edad o por tipo de enfermedad. Sin embargo, como ONG cuya misión es apoyar el tratamiento y recuperación de niños con cáncer, esperamos que en el Programa de Cuidados Paliativos del Ministerio de Salud se consideren las particularidades del ciclo vital de las personas, que en el caso de los niños requieren de una atención altamente especializada.

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“En España, John Muller publicó un libro en el que explica por qué Trump no es liberal. Cuánta necesidad de algo similar hay por acá”.

Fernando Claro V.

Hay varias noticias que podrían dar a José Antonio Kast, líder del nuevo Partido Republicano, la oportunidad de mostrar posiciones e ideas: Osorno estuvo días sin agua —qué conviene: multas, Estado, concesiones o españoles—, el Presidente Piñera intentó viajar “como ciudadano” a un seminario en EE.UU. —como la Presidenta Bachelet cuando se querelló “como ciudadana” contra la revista Qué Pasa—, y varias otras más. Sin embargo, como al parecer no tiene mucho que decir, prefiere provocar. Prefiere luces y cámaras, un “político polilla”. En vez de hacer propuestas interesantes, llamativas, o al menos chistosas, Kast cae más bajo: divide a chilenos y promueve extremismos: propone botar estatuas de expresidentes.

Allende puede haber sido un buen o mal Presidente —pésimo diría yo—, pero lo fue, y elegido democráticamente. Y no mandó a desaparecer, matar ni torturar a nadie. Se puede tener posiciones y hay que discutirlas y confrontarlas, pero ¿para qué esa virulencia? ¿Para qué, por un par de cámaras y portadas, empeorar el ambiente y nuestro futuro?

Kast se las ha ingeniado para parecer un moderado en los modos. Sin embargo, eso le ha funcionado porque le gusta enfrentarse a personajes frenteamplistas como el diputado Winter, frente al cual hasta Florcita Motuda bordea la sensatez. Las performances de Winter frente a Kast recuerdan a un preadolescente peleando con sus padres para que le presten el auto en su lugar de veraneo. Es una especie de Catita, el personaje de la Francisca Fehuerhake, pero en versión masculina y hablando de alta política, mostrando un profundo sufrimiento por el prójimo arriba de un Land Rover y culpando al resto.

Los principios del partido de Kast, recién presentados, son todo lo contrario a la moderación. Son tenebrosos. Afirman creer en Dios y en la Verdad, con mayúscula. ¿Van a hacer las leyes según dijo Dios mediante sus Verdades reveladas? ¿Existirá algo más peligroso que el Estado diciendo qué es la Verdad? Kast no se da cuenta de que así como él cree conocer esa Verdad, mucha gente puede creer en otras Verdades. Y si un día sus secuaces logran imponerlas, eso será una semilla para que mañana lleguen otros y se las estrujen en la cara. La gracia es lograr que estas verdades convivan, no que se impongan. Nada que hacer, no les importa. Cristián Valenzuela, uno de sus fieles, dijo en T13 Radio que los padres necesitaban ayuda del Estado para mandar a sus hijos a dormir. No sé cómo padres que no pueden hacer dormir a sus hijos no necesiten ayuda para educarlos. Quizás después Kast nos diga también a qué colegio ir, qué estudiar y a qué hora rezar.

En España, y ante una confusión conceptual similar, John Muller y la editorial Deusto publicaron hace unas semanas un libro en el que explican por qué Trump no es liberal. Cuánta necesidad de algo similar hay por acá.

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“La presión llevó a Amazon a anunciar que aumentaría su sueldo mínimo a 15 dólares la hora para sus 250 mil empleados en EE.UU.”.

Gonzalo Baeza

Estados Unidos no sube su sueldo mínimo federal desde hace 10 años. Se trata del período más largo de estagnación del salario mínimo desde su instauración en 1938. Se estima que subirlo beneficiaría a unos 40 millones de trabajadores.

La última vez que el Congreso aprobó un alza gradual fue en mayo de 2007. De esa forma, en el curso de dos años el sueldo mínimo llegó a 7 dólares y 25 centavos la hora. Pero, aun trabajando a tiempo completo y considerando el costo de vida de EE.UU., una persona no puede vivir en ninguno de los 50 estados del país con ese nivel de ingresos.

Es así como el sueldo mínimo se ha vuelto un tema importante de la campaña presidencial que ya comenzó, y en que más de 20 candidatos del Partido Demócrata aspiran a frustrar la reelección del Presidente Donald Trump.

Si bien para la elección presidencial anterior solo un candidato, el senador socialista Bernie Sanders, proponía subir el salario mínimo a 15 dólares la hora, hoy la mayoría de los aspirantes apoya esa moción. La idea también ha ganado popularidad en los últimos años gracias al movimiento «Fightfor $15», organizado por uno de los sindicatos más grandes del país y que fomenta el activismo de trabajadores de restaurantes y otros rubros del servicio en torno a esta causa. La presión ejercida tanto por Sanders como por «Fightfor $15» llevó a una empresa tan grande como Amazon a anunciar en octubre del año pasado que aumentaría su sueldo mínimo a 15 dólares la hora para sus trabajadores en EE.UU. La medida beneficiaría a unos 250 mil empleados de Amazon.

En la última década, la inflación ha reducido el poder adquisitivo del sueldo mínimo en 17 por ciento. Una persona que gana el sueldo mínimo y trabaja a tiempo completo percibe hoy unos 3 mil dólares menos que hace 10 años. Si se observa la trayectoria inflacionaria de las últimas décadas, un empleado que trabaja por el sueldo mínimo gana unos 6.800 dólares menos que hace medio siglo.

La semana pasada, la Cámara de Representantes aprobó un proyecto de ley para subir gradualmente el sueldo mínimo a 15 dólares la hora de aquí al año 2025. No obstante, el proyecto no cuenta con los votos suficientes para ser aprobado en el Senado, que controla el Partido Republicano.

Pese a que el sueldo mínimo no describe la realidad de todos los trabajadores estadounidenses, la situación del sueldo promedio tampoco revela un cuadro muy optimista: su poder adquisitivo actual es el mismo que en 1973. Con el sueldo mínimo entrampado en el Congreso, queda por ver si Trump, quien llegara a la Casa Blanca enarbolando banderas populistas, está dispuesto a apoyar una iniciativa que podría beneficiar a buena parte de su propia base.

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