Desde las primeras horas del 24 de julio de 1978 se vivía un clima enrarecido al interior de las unidades del Ejército, Armada y Carabineros a lo largo de todo Chile.

Nadie sabía con precisión los motivos de inusuales y tensos movimientos, que incluían vigilancia por parte de efectivos del Ejército en las proximidades de las bases aéreas.

El edificio del Ministerio de Defensa estaba con un resguardo excepcional de comandos del Ejército, además de la guardia habitual y con más de diez piquetes de Carabineros de Fuerzas Especiales diseminados en los alrededores del Ministerio y del frontis de la Dirección General de Carabineros. Era incluso posible observar a comandos del Ejército en las terrazas. Una vigilancia redoblada era apreciable también en el edificio Diego Portales.

El general del aire Gustavo Leigh Guzmán, comandante en jefe de la Fuerza Aérea de Chile y miembro de la Junta de Gobierno, ya se había percatado del férreo control militar que se ejercía en el Ministerio desde que llegó alrededor de las 08:20 horas. Solamente se permitía el ingreso de personal militar expresamente autorizado por el Ejército o la Armada.

Ante este sorpresivo movimiento, Leigh ordenó a su ayudante que citara a reunión a todos los generales de la Fuerza Aérea a su despacho.

Cerca de las 10:15 horas subió al quinto piso al despacho de Pinochet, llevando una propuesta de un comunicado público, mediante el cual se anunciaría que la Junta entraría en un estado de sesión permanente hasta definir un itinerario político para que Chile retornara a la normalidad institucional.

Al ingresar a la oficina del general Pinochet, se encontró con que el comandante en jefe del Ejército estaba acompañado por el comandante en jefe de la Armada, almirante José Toribio Merino, y del general director de Carabineros, César Mendoza. Además, estaba el secretario del Ejército, coronel René Escauriaza.

¿Qué pasó en esa tensa reunión de la Junta de Gobierno en aquella mañana del 24 de julio de 1978?

En rigor, la última en que estuvieron reunidos los cuatro miembros que le dieron vida a la Junta de Gobierno el 11 de septiembre de 1973.

“Buenos días”, exclamó Leigh. Pinochet hizo solo una venia, Merino le respondió con un frío “hola, Gustavo” y Mendoza musitó “buenos días”.

Sin pronunciar más palabras, Pinochet concedió de inmediato la palabra a Merino, quién señaló: “Creo que el general Leigh hace rato ya que viene expresando sin ningún recato su desacuerdo con la Junta, y esto ha llegado al extremo de criticarla ante la prensa extranjera”.

“Tú has insistido, Gustavo, que te sientes molesto con la Junta, porque los objetivos trazados no se cumplen y has amenazado varias veces con mandarte a cambiar para tu casa. Tras las críticas que nos has hecho en la prensa extranjera, tu situación es muy delicada. Creo que es el momento que renuncies y te vayas para la casa como andas diciendo”.

Mendoza intervino entonces, puntualizando que “al hacer esas declaraciones tan graves a un diario extranjero (Corriere Della Sera), has puesto en peligro la seguridad y la tranquilidad del país, la unidad de Chile”.

Fue entonces cuando intervino Pinochet: “Son muchas las oportunidades en que te he dicho Gustavo que te has salido de los márgenes con posiciones diferentes a las nuestras. Yo sé que igual te vas a retirar cuando se inicie el proceso del caso Letelier, así que dejémonos de leseras y nos presentas de inmediato tu renuncia”.

“Tú sabes, Augusto, perfectamente, lo que pienso y te lo he expresado con mucha sinceridad en repetidas ocasiones. Yo no voy a presentar ninguna renuncia”, respondió secamente Leigh.

“Entonces te vamos a destituir”, replicó Pinochet.

“No sé bajo qué argucia legal me van a destituir”, dijo Leigh.

“Tenemos atribuciones para hacerlo —puntualizó Pinochet— y aquí está el Decreto Ley de tu destitución, para que lo firmes”.

Leigh respondió: “ustedes están locos si creen que voy a firmar ese decreto, guárdenselo. Hagan lo que quieran, pero yo me voy a reunir con mis generales para saber qué piensan respecto a esta infamia”.

“Ni se te ocurra —amenazó Pinochet—, ni siquiera pienses eso, porque a todos tus generales ya los tengo citados a mi despacho, para pedirles la renuncia a todos los más antiguos que Matthei”.

“No firmo nada”, dijo Leigh, ante lo cual Pinochet concluyó: “igual serás destituido. Esto se acabó”.

El documento cambiado

Leigh se puso de pie y salió de inmediato de la sala, quedando sobre la mesa el Decreto Ley N° 624 con fecha de ese mismo día. Llevaba el pie de firma de los cuatro miembros de la Junta de Gobierno. Rápidamente se reemplazó la segunda página, en la que estaban las firmas de Merino, Leigh y Mendoza, por otra en que solo quedaron los nombres del jefe de la Armada y del director de Carabineros. La firma de Pinochet estaba en la primera página.

En menos de un minuto firmaron Pinochet, Merino, Mendoza y el subsecretario del Interior, coronel de Justicia Aérea, Enrique Montero Marx. El decreto fue llevado por un oficial de Ejército a la Contraloría General de la República para su toma de razón.

Todo esto sucedía a puertas cerradas y la ciudadanía estaba hasta ese momento absolutamente ajena a esta grave crisis al interior de la Junta.

El golpe noticioso dio la vuelta al mundo horas después, cuando la Dirección Nacional de Comunicación Social (DINACOS) emitió un lacónico comunicado, entregado por su director, el mayor en retiro del Ejército Hugo Morales, informando que el general Gustavo Leigh Guzmán había sido destituido de la Comandancia en Jefe de la Fuerza Aérea de Chile y de su cargo de miembro de la Junta Militar de Gobierno, decisión que se tomó al amparo del Decreto Ley N° 527 de 1974.

Con el correr de las tensas horas vividas en esa invernal mañana, la opinión pública pudo informarse que el general Leigh, uno de los gestores del 11 de septiembre, había sido marginado mediante el Decreto 624 del Ministerio del Interior, que en su parte fundamental señalaba:

“Declárese, en mérito de consideraciones consignadas en Acta de Acuerdo reservada, y en ejercicio de las facultades previstas en el Artículo 19 del Decreto Ley N° 527, de 1974, que el general del aire y comandante en jefe de la Fuerza Aérea de Chile, don Gustavo Leigh Guzmán, se encuentra absolutamente imposibilitado para continuar ejerciendo sus funciones. La Junta de Gobierno designará al comandante en jefe institucional que deba reemplazarle”.

Posterior a la ácida reunión con Pinochet, Merino y Mendoza, el general Leigh se dirigió a su despacho en la Comandancia en Jefe de la Fuerza Aérea, donde le esperaban sus generales para entregarle su apoyo. Solo faltaban dos, la décima antigüedad, Fernando Matthei y el general Javier Lopetegui, que se encontraba a cargo de la Misión Aérea en Washington.

“No hagan nada que lleve a un enfrentamiento”

Los generales presentes estaban fuera de sí y le pidieron a Leigh autorización para acuartelarse con sus unidades hasta que se revirtiera la medida. Leigh les respondió: “por la lealtad que me tienen les doy una última orden como su comandante en jefe y espero la cumplan. Me marcho tranquilo a mi casa. No hagan nada que lleve a un enfrentamiento. Ni Pinochet ni yo valemos que se derrame una gota de sangre y prepárense, porque Pinochet los citará en un rato a su despacho para pedirles la renuncia a todos los más antiguos que Matthei”.

Se preparaban para almorzar allí —a modo de despedida— cuando comenzó una cadena nacional de radio y televisión, siendo las 12:50 horas, para transmitir desde el edificio Diego Portales la ceremonia de juramento del nuevo miembro de la Junta, Fernando Matthei.

En su discurso, Pinochet justificó tan drástica resolución. En la parte medular de ese discurso, señaló:

“Informo al país, en nombre de la Junta Militar que presido, que el señor general Gustavo Leigh, desde hace largo tiempo ha venido demostrando con diversos hechos, un progresivo alejamiento de la línea de acción y pensamiento que inspiraron el movimiento libertador del 11 de septiembre”.

“En repetidas ocasiones, en distintas instancias, se le ha representado que su posición envuelve un retorno al pasado que el país no quiere volver a sufrir, pues este gobierno no es una mera renovación de las viejas estructuras, sino que tiene por finalidad una renovación muy profunda de todo nuestro sistema social, político y económico, que permita a cada hombre y mujer de Chile, así como a sus hijos, una vida digna y en libertad”.

“Se han agotado las gestiones para convencer al señor general Leigh de su posición. En estas circunstancias, la honorable Junta de Gobierno en uso de las facultades que le confiere el decreto 527, del año 1974, ha acordado por unanimidad que la conducta del señor general Leigh tipifica la imposibilidad absoluta de continuar ejerciendo desde esta misma fecha los cargos de miembro de la honorable Junta de Gobierno y de comandante en jefe de la Fuerza Aérea de Chile”.

En esos momentos, Leigh citó a su asesor jurídico, Julio Tapia, quien tuvo muchos inconvenientes para acceder hasta la oficina de Leigh, ya que personal de Carabineros intentó detenerlo tanto a la salida del edificio Diego Portales, como a su ingreso al Ministerio de Defensa.

Tapia, tras su breve conversación con Leigh, retornó al Diego Portales, abandonando dicho edificio una media hora más tarde, acompañado de Gabriela García de Leigh, Jorge Ovalle y la periodista Celeste Ruiz de Gamboa.

Mientras sucedían estos hechos, el ministro de Defensa, César Raúl Benavides, y el vicecomandante en jefe del Ejército, general Carlos Forestier —actuando en nombre del general Pinochet—, pidieron personalmente la renuncia a todos los generales más antiguos que Matthei.

Terminada la ceremonia de investidura y juramento, Matthei se dirigió a las dependencias del Estado Mayor de la Fuerza Aérea, donde fue citando individualmente a los generales menos antiguos.

El primero en ser llamado fue su compañero de promoción el general Enrique Ruiz Bunger, a quien le comunicó con mucha cordialidad que lo había designado como su segundo en la Fuerza Aérea. Ruiz, inmutable ante la afabilidad de Matthei, le respondió lacónicamente: “Nunca estaré dispuesto a colaborar en esta farsa”.

“Eso es todo”, respondió Matthei y continuó llamando uno a uno a todos los generales, que tuvieron la misma actitud de Ruiz. Solamente aceptó seguir Lopetegui, que se encontraba en Estados Unidos.

Los generales llamados a retiro junto con Leigh, por ser más antiguos que Matthei, fueron José Martini, Nicanor Díaz, Sergio Leigh, Gerardo López, Sergio Figueroa, Raúl Vargas, Jacobo Atala y Eduardo Fornet.

De los diez menos antiguos que Matthei, a los cuales este llamó para informarles su ascenso en algunos casos y nuevas destinaciones, solamente permaneció Javier Lopetegui y todos los demás renunciaron con mucha energía, en algunos casos enrostrándole a Matthei su actitud. Estos fueron los generales Enrique Ruiz, Rodolfo Martínez, René Quezada, Julio Schnettler, Sergio Sanhueza, Guillermo Kaempfer, Alberto Spoerer, Hernán del Río, Manuel Soto y Carlos Jiménez.

Esa misma tarde se cursaron veinte decretos de ascensos. Los coroneles más antiguos, a general de aviación, sin pasar por el grado de general de brigada aérea, y los coroneles de menor antigüedad a general de brigada aérea.

Leigh permaneció hasta aproximadamente las 15:45 horas en su despacho del Ministerio de Defensa y cuando intentó salir se suscitaron muchos problemas, ya que su escolta fue bloqueada por comandos del Ejercito que por órdenes superiores habían asumido la “protección” de Leigh.

La escolta del destituido general reaccionó con absoluta lealtad hacia él, llegando al extremo de esgrimir sus armas, pasar bala y apuntar a los militares, generándose incluso pugilatos entre los agentes de la Fuerza Aérea y los comandos militares.

Finalmente, Leigh partió rumbo a su oficina en el edificio Diego Portales protegido por su escolta personal, ingresando con bastantes dificultades hasta el despacho situado en el piso 19. Se mostró abierto a hablar con la prensa, prestando declaraciones de lo realmente sucedido a periodistas de agencias, radio, diarios y televisión.

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