ANDRÉS PÉREZ CUENCA

Hace 40 años, el argentino nacionalizado chileno salió de Palestino y tocó cumbre en una premiación inolvidable en la liga de Estados Unidos, donde jugaban Cruyff y Beckenbauer.

La larga melena de Óscar Fabbiani era lo suficientemente conocida el día en que se lo vio caminar por Nueva York de impecable traje y corbata. Ocurrió en el bajo Manhattan, cuando se detuvo frente a un ascensor y se dirigió al piso 77. Hace 40 años, en agosto de 1979, el cuarto hijo de una familia de 11 hermanos lograba el mayor reconocimiento de su carrera desde que había salido de Argentina para probar suerte en Unión San Felipe, en Palestino y finalmente en el Tampa Bay Rowdies de Estados Unidos. En Chile le decían Popeye, por su mentón prominente, y era conocido con admiración irrestricta como un goleador letal.

Fabbiani recuerda cada detalle de aquel año de debut esplendoroso en la liga estadounidense, sentado ahora en un sillón en su actual casa en Lampa. Desde cómo partió jugando de volante antes de ser delantero, hasta cuando se codeó con figuras de la realeza futbolística y fue elegido figura y goleador del campeonato, con 28 conquistas.

Aquel año 79 fue casi redondo, porque se había nacionalizado y pudo jugar por Chile en la final de la Copa América que ganó Paraguay. Fabbiani, que mira todo con total perspectiva, recuerda cómo empezó toda la historia desde que en 1973 quedó libre en Estudiantes de Buenos Aires, y, en vez de irse a Perú, llegó a Unión San Felipe.

“Empecé jugando de 8, en Estudiantes de Buenos Aires, con el “Tigre” Atilio Herrera, que luego vino a Colo Colo, y cuando llegué a Chile, el técnico Salvador Biondi me puso de 9. Mi primer partido fue contra la Selección chilena, en el año 74, en Juan Pinto Durán. Era un amistoso y resulta que hice 2 goles de cabeza, entre Quintano y Figueroa. Había llegado hace una semana y de repente veo a Elías y a Quintano, dos monstruos, casi un metro 90 medía cada uno. Después jugué con Elías en Palestino y nos acordábamos de ese partido”.

—¿Cómo siendo un 8 se transformó en goleador?

—Es que siempre hice goles. Empecé de 9 enganchado. Cuando era 8 me gustaba tener la pelota. Seguía a Racing y ahí estaba Alberto Rendo. Había un montón de jugadores así, todos chiquititos, y me fascinaban, por su movilidad, corriendo por todas partes, tocaban 200 veces el balón. Hoy el fútbol cambió y las posiciones no son tan fijas, pero si tuviera que elegir a un modelo en Chile sería como Aránguiz, porque tiene mucha técnica.

—Jugó en un Palestino que hizo época. Campeón en 1978, invicto en 44 partidos. Los 11 titulares eran tan buenos que los reservas no querían ni entrar.

—Era increíble ese equipo, y cierto, hasta los reservas estaban contentos, lo que es difícil, porque los reservas siempre están con un cuchillo. Pero acá se alegraban y además ganaban lo mismo en premios, porque en ese tiempo nosotros habíamos arreglado que a todos se les pagaba por igual, jugaran o no. Fue una iniciativa que surgió con los líderes del equipo, Elías, Messen y yo.

—¿Cómo toma la decisión de partir a Estados Unidos entonces?

—A mí me pilló de sorpresa la verdad. Estaba jugando la Copa Libertadores por Palestino en Venezuela, había hecho dos goles, termina el segundo tiempo y el presidente de Palestino me dice: “Oscarito, firma acá”. Hicimos el contrato en Venezuela. Volví a Chile y partí de inmediato, solo, sin familia. Y claro, cuesta adaptarse, porque no sabía ni una pizca de inglés. Llegué y el único que hablaba español era el utilero, Alfredo Verón, un cubano. Hacíamos la charla y él se sentaba al lado mío. Y le decía: “Qué dice el técnico”. Y él me decía: “Na, que hagas los goles”. Recuerdo que teníamos un 10 inglés, muy bueno, y había un periodista que al principio le hacía todas las entrevistas a él porque yo no hablaba inglés. Empecé a hacer goles, dale que dale, y ahí sí quiso entrevistarme. Y le dije, yo no hablo inglés. Y nunca le hablé. Todos los otros siempre me hacían entrevistas, llamaban al utilero y hacían la traducción, pero este era un pesote.

—Hoy suena curioso su paso a Tampa Bay Rowdies, siendo el goleador que era. Podía haber sido otro el destino.

—Pero fue extraordinario. En el Tampa, que era de Florida, no teníamos tantos jugadores. Era una liga valorada en ese momento. En el Cosmos de Nueva York había estado Pelé, y cuando llegué estaban Carlos Alberto, Marinho, Beckenbauer. Y nosotros igual llegamos a la final y yo salí goleador. En mi primer año me llevé como cinco premios, y fíjese que me los entregaron en las Torres Gemelas, esas que bombardearon.

—¿Cómo fue eso?

—Siempre me acuerdo de que fue en el piso 77. Nombraban en la ceremonia: el mejor gol, Óscar Fabbiani. El goleador, Óscar Fabbiani. Y todo el mundo miraba, porque yo había llegado recién. Estaban Pelé, Cruyff, Neesken, el tanque Müller. Si en el primer partido con el Cosmos yo ya me había encontrado con Pelé y él me veía y me abrazaba. Y yo decía: “Pero si me está abrazando el mejor del mundo”. Son cosas imborrables. Por eso, el mejor momento de mi carrera lo viví en las Torres Gemelas. Estuvimos tres días en Nueva York, y nos llevaban a todos lados. Y yo qué hago acá, me decía a cada rato.

—¿Dónde estaba cuando caen las torres?

—En Chile. Y cuando veo, me acordé al tiro del piso giratorio en el que fue la ceremonia. Yo tengo un amigo, que desde que llegué acá lo metí en Palestino, y le digo mi secretario. Mi familia se había venido al final del campeonato, así que estaba solo en Estados Unidos. Y un día estoy entrenando y de repente veo a un tipo con maleta en la cancha. Era él. “Y vos qué hacés acá”, le digo. “Me mandaron a vigilarte”, me respondió. Y él me acompañó a la premiación. Nos sentamos y dejó el vestón en el asiento. Y llevábamos 20 minutos y lo pillo preocupado, casi blanco. “Qué te pasó, Nibaldo”, le pregunto. “Me robaron el vestón”, grita él. “No, no te das cuenta de que esto es giratorio. Allá va el vestón, mirá”. Es mi compadre hasta el día de hoy y sigue trabajando en Palestino.

El ADN

—Es bien aventurero su camino, considerando que venía de un familión.

—Éramos 11 hermanos. Yo era el cuarto. Aquí en Chile jugaron Ariel, Ricardo. Pero incluso tenía un hermano mayor, Carlos, increíble. Ese se tenía que ir a Francia el 72 y no quiso porque extrañaba a la novia. Hasta el día de hoy se acuerda siempre de lo que hizo. “Y hubiese ido y me la llevaba. ¿Cuál era el problema?”, me dice. Y era muy bueno, alto, lateral. No se dedicó como yo. Fui el que más se dedicó y sigo jugando hasta el día de hoy. Imagínese, vine de Buenos Aires a San Felipe, que en ese tiempo era un lugar chiquitito, a vivir a una pensión. Nunca había estado en una pensión, solo. Y llegaba al camarín, y era horrible. Cuando hacía calor teníamos que cambiarnos afuera porque adentro era un horno. Donde fui, luché contra todo. A uno lo agarra la melancolía, me quiero ir. Si cuando llegué a Estados Unidos al principio también me decía, qué hago aquí, Ahí uno tiene que ser fuerte de arriba.

—¿Cuál era el secreto del gen Fabbiani?

—Mi viejo, Juan Carlos se llamaba, no le pegaba ni al quinto bote. Era fanático de Platense, porque nosotros nacimos a dos cuadras de la cancha de ese club. Yo me escapaba para jugar. Trabajaba con mi viejo llevando cosas para los jardines, la tierra, el pasto, y cuando terminábamos, me tiraba del camión y me iba a entrenar. Me costó un mundo. A los 17 años ya jugaba en Primera División, y en una familia con 11 hermanos había que trabajar, pero tuve constancia.

—¿Cuál es el gol más lindo del que se acuerda?

—Hubo uno contra Aviación. Hicimos una triple pared con Manolito Rojas y cuando me sale el arquero se la tiro por entremedio de las piernas. Manolito me decía: dame la camiseta y ándate.

—Cuando viene a jugar por la Selección no pudo anotar. ¿Qué pasó?

—No es excusa, pero había terminado el campeonato en Estados Unidos y cuando me llaman llevaba 25 días sin hacer nada. Y me metí en el proceso y eso me costó.

—¿Cómo se tomaban las cosas en ese tiempo cuando usted se nacionaliza?

—En ese tiempo no era común, era difícil más bien. A alguna gente le gustó y a otra no. Pero a mí me apasionaba jugar por la Selección. Cuando me nacionalizo, en Argentina me pelaron de arriba abajo. Me lo contaban mis hermanas, que llamaban a la familia de la radio y la tele para preguntarles.

—¿Cómo se ve 40 años después el caso de Gabriel Arias en la Roja?

—Fue duro. A él también lo llamaron. Y venir es algo que le nace a uno. Te dicen, es porque te conviene, y no, la verdad te tiene que nacer. A mí me nació.

—¿Qué pasa con los delanteros en Chile, que ahora se han vuelto escasos?

—Es que hay que trabajarlos de abajo. Yo llevo niños a Palestino, y te digo, hay que prepararlos, porque veo que ya no juegan en el área, y ese es el problema que tenemos. Sigo a las cadetes y veo que le quitan al niño la creatividad. Yo siempre pido que sean creativos. A mí nadie me dijo qué hacer en el área, era yo el que decidía. Hoy parecen robots. El técnico me dijo que tengo que ir por la orilla y juego ahí. Pero si también puedes ir por el medio, y de ahí te mueves, digo yo. Hay material, mejores condiciones que antes. Basta ver que cada niño, hasta con los zapatos de fútbol, tiene cuatro o cinco pares. Mi nieto juega en Unión Española y es así.

—¿Hay un futuro con un nuevo Fabbiani?

—Tiene 13, es muy bueno. Se llama Ignacio Andrés Jiménez Fabbiani. Juega bien, pero le aconsejo: primero el estudio, que dura para siempre. Acá te lesionas, el técnico no te quiere, y eso lo trunca todo.

LEER MÁS