Estoy feliz, muy tranquila y contenta con mi relación, pero prefiero cuidarlo mucho, que se quede como parte de mi mundo privado”.

Cecilia Pérez, la escudera de Sebastián Piñera, no sabe por qué, pero a unos meses de terminado el primer gobierno del mandatario, una mañana despertó y no pudo caminar. “Había perdido la sensibilidad de mis piernas. A mis gordas (dice por sus dos hijas), para que no se asustaran, les dije que yo era como Clarita, la amiga de Heidi… Estuve un mes completo en silla de ruedas”.

La vocera ríe. Más allá de sus declaraciones que suelen irritar a la oposición, fuera de cámaras rara vez pierde el humor y mucho menos su carácter “empilado”. Sin embargo, en esos días pensó que podía quedar inválida. “Los médicos me hicieron toda clase de estudios, desde si era lupus, algún mal auto-inmune o un tumor. Pero nada. Para el doctor la única explicación es que no hago cuadros de estrés, así que mi cuerpo se «fundió»”.

La abogada se acordó de los augurios que tiempo antes le hizo un parlamentario de la oposición y exsubsecretario de la Concertación: “Ceci, cuando salgas del gobierno te van a caer todos los achaques encima…”. “Y así no más fue. Estás tan arriba, con la adrenalina a mil, que luego me bajaron las defensas. Pero así como esta enfermedad vino, pasado un mes se fue y desperté como si nada, caminando de lo más bien”.

Ahora Cecilia Pérez se mueve a pasos rápidos por los pasillos de la Secretaría General de Gobierno, acelerada para variar. Su sonrisa de dientes blancos contrasta con su figura morena, pelo recogido, vestido corto, botas altas.

“Me decían el negrito de Harvard”, dice sobre sus orígenes de clase media baja, en contraste con el perfil del resto del gabinete y donde, sin embargo, ha logrado instalarse en el núcleo mismo del poder, en la triada más cercana al Presidente Piñera, junto al ministro del Interior, Andrés Chadwick, y al secretario General de la Presidencia, Gonzalo Blumel.

“Pero estoy «operada del poder»; para mí se trata sólo de un instrumento dentro de lo que es mi vocación. Tengo la suerte de ser bien poco ambiciosa”, dice esta mujer que se ha desplegado en diversos cargos en ambos capítulos del piñerismo: intendenta metropolitana, titular en el Ministerio de la Mujer y ahora, por segunda vez, encabezando la Segegob.

Para el último cambio de gabinete se dijo que Sebastián Piñera estuvo a punto de moverla a la cartera de Desarrollo Social y poner en su lugar a la intendenta Karla Rubilar. Ella lo desmiente. “Es absolutamente falso. El comité político nunca estuvo en duda”. Acto seguido, señala: “Yo estoy donde el proyecto (de su sector) crea que tengo que estar. Y así como hoy me encuentro aquí (apunta observando su oficina con vista al Patio de los Naranjos) mañana puedo irme feliz para mi casa. No soy muy apegada a los cargos y ¿sabes qué más? Es bien rico el anonimato...”.

Regreso al barrio

Nacida y criada en la población Juan Antonio Ríos, Cecilia Pérez no se acompleja por su pasado sencillo. “Mis papás se casaron muy jóvenes, pololearon desde muy chicos. Trabajaban de día y estudiaban de noche para sacarnos adelante. No teníamos nana, entonces nos cuidaba mi abuelita materna que vivía cerca: ella en la calle Coraceros, y nosotros en Brigadier Garrido, a la vuelta. Hace poquito fui a la Juan Antonio Ríos y está todo casi igual… Me encontré con amigas que se acordaban de mí. Me emocioné tanto. Una vecina me dijo: «¡Si nosotras la cuidábamos cuando usted era chica!». La recuerdo como una infancia protegida. En la calle dibujábamos con tiza el pavimento para jugar al luche. Esperábamos al señor al que le comprábamos leche de burra. Era muy entretenido”.

Cecilia Pérez estudiaba en el colegio Corazón de María de San Miguel, y participaba en las actividades de

acción social de la Iglesia Católica. “Yo era monitora en las colonias de verano, que hacíamos en distintas poblaciones para que niños de escasos recursos tuvieran donde entretenerse porque no podían irse de vacaciones”.

Ahí fue testigo de situaciones dolorosas: “Había una chiquitita de 4 años; me llamaba la atención porque se negaba a sacarse el chalequito, ni con 30 grados de calor. Me fui ganando de a poco a esta niñita, hasta que un día me permitió que le sacara esa prenda: tenía quemaduras de cigarros en los brazos; era golpeada a niveles extremos en su familia. Yo tenía entonces 16 años y fue desgarrador. Con las monjas del colegio hicimos la denuncia en Carabineros. Su papá trató de pegarme, pero me encaché. Sentí que lo que él hacía era tan brutal que no podía tenerle miedo. Avancé como dos pasos y lo agarré... Era un abusador de la peor”.

—¿Volvió a saber de esa niña?

—Siempre pienso en ella, qué será de esa chiquitita. Soy súper creyente, con mis gordas rezo todas las noches; muchas veces pido por ella, se llamaba Victoria... Ha habido muchas Victorias en nuestro país. Pero Chile ha cambiado, ya no se naturaliza la violencia.

—A usted le ha tocado vivir la violencia, una mucho más silenciosa: la discriminación.

—No soy una aparecida, no vengo de una élite ni tengo una familia poderosa, soy una chilena común y corriente. Me respetan a nivel político y por ser mujer. Saben que tengo una trayectoria y que me he sacado la mugre. Pero, claro, en algún momento sentí desprecio a la cuna. No solo en la derecha.

—¿Qué clase de desprecio?

—Por vivir en La Florida, el Chile real, la comuna de clase media de este país. Si supieran lo orgullosa que me siento de ser una mujer de clase media.

—¿Le decían cosas como “ahí viene la floridana”?

—Sí, pero no solamente conmigo, porque también hay otros hombres y mujeres que han salido de La Florida y, claro, nos veían como “los negritos de Harvard”, mira qué lesera más grande. Pero todos esos comentarios, el bullying que te pueden hacer por el aspecto físico, hay que enfrentarlo.

Mal chiste

“Cuando yo di esa pelea, fue por mis hijas”, afirma ahora sobre la demanda con la que en 2017 amenazó a Canal 13 luego de las constantes rutinas del personaje de Yerko Puchento, burlándose de su aspecto físico.

“Me rebelo ante la discriminación de cualquier tipo. No me gusta que se caricaturice a las personas, ni hombres ni mujeres, aunque siempre es más fácil reírse de una mujer”.

—Han pasado dos años desde esa historia, ¿cómo la ve hoy?

—Fíjate que recibí mucho apoyo, y también hubo hartos que le bajaron el perfil, justificándolo como humor...

—¿Qué pasó con sus hijas?

—La Catita tenía 10 años y la Cotecita 7. Así que les expliqué: “Este tipo se burló de mí y lo voy a demandar...; nunca hay que burlarse del aspecto físico ni prejuzgar a nadie porque detrás de esas personas hay familias y lo pasan súper mal”.

Agrega:

—Elegí esta vocación, pero no mi familia y siento que todos los días los expongo. Soy súper guerrera y resiliente, me paro una y otra vez, pero no soporto que la gente que amo lo pase mal por esta causa. Hay veces en que te cuestionas si vale la pena seguir…

—¿Cuándo estuvo más cerca de retirarse de la política?

—Cuando me amenazaron de muerte (dice sobre la situación que enfrentó en 2012, en el primer gobierno de Piñera, cuando encabezaba la Intendencia Metropolitana y estuvo con protección policial las 24 horas). Una de las amenazas llegó en contra de una de mis hijas. Nunca voy a olvidar cuando salió en la portada de un diario. De inmediato pensé: “Miércale... no les dije a mis papás”, y mi papá tiene tres bypass al corazón. Lloré mucho. Ahí dije: “Esta cuestión se acabó”.

—¿Qué la hizo cambiar de opinión?

— Mi papá: “Si te rindes, van a venir otros y les van a hacer lo mismo”, me dijo. Luego recibí un llamado del Presidente invitándome a tomar un café con él a La Moneda. Me sequé las lágrimas, iba preparada con la ejecución presupuestaria, con los proyectos más importantes de la Región Metropolitana. Bien matea. Cuando entré, tenía el diario sobre la mesa. “Usted cuenta con todo mi apoyo y con todo el cariño de mi familia, no está sola”. Me paré, le agradecí y ahí decidí que tenía que seguir adelante.

Hace una pausa:

—Karla Rubilar y su hijo también han sufrido amenazas ¡y es súper duro! (alude a lo ocurrido con estudiantes del Instituto Nacional). Porque dices: “Son unos cobardes, no me van a hacer nada”, ¡pero nadie tiene derecho a amenazarte, ni a agredirte, violentarte o matarte! Eso no lo podemos permitir como sociedad, ninguna persona se puede creer con el derecho de invadir tu espacio para atemorizarte. Y ahí es donde creo que como país tenemos que fortalecernos desde el respeto, que se ha perdido...

—¿También en la política?

—Por supuesto. Y no solamente ahí, en todas partes: hacia los carabineros, hacia los padres, los profesores... En la Iglesia Católica, la Iglesia Evangélica, las policías, las Fuerzas Armadas. Es por la ruptura que existe entre la ciudadanía y las instituciones. Por eso el Presidente nos llamó a fortalecer la política y las instituciones desde la confianza; si no, estamos fregados, te lo digo con todas esas letras.

—¿Qué tipo de situaciones diría que son sintomáticas de la pérdida de respeto en el ámbito público?

—Cuando no hay argumentos, cuando sólo hay descalificaciones, cuando incluso existen insultos que no aparecen en televisión ni en los medios, o se falta a la verdad. Eso esa es la pérdida esencial del respeto.

—¿Eso sucede en la oposición o también dentro de su propia coalición?

—Como dice el refrán. “De todo hay en la viña del Señor”.

“Me duelen las encuestas”

La ministra no oculta su desazón. A pesar de su optimismo, dice que anímicamente no queda indiferente ante las encuestas cada día más adversas al mandatario. “Voy a ser bien franca: me duele, porque me doy cuenta de cómo el Presidente se saca la mugre; cómo nos sacamos la mugre todos, abandonando muchas veces tu propio bienestar, horas en las que tú quisieras estar con tu familia. Ahora les preguntaba a los periodistas que están acá abajo: ¿Quién de ustedes se va a tomar vacaciones de invierno para estar con sus hijos? Ninguno, contestaron. “Nos pasa lo mismo, ah”, porque uno ve a las amigas, a los conocidos que están descansando en algún lugar rico y dices: “Qué ganas de estar con mis gordas”, pero te las arreglas. El otro día vinimos a trabajar con la Catalina, y el viernes con la María José. Acá les dicen “las mini-ministras”. Prefiero que me acompañen al trabajo y sepan lo que hace la mamá y entiendan a qué me refiero cuando les digo que me apasiona servir a Chile y aportar con un granito de arena en el cambio de vida de tantas personas. Ellas participan en programas de acción social en el colegio, es muy lindo.

—Ahora tiene una pareja con la que vive hace tres años. ¿Se volvería a casar?

—Estoy feliz, muy tranquila y contenta con mi relación, pero prefiero cuidarlo mucho, que se quede como parte de mi mundo privado.

LEER MÁS