Estoy intentando enfrentar las exigencias de la mediana edad. Duermo peor, me levanto con resaca incluso si no bebí la noche anterior. Los cuarenta se han convertido en la década en la que coinciden la crianza de los niños y el peak de nuestras carreras profesionales. Nuestros deberes serían difíciles incluso si nuestros cuerpos no se estuvieran deteriorando. (La productividad disminuye a partir de los 50 años, como saben muy bien los departamentos de recursos humanos corporativos). Pero he encontrado una nueva forma de afrontar mi situación: he reducido radicalmente mi consumo de bebida de un nivel moderado a casi nada. Hasta ahora, está funcionando. Casi lo llamaría un elixir de la juventud.

Yo bebía unas 10 copas de vino a la semana, el máximo recomendado por las autoridades sanitarias tanto en Francia (donde vivo) como en el Reino Unido. Pero en los últimos años me he dado cuenta de que cuando tomo solo un par de copas por la noche me siento desgastado el día siguiente.

A medida que envejeces, el hígado y el estómago se encogen, y se vuelven menos efectivos para eliminar el alcohol del cuerpo. Además, un cuerpo más viejo tiene menos líquido para descomponer el alcohol. La respuesta lógica a estos cambios sería beber menos. Sin embargo, los británicos de 45 a 64 años tienen más probabilidades de ser bebedores que cualquier otro grupo de edad, dice la Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido. Estamos atrapados en un círculo vicioso: porque nuestros compañeros beben, también experimentamos una presión constante por beber. Y llegamos a suponer que el nivel de consumo de alcohol de nuestro grupo de pares es normal.

Sospecho que nuestra generación se ha quedado con los hábitos que aprendimos en la juventud. Muchas de las personas con las que crecí opinarían que beber era un sustituto adecuado de tener una personalidad. Ahora nuestras responsabilidades de la mediana edad fomentan la relajación a través del alcohol. Cuando solicité las opiniones de mis contemporáneos en las redes sociales, escuché algunas versiones de esta broma: “No estoy seguro de que sea posible mantener el ritmo del trabajo y la familia después de los 40 sin tomar 10 o más copas por semana”.

Alcohol a la baja

Nuestros hábitos nos diferencian de los millennials y de la generación Z, quienes son más abstemios. Según informes, evitan emborracharse por temor a generar imágenes vergonzosas en las redes sociales que pueden arruinar sus vidas y sus carreras. En Francia, los jóvenes parecen haber reemplazado el vino con la marihuana: el demógrafo Jerôme Fourquet estima que 200 mil franceses ahora se ganan la vida en el comercio ilegal de cannabis, un número mayor que los que trabajan para Uber o la compañía de electricidad EDF.

Desde el punto de vista físico, reducir mi consumo de bebidas alcohólicas ha sido sorprendentemente fácil. No deseo el alcohol. Soy mucho más adicto al café y a mi teléfono inteligente. Mi mayor preocupación inicial era social: me di cuenta de que no me había sacudido la idea adolescente de que beber es igual a divertirse. ¿Cómo me sentiría al ser la única persona sobria en la cena? Tenía miedo de parecer puritano.

Pero cuando compartí mi nuevo sistema con mis contemporáneos, no reaccionaron con horror, sino con un gesto de reconocimiento. Un amigo me dijo que él también había decidido beber menos, en su caso debido a la presión arterial. Otro me escribió que había reducido su consumo hacía unos meses: “La resaca anulaba la euforia. Descubrí que con demasiada frecuencia (un par de veces al año) me comportaba como un idiota; es gracioso si eres un estudiante, vergonzoso si tienes casi 50 años con un trabajo responsable. A veces hacía algo realmente estúpido. A veces apenas era capaz de trabajar al día siguiente”. Vomitar en la cocina después de una cena con amigos parece haber sido su punto de inflexión.

Lo que le ha ayudado a lidiar socialmente, dice, es la cerveza sin alcohol. Claramente, no es el único: desde 2017, Heineken, Budweiser y Peroni han lanzado cervezas cero. Al beberlas les da a tus compañeros la impresión de que estás consumiendo alcohol, y recibes un efecto placebo. También hemos visto el auge del número de cafeterías, cócteles sin alcohol, cervezas de bajo contenido alcohólico y ‘eneros secos' (la campaña de salud pública que comenzó en 2013 en el Reino Unido, ahora involucra a cuatro millones de personas que se abstienen y se está difundiendo a nivel mundial).

Mi evaluación: beber menos vale la pena. Es cierto que no he adelgazado y que no estoy durmiendo mejor. Sin embargo, tengo más energía. Hace un mes hubiera dicho que en un día promedio me sentía con un hombre de 51 años, ahora me siento más como uno de 47.

Paradójicamente, ser abstemio incluso me ha hecho más sociable. Puedo pasar más tiempo socializando cuando no me paso toda la noche ingiriendo soporíferos. Tampoco he notado ninguna desaprobación entre mis pares. Solemos sobrestimar el interés que tienen otras personas en nuestras vidas, y resulta que a nadie le importa lo que bebo. Incluso he ganado algunos elogios: por primera vez en años, una o dos personas me han dicho: “Te ves bien”. Y cuando me permito una copa social, una o dos veces por semana, disfruto esos momentos al máximo.

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