Gabriel concluyó sus estudios de Leyes y me anunció que debía regresar a La Serena para abrir su oficina de abogado. Aunque sabía que este momento llegaría, nunca pensé que iba a ser tan pronto. El día antes de su partida me invitó a caminar.

Mientras paseábamos abrió una caja y sacó dos delgadísimas argollas de plata.

—Miti, con estas ilusiones le pido que formalicemos nuestra relación. Mis intenciones con usted son serias. Con este anillo le demuestro mi compromiso y prometo volver cuantas veces pueda para estar con usted...

Con su partida quedé desolada. Tenía recién dieciséis años y no le podía contar a nadie acerca de mi pacto, porque mi padre simplemente no lo toleraría. Lloraba amargamente, pero para consolarme me propuse escribirle a Gabriel una carta diaria.

Me encerré a escribir y convencí a Laura para que me acompañara secretamente al correo. Era difícil mantener nuestra correspondencia: Santiago siempre ha sido una ciudad pequeña.

Enero, 1923

Querido Gabriel

Por fin tengo un momento libre. Hace dos días que recibí tus cartas y no te podía escribir. Como mi mamá está un poco enferma me he quedado en casa para cuidarla y aprovechar de enviarte una carta con unas cuantas “patas de mosca”.

Si vieras lo bien acogidas que fueron tus cartas. Para leerlas tuvimos que encerrarnos... tú comprenderás, en una pieza contigua a la nuestra. Si hubieras visto con el susto que las fuimos a sacar del correo. Íbamos con la cara tan divertida a causa del miedo. Perdóname que sea tan timorata pero como es la primera vez que me veo a obligada a ir a lugares que mi mamá ni sospecha, me parece que cometo un gran pecado…

Creo que es un error que le hayas contado lo nuestro a tus hermanas, porque a ellas se les puede salir algo delante de un amigo del papá y entonces todo estaría perdido. No podría escribirte. ¿Y qué sería de mí? Claro que algún día tendrá que saber, pero entonces ya va a estar preparado para recibir la noticia.

¿Por qué le dijiste a tu mamá que yo era bonita? ¿Qué va a decir ella cuando me vea tan fea, tonta, desabrida?

Me gustaría escribirte más, pero me da susto que me descubran

Te abraza

Miti

Lo que más temía pasó un día en la tarde. Una amiga de mi madre me vio en el correo y fue donde ella con el cuento. Mi madre comenzó a sospechar lo que estaba ocurriendo, me acorraló y tuve que confesarle la verdad.

Febrero, 1923

Gabriel,

Al fin estoy sola. Ya te habrás enterado de lo que me ocurrió en el correo. Mira, vamos a tener que recurrir a algún amigo tuyo que sea leal y que yo conozca. El me entregaría la carta en el paseo del parque de la tarde.

Aquí nos desesperamos de aburridas…

Espero verte luego, supongo que no te vas a quedar pegado en La Serena, mira que tengo muchas ganas de verte.

Tu Miti

Durante ese verano mi única entretención fue ir al Parque Forestal y solo amenizaban esos paseos los encuentros furtivos con Muni, que me entregaba la correspondencia. Empecé a sufrir mucho porque las cartas eran cada vez más espaciadas. ¿Me estaba dejando de querer?

***

En marzo de 1923 concluyó la construcción de la casa en la quinta de Ñuñoa. Nos mudamos. Me sentía en el campo, pequeños senderos rodeados de arbustos conducían hasta árboles frutales recién plantados; el agua de las acequias producía una melodía y la vista a la cordillera era hermosa…

A pesar de que yo estaba feliz con el cambio, tenía un solo problema: ¿Cómo haría para escribirle a Gabriel? Mi solución fue pedirle a mi padre que me dejara ir sola al colegio. Accedió con la condición de que María, la empleada de la casa, me acompañara hasta la Plaza Ñuñoa. Allí tomaba el tranvía y en Plaza Italia hacía el trasbordo al carro que me llevaba hasta la calle Compañía, con lo que nuevamente conté con algo de libertad para ver la ciudad y pasar al correo. Sin embargo, me duró poco. Se lo expliqué:

Querido Gabriel:

Recién antes de ayer recibí tu carta. Muni no había venido. Te aconsejo que no me las mandes al correo porque le pueden llegar a mi mamá o a Laura. Además que pronto me irán a dejar y a buscar al colegio. Mi antipática parentela se ha escandalizado porque me iba sola. ¿Has visto ridiculez igual? Mi papá también estaba intranquilo porque nadie me acompañaba. A mí el viajecito en carro me encanta, ¡si vieras las escenas divertidas que se ven!

Ya te he dicho que Ñuñoa lo encuentro encantador, preciosísimo, lindísimo... no sé qué decirte para que te lo imagines. Estoy muerta de deseos de saber noticias tuyas…

Contéstame bien lueguito,

tu lacónica Miti.

A medida que pasaban los meses, las cartas comenzaron a cambiar de tono. Los dos nos llenamos de resentimientos. Nos recriminábamos porque no nos escribíamos lo suficientemente seguido, y además empezamos a sentir celos. Yo escuchaba rumores de que salía con otras mujeres.

Junio 1923

Querido Gabriel

Tu largo silencio me ha hecho pensar muchas cosas y, si no fuera por la idea que tengo de ti, diría que lo de aquella chiquilla es cierto, porque si es verdad que la gente es habladora, siempre lo hace cuando dan motivos. Pienso que los hombres por muy buenos que sean, con el tiempo se vuelven malos y hacen sufrir. Dime que tú no eres así. Puedo creer en ti ahora que me quieres, pero después... ¿me querrás siempre?

***

Se me aceleró el corazón cuando desde la ventana reconocí la figura de Gabriel. Se armó un verdadero revuelo entre todas las alumnas y hasta la profesora de historia, que en ese momento intentaba imponer orden, se rindió y dio por terminada la clase.

Crucé corriendo el pasillo, para no tener que compartir a Gabriel con mis compañeras… Lo encontré cambiado, me pareció mayor, vestía un elegante traje gris oscuro y un sombrero negro. Lo tomé del brazo y fuimos a esperar el tranvía…

Me sugirió que nos encontráramos el domingo en el Parque Forestal y que luego me invitaba con mis primas a tomar té. Me sentí traidora: conocería a mi futura suegra, mientras mi padre se oponía a mi romance…

El reencuentro fue corto. Durante cinco días logramos vernos después de clases. El último día, mientras volvíamos en el tranvía, me tomó las manos y me dijo que se quería casar. Yo le respondí que no nos apuráramos tanto, porque todavía tenía que hablar con mi papá, que no sabía cómo iba a reaccionar.

***

Luego de la partida de Gabriel llegaron las fiestas de septiembre, que me producían una emoción difícil de entender. Le escribí contándole todo lo que me provocaba el 18 de septiembre y me entusiasmé demasiado.

Las fiestas aquí están que arden, fuimos al centro a ver gente. Con la música y los paseos de los militares me vi transportada a no sé dónde. Me encantan las trompetas y bolinas, es un patriotismo salvaje el que nace en mí, y siento cerca el terror de la guerra, incluso me gustaría estar en un campo de batalla donde hubiera más peligros que me dejaran mucha impresión...

Me respondió una carta en la que me dijo que yo era una chauvinista salvaje. Consideré que me insultaba y así se lo hice saber.

No te encuentro nada la razón que me digas chauvinista salvaje. No me has comprendido. Dime, ¿no se te ponen los nervios de puntas cuando oyes la canción nacional? En mí despierta los deseos que tú llamas salvajes: el de sentir emociones más fuertes, las que encontraría en el ruido de los cañones, de bombas que revientan, el pánico de encontrarse frente a una muerte desastrosa…

Me gusta todo lo salvaje porque es espontáneo, a ti te quiero porque eres salvaje como yo. Somos salvajes vestidos de la civilización que tanto molesta...

Me concentré en mis estudios y después de dar los exámenes de fin de año, mi padre me anunció que iríamos a San Fernando y Pichilemu durante el verano.

***

Me sentí provinciana frente a todas las jóvenes que lucían sus trajes atrevidos de una sola pieza y mostraban las pantorrillas.

¡Incluso se les veían las rodillas! Envidiaba la soltura con la que se metían al agua… Entonces me propuse comprar un traje de baño y aprender a nadar. Quería ser como ellas.

Durante esos días mi relación con Gabriel se enfrió. Empecé a escribirle menos, pues tenía dificultades para enviar las cartas, él me recriminó duramente. Se puso celoso y me escribió hiriente. Yo me ofendí y decidí parar la correspondencia. Él se quejó amargamente.

Miti

Nunca pude imaginarme que tu silencio iba a prolongarse hasta el extremo de dejar pasar veinte días sin responderme.

No comprendo que sigas encerrada en ese silencio que ante otros ojos que no fueran los míos podría interpretarse como desprecio. Quisiera decirte tantas cosas, pedirte tantos consejos, pero me siento cohibido con tu ingratitud. Me faltas tú, tu cariño, tu palabra, tu ternura. Me siento muy solo, me falta algo indispensable para vivir. Para matar el tedio, para animar mi vida, he dado en frecuentar el club, donde ni los amigos, ni el licor bastan para sacarme de la inmensa pena que me invade…

Me quedo con la única esperanza de recibir una cartita tuya, desfavorable a mi amor tal vez, pero al fin una carta.

Esta será el rayo de sol que iluminaría el atribulado espíritu, del que era en el año que recién pasó, al ser más feliz del mundo, creyéndose que viviría en el fondo de tu corazón.

Después de leer esa carta se me encogió el corazón, pero pensé que había llegado la oportunidad de poner a prueba nuestra relación. Le respondí que aún sentía cosas por él, pero que prefería posponer la correspondencia hasta el fin del verano.

Los meses volaron... Regresé a mi rutina escolar y un día, después de clases sostuve una conversación con una amiga de colegio, que me dejó inquieta. Reanudé mis cartas, pero solamente para decirle a Gabriel que desconfiaba de todos los hombres.

Siento un desprecio por todos los hombres, he quedado completamente desilusionada de ello. Y todo por culpa de una revelación de una compañera de colegio: me dijo que ustedes no eran puros. Esto fue más que una puñalada, fue el derrumbe de todas mis ilusiones que hacían ver la vida tan linda.

Si me he sentido alejada de ti ha sido en parte por la cólera contra ustedes. Me olvidé de tu amor y del mío, los ahogué en esa cólera. Me indignaba pensar que tú serías como ellos y que como ellos no irías puro al matrimonio. Me prometí a mí misma no casarme nunca.

***

De todas formas, volvieron las cartas, las promesas de amor y la larga espera. Prometió que viajaría, pero dilataba la llegada. La excusa era que se le hacía difícil cumplir su promesa porque el viaje en tren duraba 16 horas con trasbordo en La Calera. No podía ausentarse de La Serena, ya que no solo debía dedicarse a su estudio de abogado, sino que tenía nuevos compromisos, porque había empezado a incursionar en la política, y se había hecho miembro activo del Partido Radical. En una carrera meteórica había logrado la presidencia del movimiento político juvenil radical e ingresado a la masonería. Mi padre se enteró de las nuevas actividades de Gabriel y me dijo que no le parecía tener un yerno masón.

En ese momento temí por nuestra relación, sentí miedo de que me obligaran a dejar a Gabriel. No sabía lo que era la masonería...

Seguimos carteándonos en secreto y me fui enterando de la apasionada incursión de Gabriel en la política. Lo que más me preocupó fue lo que ocurrió el 5 de septiembre de 1924, una fecha que se me quedaría grabada para siempre.

Ese día tuvo lugar un hecho que caló hondo en nuestra familia, que admiraba al presidente Arturo Alessandri. Un golpe militar lo derrocó y se instaló una Junta Militar que irrumpió con un programa de trece puntos, que fue aprobado por la Cámara. La Junta Central Radical emitió un enérgico voto de protesta contra ese golpe y un acuerdo para ir en defensa de las libertades públicas. La Asamblea Radical de La Serena apoyó ese movimiento que pretendía restaurar el régimen civil.

Gabriel se mostraba cada vez más involucrado en la delicada situación política del país y yo me se sentía cada vez más encerrada y lejana a los acontecimientos que lo hacían vibrar.

Pensé en lo que me había dicho sobre el anhelo de su madre de que llegara a la presidencia y sentí un escalofrío.

Ese año me aboqué más que nunca a los estudios, ya se acercaba mi meta de obtener el bachillerato. A fin de año finalmente Gabriel me avisó que viajaría a Santiago. Se acercaba mi primer examen que, para peor, era el de matemáticas, y no lograba concentrarme. Los números bailaban sin conexión alguna y solo pensaba en él, en qué iba a sentir cuando lo viera.

Cuando apareció en la casa y vi su sonrisa, me di cuenta cuánto lo había echado de menos. Me abrazó y me propuso que nos casáramos apenas yo terminara el colegio. Me pidió que hablara con mi padre y le diera una respuesta.

Aunque nada me alegraba más que la perspectiva de casarme, no tenía el valor de encarar a mi padre…

La melancolía me duró poco. Un día llegó de visita la tía Teresa, prima de mi madre y me invitó a pasar el fin de semana al fundo de su amigo Roberto Castillo en Melipilla. Dio la casualidad que varios invitados habían estado en La Serena y conocían a Gabriel. Yo me sentía ansiosa porque me hablaban de él y quería saber más. En la noche, antes de acostarme, alguien comentó que habían solicitado un recurso de amparo en favor de Gabriel. ¿Cómo? ¿Qué le habían hecho? ¿Por qué iban a tomarlo preso?

Nadie sabía nada más. Cuando volví a Santiago me encontré con la carta de Gabriel en la que contaba lo que le había sucedido. Me costó descifrar la letra, se notaba que la mano le temblaba al escribir. Decía que enfrentaba una delicada situación debido a sus ataques al nuevo gobierno militar, porque él consideraba que ellos habían traicionado la voluntad del pueblo…

El ministro de Guerra ordenó al comandante del regimiento Arica de La Serena que Gabriel fuera detenido y puesto a disposición de la Justicia Militar.

Cuando lo detuvieron convenció al prefecto de carabineros de que fueran a pie hasta la prefectura. En el momento en que atravesaban la Plaza de Armas, huyó y se refugió en el Club Social de La Serena. Dentro del club, fue amparado inmediatamente por su presidente, Enrique Vergara, y asesorado por él redactó un recurso de amparo a la Corte de Apelaciones, para que se le dejara en libertad. La orden de detención provocó gran revuelo y una multitud pasó por el club para exteriorizar su solidaridad y se organizaron guardias de jóvenes para evitar la entrada de la fuerza pública. Al día siguiente obtuvo la libertad por decisión unánime de la corte.

La detención, fuga, asilo en el club y el amparo de los Tribunales de Justicia colocaron a Gabriel en el primer plano. Cuando terminé de leer la carta me sentí totalmente ajena a este mundo de traiciones y amenazas, e intentaba comprender qué pensaría él en ese momento… Me armé de valor y decidí que era hora de encarar a mi padre. Quería vivir junto al hombre que amaba. Le escribí de inmediato a Gabriel.

Mi maridito adorado

No tengo palabras para explicarte lo que he sentido al llegar a mi casa y leer tus cartas y diarios. Qué satisfacción al comprender tu proceder y con qué ardor te he amado cuando con tus nobles ideas e inteligencia logras hacer triunfar tus ideales, víctima del atropello. Cada día me siento más orgullosa de ti. Mientras tú te colmas de triunfos yo estoy lejos, ignorante de todo. Si no fuera por las molestias que has tenido que pasar, me alegraría muchísimo de tus aventuras porque ellas te hacen muy querido de todos y demuestran lo que vales. Por eso te quiero, por tu honradez, tu nobleza, tu dignidad, tu inteligencia y buenos sentimientos.

Mi lindo, usted me dice que sufre mucho con la incertidumbre de nuestro matrimonio, ya te he dicho que si pudiera hacer mi voluntad estaríamos casados. A veces pienso que hacemos una gran lesera de ser tan obedientes a costa de muchos sufrimientos en algo que solo los dos debemos mandar.

Me subleva que digan que pertenezco a mis padres, cuando todo debería ser libre y pertenecer solo al que se desea.

Ahora me voy a soñar mucho contigo, pasaré una noche feliz. Haré todo lo posible para que nos casemos pronto.

Te admira mucho.

Miti

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