Hacer cómics es un trabajo agotador; duermes muy pocas horas y hay que cumplir con plazos estresantes. Tengo muchos amigos que se han enfermado, otros han muerto”.

“Soy del partido del desencanto”, asegura Félix Vega, zanjando de golpe su postura política. Pluma y cerebro de obras gráficas de alcance internacional, ha sido por Juan Buscamares (1996), su obra más famosa y traducida a siete idiomas, publicada en lugares como Francia, Japón, España y Alemania, que este artista basa buena parte de su prestigio, el que hoy lo tiene percibiendo sus mejores ventas desde su lanzamiento hace 23 años.

“Es agridulce. Porque la gente joven lo entendió mucho mejor que los de mi generación; estos cabros ni siquiera nacían cuando el libro se publicó y lo comprenden al toque. Más que una mirada pesimista, están avizorando las problemáticas del calentamiento global y piensan en qué planeta irán a recibir las futuras generaciones”, explica sobre lo que bien podría ser una trágica profecía, al retratar un futuro marcado por la sequía global y cruentas guerras por el control hídrico planetario.

De ahí el desencanto político de Vega como también algunas frases rotundas, como que los partidos son “puras utopías”, o que califique al actual sistema económico de “suicida”, dado el alto costo medioambiental que ha significado para la humanidad. Tras un largo suspiro confiesa: “Por suerte no tuve hijos”.

—Así de golpe, suena fuerte.

—Al contrario. Además, tener hijos es profundamente antiecológico, generan los llamados gases de invernadero, igual que las vacas.

No ser padre, un regalo

Imposible saber si detrás de esa mirada grave Félix Vega está ironizando o habla en serio. Lo que sí queda claro es que a sus 47 años no se lamenta.

“Fue una decisión muy bien pensada. Jamás me he arrepentido. Con mi mujer (la diseñadora y escultora Mónica Gutiérrez) lo vemos como un regalo. Hay personas que nos dicen: “A estas alturas tu hijo podría tener 20 años”. Con Mónica nos reímos, porque para nosotros nunca ha sido tema; los niños nunca nos han hecho falta; imagínate, que haríamos con un cabro que escucha reguetón todo el día, una música que promueve el modelo del narcotráfico, las armas y el sexismo. Esta sociedad debiera reflexionar respecto de lo que les damos a nuestros jóvenes”.

—¿Hubo alguna razón concreta que te llevó a clausurar la paternidad?

—Fue por la precariedad de este trabajo. Cuando quieres hacer tus propias obras y subsistir económicamente de eso, lo que involucra necesariamente internacionalizarte, no puedes arrastrar a tus hijos a la aventura de estar migrando y viviendo vicisitudes. Así que tuve que renunciar a algunas cosas. Con mi mujer cambiamos a los hijos por los gatos. Trabajamos juntos. Sin ella no sé cómo lo haría. Puedo decir que soy de los pocos que pueden vivir de su arte, aunque con mucha austeridad. Pero, más allá de lo que se cree, es un trabajo agotador; duermes muy pocas horas y hay que cumplir con plazos estresantes. Tengo muchos amigos en Francia y España que se han enfermado, otros han muerto. Ser dibujante de cómics es una profesión de alto riesgo.

—No es tu caso, pero los que se dedican al humor ideológico sufren de amenazas y ponen en riesgo su vida, como sucedió los artistas de la revista Charlie Hebdo, asesinados por reírse de Mahoma.

—El humor gráfico es muy poderoso, es un arma que los totalitarismos temen. Como dice Christiano (conocido dibujante chileno), el humorista gráfico es un bufón sin rey: no sirve a ningún poderoso y, por lo mismo, resulta perturbador porque ataca al poder y a las instituciones. Esto en oposición al humor rancio, que usa como material a los débiles, como lo hace Dino Gordillo con la suegra, el gangoso, el tartamudo, el lisiado, el homosexual.

Hijo del dibujante chileno Oskar Vega, célebre como uno de los creadores de Mampato y quien tardíamente fue reconocido como un genio de la acuarela, fue por su padre que Félix se negó a tener hijos. “Él era un genio; su sueño era proyectarse internacionalmente, pero tuvo que mantener a su familia. Siempre decía que yo había conseguido cumplir sus propios anhelos. Recién de viejo logró ser reconocido en el exterior; estaba vendiendo para coleccionistas en el extranjero cuando murió, en el peak de su carrera, por culpa de un cáncer. Fue muy injusto”, dice sobre este hombre a quien consideraba su “amigo, maestro y partner”.

“Estudiaba y trabajaba con él en su taller; hacíamos cómics por encargo, ilustraciones de publicidad, o me ayudaba con el color cuando estaba con los primeros capítulos de Juan Buscamares. Cuando con mi mujer nos fuimos a vivir a Barcelona, para desde ahí trabajar para distintas partes de Europa, lo echaba de menos. Pero la experiencia nos sirvió para encontrar nuestra propia identidad”.

Félix Vega aprendió a caminar con un lápiz en la mano, marcando las paredes de distintos colores, siempre en un mundo entre la realidad y la ficción. “Podía quedarme mirando fijo un punto y observar a lo lejos cómo luchaban los dinosaurios. Para mí Jurassic Park fue una decepción: la película no era mala, pero en mi imaginación eran mucho mejores”.

Con dos padres artistas (su mamá, Ana Encina, pintaba al óleo), la realidad económica familiar era estrecha.

“No tengo traumas ni nada por el estilo, pero no podía pedir juguetes. A principios de los 1980 estaba de moda Star Wars, pero las figuritas eran un lujo; entonces empecé a hacérmelos yo: confeccioné todos los personajes, las naves y hasta unos dioramas con los distintos escenarios. Como amaba el cine, mi sueño era tener una cámara; para juntar plata participaba en distintos concursos y conseguía premios”.

Fue así que se ganó el apodo de “Niño dinosaurio”. “Don Francisco me puso así”, cuenta sobre su participación en un concurso de conocimiento en Sábados Gigantes y donde se llevó el primer lugar al desplegar todo lo que sabía sobre estos seres prehistóricos. “Yo era bajito, flacuchento y en el colegio me hicieron bullying; hasta hubo algún profesor por ahí que se burló de mí”. Sonríe con una mueca perversa: “Pero a los matones los hacía llorar con unas especies de instalaciones que exhibía en el patio del colegio y donde resaltaba todos sus defectos. Nunca más se atrevieron a molestarme y yo descubrí el poder de las caricaturas”.

Así, tras su fascinación por los gigantes jurásicos, les siguieron otras criaturas fantásticas y luego los monstruos. Hoy dice que el foco de su atención son los “monstruos reales”. “¿Qué puede haber en la mente de un monstruo político como Pinochet?”, apunta sobre el cómic que lanzará el próximo año en Chile y España a través de Planeta Comic y lo trabaja a toda máquina con el escritor y periodista Francisco Ortega, a cargo del proceso de investigación.

“No se trata de un trabajo humorístico —aclara—, sino de una obra libre, de exploración artística, porque el cómic es un género fantástico. Para mí, Pinochet es Macbeth. Un personaje que le habría fascinado a Orson Welles: un tipo oscuro, que no era feo pero con una voz desagradable; ni muy tonto ni muy inteligente, que quiso ser intelectual y masón, pero no lo logró, que tenía una serie de frustraciones e incluso su propia lady Macbeth (…). Investigar a un personaje histórico desde su infancia, mostrar al ser humano, al niño de 4 años que casi le amputan una pierna, vistiendo el uniforme con la capa y la gorra, una que por cierto era más alta que el resto de los generales. Mostrar quién era este personaje, uno de los más importantes del siglo XX, que siempre está en los primeros lugares de las listas de programas como History Channel, junto con Stalin, Hitler o Franco, cuando en Latinoamérica hubo dictadores mucho más sanguinarios. Es un personaje muy atractivo, un ícono pop. Tiene un carisma que lo sustenta como un personaje histórico”.

—Obvio que va a sacar roncha en todo el espectro político.

—Uno de los efectos que trajo a nivel mundial la corrección política que instalaron los Demócratas en EEUU y el progresismo en general fue la reacción de la ultraderecha y una especie de salida del clóset, mostrándose orgullosa de sus ideas y de sus héroes. A lo mejor a ellos no les guste el libro, puede que se sientan ofendidos.

—También la izquierda.

—Se van a enojar todos. Probablemente sea una consecuencia un poco triste pero inevitable. Por sesgo cognitivo, la mayoría de las personas sentirán que se transgreden sus creencias preconcebidas e inamovibles dentro de su cabeza, pero no hay ningún ánimo provocador en este trabajo.

—También podría suceder que se convierta en un objeto de culto para la ultraderecha pinochetista.

—Sería terrible. Pasó con The Wall, de Pink Floyd, que era un mensaje antifascista, abordado desde la ironía, pero hubo mucha gente que lo entendió de forma literal. Entonces nos vamos a enfrentar a lectores de uno y otro lado con ideas preconcebidas y una gran literalidad. Súmale otro problema: hoy como sociedad estamos frente a un nuevo tipo de analfabetismo, uno que está muy expandido, porque hoy la mayoría de la gente sabe leer y escribir, pero no entienden; peor aún, malinterpretan y creen que hay algo en su contra, lo que genera una suerte de paranoia. Contra eso luchamos, pero no podemos autocensurarnos. Menos yo, si no, estamos jodidos. ¿No crees?

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