—¿Le gustaría ser rector de la Universidad Católica?

Juan Carlos de la Llera solo sonríe, incómodo. El ingeniero civil de 57 años, quien desde 2010 es decano de Ingeniería de esa casa de estudios, es pudoroso con los temas de poder.

A su haber tiene decenas de pergaminos: fue pionero en el desarrollo de tecnología antisísmica en Chile (por lo que ha sido premiado en nuestro país y el extranjero), lo han llamado a varias comisiones presidenciales, forma parte de organismos internacionales, es profesor honorario en University College London y su nombre ahora circula entre académicos de la UC como posible candidato a rector de esa casa de estudios.

Dice que no le gusta que le den todos los créditos, que los logros son producto de trabajo de equipo. Fue en 2003 cuando junto a Carl Lüders fundó —al alero de la UC— la empresa SIRVE, un verdadero think tank tecnológico en materia sísmica.

Su tecnología ha sido aplicada en la Torre Titanium, el edificio del Parque Araucano, la Clínica UC San Carlos de Apoquindo, el Hospital Militar y el Muelle Coronel. Todas, resistieron con éxito los 8,8 Richter del 27/F en 2010.

Y tras ese megaterremoto fue llamada para diseñar el arreglo del edificio Emerald, la torre de 19 pisos de Ñuñoa con forma de barco que sufrió una inclinación de 25 cm hacia el oriente. “Yo soy solo una pieza en todo esto. Nada de lo que uno logra en la vida lo hace solo. Fue un estudiante de esta escuela quien me permitió poner la tecnología en la Torre Titanium, y fue otro alumno al que se le ocurrió aislar sísmicamente un muelle”, dice.

En el mundo de la ATP

Descendiente de españoles, lleva 33 años como académico de la UC. Entró a ingeniería a esa casa de estudios en 1980 y a los 18 años debió elegir entre la pasión de su vida, el tenis, o seguir una carrera universitaria. “Jugaba profesionalmente, en torneos con puntos ATP. Me iba bien. En esa época la máxima categoría era escalafón y yo competía ahí. Mi entrenador fue Patricio Cornejo, gran amigo y padrino de confirmación además”, recuerda.

—Si te iba bien, ¿por qué lo dejaste?

—Era muy difícil compatibilizar el tenis y la universidad. Mi familia no tenía muchos recursos y yo no era capaz de sostenerme solo fuera de Chile jugando torneos. Recuerdo el minuto en que decidí, con el dolor de mi alma, colgar la raqueta. Estaba en el segundo semestre de la carrera, en Brasil, jugando un torneo. En la mañana competía y en la tarde estudiaba cálculo. Me estaba yendo bien en el torneo, así que tras la clasificación llamé por teléfono a mi papá para decirle que me iría a jugar a Europa.

—¿Y cuál fue la reacción?

—Mi papá solo escuchó y le pasó el teléfono a mi mamá. Ella no me dijo nada, solo sentí sollozos. Fue un momento complejo, de esos que te generan cambios muy profundos. Somos solo dos hermanos y siempre vi a mis padres trabajar demasiado para sobrevivir. El era inmigrante, tuvo que armarse de cero en Chile. Ese proceso me pesaba mucho, así que agarré mis cosas y regresé a Chile a seguir una carrera universitaria.

Partió jugando a los 4 años y, hasta los 18 años lo hacía 5 o 6 horas al día. “Aprendí disciplina, cómo manejar el miedo, me enseñó a vivir. Cuando entraba a la cancha iba muerto de susto... muchas veces te juegas el hotel o la comida de esos viajes. Y uno se enfrentaba a la incertidumbre de no conocer al rival, al riesgo de perder. Es bien estresante, pero te enseña a ser resiliente, a fallar y recuperarte rápido porque aunque quedes amargado y frustrado, al día siguiente viene otro partido.

—¿No te frustró tu retiro?

—Estuve frustrado como un año; realmente era un duelo. Era dejar algo que amaba profundamente por algo que iba a costar. Estudiar ingeniería era desafiante; no había ningún ingeniero en la familia.

Cuando terminó su doctorado de cuatro años y medio (en temas sísmicos) en la U. de California, fue a una clase de tenis de ese plantel para distraerse. Terminó como coach del equipo universitario. Después se inscribió —junto al profesor de tenis de Berkeley— en un torneo en San Francisco. Todo bien hasta el día previo al partido en que no se pudo mover por un problema lumbar. “Perdí por walkover. Ahí me di cuenta que ya no era mi momento. Sigo jugando, con mis hijos, pero no me atrae competir. Ahora es por disfrute”, dice.

“Yo no siempre fui así”

Siendo decano impulsó, en 2011, de manera piloto un programa para que alumnos talentosos de colegios sin grandes puntajes PSU entraran a la facultad. Hoy “Talento e Inclusión” se aplica en toda la universidad como un programa regular. También encabezó una reforma curricular que permite a los estudiantes al cuarto año seguir estudios en el extranjero sin titularse. Y ahora persigue cambiar la tradicional cultura competitiva universitaria por un ambiente colaborativo, de mejor trato y cuidado conjunto al que llamó «CARE».

—Me gusta el cambio, desafiar los sistemas para crear valor. No sé si está bien o mal, pero creo necesario la movilidad.

—El cambio siempre es un riesgo.

—Pero hay que atreverse; una de las cosas importantes en la vida es arriesgarse. Fallar está muy castigado, sobre todo en Chile, pero es una fuente de aprendizaje increíble. El ciclo de fallar y reflexionar por qué fallaste es fundamental. Es la esencia del emprendimiento. Te lo van a sacar en cara y te lo van a enrostrar, pero hay que levantarse y seguir.

—Estás en tu tercer período de decano de una de las facultades más poderosas de la UC. ¿Repetir no aburre?

—Repetir la persona, pero no el proyecto. La clave es ofrecer un proyecto distinto. Mi primer período de decano fue muy fértil en ideas: cambio curricular, traer investigación al pregrado, mucha innovación y emprendimiento, muchos proyectos, quizás demasiados. Tal vez tuve un exceso de entusiasmo en ese período para empujar con mucha fuerza esas ideas, pero no sabía ser decano... estaba aprendiendo. El segundo período fue de consolidación, implementar esas ideas para calar más profundo.

—¿Y ahora?

—Desarrollar una nueva cultura en la facultad, un código de trato cuidadoso en las relaciones humanas ligado al compromiso por el país. Lo llamé «CARE» porque no existía en español una palabra que agrupe ambas dimensiones. Cuidarnos como personas dentro de esta organización y comprometernos en las preocupaciones del país me parece un proyecto suficientemente potente.

—¿Cómo se traduce?

—En detalles, palabras, gestos, en escuchar al otro. En cosas mucho más simples y profundas que las formalidades de los reglamentos o protocolos. En que la gente se conecte de manera respetuosa, pero sin miedo a decir lo que piensa. Y en todo eso es fundamental mostrar la vulnerabilidad, que uno no necesariamente tiene la razón; lo que no quita que uno debata, discuta y plantee sus puntos. Esto de ser frágil y fallar, abre oportunidades increíbles de colaboración. En eso yo mismo he aprendido mucho. ¿Cuesta? Claro que cuesta, porque hoy todo es transacción y eso es algo que necesitamos cambiar. A todo nivel.

—Suena muy a contracorriente escucharlo del decano de una disciplina tan competitiva, quien además es descrito por algunos de sus pares como «un hombre brillante, pero avasallador».

—Primero, la academia tiende a sobrevalorar eso de la brillantez. Y quiero ser muy consecuente: yo no siempre fui así. Yo también fui quien pensaba que había que lograrlo todo. No sé si era inmadurez, pero es un proceso que ha ido evolucionando. Es cierto que ambicionaba estándares y éxito... pero hoy estoy tan profundamente convencido de que eso es equivocado, que lo voy a defender hasta el final. Las cegueras que produce el éxito son muy difíciles de ver.

Recuerdo una reunión en el verano, en que me reuní con los profesores de la escuela y les presenté por primera vez mi reflexión sobre lo que yo creía que le faltaba a nuestra escuela. De frentón les dije que le faltaba «CARE», y mostré ejemplos en la interacción con nuestros estudiantes que he escuchado, he visto e incluso yo mismo hice, porque me equivoqué en la forma en que yo veía todo esto. Les conté esta idea con un pudor terrible, pensando que me iban a triturar. Sentí un miedo salvaje porque me expuse a la rigurosidad científica que caracteriza al ingeniero, a esta avalancha de la visión exitosa.

—¿Y cuál fue el resultado?

—Está siendo. Va a tardar, pero avanzamos. Hemos logrado una mayor sensibilidad para identificar dónde no hay «CARE», llámese abuso de autoridad, trato injusto o comentario despectivo, porque esas cosas ocurren y hay que reconocer que pasan para cambiarlas.

—¿Alguna experiencia personal que te gatillara este cambio?

—Sí. Cuando fui a la despedida de quien había sido mi advisor, mi director de tesis doctoral en Berkeley, me di cuenta escribiendo un libro sobre él, que en esa querida escuela extranjera, reconocida entre las 10 mejores del mundo en ingeniería y la mejor en su minuto en temas sísmicos, no había «CARE». Cuando tenían que agradecerle a un académico que había dedicado 50 años de su vida a ese plantel, no había ningún cuidado. Empecé a ver los codazos y patadas entre todos con ese afán de éxito para hacerse su espacio. Y vi que eso era lo que no quería para esta facultad, que lo que necesitamos es crear valor desde la interacción humana y olvidarse de tanto reconocimiento individual para destacar el trabajo de equipo. Y lo otro que me marcó fue ver muy de cerca alumnos que les cuesta, que les cuesta mucho, pero que a punta de esfuerzo y trabajo avanzan en sacar su carrera. ¡Eso vale demasiado! Vale mucho más que lo que hace ese estudiante que tiene un don y resuelve una prueba sin haber estudiado mucho. Porque ese estudiante al que le cuesta ha tenido que recorrer un camino arduo y trabajoso que el otro ni siquiera imagina.

—Hablas de fallar, pero tu currículum habla de éxito tras éxito…

—¡No! O sea, tuve el peor de todos los fracasos: dejé el tenis profesional, mi pasión, mi vida.

—¿No fue una opción?

—No, fue un fracaso, porque no fui capaz de manejarlo adecuadamente. También fracasé cuando volví de Estados Unidos (1995) y traté de impulsar el vínculo de la universidad con la industria. Presenté un proyecto Fondef que dio origen a esto de los aisladores sísmicos y la tecnología que desarrollamos con la universidad, pero antes había fallado en tres ideas incubadas dentro de la universidad para lograr exactamente lo mismo. ¡Pero mal! Había pedido a colegas míos que me acompañaran a buscar este emprendimiento y cero posibilidad. Incluso en ese proceso de crear la capacidad de aislamiento y disipación sísmica, fue pura falla. Donde preguntaban qué proyecto venía en Chile, ahí iba yo a hablar: “Prueben esto, prueben esta tecnología…” pero me decían «cómo voy a probar tecnología en esta estructura que vale US$ 150 millones si tú no te has validado con nadie. A lo más, tienes un laboratorio en la universidad». Fueron diez años de portazos. Y también fallé en no haberme dado cuenta antes de que las dinámicas humanas eran tanto o más importantes que las condiciones habilitantes que con muchas ganas he empujado en la facultad.

—Tu nombre aparece como posible candidato a rector.

—Hay que dejar que el comité de búsqueda (que aún no se forma) explore con completa libertad. Todos, desde el rector Ignacio Sánchez para abajo, queremos lo mejor para la UC.

—Entonces estás disponible.

—Si nace de la comunidad, obviamente disponible, como cualquier académico del plantel.

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