Hoy Hans Gildemeister (63) da sus tiros en EE.UU. Hace casi diez años vive en Tampa (Florida) con su mujer y, esta mañana de julio, el “biónico”, como fue apodado, sigue luciendo su destreza tenística. Bajo un calor húmedo imparte técnicas a jóvenes alumnos de su academia “Hans Gildemeister Tennis Center”. También imparte clases a figuras emergentes como la tenista mexicana Renata Zarazúa y la chilena Alexa Guarachi. “Ganar no es todo, pero deben luchar cada pelota”, les dice.

El extenista con más victorias de dobles en la historia del equipo chileno de Copa Davis es entrenador en su academia con sedes en Tampa y Clearwater, donde hombres y mujeres entre 12 y 18 años llegan para aprender tenis y optar a una beca deportiva en alguna universidad estadounidense. “En los últimos cuatro años hemos logrado que 30 jóvenes ingresen a universidades de acá”, cuenta.

Su casa, ubicada en el condominio Tampa Palms Country Club, está decorada con fotos de sus cinco hijas (Margarita (40), Natalia (38), Josefina (34), Camila (31) y Catalina (27) y sus once nietos (entre uno y 18 años). Gildemeister vive en “la típica casa gringa” con un family room con capacidad para alojar a ocho alumnos. “Tenemos un jardín con una parrilla y comemos también platos chilenos. Mi hermana el otro día me trajo empanadas de la Rosa Chica y locos”, comenta.

Hans, quien durante sus quince años de carrera ganó 27 títulos en el circuito mundial de ATP, declara estar pasando momentos “desafiantes”. En alianza con una compañía deportiva, en un par de meses sacará al mercado chileno e internacional una cuerda de raqueta con su nombre. “La carátula de la caja tendrá mi foto levantando el premio del torneo Conde de Godó de 1979. En esa final del abierto de Barcelona obtuve mi primer título del circuito ATP”, dice.

Al mismo tiempo, hace un par de meses comenzó a escribir su primera biografía oficial. Ya cuenta con financistas y está coordinando los detalles periodísticos de la edición. “Llevo escribiendo varios capítulos de mi historia por las canchas mundiales. Todos los días recuerdo algo nuevo”, relata.

—¿Por qué quisiste escribir un libro?

—La historia ya está: Chile tuvo a Ríos como número uno en singles y yo fui el número uno en dobles. Un amigo que trabaja conmigo en la academia me convenció de que dejara un legado a los niños que no me vieron jugar. Además, servirá para que mis nietos y bisnietos conozcan mis logros y hazañas.

Hace más de diez años Hans apadrina una escuela de tenis en Catapilco (comuna de Zapallar) y todas las utilidades de su publicación irán a este establecimiento. Eligió esta zona porque desde los trece años “es parte de la cultura zapallarina”. “Cuando empezó Zapallar en los años 40 regalaban sitios a chilenos y alemanes para que en dos años construyeran; por eso mis padres se quedaron allá”, afirma.

—Al poco tiempo se volvió un balneario exclusivo.

—Pero nosotros no éramos de la aristocracia, ni nada. A mi papá le gustaba ir porque había muchos alemanes. También alojábamos en el Gran Hotel Zapallar y entrenábamos con mi hermano en el club de tenis. Hasta hoy voy todos los veranos con mi familia.

—¿Piensas regresar algún día a Chile?

—Mi proyecto era estar tres años y me fui quedando. Aquí no hay esmog ni tráfico, a veces me cuesta imaginarme en Santiago. Me quedan un par de años más, aunque hay interesados en que arme una academia de tenis en Santiago. Seguiría con las dos escuelas que tengo en Estados Unidos; estaría seis meses allá y seis acá.

“Mi señora se quiso tirar del avión”

Gildemeister nació en Lima y fue inscrito como Juan Pedro, pues en ese país esos años no se podían poner nombres extranjeros. Sus padres eran alemanes y cuando tenía dos años se vinieron a Chile. Su papá tenía una imprenta y su madre fue profesora de alemán. El matrimonio eligió vivir con sus cinco hijos (Hans es el cuarto) en la calle Sánchez Fontecilla, a cincuenta metros de la puerta principal del State Francais. “En el club aprendí a jugar tenis, estaba todo el día, era mi primera casa”, recuerda.

A los cuatro años el “Biónico” tomó por primera vez una raqueta: era de su hermano mayor Federico. “Como estaba hecha de madera, era muy pesada y empecé jugando a dos manos. Nací con la raqueta debajo del brazo. Nadie me enseñó tenis, fui autodidacta. Cuando no tenía con quién jugar iba al frontón, pasaba horas peloteando”.

—¿Qué tienes de alemán?

—Soy cien por ciento alemán. Aprendí de mis padres la rectitud, los horarios y ser disciplinado. Eso me ayudó mucho en el tenis. Entiendo todo en el idioma. En mi casa se hablaba en alemán, pero como no me gustaba mucho les contestaba a mis papás en español. No sé si lo hacía por rebelde o jodido, era bien introvertido. Hacía la cimarra para irme a jugar tenis; mis amigos la hacían para irse al Coppelia.

A los 17 años el ex capitán de Copa Davis había ganado cinco torneos Orange Bowl, el más importante de la época a nivel mundial en menores de catorce años. Debido a su carrera ascendente mientras estaba en cuarto medio del Verbo Divino le ofrecieron una beca en la University of Southern California de Los Angeles. Allá, entre 1973 y 1976, tomó cursos de administración de empresas, pero no se recibió. En el intertanto (1975), con solo 19 años clasificó al US Open. “Me picó el bichito y decidí dedicarme profesionalmente al tenis para siempre”, relata.

—En esa época también conociste a tu mujer, Margarita Domínguez.

—Sí, durante unas vacaciones de la universidad gringa viajé a Chile. Fue en su fiesta de cumpleaños de 16 años. Pololeamos tres años por carta y nos casamos cuando ella tuvo 18 y yo 21. Tuvimos que pedirle permiso a su papá, porque la mayoría de edad era a los 21.

—Y comenzaron a viajar juntos a torneos mundiales con hijas pequeñas. ¿Cómo recuerdas eso?

—Fue difícil. A fines de los setenta estábamos en un vuelo de París a Nueva York con mi señora y Margarita de nueve meses, la mayor. Iba a un torneo en Houston. Pero en pleno vuelo mi niñita empezó con una fiebre altísima. Se puso con los ojos blancos y perdió la conciencia. Fueron segundos de mucho drama. Mi señora quería abrir la puerta del avión para tirarse, estaba destrozada, porque pensaba que su guagua se había muerto. Me la pasó a mí y estaba dura como una piedra. También pensé que se había muerto. Fueron los 30 segundos más largos de mi vida. Traté de convencer al piloto que aterrizara, pero arriba del mar era imposible. Gritábamos pidiendo ayuda y de repente un gitano dijo: “Pónganle hielo” y la Margarita volvió en sí. Finalmente fue una fuerte infección estomacal.

“A Vilas le molestaba mi juego”

Hace cuarenta años Gildemeister, quien jugó once años en Roland Garros y fue capitán de Copa Davis por ocho años, destacaba en los circuitos por su estilo. Con el pelo largo y cintillo rompía cánones. “No lo usaba de taquilla, era para que no me tapara los ojos; me cargaban los gorros”, comenta.

Además, su particular estilo de tomar la raqueta a dos manos, tanto al revés como al derecho, causaban ovación en las tribunas. “Mi golpe favorito era el drop shot, que terminaba muy cerca de la red; era un tiro muy difícil, casi perfecto”, dice.

—En 1978 venciste a Guillermo Vilas en Copa Davis contra Argentina. Tras eso te bautizaron el “Biónico”.

—Fue inolvidable. Él era mucho mejor que yo, estaba número dos del mundo y yo cuarenta; pero estaba convencido de que podía derrotarlo. Debía ganarle el primer set, que era clave, porque con Vilas los partidos eran muy largos. A él le molestaba mi juego, porque lo traía a la red; decía que ninguno de mis tiros eran gratuitos.

—También se recuerda cuando jugaste en 1986 tu última Copa Davis en el Estadio Nacional. El público te pidió dar una vuelta olímpica tras perder en cuatro sets ante el argentino Martín Jaite.

—Esa vuelta me marcó muchísimo, es lo más emocionante que he vivido tenísticamente. La gente sabía que cuando yo entraba a la cancha correría mucho rato. Movía mucho a los jugadores rivales, era un luchador.

—¿De dónde viene esa fuerza?

—Mi garra viene de niño, de no querer perder, fui muy competitivo. Cuando chico siempre jugaba con mi hermano mayor a ganar, hasta cuando tirábamos las bolitas. Hoy solo me interesa enseñar lo que aprendí a nuevas generaciones.

“Siempre traté de dar la cara”

Gildemeister llegó a EE.UU. en 2010 con una historia de éxitos y un sonado traspié, luego del terremoto de ese año. En esa época el ex tenista era dueño con otros socios del gimnasio “One Sport La Dehesa”, que cerró sus puertas, pues el siniestro lo dejó inutilizable. “El día del terremoto yo estaba en Coquimbo en la Copa Davis. Al día siguiente me avisaron que el gimnasio se había venido abajo y que todas las máquinas se destruyeron. Había que responderles a los socios y el gerente no había renovado los seguros; fue una pérdida muy grande”, recuerda.

—Algunos dijeron que te fuiste a Estados Unidos “arrancando” de ese episodio.

—Nunca arranqué de Chile, siempre traté de dar la cara a los socios. Después, en septiembre de 2010 renuncié a la Copa Davis y tuve la opción de quedarme en Estados Unidos y me vine con mi mujer y dos hijas a Tampa. Había obtenido una visa de trabajo, la O-1, que solo se la dan a personas con habilidades extraordinarias en áreas como ciencias, arte, educación o deporte. Además, me habían ofrecido armar una academia de tenis, que era mi sueño.

—¿Te arrepientes de haber entrado en ese negocio?

—Sí, lo mío definitivamente es el tenis. No sabía mucho del tema de los gimnasios y me convencieron de invertir. Pero después de diez años ya di vuelta la página.

—Y si volvieras atrás, ¿lamentas haber sido parte de la campaña del Sí y participar del acto de Chacarillas en 1977, donde se le rindió homenaje a Pinochet?

—Tenía 20 años, iban varios amigos a Chacarillas y acepté. En esa época se sabía poco lo que estaba pasando, pero después de todo lo conocido me sentí utilizado. Pero no temo haber quedado estigmatizado por haber participado de la campaña del Sí. En esa época la mitad de Chile era de un lado y la otra mitad, del otro.

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