Vamos a la casa de la Ivonne Santa María Phillips”. Eso le decía el empresario turístico Eugenio Cox a su familia cuando salía de noche, a mediados de los ochenta. Era el código que él y todos sus amigos usaban para ir a bailar sin que los cuestionaran. “Un día mi mamá me preguntó quién era esta Ivonne, porque los apellidos le sonaban mucho”, cuenta Cox riéndose a carcajadas. Porque aunque Ivonne era una persona real, no era exactamente una amiga, ni tampoco la veían en su casa.

El destino de Cox y sus amigos en realidad era una casona que pasaba desapercibida en plena avenida Santa María, a pocos metros del Puente del Arzobispo. Ahí, tras una reja y un gran portón estaba, y está hasta el día de hoy, Fausto: la primera discoteque que se instaló en el barrio alto santiaguino, y que en su primera década se mantuvo como el secreto mejor guardado del mundo gay.

“La Ivonne era la cajera y todos la conocían. Estuvo ahí por muchos años y decir que íbamos a su casa era la forma que teníamos para despistar, porque en ese tiempo uno no decía que era gay, nadie sabía, todo era oculto. Y se volvió nuestro lugar. Íbamos viernes y sábados, todo el rato. Con toque de queda y todo. Incluso, muchas veces nos quedábamos adentro y salíamos al día siguiente, cuando ya estaba la feria de Santa María puesta”.

Fausto abrió sus puertas en 1979 y aunque rápidamente se corrió el boca a boca de su existencia, pocos sabían su ubicación exacta. Nunca hubo un cartel ni una luz que lo delatara, apenas una alfombra roja; la única pista de que se había llegado al lugar donde se bailaban los hits de Madonna o Cher y había espectáculos de transformistas al más puro estilo del bim bam bum: con un despliegue de plumas, brillos y lentejuelas.

Casi cuarenta años más tarde —en agosto se cumplen las cuatro décadas exactas desde que Fausto abrió sus puertas—, la ausencia de cartel y luces se mantiene. Su dueño, el mismo que dio vida y forma a este lugar, sigue al frente de las decisiones más importantes, y aunque han tenido que adaptarse a los tiempos, sus pistas de baile siguen llenas de miércoles a domingo.

“El Fausto tiene algo increíble, ha sido testigo silencioso de los cambios de nuestro país. De los grandes cambios: políticos, sociales y religiosos. Y a pesar de ellos, nunca ha sucumbido a nada. Ha sido un espectador interesante, un testigo inamovible”, dice Franklin Sepúlveda (48, audiovisualista), primero cliente fiel e histórico del lugar, más tarde amigo de los dueños y, actualmente, relacionador público de Fausto.

Clandestina libertad

“Fausto parte con una historia de amor”, dice Marco Antonio Insunza, socio del fundador y mente maestra detrás de todos los espectáculos que se hacen en la discoteque, en conjunto con el administrador, Álvaro, y la transformista y anfitriona, Maureen Junott. “En esa época, Javier y su pareja se juntaban con sus amigos en un bar en Suecia. Cuando los socios de ese local cambiaron, uno de ellos, que tenía a sus hijos en un colegio de curas, tomó la decisión de sacar a los gay de ahí y no recibirlos más. Estamos hablando del año 77. Entonces, Javier, que había viajado y conocido otras ciudades del mundo, decidió abrir un espacio, inspirado en clubes de moda, como el Studio 54, en Nueva York, donde pudieran juntarse a pasarlo bien libremente y sin que nadie los juzgara”, cuenta Marco, que entró por primera vez a Fausto el 85 y que en los últimos años lidera el club mientras Javier lo apoya en la decisiones más importantes y los visita para ocasiones especiales.

Sepúlveda, que frecuentaba el club a fines de los ochenta, dice que recuerda a Fausto como un verdadero palacio. Hasta el día de hoy reluce el mármol de sus muros, y, tal como en la Capilla Sixtina, en el cielo de la escalera principal figura una reproducción de “La creación de Adán”, de Miguel Ángel. “En esos años no veías algo así en ninguna parte. Y por lo mismo, no cualquiera entraba. Te tenías que vestir para la ocasión, ninguna posibilidad de ir como lo hacen ahora, de short y zapatillas. ¡Imposible, mi amor! El olor a perfume, las vestimentas. Era una cuestión inalcanzable. Ahí te juntabas con intelectuales, con la socialité santiaguina. Todos los que tienen apellidos de calle: los Matte, los Irarrázaval. ¡Era magia! Alicia en el país de las maravillas”.

Maureen recuerda esos años de la misma manera, y agrega la excepcional sensación de pertenencia que era tan difícil encontrar. “En esa época, si eras gay en Santiago, no podías no haber pisado el Fausto. Y cuando entrabas, empezabas a encontrarte con pares, después de años pensando que eras el único en el mundo. Porque la homosexualidad era completamente tabú. Nadie hablaba de eso, no lo hablabas con tus papás ni tus amigos, creías que nadie más sentía estas cosas raras, que estabas enfermo. Cuando llegabas a Fausto no lo podías creer, era como un alivio”, dice Maureen y suspira.

Chile estaba en plena dictadura, y entonces la homosexualidad era constitutiva del delito de sodomía. Una ley que se mantuvo hasta 1999, nueve años después del retorno a la democracia. “Recuerdo perfectamente cuando entraban los Carabineros, prendían las luces y nos hacían control de identidad a todos”, dice Daniel Delgadillo (47), que visitó el club por primera vez en 1986. “Eso te mataba la noche, porque obviamente daba miedo. Una vez nos sacaron a todos de la disco y a muchos los tiraron al suelo en la avenida Santa María. Después, los subieron a una micro y se los llevaron. Los que quedamos ahí pensamos lo peor. Al poco rato, la micro volvió y los dejó a todos en la esquina. Querían asustarnos”, agrega.

Por lo mismo, había reglas que en Fausto no se transaban. “Yo llegué a trabajar al local después, pero acá siempre se preocuparon de proteger a los clientes, y lo seguimos haciendo. No se podía entrar con cámara de fotos, por ejemplo, y si alguien lo hacía, le quitaban el rollo”, cuenta Marco Antonio. “Recuerdo que llegaba gente con un bolso y recién ahí, en la custodia, se podían poner el aro, los anillos, las joyas. En el fondo, las restricciones tenían ese sentido. Porque este lugar había que cuidarlo para que siguiera ahí”, agrega Maureen.

A pesar de estos resguardos, para Eugenio Cox la sensación era que más allá de los controles de identidad o ciertos sustos, no iba a ocurrir nada. “Había una adrenalina en eso de tener que darse vueltas a la cuadra esperando que no pasaran autos para cruzar la calle, o de esperar la luz roja en el Puente del Arzobispo para plantar la carrera hacia adentro. Y una vez ahí, ya era otra la historia. Javier era un tipo 10 puntos, qué gallo más decente y caballero, y te hacía sentir en casa”, explica. “Uno vuelve ahora, y escuchas la misma música en la pista, con esos espejos que cubren el muro del suelo al cielo. Es como estar bailando ahí por primera vez, que en mi caso fue con Pablo Simonetti, que después de esa noche fue mi pareja por 16 años”.

Un equipo, una familia

“Es mejor, no provocar / Mala sombra ha vuelto a la ciudad / Quítate de su camino /No lleves flores a tu funeral / Todos lo reconocieron / Cuando apareció en el bar / Se quito el sombrero y dijo: ‘camarero, pon un doble largo de coñac'”. Corría 1989 y Maureen Junott llegó invitada por la animadora de ese entonces, Grace. Apareció en medio de la pista de baile, vestida de negro y lentejuelas, cantando “Malasombra”, el éxito del momento de Mocedades.

“Lo recuerdo perfectamente. Fue en la pista de baile de abajo, la única que había, cuando Fausto era chiquitito”, dice Maureen. No tan lejos, viéndola actuar, estaba Marco Antonio, que llegó a trabajar como cajero cuando apenas tenía cumplida la mayoría de edad. “A los tres años se fue el administrador y me ofrecieron el puesto. Igual intimidante, porque tenía poca experiencia, pero dije ‘bueno, veamos qué pasa'. Siempre pensé que sería por un tiempo, jamás esperé que cumpliría 30 años”.

Administrar era mucho más que solo hacerse cargo de la logística de Fausto, que abría de lunes a lunes. “Es un cargo de confianza porque también había que ocuparse de la seguridad y privacidad de los clientes, porque a Fausto no solo llegaba gente gay, también iban famosos, políticos, modelos, incluso artistas internacionales como Erasure o Gillete —la voz detrás de “Mr. Personality”—, y más adelante Paulina Rubio”, explica Maureen, que de visitas semanales pasó a ser parte del staff permanente y luego se convirtió en la gran anfitriona de la discoteque.

En paralelo a esto, Chile comenzó a cambiar. Primero llegó la democracia, que los hizo vivir una sensación de mayor libertad y luego se modificó la mayoría de edad, de 21 años a 18, lo que cambió por completo el público del lugar. “De repente nos vimos llenos de niños en la pista de baile, que igual era inédito y distinto”, dice Marco.

Lo que se mantuvo, al menos hasta mediados de esa década, fue la sensación de persecución de las transformistas. “Aunque había llegado la democracia, las leyes seguían siendo las mismas, y una vez me llevaron detenida por estar haciendo mi show. Años después, por un hermano que es carabinero, me enteré que había sido por ‘falta a la moral, a las buenas costumbres e incitar al sexo en la vía pública'. Y estaba actuando adentro de la disco”, cuenta Maureen.

Cuando se despenalizó la sodomía, en 1999, las puertas de Fausto se comenzaron abrir sin tantos tabúes ni miedos. “Nos fuimos democratizando, eso es algo que se ha ido trabajando mucho”, dice Franklin Sepúlveda. “No podemos seguir con nichos, con guetos donde solo un grupo de gente puede entrar. La vida no es así”, agrega.

En eso también influye muchísimo el espíritu que generó el equipo al mando. En 1993, a Daniel Delgadillo, a esas alturas amigo de Marco, se le murió su mamá. Para ayudarlo a sentirse menos solo, lo invitaron a sumarse al staff. No se fue hasta 2016. “Estuve en el Fausto 23 años. Partí en la guardarropía, después pasé a una de las cajas y luego como mano derecha de Marco en la administración. Y ¿por qué uno no se va? Primero, porque te sientes seguro ahí. Fui al Bunker, a la Divine, al Pagano, pero solo en Fausto sentía que no me iba a pasar nada, que la infraestructura era segura y que no se iba a quemar o caer. Lo más importante es que Fausto es familia. Hay mucha amistad entre todos, antes de ser compañeros somos eso: amigos”.

Incluso quienes entran y salen de Fausto reconocen que es, quizás, lo que lo hace más único. “Cuando he trabajado ahí siempre he visto a una familia. A veces un poco disfuncional, como todas, pero se nota que todos reman para el mismo lado. Y aunque tengan alguna diferencia contigo, en Fausto todos entran en igualdad de condiciones, pase lo que pase”, dice la artista transformista Kassandra Romanini, que participó en los espectáculos de la discoteque durante más de diez años.

Marco Antonio cree que ese ha sido uno de sus logros más importantes. “Mantener esa magia que sentí cuando entré. Que los clientes se sientan atendidos, que todos estén felices y hacer cosas entretenidas”. Esa preocupación se nota en detalles pequeños, pero que ya nadie tiene, asegura Maureen. “O sea, pregúntenle a Marco un número de teléfono de cualquier trabajador. No necesita mirar una agenda ni su celular. Se los sabe todos de memoria”.

Grace, Francis Francoise y Miss Fausto

Las horas previas a la apertura de puertas de Fausto siempre son intensas. Mientras el equipo prepara las barras y ordena las copas y vasos, en la pista de baile y el escenario del segundo piso, una docena de personas está en pleno ensayo para los shows de los próximos días. Alternadamente suena la música de Britney Spears, Spice Girls y Cher en mixes acelerados, mientras se arman coreografías. Son los grupos de trasformistas y sus bailarines, que se presentarán en medio de las fiestas de los fines de semana. Algunas sobre tacos, otras con pelucas o los vestuarios tentativos, repiten cientos de veces los pasos.

Porque si la calidad de la atención y la familiaridad son dos de los componentes fundamentales del ADN de Fausto, el transformismo es el tercero. Así ha sido desde los inicios, cuando Grace, un mito de la escena y de quien casi no hay registros, actuaba y animaba las noches en el club. “En esos años solo estaban los circos, algunos shows más under y fiestas, pero como lo que se veía fuera de Chile, lo único que existía era Fausto y Quásar, un club gay similar, que estaba en calle Coquimbo, donde más tarde actuaría la emblemática transformista Francis Francoise”.

Rápidamente, Fausto se volvió un escenario icónico para las transformistas. Para Claudia Larson, personaje que nació hace veinte años gracias a su mentora, la misma Francis Francoise, hasta el d{ia de hoy pisar Fausto es señal de consolidación: “Es tan simple como que el Fausto es la universidad del transformismo. Hay otras que son como escuelitas y cositas, pero cuando pisas este escenario es como que te pusieron el timbre y tienes la carrera hecha”.

En eso Marco; Álvaro, el administrador, y Maureen han sido visionarios. “En la búsqueda de hacer cosas entretenidas, empezamos a crear proyectos que hoy son emblemáticos para la escena”, dice la anfitriona. Sentados en reuniones estratégicas, tomándose un café, en una comida o tomando una copa de champagne, se les ocurren ideas que en el momento les suenan “locas”, pero es tanto lo que se entusiasman que las concretan. Así nacieron los ex “Premios Grace” actuales “Premios Francis Francoise”, una suerte de Oscar del transformismo, que se celebra sagradamente cada dos años. “Este año tocan y los haremos en el Teatro Novedades, el 4 de septiembre”, cuenta Marco. “Es bien agotador porque recorremos Chile de norte a sur con una comitiva para ir nominando. No hay ninguno otro que tenga la trascendencia de lo que creamos”, agrega Maureen.

En esa misma dinámica crearon el ya famoso Miss Fausto, un concurso de belleza del transformismo, que cumple 26 años. “Un día se nos ocurrió jugar a las misses y mira en lo que se convirtió. No lo puedo creer”, dice Maureen. “Ha sido súper importante porque no solo da cuenta de la profesionalización de este arte, sino que lo saca del club gay. Salimos del gueto de la disco a hacerlo en teatros importantes, como el Cariola o el Caupolicán, para darle un realce al mundo del transformismo y acercarlo a gente que no va a ir a Fausto. Niños o señoras mayores que no van a estar a las 2:00 de la mañana esperando por ver un show”.

Antes de Ru Paul: Amigas & Rivales

Es domingo, son las 11:00 de la noche en pleno invierno, y entrar al camarín principal de Fausto es una verdadera odisea. Los casilleros donde el staff permanente de transformistas —Maureen, Arianda Sodi, Diana Groissman, Tais Evans, Sabrina O'Donell y Kristell Santander— guarda sus vestuarios, pelucas, tacos y maquillajes están cubiertos por completo de colgadores con trajes de todo tipo. No cabe ni una sola persona más y frente al espejo donde todas se arreglan se pasan las bases, las lacas, los secadores de pelo y los cepillos de un lado a otro. Abajo, en la entrada principal, Marco Antonio recibe a los clientes con unas fichas negras, para que, al lado de guardarropía, en un panel iluminado con la imagen de las transformistas en competencia, voten por su favorita depositando la ficha bajo su nombre. Es noche de Amigas & Rivales.

“Antes de que saliera Ru Paul's Drag Race —el show estadounidense donde compiten las mejores drag queens de EE.UU. y que compró Netflix—, hace 13 años, nosotros creamos este concurso, del que nació nuestro propio reality”, dice Maureen. Se refiere al backstage de Amigas & Rivales, que todas las semanas devela el tras bambalinas del espectáculo en clips de YouTube que tienen más de 250 mil visitas hace una década. “Internet se volvió una plataforma súper importante. Amigas & Rivales ha sido un trampolín para muchas transformistas, como Arianda Sodi, Luz Violeta y Fernanda Brown”, dice Maureen.

Por otro lado, el desarrollo de contenidos en internet ha sido la gran herramienta para refrescar a Fausto y abrirlo a nuevas audiencias, más jóvenes, que con una oferta variada de espacios donde ir a bailar no conocían la icónica discoteque. “Por eso hemos hecho otros reality, como el Bailando —una versión drag del programa Bailando por un sueño—. Ahora llega mucha gente a ver las competencias. Llegan chicas con sus pololos, personas hétero que siguen a las protagonistas. Incluso nos piden fotos o nos saludan en la calle y nos dicen ‘usted es la de la tele'”, agrega la anfitriona. “Y ni siquiera es la tele, es YouTube”.

Kassandra Romanini participó y luego condujo el backstage. “Estuve diez años en total. Incluso gané un premio por una frase que le dije a la Claudia Larson. Todavía la recuerdo: ‘Claudia Larson, tú eres una sopaipilla ‘paaabre', de esas de última'. Fue como en 2010. Lo fome es que se cae en decir muchas pesadeces y pasa que muchas a veces piensan que es de verdad. Pero también es una oportunidad única para encontrarse con un público increíble, que me amaba. Eso para mí es muy memorable”, asegura.

Actualmente, Larson comparte la animación del backstage con Macarena O'Connor. Llegó luego de que falleciera Katiuska Molotov, nombre crucial para la historia del transformismo nacional. “Se pasa bien, tengo más seguidores, más pega. Con esto, Fausto como que te saca al aire, te muestra, tenemos más vitrina”, dice Claudia.

Todas las participantes, actuales y de otras temporadas, seguramente se reunirán en noviembre, cuando Fausto tiene programado celebrar en grande sus cuatro décadas. Ahí esperan que lleguen también clientes de todas las épocas, para bailar en la pista del primer piso y recordar viejos tiempos, al son de los éxitos que marcaron las primeras noches del club. Junto a Maureen, Marco Antonio y Javier brindarán por esta historia única. “No se conoce otro lugar en el mundo que se mantenga en pie y firme después de tanto tiempo, tantos cambios y con los mismos nombres a la cabeza”, dice Maureen. “Las cosas han cambiado mucho desde que empezamos. Los gay han cambiado, hoy ya no hay inhibiciones y prejuicios, está el poliamor, el panamor. Y este es un espacio así, sin prejuicios”. Y Marco Antonio agrega: “Aunque no sabemos si estaremos aquí otros 40 años para ver cómo siguen cambiando las cosas, sé que seguiremos hasta que podamos. Yo no imagino una vida sin Fausto, sin su magia”.

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