“Lo hago correr porque lo quiero. Es como que tengas un hijo bueno para el deporte, pero tú le decís, ‘no, no puedes jugar a la pelota. Y es más, te lo voy a prohibir'. Si yo soy el papá de Alexis Sánchez, y veo que él disfruta jugando a la pelota, ¡lo hago jugar!”, dice Christian Larenas, presidente de Greyhound Chile.

Se llama Rayo, es un galgo y va en un coche. Alguna vez tuvo que haber sido rápido, como casi todos los perros de su raza, y quizá un día alcanzó los 60 kilómetros por hora, la velocidad a la que muchos de ellos llegan en apenas un par de segundos, pero ahora, con sus cuatro patas amputadas, avanza según la fuerza con la que su dueña empuje el carrito.

“Esto es causa de los entrenamientos de las carreras de galgos, donde los arrastran con autos y camionetas”, cuenta ella. “Lo iban a sacrificar, pero el veterinario vio que tenía tantas ganas de vivir que no lo hizo y lo adopté”, dice mientras lleva el coche y a Rayo bajo el frío que hace esta mañana de sábado, 15 de julio, en la Alameda. Junto a ellos hay unas 300 personas, aproximadamente, que llegaron a marchar, con carteles, lienzos y mascotas, buscando que en Chile se prohíban las carreras de perros.

“Es la primera marcha que se hace en el país en contra de ellas”, dice Juan Carlos Oróstica, dirigente y asesor jurídico de la Fundación Gestión Ética para la Dignidad Animal (GEDA), una de las organizaciones animalistas que convocó esta manifestación. “Nuestro objetivo es que sean prohibidas. Los animales no están para el entretenimiento humano, ni mucho menos, como en el caso de las carreras de galgos, para que se apueste y se gane dinero con ellos”.

Eric Bustamante, que detrás de un lienzo camina al frente de la marcha, al lado de Daniel Fuenzalida, el ex Huevo, y delante de la actriz Katty Kowaleczko, ha rescatado en un año y medio a más de setenta galgos, varios en condiciones parecidas a las de Rayo: con patas amputadas, heridos, desnutridos o fracturados.

“(Los galgueros) no sienten cariño por sus perros, no los ven como una mascota”, dice Eric, fundador de Galgos Chile, la primera organización del país dedicada exclusivamente a la protección de esta raza. “En general, donde hay un canódromo —y son casi 200 en Chile— hay perros abandonados en los alrededores”.

Apoyados por estos grupos animalistas –además de otros, como Libera Chile y Galgo Libre–, los diputados Vlado Mirosevic, Alejandro Bernales y Renato Garín presentaron una moción el 5 de marzo –y que actualmente se discute en la comisión de Medio Ambiente– para modificar la ley 20.380, sobre protección de animales.

Quieren agregarle un artículo que prohíba “toda carrera de perros, cualquiera sea su raza, en todo el territorio nacional”, imponiendo a los que las organicen o participen de ellas multas de hasta un millón y medio de pesos, o incluso, presidio en grado mínimo: de 61 a 540 días de cárcel. Este miércoles 3 de julio se votará si el proyecto pasa o no a la Cámara de Diputados.

“Estamos acogidos a Galgo Libre Internacional y las grandes decisiones y estrategias las definimos con ellos, porque lo han logrado en otros países”, cuenta Amal Sabouni, dirigenta de Galgo Libre CL. “Estamos enfocados en hacer lobby en el congreso, asistir a las comisiones por el debate de la ley, haciendo campaña por redes sociales, coordinarnos con los medios y las otras fundaciones, porque tenemos que unirnos para ser más masa”.

A Oróstica, de GEDA, le parece que no hay otra solución que hacer ilegal esta actividad. Regularla, como piden los galgueros, mantendrá el abuso hacia los animales, intrínseco de una práctica donde, según él, son explotados en beneficio humano. “Para entrenar a los perros los maltratan, porque los hacen correr amarrados a una camioneta o una moto”.

¿Esto lo has visto? ¿Has ido a alguna carrera?

“No iría a una carrera de galgos”, responde, “ni siquiera a investigar. Pero me basta con ver videos, fotografías, escuchar audios o las conversaciones que ellos tienen en sus páginas de Facebook”.

“Nosotros nunca lo hemos visto”, dice Eric Bustamante, “pero hay gente que nos ha mandado fotos y videos. Lo que sí hemos visto es cómo llevan un montón de galgos amarrados a las carreras, o las camionetas que van a las carreras como con 3 o 4 galgos apretados en cada jaula”.

***

En la parte trasera de una camioneta, dentro de una jaula que ocupa todo el pickup, están el Pirlo, la Lisa, el Legendario y la Harley. Sus colas suenan como martillazos contra las paredes de madera. Ladran agudo y gimen de ansiedad hasta que Hugo Cornejo, con ayuda de su padre, Daniel, les abre la reja.

“Querían puro salir”, dice Hugo, acariciando a sus cuatro greyhounds —o galgos ingleses— a un lado del canódromo Los Amigos, en Angostura, al costado este de la Ruta 5. Se trata de una modesta pista de 200 metros, delimitada con mitades de neumáticos, con una pequeña tribuna hecha de palos y otra zona para el público techada con malla de kiwi, construida hace dos años por el propio Cornejo y otros socios del Club Tradiciones Criollas, en la comuna de Paine, donde existe otra pista mejor equipada en el sector de Águila Norte. Hugo dice que solo en Paine hay unos cien galgueros, y que ninguno tiene solo un perro. También dice que hay canódromos en Melipilla, Lampa, Peñalolén y Calera de Tango, entre otras localidades. El suyo, en todo caso, se usa casi exclusivamente para hacer eventos a beneficio. El domingo pasado recaudaron un millón de pesos, entre la venta de entradas, completos, bebidas y papas fritas, para un vecino que enfrenta un tumor cerebral.

“Esta, eso sí, sería como una cancha de cuarta división”, reconoce este molinense de 34 años, manos grandes, bigote y barba, que trabaja junto a su padre en la construcción de medialunas e instalaciones ecuestres, y con quien tiene actualmente diez galgos en su casa, camino a Aculeo, donde viven hace más de veinte años.

Ahora es miércoles en la tarde y los perros harán dos partidas de entrenamiento. Lo normal es que salgan diariamente a caminar, cinco o seis veces al día, y que martes, miércoles y jueves corran al lado de uno de sus dueños en bicicleta. Comen 200 gramos de carne fresca en la mañana —de vacuno o de equino— y 500 gramos en la noche, mezclado con alimento especial. Son más de cien mil pesos al mes en comida para cada uno. Estos cuatro greyhounds rondan el año y medio de edad y compiten cada fin de semana. Legendario, de hecho, ganó una carrera el domingo pasado.

Hugo y Daniel los ubican en las gateras, con una mano sosteniéndolos del bozal y con la otra en la base de su cola. “Aquí es donde les ponemos electricidad”, dice Daniel en broma, burlándose de los mitos que, según él, circulan alrededor de las carreras: que les dan una descarga eléctrica antes de partir, que no los alimentan antes de competir o que los mantienen sin luz durante el día. Daniel levanta los hombros: “Los perros corren solos”.

A la cuenta de tres los sueltan. Sus patas se estiran y se contraen con una rapidez indistinguible, atravesando cien metros en menos de seis segundos. “Lo mejor que nos podría pasar es que vinieran los animalistas”, dice Hugo. “Que vieran cómo es una carrera, que aquí no hay maltrato. Una señora, que vive a cuatro casas de aquí, es súper animalista y nos alegaba siempre por los galgos. La invité un día y no encontró nada malo. Ahora su marido viene todos los domingos”.

Ese también es uno de los argumentos de Christian Larenas, presidente de la Corporación Greyhound de Pista de Chile, que agrupa 60 canódromos desde Antofagasta a Coyhaique —la mitad de los que ellos estiman que existen— y principal vocero a favor de regular las carreras de galgos y evitar su prohibición. La agrupación entrega tarjetas a sus socios, y cuenta con un himno y poleras, entre otras piezas de merchandising que los distinguen como orgullosos galgueros. Sentado en un café del centro de Santiago, almorzando una pechuga de pollo, dice que las organizaciones que buscan terminar con esta actividad en realidad no conocen cómo funciona.

Mastica, traga y explica: “A nosotros nos han dicho de todo, lo más suave es vagos. Pero el galguero es una persona humilde, tú sabes que esto es del estrato bajo. Por eso, para mí acá hay un trasfondo cultural: ellos creen que la ética de la ciudad, de humanizar al perro, es mejor que la ética nuestra, que los utilizamos. Esa es la diferencia”.

¿O sea, sí los utilizan?

“Es que nunca ha sido una utilización y te voy a decir por qué”, responde. “Primero, el greyhound corre porque quiere. Le abres el partidor y sale. Si quiere sigue y si no quiere, se sale de la pista y se va para la camioneta. Pero corre porque detrás de él hay 6 mil años de genética. Ellos me dicen: ‘los utilizas, los ves como un objeto'. Y no. Para mí es un acto de amor que él realice lo que le gusta en una pista adecuada. Lo hago correr porque lo quiero. Es como que tengas un hijo que te sale bueno para el deporte, pero tú le decís ‘no, no puedes jugar a la pelota. Y es más, te lo voy a prohibir'. Si yo soy el papá de Alexis Sánchez, y veo que él disfruta jugando a la pelota, ¡lo hago jugar!”.

Larenas lleva treinta años como galguero. Nació en Iquique, creció en La Ligua y ahora, con esposa y dos hijos, vive en Graneros. Calcula que al menos cien perros han pasado por él, entre los propios y los ajenos que le han encargado entrenar, desde que a fines de los ochenta tuvo a su primer galgo: Ben Johnson. Lo cambió por un saco de alimentos, que pudo comprar tras unos meses trabajando en la feria. “Después trabajé en el criadero de Gustavo Hechem, en Requínoa. Él trajo los primeros greyhounds de pura sangre, porque antes acá se corría con galgos criollos y españoles, que son resistentes pero más lentos. Ahí hice de todo, desde sacar la caca hasta darles alimento y sacarlos de paseo. Él mejoró la actividad, porque esto pasó de ser un deporte que se corría en las calles a realizarse en un canódromo, con partidores, luces y baños”.

El año pasado, Larenas fue elegido como primer presidente de la Corporación de Greyhound, justo un año después de que en Argentina, que no tenía a sus galgueros organizados, se promulgara una ley que prohíbe las carreras de perros.

¿Formaron esta corporación por la amenaza animalista?

“La verdad es que no”, responde. “Nunca nos hemos sentido amenazados, nos hemos sentido perseguidos nomás. Han ocurrido cosas notables: el año pasado, los animalistas hicieron una campaña que nos impedía donar en la Teletón. Teníamos cien millones, pero desde la organización no nos dejaron entregarlos. ¿Cuál fue nuestro delito? Ser galgueros”.

Los acusan de ser un negocio, de usar a los galgos para ganar dinero con las apuestas y las ventas de perros.

“Un galguero jamás va a vivir de los perros”, dice. “Te digo que el 99 por ciento tiene números rojos. La misma (fundación) Libera dijo que las inscripciones para una carrera son de 5 mil pesos. Corren cuatro perros. El que gana recibe 20 lucas. Pero se gastó treinta en llegar de la casa, echar bencina, llevar a la señora, el hijo que quiere un completo y una bebida. El negocio no existe, está en su mente”.

Y sigue: “Acá tampoco hay una industria, como en Australia o Irlanda, donde se crían 200 mil greyhound al año. En Chile, tenemos contabilizados tres mil greyhounds —de los cuales hemos chipeado al 75 por ciento—, y se criarán 300 o 400 perros al año. Lo que hay es familias y mascotas”.

Uno de esos criadores es Boris Fuentes. Aunque él no se define como tal, “ya que el estándar de un criadero es de mínimo tres hembras, y nosotros ahora solo tenemos machos productores, que llamamos ‘padrillos', traídos desde Irlanda, y una hembra de 12 años que tuvo cuatro camadas y ya dejó de reproducirse”.

Su stud, como se denominan los lugares donde se crían y cuidan perros, se llama El Padrino y está cerca de Colbún, en la Región del Maule. Ahí tiene diez perros, algunos de diez o doce años, y cuatro en edad de sementales. “Tienen actividad reproductiva una vez al mes, no es una demanda tremenda”, dice Boris. El dueño de una hembra los contacta y “paga la monta”, que vale entre 150 mil y 250 mil pesos, dependiendo si es mediante inseminación o natural. “Esa plata va destinada a la mantención de los mismos perros, su alimentación y todo eso”.

“Yo no conozco a nadie que haya ganado dinero vendiendo greyhounds”, dice, “no es como un criadero que se dedica a vender perros shitzu, donde solo tienen madres y a los dos meses entregan todas sus camadas. Eso es una fábrica de perros, pero en Chile no existen las fábricas de greyhound”.

Para Fuentes, la prohibición de las carreras solo se debe a un rencor social hacia el estilo de vida rural que representan los galgueros. “Se nos ha tratado de delincuentes, de drogadictos, de mafiosos: faltan argumentos para que nos sigan apuntando, y todos vienen de gente que desconoce la raza y cómo se vive el día a día con ellos. Estos perros son atletas, iguales que un deportista de alto rendimiento. Si no los cuidas, no ganas”.

***

Antes de contar lo que ha visto, Clara pide no utilizar su nombre verdadero ni indicar la comuna exacta en la que vive. “He sufrido amenazas de que si vuelvo a acercarme a un canódromo, voy a sufrir las consecuencias”, dice al teléfono desde la Región del Maule.

Su marido no solo es galguero, sino que además durante cinco años manejó un canódromo. Clara nunca estuvo de acuerdo con las carreras de perros, pero como significaba un ingreso importante para la familia, se dedicaba a cobrar las entradas los días de competencia.

“Ahí empecé a ver cosas que no son normales”, dice. “De partida, ver cómo les inyectan, por ejemplo, testosterona, para que les crezca el pecho. Apuestas ilegales. O tráfico de drogas en el mismo recinto, aunque eso ya no sucede”.

Cuenta que hace unos años, en un canódromo cerca de Talca, amigos de su marido llevaron a un perro con fama de ser muy rápido. “Pero de tanto que lo inyectaron —dice—, no alcanzó a correr ni diez metros y se desvaneció. Se desplomó ahí mismo, en la cancha”.

A su canódromo llegaban hasta 300 personas, y cobrando 5 mil pesos la entrada, podían recaudar más de un millón de pesos por jornada. Las apuestas, aunque son ilegales, se hacían a vista y paciencia de todos. “Es muy fácil apostar y en las seis o siete carreras que hay en un día, puedes partir con 50 lucas y terminar con 500. Una perra que no sirve, se elimina o se desaparece. Lamentablemente, es así. Un cachorro que se quiebra, eutanasia. Mi marido tuvo un perrito, un cachorro, que por un accidente con un vidrio se rompió un tendón. Los amigos le dijeron: no te va a servir para correr, pero pásamelo y se lo regalo a un niñito. Al mes me entero de que lo habían botado a un canal. ¿De qué estamos hablando?”.

Entonces, ¿las carreras no son un ambiente sano y familiar, como ellos las describen?

“No, para mí no lo son”, responde Clara. “Están todos tomando y apostando. Yo con mis hijos no voy”.

“Todas estas prácticas no son aisladas, son conductas repetitivas”, dice el diputado ecologista Félix González, presidente de la comisión de Medio Ambiente, donde se discute la prohibición y uno de sus más fuertes promotores. “Me refiero a las apuestas y a inyectarlos con sustancias estimulantes. Eso es algo usual dentro de las carreras de galgos y atenta contra las leyes de tenencia responsable que hoy existen”.

La veterinaria Romy Weinborn, que expuso ante la comisión representando al Colegio Médico Veterinario, ha visto cómo las carreras afectan la salud de los galgos. “Me ha tocado ver casos de esta raza, tanto españoles como greyhound, con problemas que van desde infecciones de piel leves, hasta traumas severos que han significado amputación de miembros anteriores o posteriores”, dice. “Estar sometido a actividades estresantes, como el transporte, el ejercicio agudo, la ansiedad, el miedo o la frustración, puede llevar a una baja del recuento de los glóbulos blancos, por lo que es súper probable que estos individuos se enfermen mucho más que otros. Eso, aunque mejores todos los factores ambientales de las carreras de perros, no va a cambiar”.

Por eso es que las carreras de galgos, que son legales y reguladas en siete países del mundo, vienen en retirada internacionalmente. Hasta el año pasado, en Estados Unidos solo quedaban 11 canódromos en los únicos cinco estados donde aún son permitidas: Alabama, Arizona, Arkansas, Iowa y Virginia Occidental. En noviembre hubo un plebiscito en Florida, para decidir si terminaban o no con las carreras, debido a las más de 460 muertes de galgos registradas en ese estado desde el 2013. El 69 por ciento votó porque se prohibieran.

Y en el Reino Unido, donde en 1946 las carreras de galgos atrajeron a 70 millones de espectadores y recaudaron 196 millones de libras, los canódromos siguen cerrando. El 2017, después de 89 años de funcionamiento, cerró Wimbledon, la cancha más importante de ese país, justo el año con la asistencia más baja de público de la historia. Y el Greyhound Board of Great Britain (GBGB), el símil británico de la corporación chilena, reconoció que el 2018 casi mil perros de pista “murieron o fueron asesinados” en esa industria. La GBGB reconoció que fueron muertes evitables e innecesarias.

El diputado González dice que algo parecido pasará “si regulamos una explotación de animales para fines de diversión. Los perros sometidos a estos entrenamientos y competencias viven menos, porque la naturaleza no los dotó para eso. Obviamente, lo están para correr, pero no para competir; tampoco para ser presionados a ganar carreras ni llevar esta vida artificial”.

¿Por qué prohibir las carreras de galgos y no el rodeo o la hípica?

“A diferencia del rodeo y de la hípica, en las carreras de perros no participan seres humanos, y por lo tanto, el Ministerio del Deporte no las considera como tales”, responde el diputado.

“Además, hay más canódromos que hipódromos”, dice Juan Carlos Oróstica, de GEDA.

“Esta es una corriente vegana que va por todo”, replica Christian Larenas, ahora sentado en el living de su casa en Graneros. Justo en la entrada cuelga un óleo que representa una carrera de galgos en otoño, con la cúpula de una iglesia asomando detrás de unos árboles y una nube que aparece junto a una montaña nevada. En el patio, abrigado con un polar y una parka, está Quematierra, su perro de catorce meses, al que le quedan pocas semanas para comenzar a competir.

“Y estos veganos dijeron: ‘¿cuáles son los más ratones aquí? ¿Vamos por la hípica? No, porque ahí hay plata. ¿Vamos al rodeo? No, también hay plata. Vamos donde estos indios, poh, los de las carreras de perros. Qué van a saber defenderse, si no saben ni hablar'. Pero bueno, no contaban con que en esto habemos muchos profesionales, que podemos defendernos y vamos a organizar algo. Ellos nos subestimaron y ese fue su error”.

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