En Chiloé la lluvia y el viento son bellos cuando corren, estilan y son detenidos por un entejuelado. Se podría decir que agua y tejuela son aliados, amigos sin dramas y para felicidad de quien está dentro de la casa.

En el archipiélago aún existen algunos edificios centenarios —iglesias sobre todo—, recibiendo y protegiéndose de la lluvia, como la iglesia de Caguach o la Casa Águila de Achao (1890). Luego habrá que cambiarles las tejuelas. Es que comenzaron con un centímetro y medio de espesor y hoy tienen apenas un milímetro. El agua no cesa en su desgaste, pero las tejuelas se pueden cambiar.

Recorriendo la isla y sus caminos van apareciendo las casas y sus escamadas envolturas; sean naturales o pintadas. Tal imagen ya está inserta en el paisaje, cual un cordero o un arrayán. A veces casi son un alarde de delicadeza; su corte, un virtuosismo. Hay pueblos, u obras, en donde son como joyas, orfebrería de madera plateada: Curaco de Vélez, Huillinco, la Casa de Acogida de las Religiosas Filipenses en Castro. Entonces, sorprende que este material constructivo —que no tiene más de 120 años de arraigo— se haya hecho hace parte de un paisaje y, como tal, sea un elemento que construye identidad local. No entenderíamos la arquitectura chilota sin tejuelas.

Una sobre otra

Técnicamente, es un material para terminaciones. Una tablita de madera que, como las tejas de arcilla o asfalto, se sobreponen una sobre otra para generar un paramento impermeable en los muros o sobre la cubierta de un edificio. De alerce o ciprés, las primeras. Hoy son de canelo o lenga (en Aysén). Es, la tablita, delgada, angosta y larga. Alguna vez tuvo casi un metro de largo (o alto), unos 15 centímetros de ancho, y un centímetro y medio de espesor. Hoy, ya sin alerces, con otras tecnologías y sin la sensibilidad por la madera, son más cortas o de materiales como fibrocemento, plástico, o de latón.

Comenzando desde abajo de la construcción, se irán colocando hacia arriba. Sólo queda a la vista la mitad o un tercio de la tablilla.

Esta parte, la visible, recibirá un tipo (o varios) de corte que no tiene funcionalidad constructiva sino que es un delicado gesto o el arte que busca belleza para lo público.

El origen de su uso es incierto. Algún investigador habla de que habría sido introducida en tiempos de la inmigración alemana, desde 1843. Sin embargo, si se piensa que los jesuitas llegaron a Chiloé venidos desde el centro de Europa (Bavaria, Silesia, Sajonia, Zurich, Austria…) lugares en donde se la usaba, bien podrían haberla traído antes. Pero no hay fuentes gráficas para saberlo. Los autores coloniales, cuando se refieren a la “industria” de la madera que se desarrolló en Chiloé en torno del alerce, sólo hablan de las vigas, y tablazones, nunca de tejuelas.

Tras el 1850 se las cita (en Puerto Montt y Llanquihue) como las “pizarrillas” y se divulgará su uso desde Valdivia al sur.

Un golpe preciso

Conformando grecas, guardas “bordadas” o “tejidos” sobre la cubierta de una casa, la tejuela llegó a ser el vestido más preciado y lujoso de un volumen construido. Todo, desde el ingenio y la posibilidad de corte que permite. A partir de la suavidad, docilidad de la madera y diseño elegido, se harán combinaciones y se desarrollarán los motivos geométricos. Al fin, casi una iconografía nacional que apuesta por muchos años de sobrevida y ello porque el alerce y otras maderas son incorruptibles a la atmósfera.

Al fin, la de la tejuela es una carpintería de celebración desde sus formas y colores. Sobrevivió a las cubiertas de fierro acanalado, estampado y galvanizado que también trajeron los alemanes. Volcada al uso doméstico, humilde o acomodado, y por la versatilidad de formas que permite la madera, es la base de un elemento de identidad entre casa y casa, entre pueblo y pueblo. Casi una huella digital que los identifica.

Por otra parte, los motivos o formas de corte fueron cambiando. Desde las tradicionales —sólo un módulo tal cual sale del árbol madre— a formas poligonales, cóncavas, biseladas, triangulares, circulares, convexas…, alternándose entre ellas. Hay actuales formas —Quellón, Ancud— que se inspiran en otras iconografías, mapuches o neoclásicas, y que necesitaron más que la habilidad con el hacha o un serruchito.

Hay que decir que tras los años 60 —con el Puerto Libre y la llegada de sierras y caladoras eléctricas— las posibilidades de diseño se ampliaron.

Con todo, no existen fábricas de tejuelas y aún es la mano la autora.

Quedan tejueleros de oficio en Melinka y Repollal, Chadmo, Compu… que sólo con un ‘cuchillón de mano' y una vitela (que da la medida) sobre un trozo de madera, desde un fuerte y preciso golpe, rajan una tejuela. Así queda lista para aliarse con la lluvia y el viento.

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