Cuando Matilde, una pequeña niña de 12 años, llega de visita a la casa de su abuelo, Barba Crespa, en un pueblo costero llamado Puerto Papel, algo sucede que cambia su vida para siempre. Lista para disfrutar de sus vacaciones, Matilde se enfrenta a un extraño incidente en el que adquiere un don muy especial: todos los días despierta con un nuevo poder mágico que no puede controlar ni elegir. Solo Carlos, su mejor amigo, sabe su secreto y juntos comienzan a vivir increíbles aventuras y alocados malentendidos.

Esta es la historia tras la serie infantil Puerto Papel, de la productora chilena Zumbástico. Su primera temporada, estrenada en 2015, ha sido transmitida en 50 países, doblada a idiomas e incluso es parte del catálogo de la plataforma tipo “Netflix” de China. Un verdadero hito para una industria que localmente no ha sido muy visibilizada, pese a sus importantes triunfos en el extranjero. Porque más allá del aplaudido Oscar que Historia de un Oso ganó en 2016, y que puso en el mapa del público masivo la animación hecha en Chile, desde al menos diez años los creadores locales brillan en el mercado internacional.

“Esto comenzó como una industria muy precaria, autodidacta, en la que las cosas se hacían a partir de esfuerzos titánicos”, explica José Ignacio Navarro, director de la Asociación gremial de profesionales y productoras de animación de Chile (Animachi) —que representa a 35 productoras y 25 profesionales— y también productor de Lunes. “Hoy es una industria pequeña, pero más consolidada. Desde que se creó esta asociación, nos sentamos a la mesa del sector audiovisual para buscar fondos para el desarrollo de proyectos. Platas que no teníamos, a pesar de los proyectos que estaban teniendo buenos resultados”, agrega.

La calidad de las historias y la originalidad técnica de los proyectos, sumadas a la gran ventana de difusión que es Internet, ha permitido que la animación chilena se posicione fuera del país. Así lo confirma que canales tan importantes como Cartoon Network y Discovery Kids, o los canales públicos infantiles más relevantes de Latinoamérica, como Señal Colombia y Paka Paka, en Argentina, coproduzcan series chilenas y las transmitan en todo el mundo. También, que todos los años haya presencia en los festivales más importantes del circuito, como el de Annecy, en Francia —celebrado la semana pasada—, donde en paralelo se desarrolla Mifa, un mercado donde productoras de todo el mundo van en busca de contenidos.

Con el apoyo de ProChile y del Ministerio de las Culturas y las Artes, Chile Animation —la marca que creó Animachi para presentar el trabajo chileno fuera del país— viajó con 26 productoras. “Es muy importante que se note la presencia, que tenemos muchos proyectos en marcha. Eso provoca una imagen súper positiva. Tenemos que mostrar que la industria chilena tiene potencial, contenidos y talentos. Eso rinde frutos concretos para todos: se firman coproducciones y acuerdos de financiamiento, sin contar todo el trabajo de redes, que son muy útiles para una industria pequeña como la nuestra, donde necesitamos aliarnos para poder concretar nuestras ideas”, dice Navarro.

¿Pero por qué, una vez más, el desarrollo de una industria creativa chilena depende de manos extranjeras?

“Si bien contamos con financiamiento estatal, que es súper importante y ha sido nuestra gran fuente, sigue siendo bajo, porque son proyectos largos y costosos. Por eso los festivales son tan importantes para encontrar aliados y así aumentar presupuestos, producir a mayor escala y lograr difusión en nuevos mercados, porque acá tenemos una cuota de pantalla casi inexistente”, explica Navarro.

Los primeros pasos

Trece años antes de que Matilde y sus aventuras en Puerto Papel cobraran vida, en 2002, Zumbástico daba sus primeros pasos para convertirse en lo que es hoy: una productora con más de 200 proyectos a su haber, incluyendo series animadas infantiles, videoclips, documentales, cortometrajes y publicidad. Entonces llamada Solo por las niñas, era un grupo de profesionales con ganas de desarrollar proyectos propios en una industria que prácticamente no existía. “Con el inicio de los fondos públicos, especialmente el CNTV, se abrió una ventana para la autogestión. En Chile ya existía la animación, pero las productoras se dedicaban principalmente a los servicios para proyectos extranjeros. Con ese cambio surgió la posibilidad de producir ideas locales. Pero lo hacíamos sin un conocimiento profundo ni antecedentes muy concretos”, cuenta Álvaro Ceppi, director creativo y CCO de Zumbástico.

En 2004 ganaron su primer CNTV y la misión era inmensa: realizar su primera serie animada infantil, Block! “Eran cinco horas de animación para un equipo de tipos que no tenían mucha idea de cómo realizar una serie. Pero a pesar de los errores, fue la mejor escuela. Nos permitió entender en qué consistía una producción de estas características. Y yo creo que así era esa época: tiempos autodidactas, de productores que con más ganas que conocimientos se enfrentaron a hacer algo que en este país no existía”, agrega Ceppi.

Desde esa primera experiencia, Zumbástico ha recorrido un largo trecho y alcanzado importantes hitos. “Block! ganó el Prix Jeunesse Iberoamericano, un festival de contenidos para niños muy importante en Latinoamérica y gracias a esto fuimos al Prix Jeunesse internacional, en Alemania. Ahí nos dimos cuenta de la relevancia de la TV infantil fuera de Chile”, cuenta Ceppi. En paralelo, parecía que en Chile estos contenidos estaban cobrando un nuevo valor en la televisión abierta, con programas como Tronic o Cubox. “Pero eso después se desvaneció. Y cuando salimos empezamos a entender de qué se trataba esta industria internacionalmente. En 2010 salimos al mercado internacional y tuvimos el golpe de suerte de vender Zumbástico Fantástico a Cartoon Network. Con eso cambió todo: nos integramos a un circuito internacional, y comenzamos a realizar coproducciones”, agrega el director, que en el caso de Puerto Papel cuenta con el apoyo de tres países: Brasil, a través de Globo; Colombia, a través de Señal Colombia, y Paka Paka, de Argentina.

¿Qué hace tan especial el trabajo de estos chilenos? La calidad de sus historias, con guiones que les hablan a los niños sin subestimarlos, y el uso de diversas técnicas para animar. “Cada producción parte con una pregunta. A pesar de que son obras que aspiran a la masividad, también apelamos a la experimentación, principalmente en la puesta en escena y en los formatos. En nuestro trabajo siempre hay híbridos de distintas técnicas y visualidades”, explica Ceppi. Así, han combinado el stop motion tradicional con plasticina y títeres; también han mezclado acción real con 2D y, más recientemente, en Puerto Papel desarrollaron un híbrido entre el stop motion en papel y el 2D.

Quienes también navegaban aguas desconocidas cuando comenzaron son los creativos tras la productora Pájaro, que dirige la ilustradora Bernardita Ojeda. “Nosotros hemos estado presentes en esta línea de tiempo y al principio todo era muy precario. No había formación para animadores o directores de animación, ahora hay siete universidades, lo que ha profesionalizado mucho las cosas. Pero además, estábamos completamente atrás de la cordillera, aislados. Trabajábamos con los fondos que había acá, y gracias a que empezamos a ver que afuera había un mundo posible de conquistar, las cosas fueron cambiando”.

Con una larga lista de proyectos bajo el brazo, entre ellos, Kocorocó y Hostal Morrison, Pájaro es un ejemplo de cómo con mayor exposición, una serie chilena puede estar a la altura del éxito de los títulos más reconocibles mundialmente. Lo han experimentado con Petit (2018), desarrollado en coproducción con Paka Paka y Señal Colombia. Se trata de una serie para pequeños en etapa preescolar, basada en el libro de la autora argentina Isol. En ella se muestran las aventuras de Petit, un niño dulce, divertido, lleno de energía, reflexivo e intenso. En Argentina es tanto el fervor por el personaje, que se celebran cumpleaños temáticos usando imágenes que descargan de Internet, ya que no existe merchandising. “La coproducción nos entrega una pantalla que jamás podríamos tener en Chile. Paka Paka da Petit todos los días de la semana, cuatro veces al día, entonces la serie entró en la vida de las personas. Que acá la den los sábados en la mañana, una vez… es demasiado diferente”, afirma Ojeda.

Para la ilustradora, el que se haya profesionalizado la industria y aumentado su calidad, no es suficiente si esto último no cambia. En ProChile están de acuerdo. “El sector que ha ido creciendo a pulso, con las propias experiencias de estas productoras. Pero faltan leyes de exhibición, de pantalla, que las favorezcan. Tampoco los largometrajes de cine tienen la capacidad de pelear con títulos como el Hombre Araña, que llena salas y tiene otro nivel de presupuesto. Si bien las producciones locales pueden igualarse en términos de calidad, falta apoyo para que las exhibiciones sean por más tiempo y en más pantallas”, asegura Fanny González, encargada de animación en el área de Industrias Creativas.

El oso, el Oscar y nuevos fondos

Bear Story”, gritaba por TV un Minion, en febrero de 2016. Así fue como se anunció al mundo quién había ganado el Oscar a “Mejor Cortometraje de Animación”. Por primera vez en la historia de la industria audiovisual chilena, el país obtenía una estatuilla. Y venía de la mano del desconocido mundo de la animación.

Sus creadores, Gabriel Osorio, Patricio Escala, Antonia Herrera y María Elisa Soto-Aguilar, habían dado sus primeros pasos en esta industria ocho años antes, en 2008, con su productora Punkrobot. “Ese año postulamos con nuestra primera serie al CNTV. Éramos súper chicos, teníamos 23 años y muchas ganas”, recuerda Osorio. “Pensábamos en hacer algo entretenido, pero que fuera un aporte a la sociedad y ahí fue cuando dijimos ‘hagamos una serie que enseñe los conceptos escolares más simples'. Así surgió Flipos, que luego se transformó en nuestra guía: animación económicamente viable, divertida y también con un mensaje”.

Entonces, la industria todavía se mantenía en un estado iniciático. “Cuando estábamos estudiando, la gente no asociaba la animación con algo que se hacía en Chile. Decías “animación” y la pensaban en un festival o un show de TV”, rememora Osorio.

Para Fanny González, un cambio importante fue la creación del festival Chilemonos, hace siete años, que se transformó en un punto de encuentro y difusión fundamental para la animación de la región. “Que tengamos un festival de nivel latinoamericano, donde se pueden elegir las nominaciones en torno al Oscar, genera una presencia distinta, con mayor notoriedad a nivel internacional. Eso les da un piso súper fuerte a las productoras para llegar afuera y también a las mismas producciones que están siendo exhibidas a nivel internacional”.

Fue justamente en este festival donde se estrenó Historia de un Oso en 2014,que también estuvo en competencia en Annecy. La producción había comenzado cuatro años antes y tal como comenta Osorio, es una metáfora para disfrutar y reflexionar en torno a ella. “Siempre he pensado que Historia de un Oso es la gota que rebalsó el vaso de algo que ya venía generándose hace varios años. Había una gran cantidad de creadores, una buena base de artistas y nuestro corto viene a poner la noticia sobre la animación”.

Pero su triunfo también tuvo consecuencias concretas para la industria. “Logramos acceder a mayor apoyo de fondos de producción, y eso fue súper importante. Pero ese impulso después se estancó. Desde el oso hasta ahora no ha habido mayores aumentos en los presupuestos”, explica José Ignacio Navarro, de Animachi. “Pero fue tan relevante ese momento de gloria, que hoy se están haciendo largometrajes, después de casi nueve años sin producirlos”, agrega el también productor, que viene llegando de competir en Annecy 2019, en la categoría Largometraje, con Homeless.

Nuevas plataformas, nuevos lenguajes

Cuando era una niña y le preguntaban qué quería hacer cuando grande, Fernanda Frick respondía “dibujante de Disney”. “Desde que tengo memoria he dibujado y he estado obsesionada con la animación. Pero cuando de verdad empecé a tomar acción y aprender por mi cuenta fue a los 13, cuando descubrí las películas de Studio Ghibli y Hayao Miyazaki. Cuando vi El Viaje de Chihiro, el DVD venía con un Making of donde se veía a Miyazaki dibujando, trabajando en su película y dirigiendo al equipo. Ahí me di cuenta de que eran humanos quienes hacían esto, y por lo tanto, yo también podía hacerlo”.

En su segundo año de universidad decidió abandonar sus estudios, y empezó a hacerse un espacio y nombre en la industria de la animación. Y fue en Chilemonos donde estrenó uno de sus primeros cortometrajes, en 2012. “En ese momento tenía una visión negativa y desesperanzadora de la industria, porque sentía que estábamos muy lejos de lo que se hacía afuera. Pero empecé a conocer más gente, a aprender más del contexto, y comencé a admirar la capacidad que tenían todos de hacer algo con los pocos recursos que había. Por lo menos teníamos la libertad de tomar riesgos”, cuenta.

Así fue como se lanzó a desarrollar Here's the plan, un emotivo cortometraje que cuenta la historia de Kat y Doug, una gata y un perro pasteleros y esposos, que sueñan con abrir su propio negocio. La historia, que aborda la necesidad de éxito de la sociedad actual, se estrenó en 2017, en el Festival Internacional de Cine de Nashville y en Chilemonos, donde se llevó el premio a “Mejor Cortometraje”. “Se concretó gracias al apoyo del Fondo Audiovisual, pero también fue una gran inversión de tiempo y dinero de parte mía, para lograr terminarlo con la calidad que quería. Tuve la suerte de coincidir con un gran equipo que trabajó por eso, pero las condiciones no fueron las mejores y no me gustaría repetirlas”, explica.

Aun así, el esfuerzo capturó el interés internacional, que se materializó en un desafío inédito hasta ahora para Chile. En la versión 2018 de Annecy, Frick firmó contrato con Netflix para desarrollar la primera producción chilena de la plataforma: una serie de 13 capítulos llamada Raise the bar!, protagonizada por una niña pesista. “Gracias a la posibilidad de participar en mercados internacionales, le pude presentar el proyecto a diversos ejecutivos. Es un proceso largo, pero es posible”, afirma.

Internet y las nuevas plataformas de difusión han multiplicado los espacios de exhibición, generando nuevas oportunidades para despegar sin grandes presupuestos de distribución. “Hoy lo relevante es el contenido, más allá de la cáscara. Obviamente, sin su plataforma, Netflix no sería como es, pero lo que lo sostiene es contenido. Por lo mismo se han aliado con canales importantes, ingleses por ejemplo, que son muy pequeños en su operación interna. Esos canales se alían con productores independientes, y creo que la demanda por esos servicios va a ser beneficiosa para un sector como el nuestro”, explica Álvaro Ceppi.

Pero existen otras maneras de diversificar los proyectos. Así lo demuestra constantemente la productora Diluvio, detrás de La Casa Lobo, cinta de terror inspirada en Colonia Dignidad y realizada en stop motion, que el año pasado se estrenó en Berlinale y no solo obtuvo una distinción en Annecy, sino que también fue finalista en los Premios Platino. Sus creadores —Cristóbal León y Joaquín Cociña— vienen del mundo de las artes plásticas y, por lo mismo, siempre han extendido su trabajo audiovisual a instalaciones y muestras públicas. “La película, de hecho, la grabamos en museos y galerías. Trabajábamos frente a la gente, el rodaje se hacía en vivo”, explica León.

Luego de estrenarla, montaron una exposición que permitía sumergirse en el universo de la película: una instalación multimedia que incluía una pieza arquitectónica, junto con objetos, sonidos, fragmentos de la película y material documental sobre el proceso. “Nosotros pensamos los proyectos así. Es una mezcla que nos interesa hacer, porque venimos de este otro mundo”, explica León, que si bien no tiene intenciones de que su próxima cinta sea animada, acaba de terminar Extrañas criaturas, un cortometraje de animación infantil que hizo junto a la directora venezolana Cristina Sitja Rubio.

“Estamos hablando de una industria que tiene un potencial increíble. Que es imagen país”, dice Navarro. “Por eso hay que seguir insistiendo y produciendo proyectos. Apostando por nuevos formatos, y quizás explorar más allá del contenido infantil”. Gabriel Osorio agrega: “Hoy estamos en un punto donde solo tenemos que seguir hacia adelante. Es la única manera de que la animación realmente despegue en nuestro país”.

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