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a mañana del 6 de junio de 1969, el periodista Hernán Osses, director del periódico Noticias de la tarde, apareció desnudo en los patios de la Universidad de Concepción. La noche anterior había sido secuestrado por algunas horas, siendo golpeado, interrogado y finalmente abandonado en el campus universitario. Los autores del atentado habían sido jóvenes dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), de la ciudad penquista. En esos días, Osses había publicado artículos que los jóvenes miristas consideraban injuriosos e inaceptables.

El MIR nació el 15 de agosto de 1965 y se organizó “para ser la vanguardia marxista-leninista de la clase obrera y capas oprimidas de Chile”, según afirmaba su Declaración de Principios. El Movimiento, que fundamentaba su acción “en el hecho histórico de la lucha de clases”, tenía por finalidad “el derrocamiento del sistema capitalista y su reemplazo por un gobierno de obreros y campesinos, dirigido por los órganos del poder proletario, cuya tarea será construir el socialismo y extinguir gradualmente el Estado hasta llegar a la sociedad sin clases”.

El MIR rechazaba la teoría de la vía pacífica, que desarmaba políticamente al proletariado, por lo que reafirmaba “el principio marxista-leninista de que el único camino para derrocar al régimen capitalista es la insurrección armada”. Por lo mismo, criticaba a los partidos tradicionales de la izquierda chilena —el Socialista y el Comunista— por plantear lo que estimaban eran meras reformas al régimen capitalista, en el marco de la colaboración de clases. En 1967 —con ocasión del Tercer Congreso Nacional del MIR—, el joven penquista Miguel Enríquez asumió la dirección de la agrupación. Ese mismo año, Luciano Cruz, otro destacado dirigente estudiantil, conquistó la presidencia de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción (FEC), lo que consolidaba la presencia mirista en la zona.

El secuestro del periodista

El drama vivido por Hernán Osses fue narrado por él mismo en un artículo reproducido por el diario El Sur, de Concepción: “Osses relata el vejamen” (7 de junio de 1969).

Se había reunido de noche para entrevistar a una joven que se hacía llamar Ximena Orrego, quien le daría información sobre la politización en la universidad, aunque en realidad estaba coordinada con los miristas. Hacia ellos los condujo al finalizar la entrevista, donde no entregó información, pero sí a Osses: “Cuidado, Luciano, con lo que haces”, señaló el periodista antes de recibir un golpe y caer al suelo, donde fue retenido y luego llevado a un auto, para ser trasladado a una casa, donde estaría algunas horas. “Ahora vas a saber lo que es el MIR —me dijeron—. Tú que pusiste en el diario: ‘Nadie le tiene miedo al MIR', ahora vas a saber lo que es tenerle miedo al MIR”. Después fue desnudado, lo acusaron de ser “una prostituta del periodismo”, le “pusieron un cuchillo en los órganos genitales” y procedieron a interrogarlo: “¿Cuál es el origen de los ataques? ¿Quién te arrienda? ¿Cuáles eran las fuentes que tenía en la universidad?”. Finalmente llegó un joven que dijo que era necesario apurarse, “porque ya es la hora”. Lo sacaron desnudo y lo condujeron al Barrio Universitario, donde fue abandonado: “Inmediatamente me imaginé que se trataba de una humillación pública”, declararía Osses, quien luego se quitó la venda y buscó ayuda, pero “la gente reaccionó como lo hace frente a un loco”. Finalmente recibió el apoyo del doctor Carlos Matamala, quien lo cubrió con un chaquetón y lo llevó a su casa en el auto de un amigo. El secuestro generó problemas internos en el Movimiento, como explica Eugenia Palieraki en «¡La Revolución ya viene! El MIR chileno en los años sesenta» (Santiago, LOM, 2014): Miguel Enríquez no tenía conocimiento de los hechos y era contrario a los secuestros, por lo que “estaba muy molesto con la actitud de Luciano Cruz y de Bautista van Schouwen”. Así recordaba la situación el propio Enríquez un par de años después: “La Dirección Regional de Concepción, sin consultar a la Dirección Nacional, ‘ENTRÓ EN CONFLICTO' con un periodista reaccionario” (en “Algunos antecedentes del MIR”). Después de los sucesos se precipitó una división, que culminó cuando el Comité Regional de Concepción pasó a ser tutelado por Santiago, cuestión que afectaba principalmente a los dirigentes de la vieja generación, entre ellos a los trotskistas: “Se limpió la organización”, en palabras del líder del Movimiento.

Sin embargo, la consecuencia más visible del secuestro contra el periodista se manifestó en que el MIR pasó a la clandestinidad, a juicio de Enríquez, porque el gobierno aprovechó la situación “y lanzó una ofensiva represiva contra nosotros, allanando más de 200 casas en una semana en Concepción y allanando también la universidad de esa ciudad. Eso nos tomó por sorpresa y hubo que pasar a clandestinidad en horas” (en “Algunos antecedentes del MIR”). A pesar de esa situación, las actividades no solo continuaron sino que se ampliaron, comenzando las acciones armadas y la penetración en el llamado “frente de masas”. En el primer caso se incluían asaltos a bancos, o “expropiaciones”, como las denominaba la jerga mirista. Así explicó la nueva realidad la biografía breve “Luciano Cruz: su vida y su ejemplo”, publicada tras la prematura muerte del líder penquista en 1971: “El Luciano buscado desesperadamente por la policía comienza ahora una nueva etapa. El MIR ha lanzado las acciones directas como la táctica del momento y por otra parte las necesidades de mantención y preparación militar de la organización determinan las expropiaciones bancarias”. En lo personal, Cruz asumió “tareas de información e inteligencia” (Suplemento N° 138 de Punto Final, martes 31 de agosto de 1971).

Diversos medios se reunieron con Enríquez y Cruz en la clandestinidad, ocasión en que este último afirmó que durante el secuestro a Osses se encontraba en Chillán, por lo que mal podría haber participado, asegurando que el diario del periodista tenía muchos adversarios, por sus artículos sensacionalistas y sus ataques a diversas personas. Por lo mismo, aseguró Cruz, “se puede suponer que lo ocurrido sea una venganza de las personas afectadas por las informaciones del periódico, aunque no descarto la idea de que pueda ser una maquinación ideada por la venal y corrompida Policía Política”. Miguel Enríquez aprovechó la ocasión para rechazar las acusaciones de “aventurerismo” que provenían desde los partidos de izquierda sobre el MIR, reivindicando que participaban seriamente en la revolución, que en sí es una “gran aventura”, según habían mostrado algunos destacados “aventureros”, como Lenin, Mao Tse-tung, Fidel Castro y Che Guevara (Punto Final, N° 81,17 de junio de 1969). El 1° de julio, la portada de Punto Final (N° 82) titulaba “Burlando a la policía”, con foto de Luciano Cruz, quien reivindicó en esa edición “la experiencia revolucionaria latinoamericana y en particular la experiencia de las luchas sociales en Chile”. En un mensaje dirigido especialmente a los comunistas, cuyo dirigente Orlando Millas había criticado la acción contra Osses, Cruz concluyó reafirmando sin vacilaciones: “Hemos aprendido de la Historia. Hemos decidido seguir el ejemplo de Lenin, Fidel y el Che. Así, a secas, lo decimos: vamos a proclamar la lucha armada. Vayan preparando sus peores anatemas” (Luciano Cruz, “El MIR y el anticomunismo”).

Los límites de la autonomía universitaria

Las reacciones y condenas contra el secuestro y la vejación del periodista Hernán Osses fueron inmediatas y transversales, según apareció en La Nación el 7 de junio: “Me parece una vergüenza... significa el descenso a una etapa de barbarie” (Alberto Jerez, del MAPU); “condenamos enérgicamente el hecho, porque es algo que perjudica a los universitarios en sus legítimas pretensiones reformistas” (Orlando Millas, PC); “es inaceptable la ocurrencia de hechos de terrorismo y barbarie” (Rafael Tarud, API); “enérgica y vigorosa condenación por tan deleznables procedimientos delictuales y antidemocráticos” (Tomás Pablo, presidente del Senado, DC). También el dirigente socialista Adonis Sepúlveda consideró que “el ataque es injustificable”; Jaime Castillo Velasco, presidente del PDC, lo llamó “un hecho abominable”; en tanto, Sergio Onofre Jarpa, presidente del Partido Nacional, expresó que el hecho demostraba “hasta dónde puede llegar la acción cavernaria de los desconformados cerebrales que militan en algunas organizaciones marxistas” (El Mercurio, 7 de junio).

Tras el secuestro, el presidente Eduardo Frei y su ministro del Interior, Edmundo Pérez Zujovic, se comunicaron con el intendente de Concepción, Alfonso Urrejola Arrau. Ambos exigieron la aplicación severa de la ley, así como la celeridad del proceso contra los responsables. El gobierno solicitó la designación de un ministro en visita para conocer los hechos (El Sur, 7 de junio), mientras el Colegio de Periodistas expresó su amplia solidaridad al colega agredido, protestando y repudiando la acción criminal. Se refirió con especial dureza a “los atentados cometidos por elementos disociadores, enquistados en organizaciones estudiantiles y establecimientos universitarios”. En relación con esto, declaraban que “nadie podría alegar la autonomía universitaria para impedir la acción de la justicia” (El Mercurio, 7 de junio).

Precisamente, una de las primeras consecuencias de los sucesos fue el allanamiento de la Universidad de Concepción, que incluyó descerrajar puertas y ventanas para ingresar al Hogar Central de Estudiantes. El operativo, liderado por la Policía Política y el Grupo Móvil de Carabineros, culminó con la detención de 29 alumnos; luego se dirigieron al local de la Federación de Estudiantes, a los que se sumaron unos sesenta allanamientos a domicilios particulares (Las Noticias de Última Hora, 7 de junio).De inmediato se trasladaron a la universidad el rector Edgardo Enríquez —hombre de gran prestigio en la zona y padre de Miguel—, acompañado por el vicerrector Galo Gómez. Ellos, junto a los estudiantes liderados por Nelson Gutiérrez, presidente de la FEC y miembro del MIR, organizaron una asamblea y luego una “Marcha del silencio”, destinada a protestar contra la vulneración de la autonomía universitaria. En la ocasión, el rector sostuvo que el ataque a Osses era “un pretexto para iniciar una campaña con caracteres políticos, ideológicos y de intervención en las universidades” (El Sur, 8 de junio). La FEC emitió una declaración en la cual denunciaba: “Somos víctimas de la agresión y represión coordinada por el Estado”, afirmando que “la juventud chilena y el pensamiento revolucionario no serán acallados por la amenaza ni la metralla” (Las Noticias de Última Hora, 8 de junio). Esta última declaración era una percepción que se extendía por aquellos días, e incluso el rector Enríquez llegó a declarar que se puso a la cabeza del desfile de Concepción “ante la posibilidad de que se produjera una masacre como la de Puerto Montt, esta vez contra los estudiantes universitarios” (Las Noticias de Última Hora, 10 de junio).

Como es evidente, el concepto de autonomía universitaria generó discrepancias y tenía claras limitaciones. La Universidad no podía convertirse en “un Estado dentro del Estado”, que permita transformar “las aulas en un arsenal”: “los rectores deben comprender —señalaba un editorial de La Nación (12 de junio)— que están comprometiendo, con su intransigencia, a los ojos de la opinión pública, todo un proceso de reforma universitaria”. El Sur, por su parte, manifestaba el 9 de junio que quienes atacan la universidad son “los que quieren convertirla en un bastión revolucionario, en una escuela superior de guerrillas, en un instrumento propicio de caos generalizado”. El Mercurio, el 14 de junio explicaba en su editorial que excluir al Poder Judicial de lugares donde se cometen delitos, incluidos los recintos universitarios, responde al esfuerzo político “por volver a la etapa de amedrentamiento y de ignorancia jurídica que han hecho posible el desarrollo del extremismo más virulento bajo el parapeto de la autonomía”. En el Consejo de Rectores realizado por esos días en Santiago, el rector Enríquez fue recibido con una ovación. Él sentía que el gobierno democratacristiano atacaba su casa de estudios por razones ideológicas y años después recordaría que “nadie aprobaba la conducta del gobierno del señor Frei en lo que a la Universidad de Concepción se refería. Quiso aprovecharse de un hecho policial para atacarla, desprestigiarla y quizás provocar la caída del rector, y salió desprestigiado, criticado, censurado, sucio de todas esas actuaciones innobles que creyó tan bien calculadas” (Edgardo Enríquez, «En el nombre de una vida», México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1994). Era una mezcla de política y vida académica, reforma universitaria y revolución, etapa terminal del gobierno de Frei y posibilidades de una revolución socialista, todo mezclado con torpezas, delitos, abusos, aprovechamiento político y discursos contradictorios.

Quizá tuvo razón el periodista Luis Hernández Parker cuando afirmó que en “el repugnante y cobarde atentado” contra Osses, los autores habían procedido con “una ardiente y desalmada ira y con la cabeza también calenturienta”. Con ello se alejaban del consejo de Lenin, quien sostenía que la lucha revolucionaria requería “cabeza fría y corazón ardiente”: el infantilismo terminaría no por servir a “su causa, sino a la de sus adversarios” (revista Ercilla, 11 de junio de 1969).

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