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Pedro Almodóvar ha reconocido que por “Dolor y gloria” sobrevuela el fantasma del Iván Zulueta, cineasta maldito que murió en 2009 tras décadas de adicción a la heroína. No solo usó su biografía como inspiración, sino también el mensaje que propone su película “Arrebato” (1979): el cine es un arte que puede fagocitarnos.

Salvador Mallo (Antonio Banderas) es justamente eso: un cineasta “fagocitado” que vive anclado a un largometraje de culto que estrenó hace 32 años. El redescubrimiento de esa cinta, que se proyectará en la Filmoteca de Madrid, lo obliga ahora a salir de su madriguera existencial, donde impera la enfermedad, la nostalgia y el aislamiento social. Pero su regreso al mundo implicará hacerse cargo de sus vínculos trizados y, paradójicamente, lo llevará a descubrir la heroína, droga que nunca se atrevió a probar en su juventud. Las brumas de la evocación narcótica le permitirán a Almodóvar enfrentar a Salvador a las imágenes de una infancia marcada por una madre imponente (Penélope Cruz) y por su descubrimiento del mundo, incluyendo los libros y la atracción sexual.

Mallo es también, por supuesto, el alter ego de Almodóvar o, digamos, un personaje construido sobre sus miedos frente a los golpes que trae el ocaso. “Dolor y gloria” es, finalmente, una película sobre la muerte. Lo interesante es cómo Almodóvar cuenta la historia, mezclando sus ingredientes habituales (costumbrismo, melodrama, homoerotismo, obsesión por la figura materna) y jugando con el metalenguaje en beneficio de un dinámico juego de espejos que también funciona como un sentido homenaje al cine.

A pesar de su vibrante inquietud formal, “Dolor y gloria” tiene la carga melancólica de los artistas viejos cuando saben que la muerte se aproxima. Incluso quienes no sean cercanos a los manierismos y excesos del cineasta, podrán conectar con la que ciertamente es una de sus películas más contenidas y esplendorosas. Su propio “8 ½”, guardando las diferencias.

Vale destacar las actuaciones. Antonio Banderas (un actor con más caídas que logros) está perfecto en el rol protagónico; Penélope Cruz brilla en cada escena y el argentino Leonardo Sbaraglia, como un antiguo amante de Salvador, aprueba el difícil desafío de transmitir emociones con su mirada. No hay duda. Almodóvar ha vuelto en gloria y majestad.

“Dolor y gloria”. Dirección: Pedro Almodóvar. Con Antonio Banderas, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Cecilia Roth. España, 2019. Duración: 1 hora 53. BUENA.

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Sería injusto atribuir el triunfo artístico de la saga “Toy Story” solamente a una premisa brillante que puede soportar cientos de secuelas, porque en cada una de las entregas los guionistas se preocupan por ofrecer una historia refrescante y novedosa. Los emblemáticos juguetes pertenecen ahora a una niña llamada Bonnie, quien privilegia a las muñecas a la hora de jugar. Es por esto que Woody, el protagonista, se siente dejado de lado y recuerda constantemente a su ex dueño Andy. El sabe que esos fueron sus años de gloria. Sin embargo, su sentido heroico (es un sheriff) lo impulsa a infiltrarse en el bolso de la niña y protegerla sin que ella se de cuenta durante su primer día en el jardín infantil. La salvará de un par de aprietos pero tendrá que lidiar con Forky, un juguete que Bonnie arma en su escritorio con un tenedor de plástico. Como estamos en una suerte de mundo secreto de juguetes, Forky cobrará vida. Se impondrá como un freak que solo piensa en regresar a la basura porque siente que ahí está su verdadero lugar.

El director Josh Cooley construirá entonces una aventura a partir de la fuga de Forky, lo que tiene triste a la pequeña Bonnie. Después de todo, los juguetes existen para hacer felices a sus dueños.

Lo admirable de “Toy Story 4” es que nunca decae. El humor ingenioso, la nostalgia, las atractivas locaciones y los guiños cinematográficos (los antagonistas son juguetes antiguos que parecen como sacados de una película de terror y el romance entre Woody y Bo Beep está impregnado de referencias al western) componen un filme infantil que, como casi todos los de Pixar, saben cómo tocar la fibra emocional de los adultos.

“Toy Story 4”. Dirección: Josh Cooley. EE.UU., 2019. Duración: 1 hora 40. BUENA.

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Paloma Salas sugiere:

“‘Casper', en Netflix. Toda mi infancia siempre tuve una cercanía con Gasparín, porque, como él, yo era blanca y cabezona. La película tiene como un tufillo entre ‘El joven manos de tijera' y el videoclip de ‘Everybody', de los Backstreet Boys, que te llevará directo a los tiernos 90”.

La comediante y actriz es la gran revelación de la película “Ella es Cristina”.

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No hay duda de que HBO ganó la contienda de las series, al menos en términos de impacto mediático. Después del bullado auge y decepción de “Games of thrones”, vino el fenómeno “Chernobyl” y, ahora, “Euphoria” ha dado de qué hablar por su crudeza narcótica y sexual. La metáfora es servida en el primer minuto: Rue, la protagonista, nació días después del 9/11. Eso la vuelve, para la serie, en una especie de hija del horror. Sus trastornos de personalidad le deparan una vida llena de sufrimiento que las drogas se encargarán de combatir. Su mundo es tan horrible como sus tormentos: el colegio es un campo de batalla hipersexualizado y el narcisismo de las redes sociales amplifica la banalidad generalizada. En medio de este universo marcado por los lamentos del trap, hay una chica trans que será víctima de bullying.

No se puede juzgar una serie tras un capítulo (se estrena todos los domingos), pero “Euphoria” está demasiado sobrecargada de oscuridad efectista como para que podamos digerirla. En la línea de “Por trece razones”, se empeña en retratar los vacíos de una generación con cierta ambigüedad, entre la glamorización de los excesos y la crítica social. Aún quedan siete capítulos para averiguar hacia dónde va.

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