Benjamín Vicuña hace al menos una década que es celebrado por la prensa en Argentina. Ahora lo hace de nuevo con “Argentina, tierra de amor y venganza”, la ficción más vista de la televisión al otro lado de la cordillera.

Y también con “Terapia amorosa”, la obra que estrenó el 18 de enero en Buenos Aires con temporada agotada hasta la semana pasada, que debuta esta noche en el Teatro Oriente, en Providencia, donde estará también sábado y domingo.

“La sorpresa es Benjamín Vicuña en un papel desacostumbrado para sus seguidores, el del marido cansado, estructurado y un poco bruto, despojado ya de todo atractivo”, escribió Clarín.

La pieza del austríaco Daniel Glattauer es dirigida por Daniel Veronese y protagonizada por el actor chileno junto a Violeta Urtizberea, una pareja que sufre el tedio de 14 años de matrimonio y decide visitar a un terapeuta poco convencional (Fernán Mirás). “Fue un fenómeno en Corrientes”, dice Vicuña. “Son estas parejas que se van mimetizando y transformándose en un monstruo de dos cabezas”.

—¿Cuál es tu vínculo con la terapia? En el país del psicoanálisis.

—Argentina es un país muy sicoanalizado. Eso hace que las obras que tienen que ver con la terapia son prácticamente un género. Pero Chile también. No subestimo la importancia de las terapias.

—En Chile la gente cuenta que se analiza con menos vergüenza que antes.

—Es que la terapia de pareja no tiene por qué ser en un momento terminal, para resolver el cómo nos separamos. Si no existe ni la voluntad para ir, te habla de un desamor profundo. Una terapia puede erradicar vicios y problemas de comunicación. Me gusta sicoanalizarme. Yo voy a terapia hace 20 años porque creo que lo necesito, porque es parte de mi salud mental. No porque esté loco.

—Supe que con Veronese, el director, compartes terapeuta.

—En Chile tengo mi terapeuta y cuando llegué a Argentina como hace 6 años estábamos trabajando juntos y él me compartió su dato. Es gracioso, compartimos un secreto importante. Es la mujer que más nos conoce a ambos. La invitamos al estreno y nos miraba con mucha ternura: ahí estábamos los dos desfilando con nuestras miserias.

—¿Qué has aprendido sobre el arte de discutir?

—Esta pareja descubre una manera de herirse de forma agazapada. Están constantemente menospreciándose y no lo asumen. Existe esa manera de discutir. Y los únicos que no se dan cuenta que se están matando son ellos mismos. Es una adicción a su propia forma de ser.

—Mantener una pareja por muchos años es un arte también.

—Absolutamente. Por eso hablamos de convivencia, matrimonio, hijos, amor, desamor, traición, infidelidad, la familia del otro. Todo lo difícil que es acompañarse en una vida larga, entendiendo que el otro va cambiando en el camino.

—Personalmente, ¿los conflictos los enfrentas o los evades?

—Me gusta enfrentar los fantasmas y los miedos, hablarlos. Hay quienes piensan que no se saca mucho, pero me gusta masticar las ideas y mirar los problemas a la cara. No soy de guardar nada para que me sirva como comodín el día de mañana. No soy estratega.

—Años atrás decías que disfrutabas del melodrama y las canciones cebolla.

—De sufrimientos, tengo bastante. Elijo hacer una comedia para sanar. En Argentina era necesario una comedia y en Chile también, para que funcione a modo de terapia colectiva. En lo personal, transito por los diferentes géneros. He estado vinculado a cosas dramáticas, políticas y trágicas. La vida es multigénero. Lo que no está bueno es quedarse en un solo tono. Ni como actor ni en la vida misma.

—¿Y fuiste a terapia de pareja?

—Fui. Es necesaria, pero no necesariamente salva una relación. Es un error considerar al terapeuta como un árbitro o la voz de la verdad. Es simplemente un tipo que puede canalizar y entregarte herramientas. Después viene el problema de quién recomendó al terapeuta. Viene de mi lado o del de ella. “¡Ah, fue tu cuñado y tu cuñado es un loco de mierda!” (risas). Es muy difícil.

“Sigo siendo el niño vulnerable de antaño”

Desde que llegó Benjamín a Buenos Aires es protagonista habitual de la prensa trasandina. Fue portada de Hola en diciembre pasado, cuando celebró sus 40 años junto a su pareja en Madrid. Lleva tres años en una relación estable con China Suárez —“Una de las parejas del momento”, como dice Caras Argentina— con quien ya anunció matrimonio. “Estamos full pega los dos. Así que estamos en standby para ver cuándo podemos planificar bien. Hacer un matrimonio bonito. Son las ganas de querer darle a ella un lugar frente a mis hijos, también por el rito, por estar con los amigos y familia. Hay razones profundas que no tienen mucha explicación. Era el momento”, cuenta.

El año pasado estuvo cuatro meses viviendo en España para grabar “Vis a Vis”, la popular serie de Netflix, y se las arregló para tener a sus hijos viviendo con él un mes. El resto del tiempo, atravesaba el Atlántico cada dos semanas para verlos. Ha sido padre cinco veces: Bautista (11), Beltrán (7), Benicio (4) y Blanca (que murió en 2012), de su anterior relación con Pampita Ardohain. La menor es Magnolia (1 año y 6 meses), su hija junto a China Suárez. “Es una niña maravillosa, dulce, exquisita, un regalo del cielo. Es impresionante lo que despertó en nosotros. La estamos gozando. Es pura luz”, cuenta. A ellos se les suma Rufina (6), hija de la anterior relación de la actriz.

—Después de tantas idas y vueltas, ¿cómo estuvo el repaso de tus 40?

—Siento que sigo siendo el niño indefenso y vulnerable de antaño. Todo pasó muy rápido. He podido hacer muchas cosas, mucho trabajo, pasar por muchas situaciones. Soy un agradecido de las luces y las sombras. Me quedo con lo personal: mi mejor trabajo fue ser papá. Conocer el milagro de la vida y el amor.

—¿Cómo te cambiaron cinco hijos?

—Cambiaron mi forma de ver el mundo. La forma como te centras y como te postergas también. Ellos pasan a ser mi vida y mi vida pasa a través de sus ojos. Además, hay que ser consciente de seguir viviendo tu propia vida, lo que es difícil. Hay muchos días en que habito más la ficción que la realidad, días de mucho trabajo; es complicado.

—A Blanca la llevaste muchas veces a trabajar contigo.

—Siempre. Sobre todo al teatro, los sets de grabación son más incómodos. Lo hago mucho ahora; me encanta que mis hijos vayan conmigo. El teatro es un lugar mágico. Me encantaría que el día de mañana recordaran a su papá vinculado con el escenario y las bambalinas.

—¿Te haces cargo de los llamados del colegio también?

—Sí, claro, por eso estoy acá. Compartimos muchas actividades con la mamá de mis hijos. Pasa que los colegios cada vez se hacen cargo de menos cosas. Que necesitan especialista en lenguaje, psicólogo, profesora de inglés, etc. Nuestra crianza fue más integral; teníamos profesores que eran verdaderos padres. Y no pretendo dictar cátedra, pero la mayoría de los papás después de separarse, en mi caso, se habrían ido a Chile, que es donde tengo a mi familia y mi teatro. Me quedé acá y significa un desarraigo importante, pero lo asumo con amor.

—¿Qué ha sido fundamental para ti heredarles?

—La hermandad, que se acompañen y se ayuden. Que sean cariñosos, que se abracen, que se relacionen sin tabúes con el cuerpo, que se quieran. Muchas veces por ser hijos de personas conocidas se ven expuestos a ciertas cosas que tienen que entender. Hay momentos de mucha exposición, pero hoy gracias a Dios hoy están las cosas en orden en mi vida. He pasado momentos difíciles.

—¿Tuviste ganas de renunciar? Probablemente el momento más crítico fue cuando te estabas separando.

—Uno distingue lo transitorio de lo importante. Yo no puse el foco afuera. Cualquiera que se separe sabe lo difícil que es.

“No se puede reinventar el deseo”

Otros proyectos que esperan a Benjamín este año es el estreno de su nueva sala Mori Recoleta, el 20 de junio; su película “Pacto de fuga” en octubre; y “Berko”, la serie para Fox inspirada en la obra “El arte de callar” (2004) de Roberto Brodsky.

Hace 15 años, Benjamín reconocía cierto “temorcillo” al ver las mismas fanáticas en cada una de sus funciones.

—¿Supiste convivir con ese tipo de obsesiones?

—Más que obsesión veo a seguidoras que se emocionan y me acompañan. Si yo sufriera con esto, me dedicaría a otra cosa. Me quedo con esa persona que me abraza y me dice: “Yo fui abusado y después de ver «El Bosque de Karadima» decidí hacer la denuncia”. O “decidí estudiar teatro porque tu obra me emocionó hasta los huesos”. Son esos los comentarios que transforman. Después, que una señora te agarre el culo en un mall, bueno...

—¿Eso te pasó?

—Si me pasó, no lo recuerdo (risas).

—¿Cuál es tu postura frente al feminismo? Implica un nuevo lenguaje a la hora de relacionarnos.

—Es un desafío para todos los géneros. Tenemos que cambiar sobre todo nuestra generación, una generación bisagra: heredamos muchas cosas. Adhiero a la demanda de igualdad y respeto; son cambios importantes y profundos que se están haciendo mucho más rápido de lo que uno imagina. Tienen la velocidad de la modernidad, la velocidad de las redes y las circunstancias. Tendremos todos que aprender de cero.

—¿Entiendes a Catherine Deneuve que apelaba a favor de la galantería?

—Tampoco se pueden reinventar el deseo ni el amor. Se pueden revisar las formas, pero la esencia y las ganas de querer encontrarse van a seguir existiendo. Laboralmente hay que generar protocolos, buscar la manera de cuidarse.

—A propósito del caso Nicolás López hablaste, en Cooperativa, de una “vieja escuela”, de una antigua manera de relacionarse en este medio que era bien brutal.

—Es muy delicado el límite, pero hay cosas que abiertamente exceden los límites: menores de edad y ciertos hechos puntuales. Ahí está la ley para definir qué fue un mal chiste, fuera de contexto, y que es un delito.

—Tú también te tuviste que revisar supongo. Muchos hoy se mueven con más cuidado.

—Obviamente. Y por eso están bien los protocolos. Teníamos muchas mañas instaladas, malos hábitos, malos comportamientos. Está bien que haya una evolución en el trabajo cotidiano. Debería ser así en los colegios y en todas partes. Mis hijos serán otro tipo de hombres en su trato con las mujeres. Me encantaría poder heredarles un mundo más justo.

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