Si hay un poder atomizado en el país, es el de los rectores.

En Santiago es clara la influencia política que tienen los rectores Ennio Vivaldi (Universidad de Chile), Ignacio Sánchez (Universidad Católica), Carlos Peña (Universidad Diego Portales) y Harald Beyer (Universidad Adolfo Ibáñez).

En regiones es más tenue. Si bien cada rector goza de cierta visibilidad en su región, algunos han desarrollado un mayor grado de relevancia al cultivar redes políticas, empresariales y culturales que los sitúan en escenarios que van más allá de las ciudades donde están las universidades que dirigen. Los dos ejemplos más claros son Aldo Valle (Universidad de Valparaíso) y Álvaro Rojas (Universidad de Talca).

Mientras que a Valle lo sondean como posible candidato para gobernador regional, Rojas ya tiene en su curriculum haber sido ministro de Agricultura y embajador en Alemania, en el primer gobierno de Michelle Bachelet.

Poder de financiamiento

Sin embargo, el poder que poseen algunos rectores también emana del propio sistema.

“Lo que les da fuerza a los rectores, y no han potenciado, es la capacidad académica y profesional que tienen de hacer planteamientos a la élite política y a la clase gobernante. Ese es su mayor potencial”, dice José Joaquín Brunner, investigador y exministro.

En América Latina, los rectores suelen ser figuras políticas muy relevantes y muchas veces pertenecientes al partido de gobierno.

“Acá en Chile es distinto, los rectores están casi por encima del bien y del mal en la política coyuntural. Así que son sus contactos y redes lo que les da poder de negociación”, dice Brunner.

La diferencia ocurre —en parte— por el régimen de financiamiento que tiene el sistema universitario chileno. “En América Latina, la mayor parte del presupuesto de las universidades proviene del gobierno de turno, dependen del mundo político. Acá, el nivel de autofinanciamiento es alto y las universidades deben buscar recursos por todos lados”, agrega.

Pero esa independencia dura hasta que se tramitan leyes que los afectan. Es lo que ocurrió en 2017, cuando la reforma de educación superior de Bachelet obligó a los rectores a articularse políticamente en dos bandos: los de las universidades estatales y los privados con aporte estatal.

Actualmente hay más de 60 universidades que en conjunto superan el millón 200 mil alumnos, pero el nivel de diferenciación y clasificación entre ellas es creciente. Están las acreditadas y las que no, las públicas y las privadas, las estatales, las privadas que reciben aporte estatal (por ejemplo, las católicas), las privadas que no tienen apoyo del Estado, las regionales, las adscritas a gratuidad... y suma y sigue.

En ese sentido, la competencia entre ellas —y que cada grupo insista en que su peculiaridad es más importante que la del resto— ha debilitado su influencia como grupo.

Otros regionales

Otras rectores influyentes en regiones son Claudio Elórtegui (Universidad Católica de Valparaíso) y Emilio Rodríguez (Universidad de Tarapacá).

Al primero se le reconoce como “progresista con mucho vínculo DC” y ligado a economistas de Cieplán. Fue seremi de Hacienda del gobierno de Patricio Aylwin (el DC Alejandro Foxley era ministro).

Mario Marfán, José Pablo Arellano y Ricardo French-Davis figuran entre sus contactos permanentes, al igual que Fuad Chahin (presidente actual de la DC) y los hermanos Walker (Ignacio y Matías, exsenador y actual diputado, ambos DC).

El rector Rodríguez, de la UTA, tampoco tiene militancia política, pero en 2014 fue nombrado intendente de Arica por la Presidenta Bachelet.

Entre sus amistades personales figuran los senadores José Miguel Durana (UDI) y José Miguel Insulza (PS). Y aunque fue una opción para postular al Senado, lo desechó por priorizar la academia.

Sergio Bitar (exministro PPD), José Palacios (presidente del directorio de la Universidad de las Américas) y Teodoro Ribera (rector de la Universidad Autónoma) figuran entre sus cercanos también.

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Es un simpatizante DC disciplinado. Y aunque siempre al exministro y exembajador siempre se le mencionó como militante de la Falange, en lo formal solo estuvo inscrito en el partido en su juventud.

Su acercamiento con la política se inició en la Universidad de Chile. Fue presidente del Centro de Alumnos entre 1972 y 1974, cuando estudió Veterinaria, pero su sentido de lo público data de su niñez. Su madre fue dirigenta gremial del Partido Radical y como vivía en el centro de Santiago, con frecuencia jugaba y andaba en bicicleta en los patios de La Moneda.

El rector de la U. de Talca hoy se ha convertido también en un foco de atracción para algunos DC que van de vuelta en su vida política. Por ejemplo, René Cortázar —el exministro— a principios de 2016 iba casi todas las semanas a participar a seminarios en la región. En esa época tenía interés en representar a esa zona en el Congreso, como candidato senatorial de la DC y publicó un libro sobre Transantiago, que se editó bajo el convenio Cieplan-Universidad de Talca.

Sus vínculos con la DC —especialmente con Alejandro Foxley— le permitió aliarse con Cieplan, un think tank falangista, formador de opinión y relevante en la discusión de políticas públicas. Realizan en conjunto seminarios internacionales y nacionales, talleres y cursos. Y gran parte de los investigadores de Cieplan viajan con frecuencia a las sedes de la universidad.

Su lazo con la DC lo acercó a la Fundación Konrad Adenauer, lo que le permitió estudiar en Alemania, donde sacó un doctorado y un posdoctorado en la U. de Múnich. También fue consultor de la Cepal, de la FAO y del Banco Mundial.

Lleva más de 25 años liderando la Universidad de Talca en siete períodos no consecutivos (la primera vez asumió en 1991, cuando tenía 37 años), tiempo en el cual debió enfrentar una crisis de salud que terminó en un trasplante de riñón.

Su anhelo —dicen quienes trabajan con él— es posicionar a la U. de Talca no solo como referente nacional del sistema público, sino a nivel latinoamericano. Y, en parte, lo ha logrado. La casa de estudios estatal está ranqueada entre las mejores del país y ha logrado expandirse más allá de su región (tiene sedes en Santiago, Colchagua, Curicó y Linares. Esta última fue inaugurada en 2017, por la Presidenta Bachelet y gran parte del gabinete).

Rojas también desarrolló una veta cultural: gestionó un Parque de las Esculturas y varias galerías donde se exhiben las más de 2 mil piezas que tiene el plantel (pinturas de Nemesio Antúnez, José Balmes, Roser Bru y Pedro Lira, así como esculturas de Federico Assler, Marta Colvin, Waldemar Otto y Mario Irarrázabal). De hecho, el mes pasado, la Academia Chilena de Bellas Artes lo premió por su aporte.

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