Aunque es norteamericano, Jon Lee Anderson asegura que fue concebido en las faldas del volcán de San Salvador, país en el que vivió en los años 80. Allí cubrió “la guerrilla” y conoció a los líderes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Es tanta la cercanía que tiene con este país que, de vez en cuando, se le escapa un “vaya”, modismo salvadoreño que junto al voseo marcan el español que se habla en este país de Centroamérica.

Es en esa misma ciudad de El Salvador donde tuvo lugar esta entrevista y en la que Anderson realiza un análisis de los gobiernos de izquierda, como el de Daniel Ortega, en Nicaragua, a quien califica de “lumpen y patán”. También cuestiona a Evo Morales y a Nicolás Maduro por el caudillismo que mantienen para aferrarse al poder.

A Fidel Castro lo entrevistó en sus últimos años y a Augusto Pinochet, unas semanas antes de ser detenido en Londres. Ha escrito perfiles de Sadam Husein, del Che Guevara, del rey Juan Carlos de España en un estilo propio, en el que ausculta el poder y la humanidad de sus entrevistados, aun si son “draconianos”.

Cubrir conflictos bélicos no solo en Latinoamérica, sino también en Afganistán e Irak le ha significado sortear emboscadas y estar cerca de la muerte. Pero Jon Lee Anderson les teme más a los trolls de twitter que a la muerte.

—El ex presidente de El Salvador Mauricio Funes, prófugo de la justicia por malversación de fondos públicos, vive exiliado en la Nicaragua de Daniel Ortega, mientras el ex sandinista protagoniza una cruel represión a su pueblo desde 2018. ¿Qué pasó con los dirigentes de esos movimientos revolucionarios de los 70 y 80 que prometían la llegada del hombre nuevo?

—Lo que hemos visto es una degradación de la moral. Originalmente eran revolucionarios formados para la lucha armada y para propósitos de una agenda de la Guerra Fría, pero pasaron a ser dirigentes de partidos democráticos, que debían participar en las contiendas electorales, pero en algunos casos nunca llegaron a pensar de forma democrática. O sea, son en esencia socialistas pero gerenciando el capitalismo. Y lo que hemos visto una y otra vez es corrupción de estos personajes o en sus estructuras una vez en el poder.

—El ejemplo icónico de esa corrupción es Daniel Ortega en Nicaragua.

—Él es un tipo que se presentó como revolucionario, vivió esa epopeya del sandinismo en el poder enfrentado a Washington, triunfando en 1979. Pero luego vino el final de la Guerra Fría, y salió en 1990. Luego de 16 años, insistió en regresar como actor político durante 16 años para finalmente ganar las elecciones en 2006 y volver a la presidencia en el 2007, utilizando todavía la retórica del guerrillero y con todo su historial de revolucionario. Sin embargo, llegó al poder a partir de un acuerdo que hizo con sus antiguos enemigos, entre ellos el arzobispo ultraconservador Miguel Obando Bravo, lo que implicó ceder y aceptar una política antiaborto de las más estrictas en las Américas, y con el Cosep, que es el Consejo de la Empresa Privada, los mismos que en los años 80 actuaron en complicidad directa con la CIA para derrocarlo. Y una vez que llegó al poder se ha eternizado cambiando las leyes para perpetuarse.

—Junto a su mujer, Rosario Murillo, que es la vicepresidenta de Nicaragua.

—No solo es la vicepresidenta, también es la ministra de Información. Entre los dos crearon —lo que se podría llamar— la primera “presidencia monárquica” en la historia moderna de la región. Lo increíble es que Ortega sigue con su retórica revolucionaria, mientras Nicaragua es, tras su revolución truncada, la más analfabeta, el país más pobre en América después de Haití. Hay muchos nicaragüenses que no van a la escuela y que ganan un dólar al día. Trató de subastar el país a un millonario chino para construir un canal interoceánico, pero recibió un bochinche por el campesinado al tratar de expropiar sus tierras.

—¿Ortega se parece a otros dictadores modernos o es un caso diferente?

—Bueno, está empeñado en quedarse en el poder, como otros dictadores de la post-Guerra Fría, como Mubarak (estuvo 30 años en Egipto) o Gaddafi (42 años en Libia), quienes bajo presión de Occidente empezaron a abrir sus mercados y a repartir las riquezas y el poder a sus hijos. Es interesante mirar ese paralelismo con la familia Ortega. A Laureano, uno de sus hijos, le entregó el fomento de negocios en el extranjero, pero éste hizo negocios corruptos en los que los inversionistas pagaban coimas para ingresar a la economía nicaragüense. Eso es Nicaragua. Y Ortega es el más lumpen y patán.

—Venezuela no se escapa de ese lamentable rumbo. Maduro, si bien no es un símil de Ortega, carece de credenciales democráticas.

—La izquierda en Venezuela subió al poder en el decenio pasado, con un Fidel todavía vivo y admirado por la izquierda. Era una etapa de gran intervención militar norteamericana y también de boom de commodities que hizo que a Venezuela le entrara un trillón de dólares. Esa revolución 2.0, que hemos visto en su subida y caída, coincide con las subidas y caídas del precio del petróleo. Y curiosamente lo mismo que los llevó a la cima los ha tirado para abajo, porque el dinero les corrompió sus sistemas.

—La corrupción permeó a prácticamente todos los países con gobiernos de izquierda, incluyendo a Brasil. Sin embargo, y pese a estar encarcelado, Lula sigue recibiendo apoyo de algunos sectores progresistas. ¿A qué se debe?

—Yo no soy uno de los que creen que Lula merece estar en la cárcel. Hay que separarlo de los demás. No estoy convencido de que él sea una persona corrupta. Lo encarceló el mismo juez (Sérgio Moro) que luego se convirtió en ministro de Bolsonaro. No se puede negar el caso Odebrecht, pero si está Lula en la cárcel, ¿por qué no está Temer? De él hay videos aceptando dinero. En el caso de Lula, su exesposa pidió que ampliaran su charco de peces en una finca prestada. ¿Qué es eso?

—Pero Lula está en la cárcel porque el juez Moro comprobó que hubo soborno de la constructora OAS, entregándole un departamento, a cambio de contratos millonarios.

—Es un departamento que Lula nunca ha pisado y que tampoco es una prueba como tal. No digo que el Partido de los Trabajadores (PT) no la embarró con la corrupción, pero no pondría a Lula y a Daniel Ortega en la misma canasta.

—¿Crees que la izquierda aún no ha aprendido la lección de estos errores?

—La izquierda en América Latina, si quiere sobrevivir o realzarse en el poder, debe dejar las retóricas maximalistas, tiene que reconocer en plenitud los errores propios que incluye el haberse corrompido y el no haber zanjado la contradicción de definirse como socialista y terminar practicando el capitalismo.

—El caudillismo también es un problema que afecta a las izquierdas. Y muchos líderes tratan de aferrarse al poder. Evo Morales ahora va por su cuarto periodo.

—Tanto los sandinistas, como Evo, Chávez y Maduro bailaban alrededor y emulaban a Fidel (Castro) como el máximo exponente de la virtud revolucionaria y han copiado también sus comportamientos caudillistas, pero sin la misma gracia. Esta cosa maximalista de “nosotros contra el imperio”, sin matices, ha resultado muy polarizante y lamentablemente ha justificado la perpetuación en el poder de diferentes actores que ostentan una política supuestamente progresista, pero en cuanto a su forma de gobierno se torna dictatorial. Son incapaces de escuchar la crítica. Si todos fueran como el Che Guevara, a lo mejor sería más aceptable. Si bien él era draconiano en sus prédicas, no era una persona corrupta. No es el caso de esta última generación.

—¿Por qué es posible que Cristina Fernández vuelva al poder después del escándalo de los cuadernos de la corrupción que dejaron al descubierto sobornos destinados a recaudar decenas de millones de dólares durante el kirchnerismo?

—El declive y desencanto económico experimentado con el macrismo es tan profundo que prefieren oír el canto de sirena de Cristina, con su narrativa de reivindicación y redención. Parece una constante en la historia argentina de que una gran parte del pueblo opta siempre por la pasión, sea quien sea el apasionado.

“No soy Miguel Bosé”

—Los presidentes de Chile y de Colombia cuestionaron severamente a Michelle Bachelet por el rol jugado en la crisis de Venezuela como comisionada de Naciones Unidas por los Derechos Humanos, argumentando que ella no condenó abiertamente el régimen.

—La polarización y la radicalización de posiciones sobre Venezuela en algunas instancias internacionales, como en el Grupo de Lima o en la OEA, han hecho disparar los ánimos y las discusiones. A mí no me consta que ella no haya puesto su opinión sobre la mesa. Es más, ella tiene cierto estatus moral como ex mandataria y puede no solamente criticar en público, sino que puede operar en privado. Hay que darle chance para que lo haga en lugar de hostigarla en público y arrinconarla. Yo no soy de los que están sacudiendo el puño a Michelle Bachelet.

—No eres Miguel Bosé.

—No, no soy Miguel Bosé, ni mucho menos (lanza una risa).

—Steve Bannon, ex asesor de Trump, asegura que el populismo está atacando al Leviatán que creó la izquierda y que a la población le agrada la promesa del desmantelamiento del Estado burocrático. ¿Crees que esa puede ser una de las razones de esta oleada populista en Estados Unidos y en Brasil con Bolsonaro?

—Podría ser, en parte. Pero si lo miras de otra forma, es Bannon quien llega con un discurso “revolucionario y populista”, junto con Trump. Antes de su aparición, yo no estaba consciente de que existiera una gran masa de gente frustrada con los migrantes. Él vio una oportunidad y la aprovechó. A partir del éxito de Trump, los políticos hábiles encontraron la fórmula de ganar adeptos.

—Todos los pueblos tienen sus prejuicios y a ese resentimiento apela el populismo.

—Claro que sí, todos los pueblos los tienen, pero no es que antes de Bolsonaro hubiera marchas antitrans o antigay por las calles de Sao Paulo. Había un sector de la población que no sentía que sus prejuicios, odios y sectarismos estaban representados. Lamentablemente ésta es la hora de los patanes, que han entendido cómo explotar los sentimientos más xenófobos, racistas, sexistas, misóginos, incultos de la gente.

—¿Quieres decir que aprovechan ese caldo de cultivo?

—Lo aprovechan, para de esa manera crear una base política, utilizando herramientas de consumo masivo. Y también las nuevas tecnologías de comunicación como para construir una efervescencia y una base política nueva. Estamos ante un fenómeno global, que cultiva y explota las frustraciones y prejuicios de la gente que se siente liberada de las viejas estructuras y normas del respeto, bajo un afán de llegar a lo más inmediato, lo más directo y lo más vulgar. La tecnología nos está cambiando las formas de comportamiento social, de consumo, tanto lo que es el ámbito comercial como en la política.

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