Ahora te voy a implorar

a ti hijo de María

que veái' estos campos secos

te pido por la sequía”.

Con esta cuarteta y muy enérgico, el alférez Jaime Cisternas, del Baile Chino de Pucalán, va cerrando la celebración de la Cruz de Mayo. Sus flautistas, disponiendo sus cuerpos hacia adelante, hasta una genuflexión, repiten con fuerza los dos últimos versos: “…que veái' estos campos secos / te pido por la sequía”.

El tema de rogar por lluvias a la divinidad —entonado desde tiempos aborígenes pre-incas, y luego incaicos, hispanos y chilenos— es una constante del lugar, pues hasta hoy Pucalán es un villorrio que vive en una alternancia climática de lluvias y sequías. En este quinto siglo de vida ha llegado a su punto más difícil: ya no hay agua. La traen en camiones.

Entre Pucalán y su sequedad existe una misteriosa paradoja. Para entender lo que significa el topónimo mapuche, se descompone la palabra: tenemos que la sílaba PU es una nota de pluralidad. KALLA se traduce como brote, como renoval. Y la N final, hace de la palabra un verbo. Entonces, PUKALLAN, ahora Pucalán, es ¡brotar! Algo que es como un conjuro ante la secular falta de agua.

Un camino de montaña

Al lugar, los mapas antiguos lo anotan como Pucalán de la Costa. Eran tiempos en los que los viajes se hacían caminando y mirando y, allí, se sentía y veía un portezuelo —un quiebre entre montañas— que bajaba al mar. Todo esto, desde Los Nogales a Puchuncaví, a la vera de la carretera 5 Norte.

El pueblo está situado justo a la bajada de la Cuesta y se deja ver hacia una hondonada vallina, con una calle larga que corre en el mismo sentido que la carretera oficial (F20). La nitidez de su imagen habla de una intimidad residencial, algo como si un instinto gregario, colectivo, les llevó a recogerse allí.

El caserío siempre estuvo contiguo al fundo Los Maquis. Luis Risopatrón, en su “Diccionario…” de 1924 lo define como “una aldea que cuenta con un desparramado caserío, servicio de correos i escuelas públicas; que yace en medio de contornos quebrados…”. Ya en 1897, la “Geografía…” de Enrique Espinoza anotó que allí existe una aldea de 1.028 habitantes.

Ruta de los incas

El territorio, antes de la llegada del español, ya era traficado por los incas. Un camino de montaña que desde Alicahue, por la Sierra del Curichilonco, permitía el paso hasta la fortaleza del Mauco, en Concón. Hasta hoy, la tradición oral de los costinos habla de “esa gente peruana”. Pucalán, sin duda, fue un tambo de descanso.

En la casa de Guillermo “Caturro” Díaz, chino puntero del baile religioso local, crece una planta de capulí o guindilla del inca. Así llaman aquí a la Physalis peruviana. Se trata de una hermosa solanácea que en el interior de su cáliz, hinchado, aloja a su fruto rojo, hasta que madure. Lo mismo indica su nombre mapuche de kapullí, que significa “adentro hay otro”. Hace mucho tiempo que Díaz la reproduce, desde que la encontró junto a un “entierro” (ruinas) a la orilla del antiguo sendero que conduce al Mauco. Se sabe que los incas sembraban plantas comestibles en lugares por los que traficaban.

A pesar de que en algunos sitios se ven frutales de membrillos, manzanos, nísperos, papayos y, en algún jardín, rosas, salvia roja y antiguas “plantas de macetero”, la sequía y la contaminación que viene desde la bahía de Quintero y Ventanas amenazan la sobrevivencia de Pucalán. Mientras tanto, su tectónica le ayuda a vivir. Las temperaturas altas varían, no son regulares debido a la topografía quebrada. Corren vientos y por las mañanas o al atardecer suelen llegar nieblas o nubadas desde el mar (a 15 km). Así, el suelo adquiere una policromía múltiple, a veces salpicada de los verdes oscuros de la flora mediterránea. Hay boldos, maitenes, peumos, molles, maquis, algún belloto…

Rogando lluvias

Desde lo alto, es imposible no celebrar la imagen tan encendida y nítida de Los Maquis y Pucalán. Lugares tan dignos, casi autonómicos, que se mantienen desde los duros oficios que les deparó su destino.

Mientras tanto, por su calle principal, sigue la Procesión y el Baile Chino que danza al ritmo de sus flautas y tambores. En esto, no hay teologías ni discursos sobre cómo tiene que ser la fe. Solo la sencilla creencia en el Portento Divino es el sujeto evidente de la fiesta y, sobre todo, “el chineo”; es decir, la pasión por tocar y bailar intuitivamente. Así, son fieles a un ritual que viene de siglos atrás, sin cuestionamientos. Aunque es el día del Patrimonio y estos bailes han sido declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, aquí poco se sabe de eso y nadie lo recordó.

En medio de la serranía que rodea a Pucalán —los cerros Piedras Trepadas, el Alto de los Humos— y bajo dos centenarios cipreses, la comparsa se detiene para una última despedida:

“En el nombre de María

en el nombre del Madero

en el pueblo e´Pucalán

yo te pido un aguacero”

Y los flautistas se inclinan, sudan, y con fuerza repiten las dos últimas estrofas. El cielo parece llenarse de nubes negras.

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