Pedro Felipe Ramírez vive en plena Plaza Italia, en un departamento antiguo con piso de parquet. A sus 77 años, dice que está tranquilo y reconciliado consigo mismo, pero su cabeza y su corazón están con el sufrimiento del pueblo venezolano, que ha conocido muy de cerca.

Nada de eufórico, Ramírez habla lento y pausado, también se ríe con frecuencia, como si no fuera necesario subir los decibeles para darle consistencia a su discurso. Católico y de izquierda (fue secretario general de la Izquierda Cristiana en los 80), su historia política habla por sí sola. A los 24 años llegó a ser gerente general del Servicio de Cooperación Técnica, en el gobierno de Frei; a los 28, elegido diputado, y a los 32, ministro en el gobierno de Allende. Duró poco porque vino el golpe de Estado.

Fue detenido y, durante tres años, estuvo en varias cárceles y campos de prisioneros: La Escuela Militar, la Academia de Guerra, Isla Dawson, Ritoque, Tres Álamos. Pasó por trabajos forzados y vivió la tortura hasta que en 1976 partió al exilio a Venezuela, donde permaneció hasta finales de los 70. De regreso a Chile se dedicó a la lucha contra la dictadura.

“En ese período la Izquierda Cristiana, donde militaba, creció mucho, para mi propia sorpresa”, cuenta. “Fue muy importante para la recuperación de la democracia porque concitó a un amplio sector de la izquierda, captando a las comunidades cristianas de base que eran muy activas en ese momento, en defensa de los derechos humanos”.

Ya en los 90 se retiró de la actividad política, hasta que en 2014 partió de nuevo a Venezuela como embajador, durante el segundo período de Bachelet. Regresó a Santiago en marzo del año pasado y, desde entonces, ha hablado varias veces de lo que sucede en ese país.

“Hay una especie de CNI”

—Usted llegó de embajador a Venezuela siendo un chavista declarado, pero ahora es un férreo opositor al régimen de Maduro. ¿Cambió de opinión?

—Yo no soy dogmático, tengo convicciones claras, pero veo la realidad. Lo de Maduro es una dictadura, no tiene nada que ver con Chávez, ni con el socialismo ni con la izquierda. La gente mete todo en un saco, entonces dicen: “Si este señor se opone a Maduro ya no es de izquierda”. Y es todo lo contrario. Yo, como hombre de izquierda, llegué a Venezuela siendo chavista. Porque cuando estuve exiliado ahí ya había observado a un país con enormes desigualdades, con gente muy rica y consumista, ostentosa, grosera y, al mismo tiempo, una miseria impresionante. Chávez quería terminar con la desigualdad tan tremenda que había. Era un proyecto político en favor de los postergados. Es cierto que era populista, que cometió muchos errores, que fue autoritario, pero eso no invalida su proyecto de mayor justifica social. Pero cuando llegó Maduro al poder ese proyecto se terminó. Yo empecé a ver la total corrupción, la ruptura de la democracia y la violación permanente de los derechos humanos. El gobierno apresa gente a cada rato, hay una especie de CNI. Eso sumado al desabastecimiento, la pobreza, falta de servicios básicos, crisis de la salud, etc.

—¿Y cómo se explica usted este desastre?

—Son muchas causas, pero básicamente se han hecho malas políticas y robo a destajo. Es cierto que el petróleo bajó mucho de precio y eso golpeó fuerte a la economía del país, pero por otro lado todas las expropiaciones de empresas que se hicieron no funcionaron. El gobierno de Maduro se ha repartido los cargos. Ponen a un coronel a cargo de una empresa de la cual no tiene idea. Hoy, el presidente de la compañía que administra el petróleo de Venezuela ignora completamente el tema. Pero lo más preocupante es que el foco de este gobierno ya no tiene nada que ver con la gente, ni con el combate a la pobreza. Lo que les interesa es permanecer en el poder, pase lo que pase, aun a costa de la destrucción del país. Y así lo han declarado. En televisión una ministra dijo: “Venezuela podrá estar en cenizas y nosotros no vamos a entregar el poder”. Y eso es lo que han hecho. Venezuela está en cenizas, la situación es indescriptible. Es un genocidio. Si alguien se hubiera propuesto destruir un país en pocos años, no lo habría logrado mejor. Hay que pensar que de Venezuela han salido tres millones y medio de personas en 5 años, es una diáspora gigantesca.

—¿Usted ha sido mal entendido por su posición contra Maduro?

—Creo que sí, pero también siento que soy respetado. El otro día fui a dar una charla y un militante comunista me dijo: “Nosotros lo respetamos por su historia, pero no entendemos su posición en el caso de Venezuela”. O sea, mucha gente se siente incómoda con mi postura porque no pueden desconocer mi historia. Nadie puede decir “se vendió al imperialismo”. Yo solo digo lo que creo y puedo tener algún grado de error, pero es muy claro que en Venezuela se violan los derechos humanos. No se puede seguir pensando que toda la culpa la tiene el imperialismo, esa visión ya es anacrónica. Violar los derechos humanos no se justifica desde ningún argumento. En Chile no se entiende que hoy día la mayoría de los chavistas están en contra de Maduro, porque él no representa el proyecto de Chávez. Muchos de los presos son chavistas.

“Decidí aceptarme a mí mismo”

—Siendo usted secretario general de la Izquierda Cristiana, cuando volvió del exilio, la CNI amenazó con mostrar fotos que revelarían su homosexualidad. Y por esa causa usted dejó la dirección del partido.

—Eso es del siglo pasado. Es una historia muy turbia. Fue a finales del año 85.

—¿Le da lata hablar de esto?

—Bueno, a mí me estaban buscando en ese momento. Y a otro compañero lo tomaron preso. Y él, cuando salió, contó que la CNI le había mostrado fotos mías en conductas homosexuales. Nunca supimos si era verdad. Puede que la CNI haya tenido estas fotos, no tengo idea. Yo presenté mi renuncia y mandé una carta a la directiva del partido, en el que había gente con moral católica conservadora. Y dije: “No es el momento de discutir ciertos temas, sino de seguir luchando y optar por la seguridad del partido”. Fue difícil, porque varios no aceptaban mi renuncia. Pedro Lemebel escribió una crónica contando esto. Increíble.

—Hoy resulta insólito ese chantaje.

—Estamos hablando de una sociedad muy conservadora. El cambio que ha habido desde ese tiempo hasta ahora es impresionante. Yo me casé, tuve hijos y asumí después la homosexualidad. Entonces me anulé, porque existía esa figura cínica de la nulidad. Pero hoy tengo una excelente relación con mi ex esposa. Por otra parte, debo decir que nosotros estamos acostumbrados a analizar las cosas poniéndolas en categorías y las categorías son siempre una manera de reducir cosas que son mucho más complejas. Por ejemplo la división entre homosexuales y heterosexuales es mentira, es una continuidad. Hay gente totalmente heterosexual y gente cien por ciento homosexual, pero entre medio están todas las variantes: hay personas bisexuales, otros que de vez en cuando tienen relaciones homosexuales.

—¿Y en Venezuela es más libre la moral sexual?

—Bueno. Yo decidí aceptarme a mí mismo en Venezuela, porque allí no existía ningún problema.

—¿Es muy cartucho Chile?

—Horrible.

—¿Usted tiene un vínculo muy emocional con Venezuela?

—Sí, es un país maravilloso. No solo es rico en recursos naturales, sino que también es bellísimo. Yo me siento un poco venezolano también.

—¿Qué es lo que le gusta de los venezolanos?

—Que se expresan. Yo distingo entre los tropicales y los andinos. Nosotros somos andinos, introvertidos, melancólicos, desconfiados y desconfiables, nunca sabemos muy bien qué piensa y qué siente el otro. Los tropicales cuando están alegres se ríen, cantan, bailan, te besan, te abrazan y disparan al aire de puro gozo. Cuando están tristes lloran, le ponen color. Me gusta porque son sinceros. Pero eso tiene su contraparte. Allá los ricos no se ocultan y eso puede ser chocante. Ellos exhiben sus privilegios groseramente. No como la clase privilegiada chilena, que es cínica, que esconde su privilegio y mete sus males debajo de la alfombra. Acá hay cosas de las que no se habla.

—Usted de chico fue muy católico

—Sigo siéndolo, pero de manera menos dogmática. Quiero que exista Dios. De eso estoy seguro. Y si existe Dios hay eternidad. Y además creo que no existe el infierno, que es una mentira para asustarnos a todos. Si Dios es padre no va a castigar a sus hijos porque hicieron unas maldades mandándolos al fuego eterno. Y soy seguidor de Jesucristo, su enseñanza me parece notable. Le tengo un gran cariño. ¿Usted sabe cuál es la gran novedad de la enseñanza de Cristo? Es el perdón, poner la otra mejilla.

—¿Y usted es bueno para perdonar?

—Yo perdoné a mi torturador, interiormente. El perdón es la manera de sanarse a sí mismo.

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