Yo no los llamaría escaladores. Son clientes, y muchos de ellos nunca escalaron nada”.

Rodrigo Jordán (59) se encuentra por estos días impartiendo clases en la Escuela de Negocios Wharton, Universidad de Pensilvania: “Yo soy director de aprendizaje en un programa de liderazgo”, cuenta desde Estados Unidos.

La excusa para conversar con el ingeniero (que fue director ejecutivo de Canal 13, entre otros cargos) tiene que ver con su faceta como montañista y líder de la primera expedición sudamericana que coronó el Everest un 15 de mayo de 1992, ascendiendo la Cara del Kangshung, una pared de extrema dificultad y que ha sido escalada en solo un par de oportunidades.

La fecha de la primera ascensión de Jordán (subió tres veces) es importante de consignar, porque es justamente en mayo cuando se produce la ventana de buen tiempo en el Himalaya, provocando la llegada de miles de montañistas de todo el mundo a un monte que es el equivalente a un edificio de 2.950 pisos.

Este año ha sido fatal: han muerto 11 personas, junto al caos provocado por la basura y la excesiva presencia de escaladores. “Desde hace un tiempo se están provocando tacos en el Everest, porque son muchas las expediciones que están yendo a la montaña en la misma fecha. Veinte o treinta expediciones comerciales se agolpan en el campamento base, lo que genera congestión”, explica Jordán.

—Cuando subiste en 1992, ¿las expediciones eran muy pocas?

—Nosotros fuimos por una ruta de extrema dificultad, la pared del Kangshung, en el este, por el lado del Tíbet, donde no va casi nadie hasta el día de hoy. Entre nosotros hablamos de la épica del montañismo y eso consiste en subir las rutas de extrema dificultad con la menor cantidad de recursos posibles.

—¿Esa moral ha sido reemplazada por un negocio turístico?

—Esta es un actividad que se puso de moda en 1985, después de que un millonario llamado (Richard ) “Dick” Bass subió las siete cumbres más altas del mundo. Él fue la primera persona en hacerlo, tenía 55 años y no era un gran montañista. Pero sus aventuras abrieron la posibilidad para que el montañismo se transformara en un objetivo para que cualquier persona con un poquito de entrenamiento físico, sin mayores conocimientos técnicos y con ayuda de equipos especialistas se atreviera a hacerlo.

Desde 40 mil dólares: la fórmula y los costos

—¿Cómo funciona la actividad comercial en este deporte?

—Es tremenda. Hay agencias en Nueva Zelandia, Estados Unidos, Europa o Nepal que organizan estos viajes y son expediciones comerciales, no deportivas. Las rutas en el Everest ya no las escalan los montañistas, las abren los sherpas, a quienes se les paga, y son ellos los que establecen las rutas. Entonces, son cientos de escaladores los que suben el Everest sin nunca haber abierto una ruta, ni puesto una estaca, ni menos decidido por dónde se toma el camino hacia la cumbre.

—¿Qué pasa hoy en los campamentos?

—Se montan cuatro campamentos y hay que abastecerlos con equipos de escalada, de oxígeno, ollas, anafres, comida, combustible, carpas. Todo esto corre a cargo de los sherpas, no por parte de los escaladores comerciales. Por ejemplo: el glaciar del Khumbu es tan peligroso, que los escaladores ya no lo pasan. Ellos van a aclimatarse a otras montañas más seguras, donde no se producen avalanchas y atraviesan una sola vez el glaciar para subir a la cumbre.

—Está el caso del empresario Hernán Leal, que subió hace poco el Kanchenjunga, la tercera montaña más alta del mundo.

—Él dice que ya no entrena en los cerros, que se prepara en su casa, porque tiene una cámara hiperbárica, y que llega en helicóptero directo al campamento base. El espíritu de los montañistas ha cambiado.

—¿Hay que ser millonario para subir el Everest?

—Tampoco es para tanto. Hay agencias internacionales de muy buena calidad, pero también están las agencias locales de sherpas. Lo que se paga por subir el Everest cuesta entre 40 mil y 120 mil dólares. Las más caras son las expediciones comerciales, donde los clientes pagan una cantidad determinada para que los suban a la cumbre.

—¿Crees que los nuevos escaladores buscan reconocimiento social sacándose selfies en la cima del mundo?

—Yo no los llamaría escaladores. Son clientes, y muchos de ellos nunca escalaron nada antes y nunca escalan nada después. Lo hacen solamente para decir que subieron el Everest. Lo curioso es que mientras más gente se muere, más gente quiere subir.

—¿Cuál es el rol del gobierno de Nepal?

—Ellos cobran un permiso para poder escalar el Everest. Originalmente, el gobierno daba solo un permiso por ruta, pero eso se acabó en los años 80. Ahora suben 30 expediciones y no hay una regulación. ¿Qué es lo que hace el gobierno actual? Permite que los jefes de las agencias comerciales organicen libremente expediciones para subir el monte.

—¿Qué papel cumple la tecnología?

—Hoy en día, en el campamento base hay wifi, conexión 3g, y todos tienen acceso al satélite. Los escaladores comerciales saben exactamente cuándo va a venir el día de buen tiempo; entonces, esperan en el campamento base la llegada del 23 de mayo, que es la fecha oficial para subir, y por eso todos se agolpan en la subida. Además, los sherpas ponen cuerda fija hasta la cumbre, y por lo tanto, los escaladores se añaden a la cuerda y suben sin saber nada de montañismo.

—¿Por qué se produce congestión en el Everest?

—Lo que pasa es que por la ruta de Nepal no hay cómo pasar por el lado sin desencordarse. Entonces, todos los escaladores comerciales van aferrados a la cuerda y no se atreven a dar un paso sin estar amarrados. Eso produce tacos.

—¿Cuáles son los mayores problemas del atochamiento en las alturas?

—Los escaladores que llegan primero no pueden bajar, porque vienen otros subiendo; entonces tienen que esperar y algunos se mueren congelados o por edemas pulmonares o cerebrales. La subida al Everest tiene que ser rápida, porque se produce a una altura sobre los 8.000 mil metros y los escaladores tienen un tercio del oxígeno del que disponen en la tierra.

—Este año, el Ministerio de Turismo de Nepal dio 381 permisos de escalada, récord histórico.

—Y esos permisos valen 15 mil o 20 mil dólares, no sé exactamente la cifra, pero es un negocio redondo.

—¿El Everest está sobreexplotado?

—Hoy en día, todos los espacios naturales están con sobrecarga. En Chile, en las Torres del Paine existe una sobrecarga de visitas. ¿Qué se puede hacer? Ese lugar es un insumo importante en el ingreso económico del sistema de parques nacionales de Chile, pero es una situación que se debería regular. Ahora bien, si se restringe el ingreso, se pierde dinero. Y si se le sube el costo a la entrada, se atenta contra el carácter democrático de los espacios naturales, que pertenecen a toda la ciudadanía. Es un tema complejo.

“Me saco el sombrero con Luksic; fue un montañista bastante bueno”

Cuenta que en marzo de este año subió el Kilimanjaro y que cuando llegó a la cumbre miró hacia abajo y vio un grupo de 200 personas que esperaban subir al día siguiente. Le pregunto si el negocio del montañismo comercial mató la pasión amateur por escalar: “No, para nada, porque el montañismo te ofrece muchas otras cosas que hacer. O sea, yo he estado en la Antártica, en las Islas Georgias del Sur y en otros cerros en el Himalaya. Lo que pasa actualmente en el Everest es una locura comercial, pero eso no ha conseguido matar el espíritu ni la épica del montañismo”.

—Subiste el Everest con Andrónico Luksic. ¿Cómo fue la experiencia?

—Yo me saco el sombrero con él, porque entendió que en la montaña somos todos iguales. Y no solo subió el Everest sino que ascendió las siete cumbres más altas del mundo. Durante un período de diez años fue un montañista bastante bueno. Cuando Andrónico me dijo que quería ir al Everest, yo acepté, pero antes le expliqué que se tenía que transformar en un escalador, que no era cosa que nos pagara y lo subíamos a la cumbre. Tuvo que aprender de montañismo, porque si pasaba algo en la subida, tenía que estar capacitado para reaccionar. Por eso, como entrenamiento, subimos juntos montañas en Ecuador, Perú y Chile. Él no subió a la cumbre del Everest para contarle a la gente.

—¿Cuál es tu motivación personal para realizar un deporte tan riesgoso?

—Es un tema que no tengo resuelto.

—A mí me sorprendió la actitud de los familiares de Rodrigo Vivanco, que entendieron su desaparición en el Everest con resignación.

—Rodrigo subió la montaña sin oxígeno, en solitario; y por lo tanto, empujó los límites de lo posible y se quedó en la montaña, nomás.

—Tienes familia… ¿cómo reaccionan tus cercanos frente a una actividad tan peligrosa?

—Yo hago todo lo que está dentro de mis medios para no matarme. Me acuerdo que cuando era chico, mi papá me dijo: “Usted tiene una pasión por esto y por eso lo tiene que hacer bien. No tiene derecho a matarse ni le puede causar ese dolor a su mamá ni a su familia”.

—¿Crees que tienes una pulsión de muerte?

—No. Yo le tengo mucho amor a la vida.

—¿Cómo se puede explicar el espíritu del montañismo deportivo?

—Nosotros nunca decimos “yo subí el Everest”, sino que hablamos de nosotros, porque trabajamos en grupo, como una expedición, para subir una cumbre. Ese es el espíritu deportivo de montaña. En cambio, las expediciones comerciales son de un individualismo brutal, porque es gente que sube sin mucho esfuerzo y que les pagan a los sherpas para que les hagan toda la ruta.

—La primera vez que subiste el Everest es recordada por el enfrentamiento que tuviste con la expedición de Mauricio Purto. ¿Piensas que en esa ocasión primó el individualismo?

—Esa era una historia que venía desde antes. Mauricio había descrito su expedición como la ruta lógica y nosotros queríamos hacer un camino de extrema dificultad y, por lo tanto, se creó una competitividad entre las dos expediciones. Nosotros estábamos seguros de que ellos iban a llegar primero, porque iban por la ruta fácil. Y por una cosa del destino, nosotros llegamos antes que ellos, y cuando ya estábamos en la cumbre, llegó Mauricio, y Cristián García-Huidobro —que formaba parte de nuestra expedición— le dijo un par de cosas, porque nosotros le habíamos ganado. La vida tiene vueltas muy especiales.

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