“Never Give Up”, fue el consejo que la doble ganadora del Oscar Cate Blanchett le dio mientras filmaban “La casa con un reloj en las paredes”.

Ese es el mundo en el que vive Lorenza Izzo, que acaba de presentarse en Cannes como parte del espectacular elenco de la esperada próxima película de Quentin Tarantino —“Érase una vez en Hollywood”— junto a Brad Pitt y Leonardo Di Caprio, entre otros.

“El primer día de filmación se me acerca alguien y me dice: «Hola, soy Brad»… y yo, «sí, Brad, sé quién eres»”, recuerda. “Es todo un poco surrealista todavía, pensé que iba a llegar un punto donde no, pero aún lo estoy procesando”.

Su personaje, del cual no puede hablar mucho, dice que es un homenaje “a las actrices italianas de los 60, como Sophia Loren, Claudia Cardinale y Monica Vitti, una diva total. Le quise agregar un poco de sazón latino y Quentin me dio la libertad para hacerlo y me dejó jugar. Eso me hizo sentir mucho más cómoda y me sacó la presión de pensar: ¿iré a ser tan buena como estos gallos?”.

Ese temor, ese pánico escénico, dice que es parte de lo que define a las buenas actrices. O al menos lo que explica que con solo 29 años se esté codeando con pesos pesados de Hollywood.

Aunque hay alguien, eso sí, a quien todavía le cuesta impresionar: su madre, Rosita Parsons.

“¡Es del terror!”, dice, agarrándose la cabeza y peleando imaginariamente con ella. “Una se saca la cresta y te dice «ah, pero saliste dos segundos, nomás». O llego a hacer una película con Tarantino y su comentario es que no estoy en los pósteres”… ¡Si el hito es que estoy en el elenco! Si estuviera en los afiches sería otro nivel, mamá, ni siquiera te estaría hablando, jaja”.

“Cualquiera puede ser actor”

“He llegado a un punto donde estoy orgullosa de mí misma, porque no ha sido sin esfuerzo”, asegura. “Me considero buena actriz no por las pegas que he conseguido, sino porque me creo el cuento y no tengo miedo a crecer y caerme. Y creo que eso es muy importante: siempre saltar. Para mí, actuar es tirarte al precipicio, constantemente”.

—¿Desafiarse?

—El genio está en ser medio loco, querer estar en lo incómodo, en el miedo. Porque al final, lo que haces es súper vulnerable, te dejas llevar, sueltas todas tus mañitas, todas las cosas que te protegen socialmente en el día a día. En paralelo, he tenido un crecimiento como persona y como mujer, que creo ha dado frutos en cuanto a mi actuación ciento por ciento.

—¿La actuación como reflejo de tu interioridad?

—Soy fiel creyente de que cada personaje que creo no es otra persona, sino que es una versión mía. Yo saco todos los personajes de mí misma. He llegado a un punto en que me importa sentir que la mujer que estoy haciendo en la pantalla sea algo de lo cual yo puedo estar orgullosa, y vaya con mi moral y los valores que tengo ahora…

—Sin embargo, tu formación fue en la Academia de Lee Strasberg, que pregona el “método”.

—Ese fue mi training original, pero no me gusta, no me funciona. El “método”, ocupar lo mío personal para llegar a una acción, para mí, tiene un límite. Y aún más para alguien como yo, que trabaja en cine y televisión, donde hay que hacer la misma escena una, y otra, y otra vez. Tengo un proceso muy personal y privado de cómo llego a mis personajes, y no uso un método en particular, tengo hartas teorías y escritores que me encantan. Por ejemplo, (Jerzy) Grotowski.

—Que propone un estilo de “método” más físico…

—Dice que, en teoría, si tú mueves el dedo así, lo suficiente, eso te va a traer rabia. Es muy interesante y, obviamente, es mucho más complejo de como lo estoy diciendo, pero me resultó mucho más. Creo que es un trabajo muy emocional y que cualquier persona puede ser actor si quiere… solamente que algunos tienen más facilidad que otros.

“Soñaba ser como la Tonka”

Lorenza dice que, poco a poco, quiere ir aventurándose en otras facetas. “Me he dado cuenta de que quiero generar mis propios contenidos. Acabo de terminar una película que protagonicé y donde además fui productora. Fue la primera vez involucrándome en ese ámbito, y me encantó. Me fascinó estar detrás de la cámara. Hay todas estas historias tan increíbles por contar de las que me encantaría ser parte. Además, quiero quizás dirigir en algún minuto”.

—¿Y escribir?

—No sé si soy tan buena para eso. Sí soy buena para conectar puntos. Estoy generando varios proyectos, y cuando los escritores quedan medio pegados, no sé si será verdad, pero me han dicho que soy muy buena para “romper” historias.

—Tal vez ahí surge la periodista que llevas dentro.

—Estudié dos años y mi pasión por la comunicación es una cosa que no se ha ido nunca. Y por eso entiendo lo importante que es el periodismo. Tengo el mayor de los respetos por los novelistas y los escritores —encuentro que es la pega más admirable de la Tierra—, y en ese mismo lote pongo a los periodistas, porque con su investigación y comunicación definen cómo nos movemos, cómo la sociedad entera se sustenta. Me dan mucho pánico las turbinas de información y lo que la tecnología y las redes sociales les han hecho a los medios, y cómo vamos a lograr volver a la verdad y volver a los hechos.

—¿Las “fake news”?

—¿Qué es verdad y qué no? Es un tema que me apasiona mucho, y creo que gran parte de mí sigue siendo periodista. De alguna manera, mi trabajo cuando investigo a un personaje es muy periodístico. «Yo solamente le sirvo a la verdad», que me enseñaron cuando estudié, eso se me quedó pegado para siempre. Y para mí, actuar es buscar la verdad del momento. De una forma u otra son paralelos.

—Suena como que te gustaría volver a ese mundo.

—El querer comunicar ha sido algo muy natural para mí desde niña, de diferentes maneras: haciendo shows, siendo histriónica, tirando tallas, buscando atención. De hecho, cuando chica no quería ser actriz, no lo tenía tan claro cuando estaba en el colegio. Estaba modelando un poco —bueno, era como obvio por mi mamá y mi tía (Carolina Parsons)—, pero no me gustaba tanto tampoco. Lo que más quería era ser animadora de un programa. Soñaba ser como la Tonka, juraba que iba a animar el “Buenos días a todos”, era mi pega soñada. Y hasta el día de hoy, cuando me aburra de ser actriz, que lo dudo, me encantaría tener un Talk Show.

“El diálogo y la reflexión se nos han ido a las pailas”

Lorenza se radicó en Los Angeles en 2007, pero cuando tenía 12 viajó por primera vez a Estados Unidos. Tres años, mientras su padrastro hacía un doctorado en Georgia. Y ahí experimentó por primera vez lo que significa ser un latino en el país más poderoso del mundo.

“Nunca antes había experimentado bullying. Acá estudiaba en el Santiago College y hablaba inglés relativamente bien, aunque con acento. Pero allá, cuando hablé por primera vez en una clase en Georgia Tech, todos se cag… de la risa, me fui a llorar al baño. El mismo día mi mamá me había hecho cazuela, y por el olor, todos se burlaron, me agarraron el termo y lo botaron en el basurero. Me hacían mierda todos los días, durante seis meses no almorzaba por eso”.

Gracias a ese trauma, se mentalizó en mejorar su manejo del idioma, pero sabe que no todos los forasteros lo están pasando bien. Y menos en la era de Trump. “Un presidente psicópata”, como ella lo define.

“Por eso estoy muy involucrada con algo que se llama ACLU —Unión de Libertades Civiles Americanas—, que se encarga de apoyar legalmente a los niñitos inmigrantes que quedan botados por las nuevas políticas del gobierno. Al final del día, independiente de qué arista política tengas, si ves a un pequeño de 3 años llorando porque le quitaron a su mamá, piensas ¿en qué siglo estamos? ¿Cómo lo estamos haciendo tan mal?”.

Eso sí, aclara, no todos en el país tienen una noción tan negativa del presidente. “Es ‘heavy' la dicotomía que puede existir en un mismo país. Por un lado tienes las costas y las grandes urbes, Los Angeles, New York, Chicago, San Francisco, que tienen una mentalidad muy democrática y están en pánico. Pero por el otro, en el centro es otro país, y el americano medio adora a Trump. Son personas que con Obama nunca se sintieron escuchadas y que se vieron representadas cuando llegó Trump, diciendo de manera muy agresiva todo lo que ellos pensaban”.

El cambio que Lorenza sí agradece es el de su propia industria. Hollywood, dice, es otro desde que explotó el escándalo de Harvey Weinstein.

“Es muy fuerte, porque fue muy rápido, la actitud en cómo los hombres afrontan a las mujeres ahora. Una especie de respeto máximo por el espacio y la privacidad de nosotras. Cada vez, las mujeres se están escuchando más y, al mismo tiempo, hay mayor igualdad de oportunidades”.

Una ola que llegó a Chile y que ella sabe la involucra, indirectamente. Porque no importa cuántas películas gane, ni cuántos premios gane, en su biografía siempre aparecerá que su primera película fue dirigida por Nicolás López, “Qué pena tu boda” (2011).

“Nunca tuve ninguna mala experiencia con él, pero siempre estaré del lado de las víctimas, porque tengo mucha gente cercana que ha contado su historia, y no les han creído”.

—¿Te han presionado para que tus comentarios sobre el tema vayan en una dirección?

—Es que estamos en un punto muy agresivo, donde diga lo que diga, alguien se me va a tirar encima. Y está bien, por algo todos tenemos libertad de opinión. Pero eso viene también con una responsabilidad. Ya nadie escucha a nadie, nadie se está dando el tiempo de reflexión, nadie para y dice: «déjame pensar cómo esto me hace sentir y cuánto conocimiento tengo en verdad del tema», antes de generar una opinión. No, es tuit, tuit, tuit. Y cuando hay una figura pública, te dicen: ¡cómo lo apoyas! ¡Y cómo no dices algo y lo atacas! Eso me genera pánico, porque siento que el diálogo y la reflexión se nos han ido a las pailas.

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