El general (r) Juan Miguel Fuente-Alba parte directo a la sección de autores nacionales en una librería de Las Condes. En pocos días será detenido por malversación de caudales públicos, pero el exjefe del Ejército hojea, despreocupado, “1978. El año que marchamos a la guerra”. La presencia del militar provoca cuchicheos, y los libreros comentan que, a diferencia de otras novelas de Guillermo Parvex, el examinado por Fuente-Alba no responde al gusto militar. Y aciertan, porque el oficial retirado lo olvida sobre una repisa y abandona el lugar con las manos vacías.

Parvex sonríe cuando se entera de que un título suyo fue, probablemente, el último que Fuente-Alba husmeó en una librería antes de ir a parar a prisión. Sentado en un Tavelli, con un espresso en la mano, el periodista y escritor está de excelente ánimo: justo esa semana su libro más reciente, “¿Quién asesinó a Manuel Rodríguez?” (Ediciones B), apareció en las listas de los más vendidos.

Su expresión apenas se altera cuando le preguntan por temas menos gratos, como la suspensión de una actividad organizada el año pasado por la Universidad de Aysén cuando un grupo cuestionó su paso como redactor por la División Nacional de Comunicación Social (Dinacos) durante la dictadura.

—¿Ahora conoce también el lado ingrato de la fama?

—Yo diría que no.

—¿Qué ocurrió entonces con la Universidad de Aysén?

—Fui yo quien suspendió la actividad. He recorrido Chile gracias a mis libros y nunca tuve un problema. Todo partió por un grupo pequeño de personas de Coyhaique que agitó las aguas. Entonces, ¿para qué me iba a exponer?

Jorge Baradit vivió en abril una situación parecida cuando grupos de extrema derecha organizaron una funa para que no asistiera a la Teletón, donde firmaría libros.

—Y me pareció mal, muy mal. De hecho, solidaricé con él.

—¿Públicamente?

—No, a través de las redes sociales. Creo que a Baradit hay que evaluarlo y respetarlo como escritor, porque él iba en esa calidad a la Teletón y sin cobrar un peso. No estoy de acuerdo con las cosas que Jorge escribió (en los tuits), y deberá responder en otras instancias si es que molestó a alguien. Pero prima el respeto, aunque su línea de publicación sea muy distinta de la mía.

—¿Qué respeta de su trabajo?

—Su capacidad de encantar a mucha gente con la historia. Es la misma cruzada en la que yo estoy y que, modestamente, creo haber iniciado con “Un veterano de tres guerras”.

—¿Se siente compañero de Baradit en estos gajes del oficio?

—No sé si a él le gustaría que fuera su compañero (risas), pero sí comparto con él haber sido víctima de una funa injustificada.

Un chiquillada

Sus libros han hecho resurgir preguntar sobre el pasado. Y en una especie de ley de causa y efecto, el propio Parvex ha debido aclarar su paso por la agencia de noticias del régimen de Pinochet entre 1988 y 1990:

“Era editor matinal de la agencia Orbe, lo cual me significaba levantarme a las cinco de la mañana. De ahí partía a la sección policial del diario La Nación y terminaba en la radio Mundo Stereo, donde hacía el informativo de la mañana siguiente. En 1988 ya tenía dos hijos, y la oferta de Dinacos equivalía a los sueldos de Orbe y La Nación juntos, en un horario mucho más cómodo”.

—¿Qué hacía?

—Estuve en varios frentes: Vivienda, Obras Públicas, Interior y Cancillería. Debía cubrir las actividades de estos ministerios y redactar la información que luego llegaba a un editor. Despachábamos las noticias por Télex, porque en ese tiempo todos los medios tenían teletipo.

Una década antes de su paso por Dinacos, cuando cursaba segundo año de Periodismo en la Universidad de Chile, estalló el conflicto con Argentina por el canal Beagle. Parvex fue llamado como reservista para vigilar la frontera, aquí, en el Cajón del Maipo (Paso Portillo de Piuquenes), desde donde podía ver a los trasandinos con el padrenuestro en la punta de la lengua para que el “día D” no llegara. El también rezó.

—Para parte del mundo militar, sus vivencias no pasan de ser una “chiquillada”.

—Puede que sea una chiquillada, pero a la gente le interesan los sentimientos.

Impensado

Parvex es un caso único en las letras chilenas. Conoció el éxito cerca de los 60 años, luego de publicar los diarios de un exoficial y abogado, amigo de su abuelo. “Un veterano de tres guerras” se lanzó con unos pocos ejemplares publicados por la Academia de Historia Militar. En la portada aparecía el retrato en sepia de un hombre de profuso bigote y mirada melancólica. Se trataba de José Miguel Varela, quien narra sus experiencias en la Guerra del Pacífico, las campañas de La Araucanía y la Guerra Civil de 1891. A “Un veterano…” —que superó los 100 mil ejemplares vendidos— siguieron “Servicio secreto chileno en la guerra del Pacífico”, y “1978. El año que marchamos a la guerra”.

Ahora Parvex retrocede 200 años para despejar una de las mayores intrigas de nuestra historia: el asesinato de Manuel Rodríguez. Bajo la lupa de la nueva información recolectada por el autor, aparece un crimen internacional planeado por una organización ilícita que nació en Buenos Aires. Este grupo lo integraron por el lado chileno Bernardo O'Higgins, Ramón Freire y Juan Mackenna; y por el argentino, José de San Martín, Bernardo de Monteagudo y Juan Martín de Pueyrredón. Sus ideas confederadas y autocráticas chocaron con el ideal republicano de los hermanos Carrera y del propio Rodríguez.

—¿Por qué su pasión por estos temas?

—Surgió cuando era muy niño y leí la novela “Adiós al séptimo de línea”, de Jorge Inostrosa. Pero no hago una alegoría a los militares. “Un veterano…” es un libro muy crítico.

—¿Hay un espíritu militar común que cruza la historia de Chile?

—No diría que hay ese espíritu común. Las instituciones armadas tienen gente de distinto nivel intelectual y calidades moral. Además, en casi todas las guerras que ha tenido Chile, la mayoría de quienes han combatido no son militares.

—¿Y qué ocurre en la Independencia?

—Creo que los únicos militares de carrera que había entonces eran José de San Martín y José Miguel Carrera, quienes habían combatido en España contra Napoleón. El resto eran todos militares improvisados. De hecho, Rodríguez no vistió el uniforme hasta el año 1813, cuando lo nombran capitán, y ya como ministro en el gobierno de Carrera. Tampoco encontré ningún documento que confirme que Bernardo O'Higgins lo era, hasta que San Martín lo nombra.

—¿Qué rol tuvo la Sociedad Secreta de Buenos Aires?

—Esa es una de las grandes novedades del libro. Durante prácticamente dos siglos se culpó a la Logia Lautaro, pero encontré cartas donde esta Sociedad Secreta de Buenos Aires aparece como la autora intelectual del asesinato. Con este descubrimiento cambia la perspectiva de los hechos. Ahora, sobre la autoría material, el rol del militar español Antonio Navarro ya se había desvirtuado. Encontré documentación en la que aparecen como ejecutores no solo el coronel argentino Rudecindo Alvarado, sino que también su compatriota, el sargento mayor Severo García de Sequeira.

—¿El cerebro era San Martín?

—Siempre he tenido la duda de si era San Martín o, en realidad, el abogado argentino Bernardo de Monteagudo… aunque este último me parece que oficiaba más como el brazo ejecutor. Cuando se enemistó con San Martín, el “mulato” Monteagudo fue mandado a acuchillar para que no hablara. Y para no dejar evidencia de este crimen, su verdugo fue a su vez envenenado en su casa por algún empleado pagado por la Sociedad Secreta.

—Una trama digna de los Borgia.

—O de la Dina: iban uno tras otro para eliminar todo rastro.

—¿Por qué la enorme influencia de San Martín sobre O'Higgins?

—Estaban en guerra y San Martín era militar, mientras que O'Higgins no. Eso marcó de inmediato una gran diferencia. El argentino tenía un poder de convicción muy grande y, además, puso a su amigo Monteagudo como asesor y consejero del chileno. A través del “mulato” Monteagudo lo controlaba mucho.

—Monteagudo aparece como alguien bastante siniestro. ¿A qué personaje de la historia reciente lo asimilaría?

—A Manuel Contreras Sepúlveda pues, de todas maneras. Monteagudo iba despejando el camino para que la Sociedad Secreta pudiera materializar sus objetivos. En ese sentido, San Martín sería como Pinochet, porque Monteagudo respondía mucho más al general argentino que a O'Higgins.

—Aparte de ir contra los planes confederados, ¿por qué otras razones Rodríguez era un indeseado por la sociedad secreta que integró O'Higgins?

—Había envidias, claramente. Primero, intelectuales. De todos los próceres de la Independencia, el único universitario era Manuel Rodríguez, quien era abogado. Segundo, O'Higgins —por lo que dicen los cronistas de la época— tenía una escasa capacidad oratoria. Rodríguez, en cambio, se ponía a hablar y cautivaba a la gente. Tercero, con los trabajos que le encargó San Martín de formar montoneras y hacer espionaje a favor del Ejército Libertador, se convirtió en alguien muy querido por el pueblo.

—¿Era un tipo encantador?

—Y ser encantador era un pecado. Se habla mucho de que Manuel Rodríguez le levantó mujeres a O'Higgins, pero yo no encontré nada concreto. Sí era mujeriego. Es querido, y tiene un arrastre tremendo desde los tiempos en que estaba vivo hasta hoy.

—Tanto en la izquierda como en la derecha.

—De hecho, uno de los tremendos aciertos del Partido Comunista fue crear el Frente Patriótico Manuel Rodríguez porque había dos similitudes: guerrilleros y populares. Además, se buscó un nombre que en el imaginario colectivo representara al héroe que pelea por la libertad. Si le hubieran puesto Frente Patriótico Camilo Torres no habría sido lo mismo. O sea, fue un acierto de marketing del Partido Comunista.

—En “1978. El año que marchamos a la guerra” menciona que también fue acuartelada gente de la resistencia contra Pinochet, muchos de ellos comunistas.

—Eso es efectivo. Incluso hay versiones de que existió una tregua entre la izquierda y la dictadura en esos tiempos; reuniones secretas entre personeros del Ministerio del Interior de Pinochet, por un lado, y del Partido Comunista y del MIR, por el otro, con el propósito de parar la lucha interna.

—Es difícil de creer.

—Un muy buen amigo, que en ese tiempo era miembro del aparato clandestino del PC, me contó que recibió instrucción de sus mandos de suspender cualquier tipo de acción de resistencia. Chile estaba quebrado por la mitad, pero había un sentimiento más grande que la política.

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