Isabella de la Houssaye y su hija Bella Crane luchaban por respirar en el aire poco oxigenado de los altos de los Andes, mientras iban por un sendero zigzagueante hasta la cima del Aconcagua, la cumbre más alta fuera de la cordillera del Himalaya.

Llamada el Techo de América, hay un riesgo de sufrir mal de altura, que puede ser mortífero y que padecen incluso los alpinistas más fuertes.

Isabella tiene cáncer de pulmón etapa IV. Para ella era especialmente difícil respirar.

Ella y su hija llevaban cinco horas de un trayecto de 14 hacia la cima, cuando Bella, de 22 años, se desmoronó a casi 6.400 metros de altura. Por debajo suyo se extendía de manera vasta la montaña repleta de nieve.

“No sé por qué estamos aquí, no entiendo por qué estamos haciendo esto”, le dijo a su madre, mientras reposaba su mochila en un montículo rocoso con la luz de madrugada de fondo.

Durante dos décadas, Isabella, aventurera entusiasta de 55 años, que ha sido por mucho tiempo alpinista, maratonista y triatleta, así como su esposo, David Crane, financiero de la industria energética, han criado a sus cinco hijos en el amor por las aventuras. Las excursiones —como andar a caballo desde Siberia hasta el desierto de Gobi, en Mongolia— después llevaron a los hijos a tener sus propios hitos atléticos.

Cuando Isabella fue diagnosticada, en enero de 2018, no estaba segura de si tendría meses de vida o semanas. Quedó confinada a una cama y tenía dolores fuertísimos por los tumores en la pelvis, columna y cerebro.

De acuerdo con la Asociación Estadounidense contra el Cáncer, la tasa para vivir cinco años entre la gente con cáncer de pulmón que se entera de su diagnóstico cuando ya está en etapa IV es de un cuatro por ciento. La mitad fallece en un plazo de ocho meses. Algunos pocos han vivido hasta una década.

El año pasado, a medida que recuperaba un poco de su fuerza, hizo planes para embarcarse en una aventura —quizá por última vez— con cada uno de sus hijos, que ahora tienen entre 16 y 25 años. Había lecciones que les quería impartir sobre la persistencia, la fortaleza y la concientización. En enero de este año, ella y Bella, su única hija, viajaron a Argentina para conquistar el Aconcagua Solo el 40 por ciento de quienes intentan llegar a la cumbre lo logra. Isabella, considerablemente debilitada por la quimioterapia y con un peso menor a 45 kilogramos, sabía que la montaña les iba a hacer pasar penurias a ella y a su hija.

Ese era exactamente el punto: darle unas últimas enseñanzas a su hija mientras puede hacerlo, entre ellas acoger no solo los triunfos, sino los dolores de la vida. “El júbilo y el sufrimiento”, dice.

Plaza Argentina

Isabella creció en una zona rural de Luisiana, de padres conservadores, estudió en la Universidad de Princeton y luego se especializó en Derecho en la Universidad de Columbia. Tenía 40 años cuando correr empezó a gustarle. Para los 45 ya estaba haciendo carreras de 160 kilómetros, por Libia y Namibia.

Cuando nacieron sus hijos dejó su carrera de abogada para la firma Lehman Brothers y se enfocó en la crianza. Estaba empezando a pensar en el día en el que todos los hijos hubieran dado el paso fuera de la casa, cuando los doctores le dijeron que tenía cáncer terminal.

“Sentí que pasé de vivir con mis padres a vivir con mi esposo a tener hijos y, justo cuando sentí que iba a tener nuevas libertades, me dieron el diagnóstico”, comenta Isabella, mientras se ajusta la mochila por encima del catéter en el pecho a través del cual recibe un tratamiento experimental.

“Ella es el cimiento de nuestras vidas, nuestro impulso”, dice Bella..

En el segundo día del trayecto, el equipo avistó el Aconcagua por primera vez. La cima serrada con una nube por el pico era aterradora e hipnotizante.

El camino hacia el campamento base fue brutal. Había fuertes vientos helados que azotaban desde los lados del cerro. Isabella temía que la fueran a levantar y tumbar. .

Horas más tarde, en el campamento base, estaba exhausta.

Mientras Isabella intenta comer, dice que esta sería su última montaña. “No creo que pueda seguir haciendo esto. Voy a tomármelo día a día, pero no mantengo ilusiones de que voy a alcanzar la cumbre”.

Bella sugierte que su siguiente aventura fuera vacacionar en la playa.

Todavía faltaban varios días.

La mañana siguiente, Bella salió de la tienda de campaña con pocas ganas; llevaba un balde en una mano, en el que estaba el vómito de su madre, y una botella de orina en la otra. La noche había sido larga para madre e hija. Isabella, con mal de altura y en la tienda pequeña, vomitó varias veces y tiró la botella de orina cuando estaba abierta.

“He estado aprendiendo a aceptar el declive”.

Cuando ella y Bella llegan al siguiente campamento, mejoró su talante. “No conozco a nadie en este mundo que sea más fuerte que tú”, le dice a su madre. “Nunca voy a poder igualarte”.

“¿Es en serio!”, le responde Isabella. “Ya eres mucho más fuerte”.

Cuando el equipo alcanza el campamento 3, ubicado por encima de las nubes, a unos 5.900 metros y repleto de tiendas de campaña naranjas y amarillas, Bella le subió el cierre a la chamarra de su madre. Los dedos de Isabella, agrietados por la quimioterapia y los vientos helados, estaban empezando a sangrar. Bella le ofreció su brazo para que su madre pudiera apoyarse.

Dijeron poco la mañana siguiente al salir camino a la cumbre; a veces los lugares recónditos demandan que haya silencio. A medida que el sol empezó a salir y a alumbrar las montañas nevadas, se hizo notoria la silueta del Aconcagua en el paisaje.

Isabella tenía una mirada de determinación y mantuvo buen paso. Cuando Bella se desmoronó a 500 metros de la cima, con su comentario sobre no saber por qué lo estaban haciendo, Isabella estuvo a su lado, como siempre, para convencerla de que sí podía alcanzar el final.

Seis horas después, madre e hija llegan al Techo de América. Exhaustas, se abrazan e Isabella se seca las lágrimas. “Las montañas siempre me hacen llorar”, dice.

Están demasiado agotadas como para hacer el descenso solas, así que los guías atan cuerdas a ellos y a la cintura de Isabella y Bella para asistirlas.

De regreso en el campamento 3, Isabella tiene una sonrisa triunfal. El futuro seguirá siendo difícil, pero ese fue un muy buen día.

“Era importantísimo para mí que Bella y yo tuviéramos juntas esta experiencia”, comenta. “Quería hacerla ver que cuando los asuntos se vuelven más difíciles. sí puedes encontrar la fuerza interna para seguir avanzando”.

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