Sobre las paredes de la oficina de Paul Capdeville (36), en la Ciudad Empresarial, no cuelgan fotos ni objetos que recuerden su pasado de tenista. Durante 25 años, las raquetas y los viajes formaron parte de su mundo, un presente muy distinto que hoy lo tiene casado, con tres hijos y sumergido en el mundo de los negocios con dos brazos bien definidos: el minero, donde es representante de una importante marca extranjera de maquinaria pesada, y el inmobiliario, donde ya ha levantado proyectos de bodegas en la zona poniente y terrenos para el desarrollo habitacional.

Cada cinco minutos en esta entrevista, el exnúmero 76 del ranking mundial y exjugador chileno de Copa Davis contesta el celular o recibe mensajes de WhatsApp para cerrar reuniones o entregar indicaciones precisas a su interlocutor sobre proyectos en los que está trabajando. Así se lo ha llevado en los últimos cinco años, o casi cinco, en realidad, ya que desde hace ocho meses sumó al tenista Christian Garín a su carpeta de prioridades, saliendo del ostracismo y volviendo al ruedo deportivo. Acompañó al tenista de moda en su triunfo en el ATP de Houston, pero desde el plano de una “asesoría”, como mejor la prefiere describir “Pulpo Paul”, el apodo que se ganó en la Copa Davis de 2011 cuando derrotó al gigantón estadounidense John Ilsner en la serie contra Estados Unidos.

“Más allá de los buenos resultados, estoy agradecido de Christian y Andrés (Schneiter, técnico de Garín) de sumarme a este proyecto”, comenta. “Yo estaba hace rato afuera de todo y no es fácil abrir un espacio en un equipo y mucho más cuando el tenista ya estaba bien encaminado. Pese al tiempo acotado que tengo por mis negocios, me siento muy involucrado”.

—Pero solo se supo dos semanas antes de Houston cuando él subió una foto entrenando juntos.

—Es que no quería aparecer en los medios precisamente por lo que hago hoy día en el ámbito comercial. Podía malentenderse como que me estoy dedicando al tenis de nuevo, cuando se trata de una relación de tiempo parcial. Tampoco quería generar el robo de protagonismo al verdadero entrenador que es Andrés.

—Ya, pero igual entrenas a Garín y viajas con él…

—Lo entreno cuando está en Chile. También lo acompaño algunas semanas cuando Andrés debe viajar a otros torneos con Juan Ignacio Londero, el otro jugador al que dirige. El resto del tiempo hago una asesoría integral, algo así como una gerencia técnica que va desde apoyar en la planificación del calendario de torneos hasta lo comercial: darle más valor al “producto Garín”, porque a la luz de sus resultados se ha convertido en algo muy interesante para las marcas en Chile. De hecho, lo acompaño al torneo de Queen's en Londres y luego me quedo unos días en Wimbledon. Ahí me encontraré con el ejecutivo de Octagon, la agencia que representa mundialmente a Christian.

—¿Y qué les seduce a las marcas este “producto”?

—Todos los atributos de un deportista exitoso y especialmente el ejemplo de superación que puede transmitirse al segmento de los niños. Christian es el clásico tipo que salió de una tormenta y hoy vive un gran momento. Además, es un tipo humilde, con los pies en la tierra y que no ha tenido ningún cambio de actitud por ser ahora 30 del mundo. A cada rato me paran en la calle y me lo comentan. La gente percibe rápidamente eso, y pucha que hay que estar preparado para estar en la élite. Desde ese punto de vista es una imagen muy potente para cualquier marca.

—¿Qué es lo que más te ha impresionado de sus progresos en cancha?

—Que cuando volvimos de Houston e hicimos la primera práctica en Santiago sentí su velocidad de pelota muy distinta. No te miento: un 20% más rápida y todavía lo mantiene. Increíble.

—Sinceramente, ¿le puedes aguantar los tiros?

—Con mucho esfuerzo, jajaja. Christian pega durísimo, pero como nunca he dejado de entrenar me mantengo en forma y lo puedo contener una horita y media o por ahí, ya más que eso se me hace complicado. Igual mi trabajo es dirigirle un entrenamiento más específico de sus golpes y la estrategia de juego.

—Hace cuatro años tuviste una operación bien delicada. Te sacaron un trozo de pulmón. ¿Cómo resultó?

—Bien, sin ningún tipo de secuelas para seguir haciendo deporte. Pasaba que de un momento a otro empecé a tener neumonías muy seguidas y no lo entendía. Tras estudios médicos, se determinó que se debían a una malformación congénita que me dejaba expuesto a las bacterias, especialmente en invierno, cuando en Santiago empeora la calidad del aire. Me sacaron un tercio del pulmón derecho. Fue bien invasivo, pero hoy juego y corro igual que siempre. Quedé impecable.

—Te devuelvo a esa semana que estuviste con Garín en Houston. ¿Cómo viviste el hito desde adentro?

—Fue algo espectacular, porque la vivencia de un torneo como entrenador es completamente distinta. Como jugador es mucha la presión y debes lidiar con tantas cosas como los horarios, comer bien, cuidar el sueño y no resfriarte. Uno busca que tu jugador esté cómodo, contento y libre de preocupaciones. Antes de viajar, le dije a mi señora que por fin iba a disfrutar un torneo de tenis después de 20 años. Fue lindo reencontrarme con excolegas, fisioterapeutas del tiempo en que yo jugaba, en fin. Era algo que necesitaba hacer.

—¿Hay “UN” momento en que detectas que podía ganar el torneo?

—Cuando escapa milagrosamente de la derrota contra el francés Jeremy Chardy. Ese partido no lo jugó tan bien, pero al sacarse cinco puntos de partido en contra apretó un gatillo de confianza que lo envalentó y lo hizo sentirse preparado para más proezas. Yo diría que a partir de ese partido épico hay un antes y un después de Garín. Tras ese triunfo se incuba un jugador diferente y se enciende otro interruptor. Fíjate que siguió jugando bien hasta ganar en Munich. Ahí puso a prueba otras cosas, como su gran cambio físico que lo tiene rápido y muy fuerte para resistir las embestidas de los rivales. El otro cambio es el mental, está tranquilo y seguro de lo que está haciendo. Cree en el proceso, y eso es muy importante, porque esa convicción le va a ayudar cuando tenga malos momentos. Ya salió de varias, y mira dónde está ahora, enfocadísimo.

—¿Garín es un tenista de cábalas?

—No, para nada, quizás algunas rutinas… Recuerdo que esa semana en Houston, cada vez que teníamos una charla para analizar el partido adoptamos una frase que la hicimos habitual: “acuérdate que el domingo se gana”. La fuimos repitiendo toda la semana, y en un momento de la final se la grité en la cancha. Casi no fue necesario, porque ya tenía la convicción.

—Este es un aspecto que destacas mucho en él.

—Claro, y lo comento a partir de una anécdota real que me pasó en mi etapa de juvenil, cuando compartía el corral de Pato Álvarez (gran formador de tenistas) junto a Novak Djokovic y Andy Murray.

—Vaya compañeros, ¿no?

—Imagínate. En esa época éramos cabros de 17 o 18 años y estábamos empezando. Yo era bien compinche de los dos, y una noche salimos a comer con Djokovic. Cuando trajeron la cuenta, Novak sacó la billetera y pagó la cuenta de la mesa, algo así como 400 euros. Yo me preocupé, porque no le sobraba la plata ni venía de familia pudiente, y me dice con tono sobrado: “tranquilo, Paul; acuérdate que en un tiempo más voy a ser rico y número uno del mundo”. El tipo tenía clarito dónde quería llegar. Convicción pura.

—¿Sientes que el medio ha sido muy crítico con Garín?

—El medio, tenistas, extenistas, ustedes los periodistas, mucha gente. Todos pensaron que después que ganó Roland Garros en Juniors sería el nuevo Nadal, luego debutó muy joven en la Copa Davis y le impusieron una presión feroz. Después, Nicolás Jarry explotó y se acentuaron las comparaciones y las críticas. Pero igual fue capaz de sortear la mala vibra y levantarse. Lo de Jarry lo motivó mucho. Cuando Andrés tomó a Christian entendió que debía ordenar cosas, todas las fases de su juego. La relación pudo perfectamente no funcionar. Pero cuando las voluntades están se dan cosas como las que vemos.

—En todas partes no se habla de otra cosa: que tiene todo el potencial para ser top ten en un tiempo más, considerando su actual nivel y la envergadura de torneos que está disputando. ¿Cómo aterrizas ese entusiasmo?

—Cuando nos subimos al “tren Garín” teníamos fe de que podía llegar arriba. Te soy bien sincero y reconozco que me impresiona lo rápido que ha sucedido todo. Pero si los Nadal vieron ese potencial en él, entonces por qué no puede ser el relevo de los grandes del tenis chileno que tuvimos hace poco. Tiene todo para ser un top ten y yo espero que la vaya muy bien en Roland Garros.

“Pagué el precio”

—Son tiempos de redes sociales, plataformas que elogian y critican con la misma vehemencia. ¿Hasta qué punto le afecta eso al jugador? Te lo pregunto porque tú has sido presa favorita de algunos cibernautas que te han dado duro.

—Eso depende de su interacción, de cuánto le dediques al tema y cuanto te importe. Christian no está preocupado de eso. En mi caso, creo que pagué el precio por dos cosas: por el hecho de que el tenis es un deporte muy mediático y porque me compararon con los logros de Fernando (González) y Nicolás (Massú), debido a que era el chileno que vino inmediatamente después de ellos, cuando mi mejor versión no estaba ni remotamente cerca de sus logros. Curioso, porque con mi mejor ranking (76), hoy quizás sería el número dos de Chile, y en esa época me hacían sentir como que era muy malo pese a tener algunos méritos. Por ahí también hice algunos comentarios políticos que fueron mal tomados. No es entretenido que te tiren mala onda de ninguna manera, pero siempre hay gente que te ataca por lo que sea; sin siquiera conocerme.

—De hecho, hay un trolleo famoso hacia ti a partir de la frase: “el tenis de Federer perjudicó mi carrera”. Ahí se te fueron encima con todo…

—Ah, eso. Bueno, ahí tienes un ejemplo de cuando a una frase se le cambia por completo el contexto…

—¿Y qué quisiste decir, exactamente?

—Lo que intenté explicar es que Federer elevó tanto el nivel del tenis mundial, a un punto de que los que éramos más o menos no teníamos forma de hacer algo contra él. Lo pude constatar porque lo enfrenté y era una máquina. En la generación anterior de Sampras y Agassi eso no pasaba. Eran extraordinarios, pero más humanos.

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