Primero hay que ir a la montaña (la selva) a elegir las maderas.

Decidirse por alguna tiene que ver con la especie del árbol y su forma. Allí mismo se trozan los troncos y se asierran las piezas maestras. Desde el monte la madera se baja arrastrada por bueyes. En el astillero se construye hasta el día de la “botadura”, aquel cuando una nueva embarcación surca el mar.

Existe a lo largo de la costa chilota un oficio que la modernidad no puede erradicar. Es la carpintería de ribera. En ésta, el trabajo manual, la experiencia en el medio marítimo y, sobre todo, la familiaridad con la madera aseguran que botes, lanchas y barcos sean absolutamente aptos para ese mar. Porque cada mar tiene sus propios vientos, corrientes, razones para el naufragio…, y los chilotes descubrieron cómo navegar sobre el suyo.

El viajero encontrará carpinteros en la mayoría de las caletas que visite. También astilleros, esas pequeñas industrias artesanales —Nercón, Quellón…— que producen embarcaciones. Aunque por sobre todo verá maestros/navegantes, casi solitarios, que construyen o reparan su propio navío.

En Hualaihué y Lleguimán queda claro que este oficio proviene de una antigua tradición de autoconstrucción en la que trabaja toda la familia. Que el ingenio personal, la audacia frente al material y, sobre todo práctica en el navegar, son requisitos para lograr una buena embarcación.

En Quellón se ven gigantescas maderas labradas traídas desde Chadmo para que sirvan de quilla. En los astilleros de la calle Capitán Alcázar hay “esqueletos” de grandes lanchas, encargadas desde todo el país. Y en Melinka, que es la apoteosis de esta carpintería, asombran detalles primorosos, se huele el aroma del ciprés de Guaitecas y se entiende que esto, más que un oficio, es una pasión cultural.

De la dalca al lanchón

Todo comenzó hace una seis mil años, con las canoas monoxilas. Es decir, un gran tronco excavado con hacha y fuego al que se le daba una forma aguzada para hendir las olas. Luego existieron las canoas con estructura de varas trenzadas, cubiertas con cortezas.

A la llegada de los españoles ya existía la dalca: una embarcación de tres a cinco tablas cosidas con fibras vegetales y que construían el casco. Desde ésta, en un largo tiempo se originará la “piragua” o lanchón chilote, cuando a la dalca se le añada quilla, roda y codaste para su firmeza. En este proceso de mestizaje no hubo academia ni escuelas náuticas. Sólo el saber práctico, transmitido de padres a hijos, se hizo cargo de tal evolución.

Hoy, en un Chiloé lleno de caminos, transbordadores y barcazas de hierro, la navegación de pasajeros por el Mar Interior no se hace exclusivamente en embarcaciones vernáculas. Entonces, la pesca semi-industrial, la acuicultura, el turismo y mucho del transporte local se asocia a una “industria” de lanchas motoras sofisticadas, con diversos materiales plásticos, fibra de vidrio y metales. Sin embargo, como las mareas, vientos, corrientes, cambios climáticos siguen siendo los rectores invariables del navegar —dentro de una escala natural—, muchos chilotes siguen haciéndolo a su modo y con las embarcaciones de madera que fabrican ellos mismos.

Así como a la dalca aborigen se le agregaron quilla, proa y codaste, hoy —gananciosos— las junturas de sus cuadernas las sellan con perlón en vez de estopa de alerce. Recubren sus embarcaciones con fibra de vidrio para que la broma —un molusco— no les perfore el casco, o usan maderas industriales para la cubierta y casetas.

Palabras al oído

Más que un oficio ligado a la tecnología, la carpintería de ribera sigue siendo un saber práctico y, aunque atento a los préstamos culturales, depende de una profunda y personal vinculación con el medio ambiente. No olvida esa tradición huilliche-chona (canoera) desde la cual iniciaron una cultura para la movilidad sobre el maritorio fundado.

Después de verlo tantas veces, un viajero por Chiloé ya puede contar cómo se construye o “arma” una lancha. La pieza básica, que es del largo (eslora) total de la embarcación, es la quilla. Desde ésta, en la parte delantera, se hará nacer la roda, para formar la proa, y en la parte trasera (popa) el codaste. A continuación, con plantillas nacidas desde la quilla hacia arriba, se simula el ancho (manga) y el alto (puntal). Guiados por esa forma, comienzan a colocarse las cuadernas, piezas curvas (como costillas) que conforman el armazón.

Sobre éste se realizará la entabladura que terminará el casco que luego será calafateado: introduciéndole un cordón torcido en la juntura de las tablas. Antes de pintar viene el enmasillado de la “tablazón”.

Mientras se trabaja, una docena de curiosas herramientas aparecen a la vista y una treintena de palabras al oído: alefriz, sobrequilla, espaldones, amura, verduguillo, regalas, imbornales… en fin, una riqueza visual y lingüística que sumada a los olores, colores y veteados del ciprés, el ulmo, el ciruelillo, el coihue… conforma el entorno mágico y sabio de la carpintería de ribera.

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