Llego a mi casa y me cuesta desconectarme, porque le doy vuelta todo el día a cómo hacerlo mejor: chuta aquí la cagué, aquí la hice bien”.

Me da pena que los ayseninos no confíen en el gobierno central del país ni en la gente que va a la región. No se entregan, siempre sospechan”.

“Llevo 30 años viviendo en el Maule y un año de ministro”, dice para comenzar. “Lo que hice fue cambiar el lugar desde el cual sirvo a la agricultura: pasé de la producción de fruta a la política”.

Allá en la comuna de Teno, cerca de Curicó, Antonio Walker (58) tiene su casa, en la que nacieron, se criaron y estudiaron sus seis hijos hombres. Y todavía mantiene la producción de fruta que entrega para exportación. Pero el año pasado se trasladó a Santiago para asumir su cargo público, aunque impajaritablemente se traslada de jueves a sábado a regiones.

También viaja seguido a Aysén, lugar que ha visitado desde niño, cuando su padre, Ignacio Walker, descubrió y compró la mina El Toqui, en Puerto Sánchez, a orillas del deslumbrante lago General Carrera, adquiriendo terrenos adyacentes. “Mi padre era abogado, pero lo que tenía lo invertía en minería y en agricultura. También era una persona aventurera y arriesgada. Y un día llegó un viejito a su oficina y le dijo ‘Don Ignacio, aquí hay una mina'. Y él era un hombre confiado, así es que partió para allá, tomó un caballo, se le ahogó el caballo en el río, y siguió. Pidió los derechos mineros, se asoció con unos alemanes que después abandonaron el proyecto porque lo encontraron muy difícil. Pero mi viejo, en vez de rendirse, siguió para adelante hasta que hizo la mina”, cuenta.

Y recuerda que junto con sus hermanos trabajaban en la mina durante sus vacaciones de verano. Con el tiempo, la familia también tuvo otros negocios en la región de Aysén y siempre siguieron vinculados a una zona que describe como “la más rica y la más linda de Chile”.

Por lo mismo, Antonio Walker no oculta su emoción luego de haber recibido recién los parques Pumalín y Patagonia que la fundación de Tompkins donó al Estado de Chile. Son 407 mil hectáreas de paraíso, la donación más grande que un privado haya hecho jamás al país. “Es algo que nunca ha sucedido en nuestra historia. Además, el nivel de perfeccionismo que tienen los parques, los senderos, la infraestructura es totalmente inédito para el país. Lo otro que me impresiona mucho es la mística que hay en el equipo que trabaja ahí”, comenta.

—¿Qué significa Aysén para usted?

—Tiene un potencial tremendo. Pero me da pena que los ayseninos no confíen en el gobierno central del país ni en la gente que va a la región. No se entregan, siempre sospechan.

—¿Eso lo afecta?

—Sí. Me gustaría que vieran y confiaran en el sentimiento que me produce Aysén. Cuando uno va a Puerto Sánchez se transporta espiritualmente, porque es de una belleza impresionante. En otoño tienes cuatro colores: el calipso del lago, el verde de los coigües, el naranja de las lengas y el blanco de la nieve. Uno comienza a pensar en grande, se le expande el horizonte. Para poder desarrollar todo ese potencial, tanto el turismo como las actividades económicas, tenemos que ganarnos la confianza de la gente. Ése es un objetivo como ministro.

—¿Y esa desconfianza tiene razón de ser?

—Creo que sí. Han sido postergados, no han sido parte del desarrollo de Chile.

Pero además es una realidad muy única y distinta. De hecho, es una especie de tierra prometida a la que llegan personas de todo el mundo, como un paraíso mítico.

—Claro, y uno se encuentra con la gente más increíble que llega desde los países más desarrollados a mirar cómo era el mundo hace 100 años, virgen. Han llegado rock stars y nadie sabe quiénes son. Y a los dos días uno se entera de que eran ídolos mundiales del rock. Pero a nadie le importa, porque en la Patagonia todos somos iguales. Y el que llega viene buscando algo. A esa búsqueda tenemos que darle un relato y desarrollarlo para que beneficie a la región. Hay que potenciar el turismo y el agroturismo. Es un lugar maravilloso. Tenemos que compartir Aysén.

—¿Qué rasgo suyo tiene que ver con lo aysenino?

—La parte soñadora. Yo al Maule voy a producir en un entorno maravilloso que es el campo. A Aysén voy a soñar. Y cuando miro el paisaje me pregunto: “¿Quién hizo esto?”. Hay una experiencia mística.

—¿Usted es católico?

—Sí. Pero ya no creo tanto en los ritos.

—Porque ahora los curas están por el suelo.

—Yo le debo mucho a la Iglesia, pero frente a toda la cagada que hay ahora, me cuestiono y me quedo con la fe en la creación y en el evangelio. Que es todo lo contrario que la política, porque el más poderoso es el más pobre, el que nació en un pesebre. Y eso también me hace cuestionarme sobre el poder. Cuando uno se cree poderoso deja la cagada. Uno comete los peores errores cuando se cree el cuento, el porrazo que puedes pegarte es tremendo. Lo mejor es que se mezclen los éxitos y los fracasos. Nunca hay que sentirse tan seguro.

“Puro humo”

—Usted ha pasado gran parte de su vida fuera de Santiago, entre el Maule y Aysén.

—Eso me ha ayudado a entender Chile y la importancia de la regionalización. Acá cuando se habla de Chile se habla de Santiago: hay un centralismo tremendo. Y se olvida que la agricultura es la herramienta más potente que tenemos para descentralizar. En la medida en que la agricultura se fortalezca, las regiones van a tener más autonomía y empleo. Y lo que más me interesa es fortalecer la agricultura familiar campesina, que es el 92% de la agricultura de Chile. Mi sueño es que los chicos se asocien para que puedan producir y exportar. Porque los mercados internacionales no están reservados ¿¿sólo para?? las grandes empresas.

—¿Como se siente ahora viviendo en Santiago?

—Yo acá soy un forastero. La gente de regiones es más piola. Santiago está lleno de winners. Todos se creen ganadores, quién tiene más, quién es más choro. En regiones hay una relación fluida con la naturaleza y con las demás personas. La gente de campo es digna, acogedora y buena. Se habla muy poco del mundo campesino, porque ellos no protestan en la Alameda, son silenciosos, aunque también tienen muchos problemas. Yo me siento como un hombre de campo metido en la ciudad.

—¿Qué es ser un hombre de campo?

—Alguien sin aparatos. Yo actúo por convicciones y no con la calculadora en la mano.

—¿Y encuentra que los políticos andan con la calculadora en la mano?

—Encuentro que les falta estar cerca de la gente y de la realidad. Y que se inventan muchos problemas irreales.

—Uno mira las noticias políticas y son puros dimes y diretes. Casi no hay hechos ni obras, puras opiniones y peleas...

—Puro humo. Hay muchos problemas que se discuten y que al país no le interesan, son problemas partidistas. “Esto le conviene o no le conviene a mi partido”.

—¿Se siente raro en la política, como ajeno?

—No, espérate, no me siento raro, pero no soy un político tradicional. Quizás por lo mismo de haberme ido tan joven de Santiago, de vivir en el campo, me fui formando de manera muy autónoma. Yo actúo desde el estómago y el corazón. Pero obviamente que soy político. Me identifico con el político práctico y soy independiente. Me gusta hablar con la gente del gobierno y de la oposición porque creo que hay verdades que rescatar en todos lados, no creo en los buenos y los malos. Los caudillismos, los fanatismos son nefastos en cualquier ámbito. No hay que estigmatizar a la política: lo que sucede en la política también sucede en la vida privada.

—¿Se define de centroderecha?

—Me defino más de centro y me siento cómodo con una derecha que sea abierta en lo valórico.

—¿Qué es ser abierto en los valores?

—Es respetar a las personas por sobre las ideas. Por ejemplo, el matrimonio homosexual, discutámoslo.

—¿Tiene amigos homosexuales?

—Sí. ¿Quién no tiene amigos homosexuales o un familiar homosexual?

—¿No tiene rollo con eso?

—Ninguno, en absoluto.

“Duermo muy bien hasta las 4 de la mañana”

—Su Ministerio tiene 12 servicios y 10 mil personas. ¿No le agobia estar a cargo de esto?

—Sí, me agobia un poco, pero estoy feliz. Me ha gustado mucho el trabajo en terreno.

—¿Duerme bien?

—Duermo muy bien hasta las 4 de la mañana y ahí comienzo a contestar emails y whatsapps. Pero en la noche llego tan cansado que me duermo al tiro.

—¿No está cabreada su señora?

—Yo creo que sí, pero me apoya con mucha generosidad. Llego a mi casa y me cuesta desconectarme del trabajo, porque le doy vuelta todo el día a cómo hacerlo mejor: chuta aquí la cagué, aquí la hice bien. Todavía no logro equilibrar bien la vida familiar con mi rol de ministro.

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