Todavía hay asombro en la expresión de Felipe Bianchi cuando recuerda un particular consejo de curso vivido en quinto año básico. Estaba en el colegio San Juan Evangelista el día que tuvo que enfrentar una extraña votación y enterarse de que la naturaleza humana podía llegar a ser, en algunos casos, incomprensible.

“Mi colegio es un resumen de la historia de Chile de los últimos años. Cuando entré eran curas holandeses, y cuando salí ya se habían casado todos y, por lo tanto, ya no era de curas. Era un colegio solo de hombres, pero cuando estaba en quinto básico se decidió abrirlo también a las mujeres para que fuera mixto. Lo loco fue que llegaron tres mujeres, nada más. Y hubo un rato largo en que esas tres pobres niñitas no tenían otras compañeras hacia arriba ni hacia abajo en todo el colegio. Las tres niñas estaban justamente en mi curso, cosa que agradezco muchísimo. Pero entonces hubo un consejo de curso y se votó: quiénes querían seguir y quiénes querían salirse para seguir siendo puros hombres. Muchos se cambiaron. O sea, había tipos que solo querían estar en curso de hombres y yo no lo podía creer. Cuando fueron de viajes de estudios, qué huevada más fome ir puros hombres. Las fiestas de mi curso eran con nuestras compañeras, íbamos al cine con ellas. Empezamos a vivir la vida como hay que vivirla”, relata

Si Bianchi fuera un futbolista, probablemente sería ese delantero centro metido en el área, aguantando la pelota de espaldas, mientras los defensas le comen las pantorrillas con furia y los segundos se van alargando para que la jugada se cargue de peligro, una bomba a punto de detonar. Con ese desplante, el periodista se mueve ahora mismo en el salón del Hotel Singular, en el barrio Lastarria, a una cuadra del edificio donde vive hace 30 años, cabeza arriba, traje impecable, nada que indique que la última carga en su contra ha sido la amenaza de querella del presidente de Unión Española, Jorge Segovia.

Bianchi no puede entrar al Santa Laura, el tema está en las manos de sus abogados, y la sombra de Segovia surge como otra secuela desde que se convirtió en uno de los principales críticos del breve imperio que alcanzó a levantar en sus tiempos Sergio Jadue.

—¿Cuál es el dolor que provocas en Segovia?

—Él entiende que el trato hacia su persona ha sido injusto, y yo, la verdad no tengo ningún problema personal. De hecho, teníamos una buena relación. Tengo columnas antes de la época de la salida de Marcelo Bielsa, con alabanzas a lo que él hizo en Unión Española en sus inicios, y una vez nos juntamos a conversar en el Hyatt. Era una buena relación, pero me parece que él cruzó una frontera inexcusable en la época de Jadue, y quedamos en trincheras distintas, y creo que los hechos han terminado por darme razón en esta pelea. En el caso de él, yo habría esperado al menos unas disculpas públicas al país por ser parte de ese movimiento que puso en ese lugar a Jadue.

—No es esta la polémica más difícil que has tenido.

—La época de Sergio Jadue entera fue muy difícil, porque en ese momento trabajaba en Chilevisión, que era socio de la ANFP en las transmisiones de la selección chilena. Fuimos muy críticos desde un comienzo, con justa razón, y ellos fueron muy proactivos para que nos echaran. Muchas veces fueron al canal, mandaron cartas, para que fuéramos despedidos Fernando Tapia, Cristián Arcos y yo, porque consideraban que éramos peligrosos o hacíamos mal nuestro trabajo.

—Tuviste un duro encontrón con la esposa de Jadue. ¿Cómo fue?

—Ocurrió en Barcelona. Yo estaba de vacaciones con mi mujer en Italia y justo Chilevisión transmitió unos partidos de la selección en España y en Francia. Cuando llegamos al hotel, venía también la delegación chilena, y claro, la mujer de Jadue me encaró a garabatos, muy elegante ella. Pero me pasó muchas veces eso con ellos. Una vez en el estadio, con Pablo Flores estábamos relatando y teníamos abajo a la familia de Jadue, que durante la transmisión nos hacía gestos. Yo los contestaba y Pablo Flores se cagaba de la risa porque estábamos al aire.

—Dentro de las perlas de este año hay un capítulo duro con Sergio Vargas, cuando te llama “cagón” en el programa de Fox. ¿Cómo manejas la ira y el rencor?

—Yo soy bueno para ese tipo de encontrones. Me caliento rápido y me desconecto después. Es más, me preocupa la gente que es demasiado medida en sus pasiones. Esa vez yo le había dicho cobarde a Sergio antes y él se molestó mucho. Si estás discutiendo y alguien te dice algo, es normal. Se me pasa rápido. Es algo de sangre italiana. Me da lo mismo que alguien me diga un garabato mientras discutes. Me preocupa más que alguien crea que estoy comprado.

—¿Cómo ves a Vargas ahora que deja el micrófono y se integra en un cargo en Universidad de Chile?

—Me alegro muchísimo por él. Se nota que no hay nada que lo motive y lo preocupe más que la U. Es un amor genuino. Ojalá le den el espacio y la oportunidad de ayudar a sacar a los azules de este mal momento. Ahora, si algún día vuelve a la tele, ahí estaré para que sigamos peleando. Jajaja.

—Te has lanzado contra las barras bravas. ¿Te ha pasado algo en la calle?

—Las redes sociales son mil veces más violentas que la calle. De 10 personas que se te acercan, 9 son para conversar en buena onda. Y el uno restante es muy chileno y te dice algo cuando pasaste, de atrás. Y yo vuelvo, porque soy picado. He perseguido gente en la calle para encararla y decirle que me diga de frente lo que dijo por debajo.

Lecciones de un “monstruo”

—Con Eduardo Bonvallet te toca trabajar en Radio W, en 2003. ¿Qué aprendiste con él?

—Ese momento es muy importante. Es él que a mí me hace cruzar una frontera en mi carrera, que era salir del confort de otra línea editorial.

—¿Era muy desafiante? Porque él te podía salir con cualquier cosa…

—Sí, y me dijo muchas. Pero nos respetábamos. Hay varios amigos del mundo anterior que hasta el día de hoy no me lo perdonan. ¡Cómo es posible que haya trabajado con Bonvallet! La verdad es que funcionó muy bien la sociedad, porque cada uno representaba una cosa distinta. Yo sabía que estaba trabajando ante un monstruo, un talento, al que no había que pelearle el protagonismo. Yo mismo, sentado al lado de él, quería escuchar lo divertido, lo gracioso que era. Y no era fácil. A mí me enseñó algo que no se me olvidará nunca. El primer día que nos juntamos me dijo; mira, en este programa vamos a decir la verdad, nos vamos a pelear seguramente con mucha gente, así que lo primero que hay que hacer aquí es que digas todas tus yayas. No vengas con que no me he drogado nunca, que soy súper fiel. Todos esos hueones de la radio y de la tele que se venden como perfectos, lo vamos a cortar. Y así fue. No puedes ser esa persona inmaculada.

—¿Lo llevó a la práctica?

—El primer día éramos cuatro. Comenzó el programa, y Eduardo dice: “Ya, estamos empezando, pero yo voy a decir algo. O se va este hueón que está aquí, o no trabajo más porque me lo impusieron, y es un sapo”. Todo esto al aire, y esa persona se tuvo que ir. Y yo no estaba acostumbrado, porque al aire no se podía decir ni poto. Me ayudó harto a alimentar cosas que ya intuía, una valentía. Y también algo que Eduardo me decía: esto es bien solo. Empiezas a pelear con dirigentes que eran amigos, periodistas, técnicos. Todo lo que me dio la academia fue muy importante, pero me ayudó mucho la calle y la valentía de Bonvallet para emprender un camino que era la mixtura de esas dos cosas.

El odio a los clubes

—Dices que vivir en el centro de Santiago también ha marcado tu manera de ver el periodismo.

—Es que cómo vas a hablar de las cosas que pasan en el país si estás encerrado en un gueto. De las cosas que más me enervan en la vida está el clasismo, pero para arriba y para abajo. Cuando alguien dice: Ah, estos cuicos, eso también me molesta muchísimo. Me parece que te deja sin conocer el mundo entero. Me gusta que mis hijos vivan en el centro, que es lo que me enseñaron mis papás, ser lo más abierto de cabeza posible. Me cargan los clubes, ir a veranear donde va la misma gente que me ve todo el año. Me siento igual de cómodo en el Club de la Unión, en una fiesta con smoking, donde he ido varias veces, o estar en el Parque Forestal con mis amigos cuidadores de autos, con la gente que vive en carpas. Quizás donde menos cómodo me siento es en el medio, encuentro que ahí está la peor gente, la que tiene más rollo, la que tiene más prejuicios, resentimiento. Me siento más cómodo bien abajo y bien arriba. No sé por qué.

—Tu papá es una persona muy transversal, abogado y músico.

—Y bueno para hacer fiestas, con amigos de todos los mundos. Íbamos siempre al Club Hípico, a Socios, porque él tenía caballos, pero lo pasábamos mucho mejor cuando íbamos abajo, a la troya, a conversar con los jinetes, con los preparadores. Debo haber empezado a ir desde los 6 o 7 años y hasta el día de hoy voy. Me encanta la hípica. A veces peleo con mis hijos. Me dicen, papá, va a ir todo el mundo a Lollapalooza. No, pero no es todo el mundo, hay otros mundos que tienes que conocer, y la vida no se circunscribe a tu colegio a tus primos, a tus amigos. A mí me gustan los lugares antiguos y donde hay mucha mezcla. Yo veranearía feliz y no me movería jamás de Las Cruces, me encanta pasear en Cartagena. No me gustaría veranear en ciertos lugares… pero sí, he veraneado allí en alguna época para ser enteramente franco, pero no me siento cómodo viviendo en los guetos de veraneo habituales.

—Donde todos se conocen…

—¡Pero si es la misma gente! No puedo creer que haya gente que vive en un barrio, en el colegio de sus hijos, en un club, y una playa donde sus hijos ven todo el tiempo a la misma gente. Lo encuentro fomísimo además.

—¿Qué te dejó el año sabático que viviste hace poco en Nueva York?

—Muchísimo. Hay un dato que lo resume todo. El lugar más preciado, y más buscado, y más caro, y más importante, está en el centro mismo de la vida comunitaria, no en barrios por afuera. Estuve un año en la universidad; tenía compañeros árabes, polacos, japoneses, coreanos, gente de 20 años y yo era más viejo que los profesores. Lo pasé estudiando, de 9 a 3 de la tarde. Fue maravilloso. Y volví después de mucho tiempo a una liga de fútbol, donde viví, para bien o para mal, lo que era un equipo mixto. Olvídate que había consideración para un hombre con que al frente apareciera una niña. Salían volando, con choques, les metían codazos. No era un dato si eres hombre, gay, chileno, haitiano. Eras gente jugando fútbol.

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