Como la señal de una ruta originaria, una sucesión de ranitas están grabadas sobre las baldosas de uno de los recorridos de la plaza de Coltauco. Guían hacia el centro de la misma. Allí, en bronce y muy bien caracterizadas en tres dimensiones, esperan otras cuatro ranas.

Es una reunión de anfibios. Algo muy real, pues la palabra Coltauco derivó de “koltrhauco” que significa “agua de renacuajos”. A siglos de esta constatación, estos devinieron en ranas, haciéndose símbolos de una supervivencia que todo lo debe a “las muchas aguas”, que por aquí corren y riegan.

El río Cachapoal es el agua madre y Coltauco está en su margen norte, en medio de una de las zonas más fértiles de Chile. El villorrio se “esconde”, o se mimetiza, en islas de vegetación con pequeños núcleos poblados que se cuelgan de la Carretera H30 o, más contiguos, a lo largo de la avenida Arturo Prat. Por lo mismo, disimula la idea urbana y su primera imagen es la de una sucesión de quintas, repartidas sinuosamente sobre la llanura agrícola.

Sólo en la intersección de la avenida Prat (antigua calle Del Ferrocarril) con la avenida República de Chile, la imagen se hace citadina, pues en el área están los edificios de la municipalidad, los juzgados, supermercado, ferreterías… y, más cerca, otro muy bello, el del Banco Estado. No es por azar esta concentración urbana. Aquí estuvieron los patios de maniobras, bodegas y la estación del ramal del Ferrocarril Rancagua, Doñihue, Coltauco… Su construcción había comenzado entre 1935 y 1938 y tuvo vida activa hasta un poco más allá de 1969. Se cuenta que en su ejercicio era poco rentable y que sucumbió definitivamente con la aparición de la Ruta H-30. En 1974 se levantaron los rieles.

Una isla de río

En su “Arquitectura tradicional de Colchagua”, el padre Gabriel Guarda anota que en 1767 el templo Nuestra Señora de la Merced era una viceparroquia dependiente del Curato de Peumo. Espinoza, en 1897 escribe que Coltauco ya era una parroquia en 1824… Aun cuando el poblado obtuvo su título de Villa a fines del siglo XIX, los geógrafos de la época coinciden al señalarlo con una planta irregular, de “caserío disperso” y “escasos pobladores”. Una bella descripción la da en 1924 el geógrafo Risopatrón: “Se encuentra asentada en medio de una isla de rico terreno de aluvión, que forma el río Cachapoal en su margen N., al abrirse en dos brazos que se juntan en Monte Lorenzo, hacia el N.O. del pueblo de Peumo”.

A lo largo del siglo XX, tras la partición de algunos grandes fundos (Santa Filomena, Lo de Cuevas, Parral, Quinamávida), comienza la aparición de villorrios menores de los cuales Coltauco será su cabecera administrativa. Entre ellos, de norte a sur, la Hijuela del Medio, Parral de Purén, Montegrande, Loreto —de mucha vitalidad y dignas viviendas sociales—, El Almendro, que aún tiene arquitectura antigua; Lo Ulloa, Idahue con su rinconada, su pampa y su cuesta. Por todas partes están las señales de que ésta es una tierra criolla y representada por el Club de Huasos y de Laceros de Coltauco.

Caballos y pregones

Un recorrido por sus calles no promueve muchas interrogantes hacia su historia. Será porque no tiene edificaciones antiguas ni su traza conservó una tipología colonial, como sus vecinas Zúñiga o Guacarhue.

Sin embargo, en los actos cotidianos y expresiones coloquiales de sus habitantes se traslucen reminiscencias y usos pretéritos, quizá incubados en un largo tiempo hecho de candidez y confianzas: “¡Llegó el panadero… Pan, pasteles, empanadas y el chofer más sabroso de la zona!” es el pregón insistente, salido desde un vehículo que recorre la calle “de arriba abajo”.

Con ruido de aguas de fondo, una señora le explica a otra, señalándole un florido Bauhinia candicans (Pata de Vaca), las virtudes que este arbolito tiene para curar la diabetes. El joven Alan Flores, arreglador de caballos, montado en su bayo Gallito, pregunta a viva voz a un amigo si acaso participará en el próximo desfile huaso de la Fiesta de la Vendimia. Así, actos íntimos se hacen públicos y expresan una particular sensibilidad local. En el paradero de buses, dos liceanas siguen el ritmo de clarinetes y violoncello salidos de una casa en donde ensayan los estudiantes de la Escuela de Cultura y Difusión Artística… Se mezclan los sonidos: ahora es el “convite” del Circo Puchiny el que vocea su debut de esta tarde.

Las cuatro ranas de la plaza de Coltauco son más que un símbolo. Dan vigencia a la gran cantidad de jardines que necesitan de humedad para vivir. Los álamos, en largas hileras, también delatan la red de acequias que cruzan el poblado. Si el río Cachapoal fue el gran urbanista territorial, los canales y acequias siguen haciéndolo aquí.

Existe, bordeando el Parque Municipal Los Tacos, un generoso estero que hace el límite con Lo Ulloa: Estero Grande, Estero de Idahue, Cachapoalito… son algunos de los apelativos que, dudando, le dan los transeúntes. Las ranas de la plaza… ¿sabrán su verdadero nombre?

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