MITO 7:

“Los mapuche son violentos, intolerantes de la cultura chilena y antidemocráticos”

Seguramente usted, al igual que nosotros, habrá escuchado alguna vez, expresiones tales como, “los comunistas se comen las guaguas”, “los chinos hacen puras cosas rascas”, “los mapuches son flojos y borrachos” y tantos otras afirmaciones de este tipo, que rodearon a más de una generación.

Incluso muchas de ellas perduran hoy, en formas más sutiles, pero con la misma lógica discriminatoria. Lo invitamos a recordar algunas ideas que desde niño aprendió y a comenzar a analizarlas desde una nueva perspectiva. Continuemos con este ejercicio de desaprender/aprender.

Entre los muchos prejuicios racistas respecto de los mapuches, uno bien común ha sido la imagen de violentista y enemigo de las normas básicas de convivencia política, es decir, la representación de un bárbaro. Efectivamente, hoy tal prejuicio no se expresa así, a secas. Más bien va implícito por allí o por acá, invisible e innombrado. Por ejemplo ¿conoce usted algún Plan Araucanía, es decir, planes para mejorar la situación mapuche, donde hayan participado un número al menos paritario de mapuches, ya sea en el diseño o en la implementación? Seguramente si usted es mujer, entenderá muy bien a lo que nos referimos. Pues bien, en este apartado lo queremos invitar a asomarnos a lo que hay tras estos prejuicios sobre los mapuches. Desde la llegada de los invasores españoles, el pueblo mapuche —como también los otros pueblos indígenas— comenzó a padecer la violencia del racismo. La creación de la nación chilena agudizó este tipo de discriminación, pues la presencia indígena hacía ruborizarse a la naciente república delante del modelo cultural europeo de sus ensoñaciones. Había que limpiar la mancha de la barbarie.

Y si bien es cierto que al principio los independentistas asociaron valores de la identidad indígena con la propia causa —como el amor a la libertad y la valentía del guerrero, expresados, por ejemplo, en la presencia mapuche en el primer escudo patrio—, esta asociación con “lo chileno” cambió. No por arte de magia, por supuesto. Se conjugaron una serie de factores e intereses al norte del Biobío que despertaron el interés por una nueva interpretación respecto del valor del mapuche. Por un lado, se instaló el paradigma civilización/barbarie, mientras que por otro, el contexto económico hizo brillar las tierras mapuches como lugar de productividad y riqueza.

De ser admirados, y motivo de orgullo patrio, los mapuches pasaron a ser bárbaros que impedían el progreso y riqueza del país. Comenzó así un proceso para justificar la apropiación de tierras mapuches. Dado que es delito imperdonable arrebatarle lo suyo a gente tranquila, trabajadora e instruida, había que construir una imagen que hiciera justificable tal acción. Así, se inició el desmontaje del valiente y libre “araucano” para instalar al nuevo borracho, flojo, decadente y violento… bárbaro mapuche. Estas ideas se instalaron mediante un proceso mediático —cualquier parecido con el presente ¿es casualidad?— y político, con actores bien concretos, que impulsaron y aprovecharon la posterior invasión chilena.

No se trata sólo de la adquisición de algún retazo insignificante de terreno, pues no le faltan terrenos a Chile; no se trata de la soberanía nominal sobre una horda de bárbaros, pues ésta siempre se ha pretendido tener: se trata de formar de las dos partes separadas de nuestra República, un complejo ligado; se trata de abrir un manantial inagotable de nuevos recursos en agricultura y minería; nuevos caminos para el comercio en ríos navegables y pasos fácilmente accesibles sobre las cordilleras de los Andes… en fin, se trata del triunfo de la civilización sobre la barbarie, de la humanidad sobre la bestialidad.

O bien, las palabras pronunciadas en el Congreso, en agosto de 1868, por uno de los personajes históricos que lideraron la campaña antindígena, Benjamín Vicuña Mackenna:

El indio (no el de Ercilla, sino el que ha venido a degollar a nuestros labradores del Malleco y a mutilar con horrible infamia a nuestros nobles soldados) no es sino un bruto indomable, enemigo de la civilización porque sólo adora los vicios en que vive sumergido, la ociosidad, la embriaguez, la mentira, la traición y todo ese conjunto de abominaciones que constituyen la vida del salvaje.

Efectivamente, tales ideas divulgadas por la élite político-ilustrada y sus medios permearon hondo en nuestra sociedad, sedimentando en estructurase imaginarios que naturalizaron tratos y modos de relación racista. Por ejemplo, no es extraño encontrar todavía personas que hablan de la particular relación del mapuche y la embriaguez, o aquellos que relacionan flojera con el origen mapuche.

Seguramente usted alguna vez lo habrá escuchado. Pues bien, ya sabe al menos cuando fue tirada la semilla. Conviene contrastar las ideas racistas divulgadas por los grupos de poder con otras miradas del mismo tiempo sobre los mapuches para comprender por qué hablamos de construcción. La imagen del mapuche instruido, experto en el arte de la negociación y rico, entre otras características, pareciera impensable en nuestra sociedad. Sin embargo, en el mismo período histórico en que se degrada al mapuche, encontramos a personajes como Juan Calfucura, gran líder militar, pero sobre todo un gran político que mantuvo relaciones epistolares con autoridades de primer orden, tanto chilenas como argentinas; o Mañilwenu, lonko con una completa biblioteca en su ruka principal, gran pluma y una gran correspondencia con distintas autoridades políticas chilenas y argentinas. Imagine a un “bárbaro” mapuche defendiendo sus ideas así: “El tratado [de Katiray] se efectuó el 13 de junio de 1612 y consta que se dejó por línea divisoria el río titulado Bio bío, dejándonos en entera libertad y uso de nuestras leyes para gobernarnos con forme a ellas, sin que tuviese la autoridad del rey intervención alguna. Después, en los años subsiguientes, se han ratificado estos tratados muchas veces, sin alteración, hasta el año 1793 que fue el último que yo alcancé a presenciar y tendría de doce a catorce años” (Carta enviada por Mañilwenu al general Justo José Urquiza, presidente de la Confederación argentina).

Lo más impresionante es que podríamos también mencionar la habilidad para el comercio, la negociación, la platería, la ganadería, la gran abundancia de esta sociedad donde también había chilenos trabajando para los mapuches. Todo en el mismo tiempo que se construye desde la élite económico-política la imagen del mapuche bárbaro y violento. Ciertamente, la invasión de Wallmapu confirma el éxito de la construcción peyorativa que se hizo del mapuche, reforzada a su vez por el enaltecimiento de los militares que avasallaron el territorio y su gente. Por ejemplo, a grandes personajes como Mañilwenu, Kilapán, Calfucura, Mariluan, Montri, Kilaweke, Wentekol, Colipi, Coñoepan y un largo etcétera, ¿los conoce o los ha oído mencionar siquiera? Difícilmente. Sin embargo, en las ciudades en territorio mapuche abundan calles y monumentos con los nombres de miembros del ejército que llevó a cabo la tarea “civilizatoria”.

(...)

Y así terminamos asumiendo erróneamente que este pueblo, con una larga tradición de negociación política para encausar el conflicto —como hizo con el imperio Inca, la Corona española y la naciente República chilena—, es histórica y naturalmente violento. Ante esto, cabe preguntarse ¿cuáles son los procesos e intereses que actualmente en nuestra sociedad dan carácter real, necesario y legítimo, a estos prejuicios? ¿Sobre quién dicen más estos adjetivos, de los mapuches o de quien los dice?

Sí es claro que, como antes, también hoy tales construcciones del mapuche tienen un efecto político: deslegitimar las demandas por restitución de derechos levantadas por el pueblo mapuche. En efecto, ya conoce usted la frase “con terroristas o violentos no se habla”. Así, esta construcción entrega la excusa para evitar el diálogo sobre lo que no se quiere hablar: los derechos políticos colectivos. Por lo anterior, nos parece importante decir alguna palabra sobre la construcción del mapuche violento o terrorista. Primeramente, como marco general, es necesario considerar que, históricamente, el pueblo mapuche no es un pueblo violento, sino un pueblo brutalmente violentado, que bien podría catalogarse como sobreviviente. Su destreza guerrera ha relucido como lucha de resistencia y no de conquista. Sin embargo, poco se habla del pueblo mapuche como experto en el arte del koyangtun, el arte de dialogar, de alcanzar acuerdos. Este arte ha predominado más que el de la lucha, y fue sabiamente ejercido tanto con los invasores españoles como con la República chilena en el siglo XIX, mediante los parlamentos (o tratados) que fueron un espacio político formal entre dos pueblos/naciones para tomar acuerdos y compromisos mutuos en un ambiente intercultural.

Incluso, después de la primera invasión chilena y en medio de las políticas asimilacionistas, desde 1910 hasta la fecha, una y otra vez han surgido organizaciones políticas y culturales mapuches para reivindicar sus derechos por las vías del diálogo y mediante las instituciones estatales.

Usted se preguntará por la violencia desplegada por el movimiento mapuche hace 20 años. Efectivamente, existe. Nos parece que para comprenderla adecuadamente hay que comprender el contexto en el que acontece. Hay que notar que son tan diversos los actores involucrados en el conflicto entre el Estado chileno, la industria forestal y el pueblo mapuche como también diversas son las violencias y las víctimas. Existen violencias históricas y originarias como contexto y fundamento de la violencia colectiva que despliega el movimiento mapuche, principalmente sobre maquinaria de las industrias forestales. Los actores y sus acciones no son aislados y se despliegan, como la violencia, en interacción con otros actores estatales y privados que también ejercen violencia.

(...)

La violencia estructural que ha significado la pauperización de la población de estos territorios, mapuche y no mapuche, sufriendo durante muchos años el abandono del Estado y el empobrecimiento. De los tiempos de abundancia de recursos y tierras para desarrollar el autosustento pasaron a la exclusión, despojados del territorio y sus frutos.

Se suma, además, la violencia judicial, cuando en múltiples casos se usan extendidas prisiones preventivas contra mapuches, saliendo en la mayoría de los casos absueltos, luego de pasar cerca de un año privados de libertad y de la posibilidad de aportar con sustento a sus familias. Asociado a esto, se enfrentan a una opinión pública que olvida la presunción de inocencia cuando el acusado o imputado es mapuche. De la mano de esta represión legal con fines desmovilizadores, está la violencia comunicacional y cultural, llena de prejuicios, a la que nos referíamos al comenzar. Lo viven día a día quienes salen a buscar trabajo a otras tierras, o en los lugares de estudio, o en otros intercambios cotidianos.

Como respuesta a estas violencias surge la violencia política, o contraviolencia, realizada por algunas organizaciones mapuches ante el cierre de las vías políticas.

Cabe mencionar también que, hace años, diversos organismos internacionales de Derechos Humanos le vienen llamando la atención al Estado chileno sobre el errado abordaje policial y no político dado a las demandas del pueblo mapuche. Especialmente criticado ha sido el uso de la Ley Antiterrorista y el uso abusivo de la fuerza policial contra miembros del pueblo mapuche.

Desconocer el conflicto político-territorial es generar violencia. Negar las múltiples formas de violencia, también. Simplificar el conflicto empeora las cosas. La actual fase de creciente violencia está caracterizada por una interacción dinámica entre posturas extremas en los involucrados. Por un lado, por un movimiento mapuche que extrema posiciones y, por otro, un Estado sordo que radicaliza la represión policial, reduce la protesta a mera delincuencia y organiza comisiones asesoras presidenciales y mesas de diálogo, sin real representación de los actores involucrados y sin una real apertura política al diálogo.

Nos parece que no es difícil comprender que el conflicto se enfrenta con diálogo y no con más violencia. De ésta sólo se puede esperar más violencia. Mientras sigamos repitiendo en nuestro interior las frases de mapuche flojo, borracho, violento y terrorista, no avanzaremos en este diálogo, y menos en la paz. El reconocimiento del otro presupone respeto, y éste necesita del (re)conocimiento del otro. Re-conocer a otro es también re-conocerse a uno mismo, ambas van de la mano y parecen ser nuestro desafío. Porque mientras menos conocemos al pueblo mapuche, más nos inclinamos a adoptar esos prejuicios. La paz que todos queremos para este territorio no puede surgir desde otro lado que desde la justicia.

LEER MÁS