“Estoy tan guatón que debo ir a comprarme ropa a una tienda para gordos en Patronato”, comenta riendo. En julio del año pasado a Roberto Fantuzzi (75) le diagnosticaron cáncer a la próstata en etapa cuatro. “Desde que me enfermé engordé porque me lo como todo. Tengo que usar pechera, porque me mancho. De cochino no más”, dice con otra carcajada.

En la terraza de su casa de Vitacura el empresario se instala cada tarde a descansar un rato. “Este es mi jardín del Edén”, cuenta. Su dormitorio matrimonial da al patio. Y su pieza de estilo provenzal está repleta de fotos familiares. En ellas aparecen sus cuatro hijos (Francesca, Constanza, Bernardita y Roberto). También, están sus doce nietos (de 4 a 18 años). En otras, sale con su padre Ángel en la fábrica familiar de enlozados y aluminio Fantuzzi (fundada en 1968; cerró en 1998). Por su cáncer, el empresario ha “bajado un poco la guardia laboral”. “Ya no tengo los 20 cargos que hace algunos años tuve. Mis batallas hoy las doy por Asexma”, admite. En 1984 fue uno de los fundadores de la Asociación de Exportadores y Manufacturas y la ha presidido en varios períodos. “Soy casi vitalicio”, admite.

Al dirigente gremial, quien fuera vicepresidente de la fundación Nacional para la Superación de la Pobreza, también lo mueven nuevos desafíos. Hoy, con cuatro socios (cuyos nombres prefiere reservar), está armando la agencia de publicidad Blitz, que comenzará a operar en julio. “Estoy enfermo; pero estos proyectos donde trabajo con gente joven me llenan el alma”, comenta.

“Fui muy irresponsable”

Mientras Fantuzzi, ingeniero comercial de la Universidad de Chile, habla sin tapujos de su enfermedad, se excusa un par de veces para ir al baño. “Necesito mojarme la cabeza”. Para combatir su cáncer recibe una terapia hormonal que le provoca bochornos. “Son los mismos de las mujeres en la menopausia. Es bien desagradable. De repente siento calor y transpiro; aunque la temperatura no haya cambiado.”, cuenta.

A mediados de 2018, a raíz de unas “dolorosas” llagas que le salieron en la mitad del pecho, visitó una dermatóloga. Se tomó exámenes y lo llamaron la noche siguiente. “La doctora me dijo sin preámbulos: ‘tienes cáncer a la próstata'. Nunca imaginé escuchar algo así”.

Al otro día, en compañía de sus tres hijas y su señora, fue al oncólogo. “Fue un drama, ellas lloraban y me abrazaban. Era como la escena de una película italiana. El doctor me dijo que nadie se moría de cáncer a la próstata. Pero ellas estaban muy nerviosas. Me tienen lleno de santitos colgando del cuello, hasta tengo un Buda”, dice entre risas.

“Es duro”, agrega. “Me hice el examen del PET para saber el estado del cáncer y salió que no tengo agarrados los huesos. Pero no le doy bola, qué saco. Fui muy irresponsable. No por miedo de ir al doctor, fue de flojo. Ni un examen de sangre me hacía. Mi error garrafal fue que en los 30 años que estuve en la fábrica nunca tomé vacaciones. Porque lo pasaba tan rebien”.

—Se le ve de buen ánimo.

—Me sube y me baja. Estoy muy cansado. Me tengo que tomar una píldora y a las seis de la tarde no quiero más guerra. Duermo pésimo en la noche, por las idas al baño. Voy quince veces. De ellas diez para mojarme la cabeza. Además, tengo que cambiarle el agua al pajarito. Pero jamás usaría pañales, antes me pego un tiro. Prefiero usar una bacinica que fabricamos en Fantuzzi. Que para regalo le pusimos: “Just do it”.

—Es sabido que las emociones afloran con este tratamiento hormonal.

—Absolutamente. Aunque como buen italiano siempre me emociono, ahora con cualquier cosa lloro. También, me duelen las manos y por las hormonas que me inyectan no me quedan pelos. (Ríe mientras sube su pantalón para mostrar su pantorrilla).

Roberto, el salvador

Le gusta contar la historia de sus orígenes. Como cuando su padre tuvo un accidente laboral en la fábrica Fantuzzi (Salvador con Bilbao). “Lo agarró una enorme máquina de correas de cuero y lo empezó a aplastar. El hombre que cortó la electricidad y lo salvó se llamaba Roberto y por eso me pusieron así”.

También conoce la anécdota de su segundo nombre. Su madre se sentía mal y cómo Luis Tisné, su doctor de cabecera, estaba de vacaciones, tuvo que ir a otro especialista. “Éste le diagnosticó un quiste y que debía hacerse un raspaje urgente. Mi madre no le hizo caso y prefirió esperar el regreso de Lucho. Cuando llegó, le dijo: ‘Tu quiste va a salir con una guagua'. Yo soy ese quiste. Por poco morí”, dice riendo.

—Ahora, ¿piensa más seguido en la muerte?

—No sé si me da miedo morir, pero si muero, yo creo que me convertiré en cenizas, nada más. Me van a tratar de loco y, lo he hablado con mis hijas, pero quiero tener un entierro entretenido. Cuando muera quiero el ataúd más barato y que todos lo rayen con las cosas que quieran decirme. (ríe).

—¿De qué se arrepiente?

—Cuando chico debí haber sido más desordenado, más irresponsable. Además, era terriblemente supersticioso. En mi colegio, el Saint George, usé la misma corbata tejida durante doce años porque me daba suerte. Y en esos doce años nunca falté ni llegué atrasado. Por eso en cuarto medio me dieron el premio al “huevón”. Nunca hubo un caso así en la historia de colegio. Por eso les inculqué a mis hijos que fueran más rebeldes, que vivieran experiencias como el capeo. Y, obviamente, estoy arrepentido del garrafal error de la muñeca inflable.

—¿Hubo un antes y un después de ese regalo que le hizo en 2016 al entonces ministro Céspedes?

—Definitivamente. Éramos conocidos en Asexma por nuestros regalos creativos. El año anterior habíamos regalado un vibrador y nadie dijo nada. Pero el mundo cambió en muy pocos meses. La muñeca fue muy ordinaria. Mi mujer se enojó conmigo dos semanas a raíz de eso.

Dislexia y pánico

Dice que tiene un lado tímido y otro más extrovertido. Confiesa que todavía sufre dislexia, la que de niño nunca fue diagnosticada, y que sigue tartamudo. En el Saint George era tan tímido que no se atrevía a hablar en clases. Y siguió así de callado en la universidad. “Tenía que presentar un caso oralmente, pero no pude por pánico escénico. Entonces, mi profesor Atilio Bessio me rajó. Al año siguiente no tuve otra que hablar y nunca más paré. De ese fracaso y de ese profesor estoy muy agradecido. Aunque sigo tímido; no soy canchero”, reconoce.

En su velador hay un crucifico con un Cristo de mármol. “Se ven los dientes de Jesucristo. Me lo regaló mi padre, que era agnóstico. Dejé de ser católico hace unos quince años con la muerte de mi hermano mayor, Ángel”, comenta.

En 2002, Ángel (Roberto es el segundo de cinco hermanos), empresario y exdiputado de RN, falleció a los 62 años, mientras maniobraba un tractor y éste volcó en su fundo de Frutillar. “Lo cremaron, pedí un poco de sus cenizas y las puse en una olla marmita Fantuzzi. Esa de ganchitos que usaban los maestros de la construcción. La dejé en el Cementerio General. Voy siempre a verlo y hace poco caché que se habían robado la marmita con las cenizas. ¡Qué increíble!”, cuenta.

—Con Ángel trabajaron juntos, de niños dormían en la misma pieza. ¿Cómo superaste su partida?

—(Se queda en silencio). Ha sido lo más doloroso que he vivido. Recordarlo me hace llorar. Lo lógico es enterrar a tus padres, pero nunca a un hermano. No me acuerdo de haber peleado alguna vez con él. Y la forma tan trágica cómo murió. No quise verlo así, nunca he visto a un muerto. Estuve cuatro meses llorando por él sin consuelo.

—¿Por qué abandonaste la religión católica?

—Nunca fui de misa. Pero la piedra de tope fue la muerte de Ángel. Empecé con dudas. Hoy se me hace tan difícil lo de la Virgen María, lo de Jesucristo que es Dios. Igual, me declaro hijo pródigo. Aunque me haya portado mal, se supone que me perdonarán igual.

“Uno llega en pelota y se va en pelota”

El Nono de Roberto, Ángel, era técnico de ascensores. Años después, en 1968, fundó la empresa de Aluminio y Ascensores Fantuzzi. Labor que continuó el padre de Roberto (también llamado Ángel), con la misma fábrica especializada en enlozado y aluminio. “No había sábados ni domingos que mi padre y mi abuelo no trabajaran. Se sacaban la cresta”, cuenta.

Hace veinte años, al quebrar la fábrica Fantuzzi, Roberto y Ángel se lo tuvieron que comunicar a su padre. “Cuando él lo supo nos dijo una frase memorable: “Uno llega en pelota y se va en pelota”, recuerda.

Por eso, a los 50 años, Roberto quiso hacer lo mismo. “A esa edad, mi papá nos entregó con mis hermanos la fortuna que había reunido y la fábrica de aluminios. Yo también regalé todo a mis hijos y a mi señora. Que después se trasformara en cero es otro problema”, dice con risas.

—¿Se siente afortunado?

—Estaba conciente de que en Fantuzzi era el hijo del patrón. Y también sé que formo parte de la élite. Que las redes que se construyeron en mi colegio son claves. En el gobierno anterior hubo cinco ministros del Saint George. Pero mi máxima fortuna es que mi papá me haya dejado su forma de ser. Él nunca tuvo un auto de lujo, era un hombre muy sencillo.

—¿Qué gustos se da?

—Soy bien rasca, de bajo perfil. Hace 30 años que vamos cada sábado con mi señora al Biógrafo. Como me conocen, me reservan los asientos. Después vamos a comer al barrio Lastarria. No soy de gustos caros. Aunque algunos me dicen que soy cagado, yo me declaro austero. Además de poco sociable.

—¿No hace vida social en Zapallar ni en el Club de Polo?

—Hallo que Zapallar es mucha pituquería. Tampoco me interesa ser socio del Polo, aunque cada vez que voy, los mozos son muy cariñosos conmigo. Tengo demasiado cortocircuito con el poder y la siutiquería. Ojalá que tampoco me inviten a matrimonios, soy refome. Nunca aprendí a bailar y no tomo trago. De vez en cuando un jote, pero me retan porque mezclo vinos carísimos con Coca-Cola.

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