Por Andrés Nazarala@andresnazarala

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Comencemos por lo bueno: “Obsesión” mira hacia películas como “Body Heat” (1981) en su cometido de transmitir calor y sudor a través de las herramientas del cine. El director Steven Knight (“Locke”) ambienta este thriller en una isla paradisíaca y tiene a los personajes actuando con poca ropa para concentrarse en la piel, el agua y los efectos sensoriales de la temperatura ambiente. Esa vocación sensorial es lo único rescatable de una película que construye su universo con el manual de cine negro en mano —un antihéroe desencantado y borracho (Matthew McConaughey), una femme fatale (Anne Hathaway) y un millonario inescrupuloso y violento como antagonista (Jason Clarke)— y se desploma estrepitosamente a fuerza de malos diálogos, falta de afinidad entre los protagónicos (McConaughey y Hathway deben forzar el romance), giros ridículos y un guiño paranormal que no hace más que arruinar la ya alicaída oferta. Peor aún es la utilización de la pobre Diane Lane como fetiche vintage, estatua del cine de los 80 que el cine acoge como inspiración. “Obsesión” es un derroche de recursos.

“Obsesión”. Dirección: Steven Knight. Con Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Jason Clarke, Diane Lane. EE.UU., 2019. Duración: 1 hora 46. MALA.

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En 2015, cuando presentó “Invierno” (un filme monumental de 5 horas de duración), Alberto Fuguet aseguró que no volvería a hacer cine.

“Cola de Mono”, estrenada en Sanfic, desmiente esa promesa y nos entrega una pequeña hipótesis: el escritor y director estaba planeando un suicidio simbólico para renacer. Aunque la película encuentra conexiones y correlatos en libros como el autobiográfico “VHS (unas memorias)” y “Sudor”, puesta contra su universo cinematográfico parece un cambio radical de piel. Fuguet tuvo que matar a Fuguet para poder continuar. Es que la audacia queer del cineasta entierra el pudor y cierta tendencia a la idealización que estaban presentes en sus cintas anteriores. “Cola de Mono” es una obra anímicamente oscura y completamente destapada que presenta nuevas operaciones estilísticas en el universo del director, reforzando de paso la libertad que encontró en el bajo presupuesto luego de la problemática “Se arrienda” (2005).

Los primeros minutos podrían pertenecer al antiguo Fuguet. Dos hermanos adolescentes encerrados en una calurosa casa de clase media durante la Navidad de 1986. Uno de ellos está obsesionado con los libros de Stephen King y las películas en VHS que su padre, un fallecido crítico de cine, dejó en el hogar. El otro es el favorito de su madre, una mujer depresiva que odia los feriados y ahoga sus penas en litros de cola de mono. Fuguet adorna ese infierno doméstico con canciones del grupo Upa! y objetos propios del Chile de los 80. Pero la disfuncionalidad familiar hará que algo explote. Los hermanos buscarán la liberación y los secretos emergerán. “Cola de Mono” pasará del melodrama familiar al cine de descubrimiento sexual en escenarios clandestinos de Santiago. El director se regocijará filmando cuerpos desnudos, deambulará por parques y saunas clandestinos hasta que decida acoger el thriller e incluso el gore. Fuguet llenará la pantalla de informaciones, citas y referencias cinematográficas, y hacia el final deslizará un comentario que de alguna forma define su nueva fase de exploración: “acá no creen en los géneros”.

“Cola de Mono”. Dirección: Alberto Fuguet. Con Santiago Rodríguez, Cristóbal Rodríguez-Costabal. Chile, 2018. Duración: 1 hora 42. INTERESANTE.

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Gustavo Graef Marino sugiere:

“Quedé muy impresionado con la última película de Orson Welles: «Al otro lado del viento», en Netflix. Como es habitual, Welles nuevamente logra una película cercana a una obra maestra”.

El director de “Johnny Cien Pesos” trabaja en dos largometrajes que “radiografían el Chile en que vivimos”, y en una serie de TV para EE.UU.

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Julia Louis-Dreyfus, la inolvidable Elaine de “Seinfeld”, vuelve a interpretar a Selina Meyer en la séptima y última temporada de “Veep”, serie que, como toda buena sátira política, subraya paradojas y vicios reconocibles en la esfera pública. Partiendo por la falsedad del discurso de Meyer en medio de su candidatura a la presidencia de EE.UU. (“¿realmente quiero ser la Presidenta de todos los americanos?”, se pregunta en una escena, manifestando su falta de vocación para el cargo) hasta el juego de manipulaciones que exige la contienda.

Dreyfus brilla gracias a la frescura que ha lucido en todos sus roles y la acompaña un elenco en estado de gracia que incluye a Hugh Laurie, el recordado “Dr. House”. Todos enfrentan bien el juego que planteó en un comienzo el escocés Armando Iannucci, creador de la serie, y continuó el productor David Mandel (“Curb your enthusiasm”): ser hábiles en los diálogos rápidos y punzantes, y jugar al sarcasmo en un mundo paralelo que, aunque se desentienda de nombres y partidos políticos, es demasiado parecido al nuestro.

No hay duda de que “Veep”, cuya sexta temporada fue escrita en medio de la última elección presidencial, es un lúcido producto de la era Trump.

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