Hacia 1962, prácticamente, todas las universidades chilenas contaban con liderazgos estudiantiles falangistas”.

Antes de la designación del candidato presidencial para 1970, la DC era un hervidero de discrepancias ideológicas y de posiciones políticas discordantes, tanto en la evaluación de lo que había sido su primer gobierno como sobre lo que habría que hacer hacia el futuro”.

Después de las elecciones parlamentarias de marzo de 1969 y de la matanza de Puerto Montt, la Democracia Cristiana se encontraba en una situación difícil y confusa, que se veía complicada por la dinámica de la Junta Nacional del partido a celebrarse en mayo y el ambiente preelectoral, de cara a la definición presidencial de 1970. Un lugar donde los problemas se veían especialmente recurrentes era dentro de la Juventud Demócrata Cristiana, que desde hacía algún tiempo se veía distante y crítica del gobierno del Presidente Eduardo Frei Montalva.

En la historia de Chile debe haber pocos movimientos generacionales más vitales y esperanzadores que los jóvenes democratacristianos de la década de 1960. Su trayectoria había comenzado un poco antes, cuando todavía eran conocidos como Falange Nacional, herederos de una tradición iniciada con entusiasmo y vocación de victoria por figuras como el propio Frei, junto a Bernardo Leighton, Ignacio Palma Vicuña, Manuel Antonio Garretón Walker y tantos otros que en la década de 1930 decidieron quemar las naves del Partido Conservador para iniciar su propio proyecto político.

La tarea no fue fácil, y en sus primeros veinte años de vida, la Falange apenas llegó a contar con entre dos y cuatro diputados y uno o dos senadores. La situación comenzó a cambiar a mediados de los años 50, cuando los jóvenes obtuvieron la victoria en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh), resultado que conservarían en los años siguientes y que se encuentra narrado en forma de memorias en el hermoso libro de Marco Antonio Rocca, «Presencia de la FECh en la vida nacional 1955-1961» (Santiago, Ediciones Forja, 2013). Hacia 1960 se repitió el proceso en la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (FEUC), donde se levantaron líderes como Claudio Orrego Vicuña, Manuel Antonio Garretón, Carlos Eugenio Becca y Miguel Ángel Solar, el emblemático líder de la toma de la UC en 1967. Los resultados positivos para la Falange se repetían en otras casas de estudios superiores del país, y en 1957 se reflejaron, además, en las elecciones parlamentarias, que representaron un alza importante en la votación y en la representación del partido.

Hacia 1962, prácticamente todas las universidades chilenas contaban con liderazgos estudiantiles falangistas, como lo destacaba la publicación “Política y Espíritu”. Todo parecía preanunciar un futuro nacional vinculado a la flecha roja y al “brilla el sol de nuestras juventudes”, que anticipaba la llegada de Eduardo Frei Montalva a La Moneda. Esta, como sabemos, se produciría en 1964, dando inicio a una etapa que —según esperaban los seguidores de la Marcha de la Patria Joven— podía significar un cambio histórico de proporciones en Chile.

Juventud, Democracia Cristiana y marxismo

El gobierno de Eduardo Frei estuvo marcado por el polarizado e ideologizado ambiente que siguió a la Revolución Cubana, con aires de contestación juvenil, presencia creciente del marxismo en distintos ámbitos de la sociedad y movimientos de reforma al interior de la Iglesia Católica en el mundo y en Chile. A todo ello, el líder de la Democracia Cristiana debió sumar un problema para el cual no estaba preparado: los constantes conflictos internos que experimentó su partido y las críticas cada vez más abiertas de diferentes dirigentes contra el ritmo que llevaba Frei y la Revolución en Libertad. Muchos pedían una revolución más nítida y una mayor velocidad en los cambios, incluso ampliando los márgenes definidos en el programa presidencial de 1964.

Uno de los sectores más afectados por las contradicciones del gobierno y el partido fue la juventud, que tenía su propia orgánica y sus dirigentes, habitualmente más izquierdizados que los mayores. Adicionalmente, dentro del PDC habían surgido tres corrientes muy claras en esos años: los freístas, caracterizados por su fidelidad y cercanía al Presidente de la República; los rebeldes, entre los que se encontraban figuras como Rafael Agustín Gumucio, Julio Silva Solar, Alberto Jerez y numerosos jóvenes; finalmente, los terceristas, grupo que incluía a muchos exdirigentes estudiantiles de la Universidad de Chile, como Luis Maira, Pedro Felipe Ramírez, Antonio Cavalla y otros. Como explica Ricardo Yocelevzky en «La democracia cristiana chilena y el gobierno de Eduardo Frei 1964-1970» (Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1987), estas divisiones generaron una lucha fraccional dentro del partido, que incluso involucró a la izquierda, que invitaba a los sectores tercerista y rebelde a realizar acciones comunes.

La JDC estuvo liderada durante el gobierno de Frei por algunas de las figuras más brillantes de los rebeldes, especialmente a partir del decisivo año 1967, punto de inflexión del gobierno en varios sentidos, que definieron una tendencia decreciente en el apoyo popular y un aumento de los conflictos políticos con la oposición de izquierda y de derecha y con el propio Partido Demócrata Cristiano. Las definiciones políticas y doctrinales más importantes de la JDC, que llevarían a un quiebre con el gobierno, se dieron precisamente en los tres últimos años de la administración Frei, entre 1967 y 1970.

En 1967, el líder de la Juventud Demócrata Cristiana fue el sociólogo Rodrigo Ambrosio, quien había sintetizado su visión con total nitidez y una evidente crítica contra su gobierno: “No estamos dispuestos a envejecer en la ambigüedad”. En entrevista a la revista Punto Final (octubre de 1966), estimaba que el proceso liderado por Frei, “no ha tomado todavía ni la orientación ni la velocidad necesarias como para hacerse irreversible”. Ambrosio y otra brillante joven, Marta Harnecker, habían estudiado en París, donde fueron alumnos de Louis Althusser, adhiriendo rápidamente al marxismo. Tomás Moulian, amigo y compañero de varias tareas intelectuales y políticas con Ambrosio, señala que el joven líder DC experimentó un cambio radical y “el marxismo profundiza [en él] la tesis de querer cambiar a la Democracia Cristiana”. Lo hace desde la JDC en un principio, sin quebrar a priori con el partido, porque “se trataba de estar en el poder y desde este cambiar al partido que dominaba la situación política. Pero el deseo de cambio viene desde antes” (entrevista del 5 de marzo de 2019).

Enrique Correa colaboró con él y sucedió a Ambrosio, asumiendo como presidente de la JDC en 1968. En una entrevista, también a Punto Final (julio de 1968), resumió muy bien su tiempo histórico: “Más que hijos de la Iglesia somos hijos de la historia de nuestros días; hijos de Vietnam y de Cuba, hijos de los astronautas y de los guerrilleros, hijos de las rebeliones juveniles y del black-Power...”. Consideraba que el diálogo entre cristianos y marxistas —discusión habitual de la década— era necesario y positivo, y que “el tema primero y obligado de todo diálogo es hoy cómo hacer la revolución”.

El camino de la división

El año decisivo fue 1969, que tuvo dos momentos cruciales. El primero se produjo después de la matanza de Pampa Irigoin, ocurrida el 9 de marzo, que generó una ola de críticas de parte de la izquierda y un cierre de filas de parte del gobierno. Sin embargo, no existió la unidad esperada, por cuanto la Juventud Demócrata Cristiana, todavía dirigida por Enrique Correa, adoptó una posición abiertamente hostil contra el ministro del Interior Edmundo Pérez Zujovic, sindicado por socialistas y comunistas como el principal responsable de la tragedia. La declaración de la JDC expresó que “el acto represivo del gobierno” en Puerto Montt “no es sino la consecuencia de una política cada día más alejada y contraria a los intereses populares, que necesita, por tanto, imponerse cada vez con una cuota mayor de autoritarismo”. Por lo mismo, la JDC exigió la salida del ministro Pérez Zujovic, a quien calificó como “símbolo y personificación de esta derechización creciente y causante directo de estas nuevas muertes que sufre el pueblo”. El Presidente Frei rechazó la actitud de los dirigentes juveniles, solicitando incluso sanciones por estos hechos.

Finalmente Correa dejó la dirección de la juventud, asumiendo como presidente de la JDC el sociólogo Juan Enrique Vega, cuyas posiciones izquierdistas no tardaron en expresarse públicamente, al igual que sus críticas contra el “grupo democratacristiano” que en la práctica gobernaba el país. Por lo mismo, ante la inminencia de la Junta de la Democracia Cristiana que se realizaría en mayo, consideraba que era necesario que el partido se definiera como socialista, que se ubicara a la izquierda del espectro político y que contribuyera a articular la unidad popular (en Última Hora, 22 de abril de 1969). Esta última idea estaba en la línea de Radomiro Tomic, quien aparecía como el candidato natural para suceder a Frei.

Vega expuso su visión, una vez más, en una entrevista en Punto Final (mayo de 1969), cercana al MIR y muy crítica con la administración Frei, y que para entonces parecía un paso obligado para los dirigentes juveniles del partido gobiernista. En la ocasión explicó que las posiciones de izquierda de los jóvenes se remontaban a 1964, cuando había asumido la dirección de la JDC un grupo que no contaba “con las simpatías del freísmo”. Muchos factores que habían contribuido en esa evolución ideológica y política, entre los que destacaban los siguientes, a juicio de Vega: a) la frustración, como experiencia revolucionaria, del gobierno de Frei; b) la realización de la primera “revolución en castellano”, como era la Revolución Cubana, “punto de referencia obligado para todos los sectores de avanzada del continente”; c) el cristianismo y su evolución también jugaban a favor del “desplazamiento hacia la izquierda”; d) finalmente, reconocía el importante papel jugado por la aparición de “un neomarxismo, o marxismo no dogmático”. Ante la posible unidad con grupos marxistas, específicamente el Partido Comunista, Vega concluía en la entrevista: “La otra gran tarea es comenzar una empresa de unificación de los grupos revolucionarios, lo cual no implica necesariamente que desaparezcan las fronteras o que se minimicen las discrepancias teóricas o estratégicas. Significa simplemente reconocer que el camino a recorrer juntos es todavía largo, que lo que nos une es mayor que lo que nos separa”.

Sin embargo, con esta fórmula era cada vez mayor la brecha que separaba a los jóvenes democratacristianos del gobierno y específicamente del Presidente Frei, quien lamentaba la izquierdización sin retorno de un sector importante del partido. Jaime Castillo Velasco, a quien los falangistas llamaban “el maestro” y que era considerado el principal teórico de la DC, explicó un par de años después que el origen de la división y de los problemas es que muchos militantes ya habían perdido la fe en el partido y que se podía apreciar que para muchos de los jóvenes, “el instrumento teórico con que trabajan es la teoría marxista”.

Después de las elecciones parlamentarias de marzo de 1969 y antes de la designación del candidato presidencial para 1970, la Democracia Cristiana era un hervidero de discrepancias ideológicas y de posiciones políticas discordantes, tanto en la evaluación de lo que había sido su primer gobierno como sobre lo que habría que hacer hacia el futuro. La camaradería falangista estaba rota, y pronto se dividiría también el propio PDC, cuando un grupo de jóvenes y otros no tanto se retiraron para formar el MAPU: entre ellos había muchos de los rebeldes que criticaban la gestión de Frei y que propiciaban un acercamiento hacia posiciones más izquierdistas.

Con esto se producían, con treinta años de diferencia, una nueva división y una dura paradoja para los falangistas. A mediados de la década de 1930, un grupo de jóvenes, muchos de ellos brillantes y decididos a cambiar Chile, habían provocado la ruptura con el Partido Conservador, convencidos de que poseían una visión más compleja y sólida sobre el presente y una propuesta de futuro mejor para el país, descalificando de paso a los conservadores. A fines de la década de 1960, un grupo de jóvenes les decía a los ahora maduros dirigentes de la DC que se habían quedado cortos, y que era necesario emprender un nuevo camino y un proyecto distinto para hacer la revolución, que los falangistas de los años 30 parecían haber olvidado desde La Moneda. Son las veleidades de la historia, manifestadas dentro de un partido que vivía momentos de división.

1969. Remontarse en el tiempo a 50 años atrás nos lleva a los últimos meses del gobierno de Eduardo Frei Montalva. Era un momento en el cual nadie tenía certeza de quién ganaría el Ejecutivo en 1970, ni menos sospechaban lo que ocurriría en Chile en septiembre de 1973. Se sucedían fenómenos políticos y sociales nuevos para la época, ad portas de la crisis y debacle de la democracia chilena. Alejandro San Francisco es profesor de la Universidad San Sebastián y de la Universidad Católica de Chile, director de Formación del Instituto Res Publica y director general del proyecto Historia de Chile 1960-2010, del CEUSS/Universidad San Sebastián.

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