cesar silva

La película “Machuca”, de Andrés Wood —que llevó más de 600 mil espectadores a las salas de cine en Chile en 2004—, instaló en el discurso colectivo a ese apellido como alusión al experimento social aplicado en los años 70 en el Saint George's College. Un plan del gobierno de la Unidad Popular, que buscó la integración de niños vulnerables en establecimientos privados.

Héctor Rodríguez (60) fue parte de ese proceso. Es un ex-Machuca. Hace treinta y cinco años que vive en Maipú, donde abre la puerta de su casa y dice “es chica, pero el corazón enorme”. Cuando llegó a esta zona, la Villa los Héroes era un potrero con lecherías. “Este entorno campestre me recordaba a mi media agua en el Luciano Cruz”.

Se refiere al desaparecido campamento de Las Condes donde vivió con sus padres y sus tres hermanas (dos egresadas del mismo Saint George). “Teníamos piso de tierra, el baño era un pozo séptico, no había agua caliente y teníamos que salir para lavarnos en invierno; era una pobreza extrema”, recuerda.

Casado, tres hijos y cuatro nietos, Rodríguez no tiene canas, se ve menor. Recuerda su paso, de sexto a primero medio, por el colegio de Vitacura, con matices: valora la experiencia, pero reconoce que tuvo aspectos difíciles. “Fue un aprendizaje de vida”, dice.

Esa lección lo llevó a ofrecerse como tutor del “Plan Machuca”, impulsado por el alcalde Joaquín Lavín. Una iniciativa que promueve la integración social de niños de escasos recursos a colegios municipalizados de Las Condes. “Conozco las fortalezas y debilidades del proceso. Mi rol será acompañar a esos niños, sus familias y a la comunidad escolar”, explica.

Estudió contabilidad, comercio exterior y administración de empresas, y por más de 30 años trabajó en el área de operaciones de varias compañías. Comenzó a los ocho años lavando platos en un restaurante, cuidó autos en una discoteque y trabajó en un vivero de San Damián. “Nunca más vi a mis compañeros del Saint George; pero los recuerdo con mucho cariño”, comenta.

“Estuve 20 días

sin salir a recreo”

En quinto básico del colegio público San Francisco (Las Condes), Héctor no leía de corrido y las monjas del establecimiento lo dejaron repitiendo. Llegó a tener el mejor promedio y lo eligieron para postular al plan de integración del Saint George. “En septiembre de 1970 vino una micro amarilla que decía ‘School' y me llevó con diez compañeros a dar una prueba en Vitacura. Todavía tengo grabado el olor al alcohol de las hojas del examen”, rememora.

Hace un tiempo volvió al colegio ubicado en La Pirámide. No había regresado desde que lo dejó hace cuarenta y cinco años. Recorrió su primera sala de clases y repitió la rutina de esa mañana de marzo. Caminó por la cancha de fútbol y miró el cerro donde se escapaba a fumar con sus compañeros. “Sentí mucha nostalgia; recordé a esos niños rubios. Fue encontrarme con ese niño tímido que estaba aterrado el primer día”, cuenta.

También se vio caminando por los callejones de su campamento para tomar la micro. En su casa, como no había reloj, su madre lo despertaba con las campanadas de la iglesia de los curas benedictinos. “Las tocaban a las cuatro de la mañana y a las seis. Ella se equivocó varias veces y tomé la micro de madrugada; después tenía que volverme a mi casa”, relata.

—A diferencia de lo que pasa el primer día de clases en la película, el padre Gerardo Whelan, rector en los 70, no fue quien te presentó ante tus compañeros.

—Así es, fue Miss Peggy. Lo más parecido a la película es que fue medio traumático. Todos en la sala me miraban y hacían comentarios. Era muy tímido, estaba colorado y me arrinconé. En mi casa me habían criado con la idea del amo y el patrón. A mis compañeros los veía como los hijos del patrón. La miss fue muy acogedora y, mientras yo tiritaba, les dijo: “Él es Héctor, viene al programa de integración; no les contó que yo era pobre. Después me comentó: “Te cambiará la vida pasar por este colegio”, y así fue.

—¿Cuán complejo era experimentar el contraste entre un campamento y un colegio de élite?

—Bastante, durante 20 días estuve sin salir a recreo y en dos semanas no dije “presente” cuando pasaban lista. Incluso, en algún momento no quise ir a clases. Pero la situación mejoró cuando un día un compañero me dijo: “Rodríguez, vamos a jugar a la pelota”. Era malo para eso, los defraudé (risas), pero me sirvió para estar con ellos.

—¿Cómo lograste sacar la voz en clases?

—En séptimo, un gran profesor, de apellido Mujica, nos hizo aprender las seis estrofas de la canción nacional. Pero cuando yo trataba de recitarlas frente a mis compañeros, no me salía el habla. Entonces, Mujica me hizo ponerme en la parte trasera de la sala para que desde ahí las recitara. Por primera vez logré sacar la voz; conseguí que mis compañeros estuvieran callados y me escucharan.

—Académicos como Ron Astor, de la Universidad de Southern California, sostienen que el bullying ha existido en los colegios desde siempre. ¿Lo viviste?

—Sentía que algunos hacían risas de mí y se burlaban de mis orígenes. Tuve tres compañeros que nunca me aceptaron; me decían “roto”, más que todo influenciados por sus padres. Mirándolo hoy, sería bullying. Sin embargo, como los demás compañeros finalmente me integraron y no lo viví así.

De Los Iracundos a

Cat Stevens

En el campamento Luciano Cruz, Héctor tocaba guitarra, escuchaba a Los Iracundos y a los Ángeles Negros. Eran también los artistas preferidos de su madre, asesora del hogar, y de su padre, pintor de “brocha gorda”. “Mis compañeros oían a Cat Stevens, y Barry White. Nosotros teníamos AM y ellos FM; la diferencia era abismal”, comenta. Le hubiese gustado que conocieran sus barrios. “Los invité varias veces y nunca fueron. Quizás, no los dejaron, pero ganas no les faltaron. Les contaba que en el campamento había una bajada de tierra donde me tiraba en bicicleta y que quien hacía la mejor acrobacia recibía un beso de una chiquilla del barrio”, cuenta.

—¿Y tú ibas a sus casas?

—Sí. Recuerdo que cuando llevaba dos meses de clases, un compañero me invitó almorzar. Nos sentamos en una mesa puesta muy fina y tocaron la campanita. Entonces, llegó la empleada a servirnos y yo me identifiqué con mi mamá. Por dentro decía: “pensar que ella hace esto”. Me sentí incómodo, pero igual lo pasé bien. También iba a las piscinas de mis compañeros. Como me bañaba en los bancos areneros del Mapocho y nadaba contra la corriente, me tiraba el mejor piquero. Quería demostrar que era el más choro y macanudo. En el cerro del colegio había unas cascadas y fui el primero en meterme. En el agua no sentía ardor y no me ponía rojo como en el río, me las ingeniaba para salir airoso. Por eso digo que mis compañeros me terminaron integrando, la discriminación vino en gran parte desde algunos padres.

—Algunos retiraron a sus hijos del colegio.

—Sí. Recuerdo que en sexto básico me quedé con cinco compañeros jugando a la pelota. Cuando los vino a buscar el papá de uno de ellos, preguntó quién era yo, y su hijo le dijo que era uno de los niños pobres que habían llegado. Entonces, él me gritó: “No quiero ningún roto en mi auto”. Quedé paralizado y me fui caminando a mi casa. Algo parecido me pasó un año después. Estaba en la casa de un compañero que vivía cerca del Club de Polo y su nana dijo: “Este niño es hijo de la señora que trabaja dos casas más allá”. Y el padre de mi amigo me preguntó: “¿es verdad?”, yo le dije que sí, y me gritó: “No quiero ningún upeliento en mi casa, te vas ahora”. Salí aterrado, quería que pasara luego ese momento.

—¿Le contabas a tus padres lo que vivías?

—Me las arreglaba solo. Este tipo de situaciones nunca las tomé muy en serio, y también me pasaron tallas buenas. Cuando llegué al colegio, la profesora pidió que contáramos las profesiones de nuestros padres y yo dije que el mío era pintor. Un compañero se lo comentó a su papá y él, pensando que el mío era artista, lo mandó a buscar para un retrato. Mi padre fue, le contó que era pintor de brocha gorda y finalmente le pintó dos piezas.

“Aprendí a ser un

mejor hombre”

Luego del golpe, estuvo una semana sin ir a clases. “El rector ahora era un comandante de la Fuerza Área, y los alumnos integrados fuimos empadronados. Estaba asustado, porque se sabía que yo era de Allende. Mis compañeros tuteaban a los milicos, pero a mí me daba terror acercarme”, recuerda. Ese año repitió octavo. “Estaba pasándolo mal. En el campamento allanaban las casas, los dirigentes eran detenidos y algunos no volvieron más”, cuenta. En 1974 comenzó a pagar arancel diferenciado. “Para sobrevivir trabajaba en un vivero. Estaba desmotivado, ya no estaban los curas. Finalmente decidí dejarlo en primero medio y terminé en un colegio un vespertino”.

—En la película de Wood, el padre del niño integrado le dice que siempre le tocará limpiar baños, mientras sus compañeros tendrán cargos gerenciales en las empresas de sus parientes.

—Los Machuca no nos quedamos limpiando baños, le ganamos a la adversidad. Eso refleja lo que somos y lo que pueden ser estos nuevos Machuca. Si no hubiera estado en el Saint George, probablemente hubiera seguido en la misma pobreza. No hubiese tenido la educación ni los valores que tengo. Estoy muy orgulloso de mi familia, de mi casa propia y de haberles dado educación a mis hijos.

—Eledín Parraguez, quien inspiró el filme, dice que su experiencia fue “difícil y adversa”, que no volvería a repetirla. Tras los episodios que viviste, ¿crees en este tipo de políticas?

—Hoy, es más posible. Lo fundamental es que los profesores y padres entiendan que esos niños vulnerables son iguales a los otros. La única diferencia es la plata. Aunque viví experiencias dolorosas, aprendí a ser un mejor hombre. Se me abrió un mundo de conocimientos, mis compañeros me defendían, aprendí el valor de la amistad.

—¿Haces alguna crítica?

—Que nos dejaron muy solos. Nunca nadie se nos acercó para ver cómo íbamos. A los curas casi no los veíamos. Además, mis padres eran muy tímidos, por vergüenza nunca fueron a una reunión de apoderados. Llegaron hasta cuarto básico y no valoraron la dimensión de que yo estuviera allí. No eran exigentes en los estudios: lo más importante para ellos era que yo llevara recursos a la casa.

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