“La pregunta

es cómo y dónde trazar la línea pasada la cual un derecho deja de ser una mercancía”.

Alfredo Joignant

El flamante presidente del Senado, Jaime Quintana (PPD), se ha propuesto como meta colocar el cambio de Constitución como punto de convergencia de todas las oposiciones. Puede ser una buena idea, aunque no será fácil dar cuenta del envío a último minuto por parte de la ex Presidenta Bachelet de un proyecto de Constitución que no fue discutido con nadie, que no cumplió ninguna función útil, y que a nadie le consta que hayan sido incorporados en él los contenidos de los encuentros locales autoconvocados.

La decisión de Quintana es además arriesgada, ya que —seamos francos— a pocos chilenos les importa esta discusión después de haber atravesado por un itinerario constituyente que careció de destino: fue como caminar por una ruta interminable, laberíntica, no muy distinta de la gran biblioteca universal de Borges “armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta”.

Si algún sentido tiene discutir una nueva Constitución, no es sólo para desmontar las trampas que bloquean la voluntad popular (que los chilenos no siempre perciben). Más profundamente, la discusión debiese escalar en la forma de una montéeen généralité orientada a constitucionalizar tres derechos sociales (salud, educación y pensiones), dejando atrás la fatal ambigüedad de la Tercera Vía que tanto nos pesa en nuestra falta de radicalidad. “Una sociedad democrática consiste en definir cuáles bienes y servicios que no son satisfechos por el mercado deben ser satisfechos para toda la sociedad a partir de bienes públicos”. Así, el ex Presidente Lagos tomaba posición, sin discernir lo que es específico a los derechos sociales, en un artículo publicado en El País el 19 de julio de 1999. Pues bien, es esa especificidad la que hay que justificar: lo que una sana izquierda busca es extraer de la lógica de mercado el goce de los derechos sociales, impidiendo que ese goce dependa de nuestra desigual capacidad de pago. No es por capricho: la desigualdad ante estos derechos es inmoral, y nos vuelve inmorales al no someterla a la crítica.

Esto no quiere decir que agentes privados no puedan intervenir en la provisión de estos derechos, a condición de que el beneficiario acceda a él en igualdad de condiciones con otros (es decir como ciudadano), y no como un cliente. Esping-Andersen tiene razón en señalar que la descomodificación de un bien, en este caso de un derecho social, es decir su extracción de la esfera del mercado en donde operaba únicamente como mercancía, es “un asunto de grado”. La pregunta es cómo y dónde trazar la línea pasada la cual un derecho deja de ser una mercancía, sin tener que recurrir a la fórmula de la estatización. Son estas discusiones las que debiesen estar presentes en la idea de una nueva Constitución Política y Social. No estoy seguro de que las izquierdas estén a la altura, en el entendido que a la derecha esta discusión no le hace sentido.

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Helen Kouyoumdjian

Federación de Empresas de Turismo de Chile

No causa sorpresa que uno de los principales atractivos de Chile como destino turístico sea su atributo de ofrecer a los visitantes experiencias inolvidables vinculadas a la naturaleza. Si se quiere hacer del turismo una actividad sustentable, hay que preservar esos maravillosos entornos naturales, especialmente en los tiempos actuales, en que el cuidado del medio ambiente y el conservacionismo forman parte de la agenda global y son un factor motivacional al momento de decidir dónde viajar.

La industria del turismo está tomando cada vez más conciencia respecto a esto; sin embargo, la institucionalidad dedicada al cuidado y gestión del patrimonio natural del país está obsoleta y requiere de una pronta modernización.

Con la reciente creación de la Red de Parques de la Patagonia, Chile cuenta hoy con 41 parques nacionales en el Sistema de Áreas Silvestres Protegidas que administra Conaf, y que también contempla reservas nacionales, monumentos naturales y más de 30 áreas marinas protegidas.

El turismo en áreas protegidas presenta una serie de beneficios, pero también desafíos importantes; sobre todo, con el incremento de visitantes chilenos y extranjeros. Las áreas protegidas recibieron en 2017 un total de 3.019.432 visitantes, el 28,6% de ellos corresponde a turistas extranjeros.

El aporte de los visitantes a las áreas protegidas se estima en cerca de US$ 1.600 millones, lo que corresponde al 16% del aporte total del turismo a la economía nacional.

En este contexto, disponer de un sistema único de áreas protegidas permitirá asegurar un óptimo uso del patrimonio, protegiendo y conservando la biodiversidad, fomentando el respeto por la identidad cultural, y garantizando que los beneficios económicos derivados sean adecuadamente distribuidos, generando empleos de calidad, ingresos y servicios para las comunidades locales.

Con todo, es fundamental que el proyecto de ley que crea el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP), y que se tramita desde 2011 en el Congreso, sea aprobado pronto. El Gobierno le puso en enero suma urgencia a la iniciativa, por lo que cabe esperar que los legisladores le impriman celeridad, y así contemos con una institucionalidad acorde a los desafíos y avances que el país y el turismo demandan.

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“El poder debe hacerse notar como exceso. Nada lo refresca ni se puede expresar

su magnitud si no es por el abuso”.

Fernando Balcells

Apocalipsis es revelación; no es desastre, sino develamiento. La catástrofe consiste en levantar el velo sobre lo que debe permanecer velado para proteger al que observa. El poder es lo que debe permanecer difuso. Lo que no se puede contemplar sin condenarse.

Los hijos de Noé vieron lo que no debían, descubrieron el cuerpo desnudo de su padre y se condenaron. La sabiduría popular tiene una expresión soez para esta prohibición: «¿Me has visto las huevas?». La forma interrogadora modera la ferocidad y levanta una protección contra la intrusión inverosímil. Si has visto mis vergüenzas, si te has reído de mis pudores, si me has despojado de mi dignidad, no mereces vivir en mi compañía.

En las teorías antiguas, el poder es indistinguible del abuso. En la lógica carcelaria, el que no abusa es porque no tiene poder. El poder debe hacerse notar como exceso. Nada lo refresca ni se puede expresar su magnitud si no es por el abuso. El abuso tiene la forma de lo desmedido y de lo incognoscible. Se acepta el sometimiento junto con la limitación de lo que podemos comprender. El abuso último es el que se ejerce uno sobre sí mismo. La autodestrucción —más que la expiación y el sacrificio— refleja una ética que consiste en dar lo máximo de uno mismo en lo que emprenda.

Las autoridades que niegan las verdades de su mundo actúan como los hombres prudentes que han escuchado hablar de la sexualidad pero se niegan a asumir su realidad imperiosa. Es posible que el rechazo se enfrente a un paso (lazo) doble: el de la convicción de que hay cosas que deben permanecer veladas y el del miedo a la contaminación por la maldad.

La novela moderna de detectives es la que mejor desarrolla la cercanía peligrosa entre el investigador y la especie criminal. El momento en que ambos mundos se tocan y el investigador empieza a entender cómo piensa el delincuente, cuando él mismo ha probado el vértigo del desvarío, cuando él se ha convertido en el otro, entonces, y sólo entonces, puede atraparlo. Pero ese momento de visión y de íntima comprensión es tardío, fulgurante e inmediatamente culpable. Un nuevo mundo peligroso se ha abierto y lo ha atrapado. Un mundo repleto de cosas sin nombre, derivaciones insospechadas, sudores, dolores y olvidos profundos. Expulsada del Paraíso, la Iglesia debe emprender su propia travesía por el desierto acostumbrando el ojo al polvo y al espejismo.

Para regresar entre los vivos, algunos elegirán la inercia, el camino de la administración y del menor esfuerzo. Eligen la economía, la navaja de Occam; eligen la simpleza de no elegir, de mirar sin ver, sin tomar conciencia de lo que ven y limitándose a contabilizarlo. Es posible que la Iglesia mire para el lado y quede convertida en piedra, si es que no ha sido ya consumida por el viento ardiente.

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