Como yo comí tan mal, no memorizo, porque mi cerebro tiene lagunas. Yo no podría sacar 800 puntos en la PSU. Sí puedo explorar, aprendo, soy curiosa, infiero”.

Andábamos sucios, nadie se acercaba a nosotros. Mi papá me hacía chalas con neumáticos. Y cuando llovía nos poníamos bolsas plásticas. Pero no sentí realmente el bullying”.

“Mis etapas profesionales son para matar mi ignorancia, siempre he sido una persona muy ignorante”, dice Carol Hullin, cuyos logros, sin embargo, no son pocos. Es decana de la Facultad de Ciencias de la Salud de la U. Católica de Temuco —la primera mujer en dicho cargo—, doctora en Informática Médica de la Universidad de Melbourne y tiene un posdoctorado en Inteligencia Artificial.

El gobierno australiano la contrató para desarrollar el primer centro de informática clínica del país, la llamaron de la Rockefeller Foundation y de ahí al Banco Mundial para mejorar el acceso a la salud de los más pobres del globo. En 2009 superó a 356 candidatos. Trabajó cinco años allí y hoy se mantiene como asesora de la entidad. “Es un trabajo continuo matar la pobreza”, explica en un hotel en Las Condes.

Creó la estrategia para 188 países sobre salud digital y escribió un libro sobre tecnologías móviles. Desde 2011, es miembro de la Asociación Mundial de Informática Médica para Latinoamérica y el Caribe. Y actualmente, candidata a Magíster en Derecho.

Hace unos días, recibió el premio Avance de la Mujer 2019, de Scotiabank. Va a cumplir 50 años —“llevo sangre aimara, por eso ninguna de mis tías tiene arrugas”, dice sonriendo—, tiene dos hijas, Alayne (21), “una mujer extraordinaria, que está terminando enfermería en Australia”, y Mathilda Milagro (10), que acaba de ser elegida presidenta del curso en Temuco. “Me ganó la carrera”, acota y lanza una carcajada.

“Yo logré mi sueño. Esto no es éxito, es felicidad. Tú tienes que hacer lo que tu alma te dice, si no, no tienes sintonía ni con tu naturaleza ni con tu entorno. Ahí vienen los problemas de salud mental, cardíacos, ansiedad... Cuando sabes que tu sintonía no está con tu standard of living”.

—Entraste en el mundo de la Inteligencia Artificial hace 15 años. ¿Te cambió la perspectiva?

—A mí no me cambió el mundo, yo puedo hacer cambiar el mundo. Lo que hago ahora es lo mismo que cuando vendía empanadas. Les vendo a los políticos: “ojo, visibilicemos a los pobres”.

—¿Aún piensas en ser presidenta de Chile?

—No es una aspiración, es realmente la razón que les doy a todas las mujeres indígenas pobres, que se permitan soñar. Una niña piensa: “Si esta roteca puede, ¿por qué yo no?”. Me estoy capacitando para representar a los vulnerables. En el Congreso hay gente muy ignorante. Yo hoy soy una activista social, recorro escuelas, juntas de vecinos; ellos son los que tienen el mango del sartén. Tenemos que hablar de democracia digital, del acceso a la información y a la toma de decisiones. Van a pasar 20 años en Chile antes de que lo entiendan. Les digo a las mujeres: despierten, esta pobreza es porque nosotras no hemos tomado las riendas. Tenemos que salir de la posición de víctimas, porque no lo somos.

“Nunca me sentí avergonzada; es lo que me tocó vivir”

Carola Lucay Cossio (como aún figura en su carnet) intercala con naturalidad palabras en inglés, el idioma con el que se inventó una nueva vida. Nació en La Legua, es la segunda de tres hermanos, hijos de padres adolescentes. A los 7 años comenzó a vender Súper 8 en las micros. “Los Lucay éramos todos iguales. En la extrema pobreza no se diferenciaba si eras hombre o mujer. Mis padres nos inculcaron que se trabaja para vivir. Siempre vendimos juntos. Fuimos nómades, hasta que llegamos a un campamento al paradero14 de Vicuña Mackenna. Para mí, una infancia maravillosa, porque nunca conocí otra cosa”.

A los 13 años se incendió su casa en el campamento. “Casi morimos mi primo, mi hermano y yo. El humo no nos dejaba abrir los ojos, un vecino destruyó un muro y nos sacó. Eso fue traumático”.

En esa esquina iban a instalar un mall y se los llevaron a San Bernardo. “Aunque tengas techo y baño, el abuso sigue igual. Nos pusieron frente a otro campamento y el enfrentamiento era a balazos. Fuimos marginados, sin subsidio ni nada; sin acceso a educación ni salud. Así se cocina la delincuencia, yo fui testigo de muchas cosas. Juntaron animal con animal. Eso es integración en este país”.

Carol, a los 16 años, tenía su propio almacén. “Y tres puestos en la feria navideña. Les armé un sindicato a los cabros chicos que vendían en las micros, les organizaba las platas”, cuenta.

“No hay poder ni libertad cuando eres pobre. Si yo me hubiese quedado ahí, me habría costado 180 años salir de esa pobreza. Escapé y me tomó diez”.

Apareció la Iglesia. “Con las monjas me enamoré de la estructura y el orden. Me convertí en catequista. La Biblia fue el primer libro que tuve. Y a los 18 años, me fui a Temuco como misionera”.

—Pero ya habías aprendido a robar...

—Sí, porque todos se curaban y yo tenía que asegurarme comida para el otro día. Hoy es un orgullo, nunca me sentí avergonzada, es lo que me tocó vivir. Esa claridad la tuve desde chica. Siempre tuve amor en mi alma, por eso me lanzaba sin miedo. Me caigo y me levanto; y me como el barro, porque no es tan malo.

—¿Cómo eras de niña?

—No tengo muchos recuerdos y tampoco fotos. Después del incendio, me fui a vivir con un tío y como tenía baño, yo juraba que era rico. Nunca falté al colegio, porque me daban comida; cuando niña pasé mucha hambre. A los 10 años, en La Granja, si yo le lavaba las ollas a la señora Victoria, me daba tarros de comida para llevar a la casa. Por eso nunca tuvimos mascotas. En el campamento, el gato y el perro eran mi competencia.

—¿Tenías amigos?

—Nunca. Como andábamos sucios, nadie se acercaba a nosotros. Mi papá me hacía chalas con neumáticos. Y cuando llovía, nos poníamos bolsas plásticas. Pero no sentí realmente el bullying porque estaban mis hermanos y mis primos conmigo. Nunca tuve un libro: a los 7 años no podía leer y mi mamá me pegaba en la cabeza… es lo que sabía mi pobre vieja. Mi hermano era brillante. ¡Yo una tonta! El sacó 750 puntos en la PAA y yo 381. Yo siempre observaba, entonces todos me creían estúpida y a mí me quedaba muy cómodo. A mi hermana, que discutía mucho, le pegaban mucho.

—¿Y qué hizo tu hermano de su vida?

—Lo que todo cabro de población hace: nunca terminó nada. Pero tiene 5 niñas; no es drogadicto ni ladrón. Maneja el Transantiago, tiene una pareja estable y una panadería chiquita con mi hermana. En ese círculo, es un exitoso.

—En lo académico, ¿había algo que te interesara?

—Cuando estás en una sobrevivencia, la academia no cuenta. Solo cuando tienes techo tu cerebro puede estimularse. No hay tiempo para tomar lápiz y papel. A los 9 años, hice la Primera Comunión y me mandaron a comprar hilo blanco, pero me gasté todo el vuelto en lápices de colores. Me encantan, hasta ahora. Después, escribía mis diarios.

—Tu papá luchaba con el alcoholismo y ustedes crecieron en un entorno donde las drogas estaban ahí.

—No es por justificarlo, pero otra cosa es con guitarra. Es que es muy fuerte, es una vida desesperada. Yo en el Banco Mundial hablo de smell the roses; es muy diferente cuando creces con olor a pobreza. Mi hija chica me dice ahora en Temuco: “Primera vez que tomo una micro, mamá”; “primera vez que vivo en un departamento”. Otro mundo. Mis viejos eran muy de carrete. Y sí: nos sacaban la chucha, pero hoy lo analizo y toda esa clase social hace lo mismo. Mientras tanto, el gobierno no hace nada, ni siquiera conquistan La Legua, donde sigue el mismo tráfico. Nunca tuve rabia y no tengo la capacidad de enjuiciar.

“Mi papá lúcido, era otro señor”, recuerda. “Llegó a tercero básico, pero lee todos los días los cinco diarios, tiene una inteligencia emocional sorprendente. De política sabe mucho. Fui a tanto siquiatra que hoy decido no recordar lo negativo. Mi mamá era muy inteligente espiritualmente, protegiendo a sus pollos como sea. Muy bonita, por lo que tenía mucha distracción en cómo mantenerse bien”.

—¿Tienes algo de esa vanidad?

–Ahora, a los 50. Cuando chica me cortaba el pelo bien corto para que no me dejaran embarazada. Yo corría mucho, así que hasta los 27 fui flaca. Esto es parte de mi terapia.

—En una entrevista, contaste que te molestaba el Flaco, de Dinamita Show.

—Éramos compañeros en el liceo, en primero medio. Me molestaba como a todo el mundo. Porque yo no llegaba con calcetines y vivía en un campamento. Él se creía más rico que yo porque vivía al otro lado. Me di cuenta del abuso estando en Australia, cuando lo vi en la tele en el Festival de Viña. Oí su voz y me removió.

—En estos casos suele haber un detonante externo que gatilla el recuerdo.

—El nacimiento de mi primera hija me detonó algo horrible. Pero llegué a mi casa y todos lo negaron. Muchos años después, supe la verdad. Sufrí un abuso sexual a los 7 años, recuerdo hasta el color del cojín... Fue un amigo de mi papá. La depresión posnatal me trajo eso de vuelta.

“Mi profesora de inglés fue mi ángel guardián”

“Nadie puede ir al baño por ti, esa es mi filosofía. Nadie puede hacer lo que tú puedes hacer”, sostiene Carol.

Quiso ser profesora de educación física, pero cayó por un quiste en el hospital parroquial. “Ahí me di cuenta de que quería cuidar enfermos. Mi madrina vendió su auto y me pagó la carrera de técnico paramédico en Caritas”.

Un día, perdió sus ahorros en un asalto a la salida del hospital. Desesperada, decidió partir a Australia, donde vivía el hermano de su madre, quien la ayudó. Duró seis semanas con su familia. “Porque yo soy de misa diaria, ¡muy canuta!, jajaja. Yo era muy religiosa y ellos muy liberales. Y tampoco tenía sus hábitos, ellos eran de otra clase social. Me fui a vivir con mi profesora de inglés, Jean Parker, mi ángel guardián, la persona que me educó”, relata.

Ella la impulsó a postular a la universidad. “Como yo comí tan mal, no memorizo, porque mi cerebro tiene lagunas. Yo no podría sacar 800 puntos en la PSU. Sí puedo explorar, aprendo, soy curiosa, infiero. Lo mío no es una memoria prodigiosa, soy una persona totalmente dañada que elige todos los días el amor”.

A los 23 años se compró su primera casa y conoció a su primer marido. “Sus padres fueron los padres más hermosos de mi vida. Yo fui la salvación para ellos, porque cuidé a su hijo que se iba a morir pronto. Sus riñones no funcionaban. ¡Y no se ha muerto! Lo cuidaba cinco horas y yo leía y leía”. La separación fue civilizada y ella mantuvo su apellido.

—¿Fue el primer hombre del que te enamoraste?

—Pregunta difícil. Creo que nunca me he enamorado, pero me he casado dos veces. Hay que enamorarse de uno misma primero, antes que de otro. Yo lo logré, a los 35 años. Después, me casé con mi vecino de Australia, a quien me encontré en Barcelona. Fue el padre de mi segunda hija.

—¿Cuándo comenzaste a soñar con tener un doctorado?

—Es fascinante eso, pero no me importan los títulos, sino llegar a la gente. Fui catequista, misionera, dirigente estudiantil; agradezco mil veces las habilidades de mis padres. Yo soy una reflexión de ellos, pero con cinco grados universitarios. Lo que ellos hacen día a día es sorprendente.

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