Katherine Hutter

Directora British Council

A través de su cuenta de Instagram, la Embajada de Australia ha informado recientemente una noticia que genera entusiasmo. Este año aumentarán de 2.000 a 3.400 los cupos para obtener la visa «Work and Holiday», un permiso para jóvenes que deseen pasar sus vacaciones y trabajar en este país.

Este documento temporal, que fomenta el intercambio cultural con Australia, es una oportunidad muy valorada por los chilenos. Sin embargo, un punto fundamental para acceder a esta experiencia es tener un manejo medio del idioma inglés, el cual se puede certificar con un puntaje final de al menos 4,5 en el examen IELTS (International English Language Testing System).

El dominio del idioma constituye una ventaja indiscutible en estos tiempos y opera en los más diversos niveles. Por ejemplo, existe un alto interés de las universidades británicas por atraer a estudiantes chilenos, especialmente para desarrollar investigación. El año pasado, 12 universidades del Reino Unido visitaron Chile precisamente con ese foco, participando en un seminario organizado por British Council y orientado a alinear la oferta británica con las áreas prioritarias definidas para el programa «Becas Chile» de la Comisión Nacional de Ciencias y Tecnología (Conicyt).

En los últimos años, el Reino Unido se ha consolidado como el primer destino elegido por los estudiantes beneficiados por estas becas. En promedio, el 36% de las maestrías y el 26% de los programas de doctorado financiados se han cursado en universidades británicas.

Para acceder a estas oportunidades es clave contar con una certificación internacional como el IELTS, ofrecida en Chile a través de British Council y sus centros autorizados. Se trata de la prueba de idioma inglés más popular del mundo, ya que se toman más de dos millones cada año. IELTS goza de un amplio reconocimiento y aceptación en más de 9.000 organizaciones de todo el mundo, incluidas empresas, universidades, organismos profesionales, autoridades de la inmigración y otros organismos gubernamentales.

Existen oportunidades tremendas para los jóvenes y para los profesionales de Chile en países de habla inglesa. Pero existen además caminos bien preparados para alcanzar esa experiencia.

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El libro (…) es

un refugio y un remedio contra el mareo provocado por las redes sociales”.

Carlos Franz

Hace poco, el editor Gastón Gallimard se quejaba de la disminuida importancia del libro en la cultura francesa. Por mi parte, durante un regreso reciente a Londres observé que ahora, en el metro, pocos leen libros de papel. Sin embargo, unos cuantos pasajeros parecían leer algún volumen en sus teléfonos inteligentes, sus iPads o sus libros electrónicos.

Algunos pronostican el apocalipsis de la Galaxia de Gutenberg. Dicen que los libros marcharán al mismo matadero donde perece el resto de la cultura impresa. En efecto, revistas y diarios desaparecen o se jibarizan. Sus sustitutos digitales no logran reemplazarlos, no son rentables y su calidad baja. En consecuencia, el periodismo profundo escasea más que antes y el sensacionalismo distractor florece.

En 2007, cuando Amazon lanzó su aparato para la lectura electrónica (Kindle), profetas agoreros anunciaron una decadencia similar para los libros. Pronosticaron que primero desaparecerían los textos de papel, las librerías y las bibliotecas reales. Todos ellos sufrirían la misma extinción que barrió con los discos y las disquerías. Luego, una vez transformados en virtuales, la calidad general de los libros colapsaría por falta de financiamiento, igual que está ocurriendo con el periodismo.

Una docena de años después, ese anunciado apocalipsis aún tarda. Y en cambio hay razones para abrigar cautas esperanzas.

Desde hace un lustro, las ventas de libros electrónicos se han estancado. En los mercados editoriales más desarrollados el formato digital representa un saludable, pero limitado, 20% de las ventas. A eso hay que sumarle un número creciente de autores indie que autopublican sus e-books y venden bastante. La mayoría de estas autopublicaciones son de muy mala calidad; lo que confirma el pesimismo de los agoreros. Pero, sin duda, entre esos autores indie habrá algunos con talento que buscan más independencia y remuneración.

Es cierto que varias cadenas de librerías sucumbieron ante la arrolladora competencia de la tienda virtual Amazon. Pero en algunos países, el número de librerías independientes ha venido aumentando. Por ejemplo, en EE.UU. estas pequeñas librerías llevan nueve años de crecimiento.

Esa resiliencia del libro asombra a muchos y hace que otros propongan tonterías. El líder del grupo editorial Hachette afirma que los libros digitales se estancaron porque estos son demasiado parecidos a los de papel. Él quisiera que los e-books sean más interactivos, que lleven enlaces a imágenes y videos. Pero cuando los editores publican un libro electrónico con esos recursos, la gente lo rechaza. ¡Y con razón! Los lectores quieren que el libro electrónico siga siendo un aparato de concentración en la lectura, en lugar de convertirse en otra consola de juegos.

Algunos argumentan que el e-book no aumenta sus ventas porque los lectores están hartos de mirar pantallas chillonas. La persona que se pasa todo el día entre su computador y su teléfono inteligente, querría descansar sus ojos irritados en la calma del papel. Pero esta explicación meramente fisiológica es absurda: la pantalla de un Kindle tampoco brilla ni chilla. Y además, ese mismo deseo de “descansar los ojos en el papel” no está salvando a los diarios y revistas que, fabricados del mismo material, se extinguen.

Es posible que los libros se estén salvando porque su lectura nos vacuna contra la pandemia de distracción que asola el mundo. El libro, con sus peculiares requisitos de concentración larga, enfoque sostenido, silencio y continuidad, es un refugio y un remedio contra el mareo provocado por las redes sociales y otros medios. El lector que se concentra en un volumen, ya sea de papel o electrónico, escapa del chorreo de datos menudos y distractores en el que nos ahoga nuestra sociedad hipermediatizada. Ese acoso mediático incesante irrita algo más que los ojos: irrita la inteligencia. Por eso es que cada vez que un editor codicioso intenta añadirle una interfaz a un e-book, los lectores rechazan esa desnaturalización del libro.

El libro digital es un hermano más o menos fiel del libro impreso. Es posible que precisamente gracias a la edición electrónica, las cifras de lectura de libros no hayan disminuido aún más. Ambos tipos de soporte son aliados en la lucha contra el verdadero enemigo: la distracción banal y enajenante.

Mutando y adaptándose, batallando en múltiples soportes, el libro se resiste a morir. Esta tenaz supervivencia demuestra que la fuerza del libro no está en sus materiales, sino en las cualidades de su lectura. En una sociedad donde todo se confabula para distraernos, el libro nos rescata, concentrándonos.

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