Un episodio en la vida del empresario Juan Sutil tiene 9.981 reproducciones en YouTube: el accidente que sufrió en marzo de 2017. Al despegar el helicóptero que pilotaba desde su planta frutícula en Chillán, una hélice pasó a llevar un asta de bandera, se dio una vuelta en su propio eje y se incrustó en el suelo: 14 costillas fracturadas; cuatro vértebras afectadas; derrame en el hígado y desplazamiento de riñones. Doce días en la UCI. Ninguno de los otros tres pasajeros sufrió problemas severos.

—¿Pensaste en la muerte?

—Una noche en la clínica empecé con taquicardia, me empiezo a sentir mal, me duele el pecho y de repente el monitor hace piiiiiiiiii… Ahí dije ‘En una de esas me voy a ir cortado'. Y empiezan todos a correr: me dan pastillas, trabajo de primeros auxilios... ¡Y zafé! Pero no pensé que moriría cuando estaba en la emergencia misma: Cada persona tiene su minuto y creo que no era el mío.

Y punto. Sin más filosofía, ni reenfoques de la vida, a las pocas semanas se subía de nuevo a su medio de transporte habitual, el helicóptero, para supervisar en terreno los negocios que tiene repartidos entre Copiapó y Puerto Montt.

Es pragmático, Sutil. Un hombre de acción que no pasó por la universidad y dejó a medio terminar una formación técnica en contabilidad, pues ya estaba embarcado en actividades agrícolas. En 1981 empezó con su empresa y hoy tiene un grupo que facturó $233 mil millones en 2017, con utilidades por $9.120 millones, gracias a sus diferentes negocios: frutos secos (Pacific Nut), champiñones (Abrante), viñas, berries y espárragos (Frutícola Olmué), y otros más financieros ligados al agro (Coagra y Juan Sutil y Cía).

Sutil es de opiniones tajantes y es parte de esa generación de derecha que aún contrasta la realidad política con la UP. Sutil agrega a sus negocios un sueño: la carretera hídrica, con la que pretende regar el norte chileno, trasladando por cañerías agua del sur lluvioso (iniciativa que en abril espera presentar al MOP para que declaren concesionable esta inversión de $20 mil millones). Además, desde 2017 desarrolla emprendimientos de berries con mapuches en el sur, vínculo por el cual el ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, lo invitó a Compromiso País, para aportar ideas que ataquen la pobreza indígena.

—Decías en una entrevista “la juventud tiene que dedicarse a trabajar, saber postergarse; en vez de ir al happy hour, ahorrar esa plata; en vez de pagar por lavar el auto, lavarlo tú”. Ese sacrificio quizás calza con tu vivencia, pero es difícil aplicarlo a estos tiempos de mall y consumo.

—Para comprarte una chaqueta a los 14 años, mi mamá se daba vueltas en citroneta por Matta, Vicuña Mackenna, Providencia, hasta encontrar una que calzara con el presupuesto. No era decir: ‘Vaya y cómprese 8'. Yo crié a mis hijos en la abundancia, entendiendo lo que significa un buen pasar; puede ser que no tuvieran que recorrer Santiago para ahorra 3 o 5 lucas en una chaqueta, pero otra cosa es formarlos con valores y principios: Que sepan que la cota mil no es la realidad. Y ésa es una formación muy importante, porque les vas dando el sentido a las cosas. El resto viene por añadidura.

“Les entregan la tierra y chao”

Es en el contexto de su carretera hídrica que Sutil se acercó a los mapuches. En 2017 presentó su iniciativa en la Universidad Austral y “al salir del auditorio se acerca Arnoldo Ñanculef, vocero del parlamento autónomo mapuche, y me pide presentarles el proyecto. Le dije Ok, me interesa conocerte. Pero junto con eso pensé ‘¡chuta, qué será esto!'. Ya la bandera mapuche para mí era como un stop. De hecho, Arnoldo fue preparado en Nicaragua, con metralleta... Llegué a Temuco, camino a Maquehua, donde tienen sus instalaciones, y había más de 100 lonkos. Me empiezo a dar cuenta de que la historia no era la que uno conocía. Eran bellísimas personas, muchas veces postergadas, que habían tenido una lucha reivindicatoria de sus tierras. Que algunos habían recibido reparación; sin embargo, habían quedado abandonados por los gobiernos: les entregan la tierra y chao, e Indap les pasa un ramillete de cilantro o semillas para que la gente vaya a los pueblos, a la carretera, a vender a vil precio sus productos. ¡No le puedes pedir a una persona de Lautaro o Pitrufquén que pague por una orquídea lo que vale en Las Condes! Entonces se genera un círculo, y yo dije ‘aquí está todo mal hecho'”.

—Tuviste que revisar tus prejuicios.

—Me di cuenta de que al final una persona que podría haber sido del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, como varios que conocí, lo hicieron no porque creyeran que era el camino correcto, sino porque eso les permitió luchar por sus tierras. Para mí, la Ley Indígena, que no comparto, tiene algunas discriminaciones positivas, pero tiene una negativa muy potente: Ellos no son arquitectos de su propio destino. Son ciudadanos de segunda calidad para algunas cosas, y de primera para otras. Y cada día hay más dirigentes mapuches que me dicen ‘sí, en realidad tenís razón'.

—Después de esa reunión has hecho alianzas con mapuches para cultivar en sus tierras. ¿Cómo funcionan?

—Plantamos frambuesas, moras, frutillas. Han ido cumpliendo con su objetivo de ser proyectos espejo: Muchos dirigentes ven que éste es el camino para generar riqueza sustentable y un trato intercultural de respeto mutuo. Son acuerdos hechos sólo con apretón de mano, porque la ley indígena impide arrendar por más de un año y para hacerlo por más tiempo —con un tope de 5 años— se requiere la unanimidad de todos los comuneros. ¡Pucha que es difícil el 100%! Si la ley de sociedades dice 50% más uno o 66% más uno para ciertas materias. Tampoco pueden asociarse ni venderse entre ellos: no pueden disponer de su capital. Y yo digo, ¿por qué?

—Pinochet, en la reforma legal de fines de los 70, promovió transformar comunidades a propiedad individual. Y los mapuches mismos se opusieron, promoviendo el camino tomado desde los 90: comunidades.

—¡Pero todos tenemos comunidades: la escolar, religiosa, de amigos! No nos equivoquemos. Una vez fui a una comunidad en que se dividieron en 17 pedazos, en forma democrática y sin conflicto, cada una con su cerco. Cuando vas a la comunidad ecológica de Peñalolén, cada uno tiene su espacio y obligaciones para los bienes comunes.

—“Comunidad” para los mapuches es más que un condominio.

—La comunidad es una forma de expresar la forma original de su vida.

—Pero eso la hace tener más fuerza o proyección. Ahí está la Temucuicui.

—¿Por qué no dejan entrar a Temucuicui, cuando todas las comunidades quieren que el camino esté pavimentado o bien ripiado? Hay ahí algunos comuneros que están robando madera, automóviles que desarman, y hay algunos, junto a algunos huincas, que producen marihuana, en los mismos viveros que Indap les facilita para producir su autosubsistencia.

—Tú tienes alianzas al lado de Temucuicui. ¿Qué dicen esos vecinos?

—Cuando llego a conversar con ellos, me dicen “nosotros queremos hacer el proyecto, no nos deje botados. Si nosotros recuperamos las tierras por la paz. No estamos ni ahí con los delincuentes”.

“Para entenderse con las comunidades, no hay institucionalidad”

—¿Cuál piensas que es el problema que existe hoy con los mapuches?

—La postergación en su proceso de desarrollo. No en la mantención de su cultura. Uno diría que cuando tú entregas educación, oportunidades, cuando tratas la interculturalidad como iguales, con respeto, destrabas una serie de conflictos.

—Me ha tocado entrevistar mapuches con formación universitaria, y estudios de doctorado incluso, hijos de taxista o nietos de nanas. Y esa educación no elimina el discurso reivindicatorio: Se consideran un pueblo distinto y aspiran a que se los valide como tal.

—Es legítimo, no un problema. ¿Un francés no reivindica su origen? ¿Un sirio? ¿Por qué renegar de eso? Ellos estaban aquí antes que los españoles, tienen una cultura. El desarrollo del mundo ha sido fruto de sangre, masacre, invasiones. Así se desarrollaron Europa, Norteamérica. Uno dice, bueno, eso sucedió, es parte de la verdad, y hay que decirla con todas sus letras. Y hay otro aspecto importante: Sentirnos orgullosos de su cultura.

—Pero, ¿como se encausa esa aspiración reivindicatoria?

—Hay una propuesta clara del Presidente Piñera, con modificaciones constitucionales, que permiten cierta representatividad. Para entenderse hoy con las comunidades, no hay ninguna institucionalidad. Lo máximo que he logrado yo es entenderme con un lof de 11 comunidades. ¡Pero resulta que hoy hay del orden de 2.500 comunidades! Por otro lado, cuando uno conversa con una persona de origen mapuche y miras esas caras sinceras, uno dice por qué no entregar una oportunidad cierta y hacer polos productivos. En el pasado, en especial la izquierda, les ha dado migajas de subsistencia.

—¿Bastan estrategias desarrollistas? Ellos piden derechos políticos.

—Hay que ser realistas y pragmáticos. Nadie en su sano juicio discute que el wallmapu existió y que fue un territorio de los pueblos mapuches. Pero nadie puede pretender formar un país dentro de otro.

—¿Crees que lo quieren?

—Pienso que no. Aunque si le preguntas a (Héctor) Llaitul (líder de la CAM), sí. No estoy minimizando el problema, pero cuando se derrumbó el muro de Berlín, cuando las comunicaciones e internet derriban las fronteras, cuando hoy las personas y los capitales se mueven libremente, ¿qué valor tiene generar una independencia o fraccionamiento?

—En el discurso mapuche afirman que las forestales les han generado un daño ambiental. ¿Cómo responde el mundo empresarial?

—En la industria forestal en alguna medida no permeó la importancia de la responsabilidad social. Sin embargo, hoy existe un switch distinto: Hay una preocupación de incorporar a la comunidad.

—¿Y cómo va Compromiso País?

—Yo participo y he trabajado con Mauricio Apablaza, Sebastián Donoso, Alfredo (Moreno) y Jacqueline Plas... estamos ya en las conclusiones...

No ha sido muy rápido el despliegue. Mucho diagnóstico, poca acción.

—… (piensa un momento) Pero es que Moreno me dice “Juan, tienes que comprender que sin un buen diagnóstico, ¿cómo voy a sacar plata del Presupuesto? Vamos de a poco”.

—¿Y te pican las manos igual?

—¡Exacto! En Compromiso País se están generando las bases para futuras políticas públicas. Cuando estás en un proyecto de un millón de dólares, de los cuales el 50% lo subsidia el Estado —y se supone que lo recupera en impuestos—, y yo pongo otros US$ 500 mil a UF + 0, que recuperaré en 7 u 8 años más, y sólo te das la mano con un lonko... Me dicen “por qué no está más acá”. Efectivamente, hay gente chora que lo hace: la Viña San Pedro, Lucho Chadwick, San Clemente, nosotros —a través de Frutícola Olmué—, Ignacio del Río... Pero eso no es política pública, y hay que transformarlo en una: las comunidades deben aprovechar su activo —su tierra—, aunque para mucha gente de izquierda eso signifique Satán.

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