La primera marca política de su familia quedó grabada en su memoria en 1994, cuando tenía cinco años. Era el 11 de marzo y el DC Patricio Aylwin, su tío abuelo, sellaba con un abrazo el traspaso de la banda Presidencial a Eduardo Frei, su camarada. Sebastián Aylwin (hoy, 30 años) junto a sus compañeros del colegio San Ignacio veía la ceremonia por televisión, mientras escuchaba con atención y asombro los comentarios de sus profesoras. “Me hacían sentir que algo muy importante estaba ocurriendo. Creo que en ese momento un cambio de mando era mucho más importante de lo que es hoy”, recapitula. Doce años después, en otra sala de clases del mismo colegio, decidió pasar de espectador a protagonista ingresando al movimiento estudiantil para cambiar un sistema “que no era sólo una cosa de la dictadura, sino que también de la Concertación”, período histórico en el que su familia fue clave.

Abogado de la U. de Chile y militante de Comunes —partido del Frente Amplio que surgió este año de la fusión de la Izquierda Autónoma y Poder—, este mes dejó de asesorar a la diputada Camila Rojas para dedicarse a tiempo completo al área de recursos naturales, energía y medio ambiente de Aylwin, Mendoza, Luksic, Valencia, el estudio de su padre, el abogado Andrés Aylwin.

—¿Cómo se llega a la izquierda más crítica de la transición, siendo heredero de una de las familias emblemáticas de la DC?

—Los partidos políticos de hoy no representan lo mismo que hace 40 o 50 años. Quizás una persona como mi abuelo, por ejemplo, hoy estaría en el Frente Amplio, que representa mucho más esa rebeldía que él encarnó. Y me entra la duda de si un personaje como Eduardo Frei Montalva cabe en la DC actual, de la misma manera que alguien se podría preguntar si Salvador Allende cabe en el partido socialista actual. Los partidos tradicionales no son hoy espacios para hacer política, mucho menos para las nuevas generaciones. Son más bien fuerzas de trabajo, espacios burocráticos, distribución del poder en función de caudillos, etc.

—¿Te produjo contradicciones? Te has encargado de recalcar públicamente tu vínculo con tu abuelo, Andrés Aylwin, más que el con tu tío abuelo, Patricio.

—No tenía contacto con Patricio Aylwin y no soy responsable por lo que él haya hecho en la historia. Pero me guardo el derecho de dar mi opinión con bastante cautela porque no voy a andar hablando mal de manera gratuita de personas que son mis familiares. Hay cosas que son importantes de decir con harto cuidado cuando uno está al interior de una familia. A las familias hay que cuidarlas, aun cuando eso pueda ser difícil dentro de la política. He aprendido que es mucho más importante cuidarlas y aprender a decir las cosas de una manera en que se respete esa diferencia, antes que estar provocando discusiones y peleas. Mi familia más cercana, incluso mis tíos, me dieron todo el espacio para que yo fuese elaborando mis propias ideas y mi propia postura política.

—¿Cuándo te diste cuenta de que no comulgabas con la doctrina democratacristiana?

—La Concertación era el mundo que conocía. Pero en 2006, cuando estaba en último año de colegio, fui dirigente pingüino y vi que el modelo educacional contra el cual estábamos peleando no era sólo una cosa de la dictadura, sino que también de la Concertación. Ahí me di cuenta de que no me representaba. Pero en ese momento tampoco había otra cosa que me representara. Quedé medio huérfano. Dentro de mi familia fui como disidente, pero nunca fue un problema para ellos. Soy de los primos mayores; después vinieron otros que cuando crecieron fueron tomando sus decisiones y muchos de ellos también compartían ese espíritu crítico.

—¿Hay más Aylwin disidentes?

—Mi hermano grande también fue de Izquierda Autónoma y ahora es de Comunes. Tengo más primos que han incursionado... pero prefiero no mandarme un carrilazo.

—O sea que los jóvenes de tu familia van hacia...

—Hacia otro lado.

—¿Hacia la izquierda?

—Yo creería que sí. Yo creo que no hay ninguno que sea DC. Hay un quiebre generacional. Algunos estarán experimentando otras cosas, otros se han defraudado por completo de la política.

—¿Te ha traído costos en tu sector político ser sobrino nieto de Patricio Aylwin?

—Me ha traído muchos malos ratos y de esos malos ratos he sacado muchos aprendizajes. Creo que una característica de nuestra generación es que es políticamente muy inmadura. Creo que se ve mucho en el Frente Amplio su inmadurez, y quizás este como prejuicio que existía hacia mí me enseñó que yo no lo podía hacer de vuelta, que la política no podía tener esa superficialidad con la cual uno discute, como sacar en cara algo así a una persona. Te enseña a respetar, porque no quieres que el otro pase por lo mismo que tú. Intentar evitar la ansiedad. La frase “a golpes uno también aprende”, creo que en mi caso fue así. Y no se lo deseo a nadie. La izquierda tiene que aprender a discutir con argumentos y no sacar estas cuestiones que no tienen relevancia.

—¿Al Frente Amplio le falta aprender eso?

—Sí. Al Frente Amplio le van a preguntar cuántas cosas han efectivamente cambiado porque llegó al Congreso. Y eso no puede ser simplemente que la edad parlamentaria bajó. Deberíamos enfocarnos en dos, tres o cuatro proyectos, porque no alcanza más. Si no, estamos hablando de 100 cosas distintas y ningún parlamentario por su lado terminará aprobando algo que concreto. Nos falta proponerle un proyecto al país. En el Frente Amplio tenemos que aceptar, nos guste o no, que Piñera ganó. Eso significa que una parte importante de la sociedad quizás no está con la derecha, pero sí esta con él. Uno no puede pasar por encima de ese sector, hacer como que no existe o pensar que están equivocados. También a mi juicio en el Parlamento. Probablemente va a ser difícil lograr un acuerdo con la derecha, pero lo importante es aprender a dialogar. Quedarse con los discursos para morir con las botas puestas no sirve.

—¿Estás diciendo que deberían dialogar más con la derecha?

—No, creo que debería (el Frente Amplio) dialogar con todo aquel dispuesto a empujar los cambios que definan, lo que probablemente se dé más en la ex Nueva Mayoría, pero tampoco hay que descartarlo en la derecha.

Del feminismo al

derecho ambiental

—El año pasado representaste a Sofía Brito, alumna que denunció al ex presidente del Tribunal Constitucional, Carlos Carmona (DC), por acoso sexual. El caso motivó la toma de la Facultad de Derecho de la U. de Chile y la explosión del movimiento feminista. ¿Dimensionaste los efectos sociales que tendría?

—Decidí ofrecer ayuda para ese caso cuando vi que mediáticamente se estaba instalando la idea de que la víctima estaba exagerando y que esto era un caso que demostraba que las denuncias podían no tener ninguna base y enlodar a destacados abogados. Eso me indignó porque creo que se utilizaron artilugios e interpretaciones tendenciosas.

—¿Tienes algún rol en el movimiento feminista?

—Uno intenta mantenerse apoyando, pero ellas han sido bien claras en decir que no quieren que hombres les digan cómo hacer las cosas. Esa voluntad hay que respetarla.

—¿Has tomado más casos?

—Dos más. El año pasado.

—¿De académicos?

—No todos de académicos. Vi uno de un académico y otro de un estudiante.

—¿De la Chile?

—No puedo decirlo.

—¿Y se resolvieron?

—No todos terminaron en sumarios.

—¿Qué tienen en común esos casos de abuso, el derecho ambiental y la asesoría parlamentaria?

—Son súper disímiles. Encuentro que soy muy joven para encasillarme en un área profesional específica. Por eso hice un magíster en Geografía e hice mi tesis en migraciones. Todavía estoy buscando el lugar profesional.

—Pese a que dejaste tu asesoría en el Congreso, ¿te gustaría emprender una carrera parlamentaria?

—No se trata de lo que me gustaría...

—¿Estás disponible?

—Sí, para eso uno está en un partido. Pero es una decisión colectiva.

—Tras el quiebre del movimiento Izquierda Autónoma en 2016 tu amistad con el diputado Gabriel Boric se vio afectada. Has dicho que ese episodio “fue muy duro” en términos personales. ¿Te reconciliaste con él?

—Es una pregunta personal.

—¿Retomaron el diálogo o la situación sigue igual?

—La política tiene momentos en que se vuelve muy dura desde el plano personal. Hay cosas que tuvieron que ser así y otras que quizás se podrían haber evitado. Lo importante es que ahora ni con Gabriel ni nadie del Movimiento Autonomista existe ningún problema personal, sino que las ganas de confluir en el proceso del Frente Amplio, y estoy seguro de que nada de lo que haya pasado hace algunos años va a ser impedimento para eso.

—¿Te sentiste atacado, debido a tu familia, en tu época universitaria?

—Hay un sentimiento que yo creo que es legítimo, y es que hay personas que con mucho menos esfuerzo llegan lejos igual, y gente que tiene que hacer mucho esfuerzo para salir adelante. En mi facultad eso era muy patente. Yo venía de un colegio particular pagado; mi apellido entrega todos esos elementos. La sociedad chilena es injusta y comparto el resentimiento que pueden sentir personas sobre eso. Creo que hay que ponerse proactivo para modificar las cosas y que las razones por las que me involucré en política tenían que ver con esa doble sensación. Ser representativo de la injusticia, pero al mismo tiempo poder tomar la elección de combatirla.

—Pese a eso decidiste trabajar en el estudio de tu papá. ¿Por qué?

—Porque ahí se dio la oportunidad de crear un equipo de medio ambiente. El estudio no tenía desarrollada esa área. Fue atractiva la idea de tomar un proyecto y empezar de cero... No tengo problemas en trabajar donde trabaja mi papá. No me voy a dejar acomplejar por esas cuestiones. Ése es el aprendizaje. Antes trabajé en el estudio de Nicole Nehme.

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