Peter Kramer/HBO

Hace dos años, Aidan Sleeper debía encontrar un apartamento. Sleeper, el gerente de locaciones de Billions —que comenzó el domingo en Estados Unidos su cuarta temporada— visitó más de cien lugares que valen decenas de millones de dólares, pero no lograba encontrar el indicado. “Era imposible”, dijo.

El apartamento no era para él. Tenía que conseguir una residencia en Manhattan para Bobby Axelrod, el genio de los fondos de inversión en Billions interpretado por Damian Lewis. No se necesitaba un lugar cómodo o acogedor, sino uno que intimidara, asombrara, abrumara y dejara sin aliento, todo de un golpe.

“Siempre bromeamos: ‘multimillonario, no millonario'”, decía Sleeper.

Meses después, cuando inspeccionaba un aburrido penthouse en el vecindario de TriBeCa, desde la terraza alcanzó a ver otro penthouse a varias manzanas de distancia. Una caja de cristal ubicada encima de una vieja imprenta con una sala de doble altura y una terraza circundante, además de 270 grados de vistas de los ríos Hudson y Este. Era urbano, masculino, casi escueto debido a sus pisos de concreto pulido y líneas limpias —sugería multimillonario, no millonario—. Lo rentó.

Algunos programas, como Billions y Succession, de HBO, un punzante drama sobre una dinastía mediática como la de Rupert Murdoch que regresa para su segunda temporada a mediados de este año, deben ofrecer una representación visual convincente de los ultrarricos, el 1% del 1%. Pero la verdad no siempre es halagadora. A diferencia de la pornografía de la riqueza que antes se veía en la televisión —Dinastía, Dallas, Gossip Girl— estos programas representan un momento cultural en el que muchos estamos obsesionados con la riqueza extrema, pero a la vez perturbados por ella.

Consuelo perverso

Succession y Billions son dramas con destellos de comedia negra y no precisamente aspiracionales. El diseño de estos programas conlleva, a veces de manera sutiles, una crítica a la riqueza misma. Los sintonizas para ver los jets privados y te quedas para ser testigo de la inevitable deshumanización de los personajes.

Para ilustrar el estilo de vida de un multimillonario, los diseñadores de ambos programas investigaron a los muy ricos y estudiaron revistas como Architectural Digesty Vogue. Pero a la gente extremadamente rica no siempre le gusta que fotografíen sus casas ni todos visten alta costura. “Cuando llegan a los mil millones de dólares ya no están ya no les importa impresionar a los demás ostentando los símbolos banales de la opulencia”, dijo David Levien, creador de Billions.

Así que estos programas contratan a consultores en riqueza —algunos multimillonarios y otros que ofrecen servicios a multimillonarios—, quienes los orientan sobre qué uniformes usaría el personal doméstico o qué obras de arte deberían adornar una oficina corporativa.

Para el episodio piloto de Succession el equipo de producción quería un apartamento para Logan Roy –el paterfamilias interpretado por Brian Cox– que sugiriera poder, no una ostentación superficial.

Kevin Thompson, el diseñador de producción del piloto, tomó prestados dos pisos del Consejo de Relaciones Exteriores, y los decoró como si fueran un penthouse dúplex. Cuando se autorizó que el piloto se convirtiera en serie, el espacio fue recreado en un pequeño foro de filmación en Queens. Al entrar a ese apartamento se siente asombro por esas proporciones tan imprudentes. Pero los adornos, aunque de muy buen gusto, no son ostentosos. “Puedes escuchar el dinero, pero sin que te grite”, dijo Thompson.

Una manera de transmitir la idea de riqueza no tiene tanto que ver con los objetos en sí, sino con cómo reaccionan los personajes ante ellos.

En la segunda temporada de Billions, Bobby y Lara Axelrod se suben cada uno a su propio avión privado, sin hacer más alharaca que un simple beso de despedida. En Succession, los personajes suelen tener una actitud casual hacia el dinero, a veces incluso muestran desdén.

“La gente rica se ha vuelto tan diferente a la persona común”, dijo Shamus Khan, profesor de Sociología en la U. de Columbia que se dedica a investigar la influencia política de las élites económicas. “Son interesantes en el mismo sentido en que lo es un animal en el zoológico”.

Estos programas quizá hasta nos sirvan como una especie de consuelo perverso al resto, al reflexionar sobre cómo la riqueza abundante puede crear sentimientos de alienación, un fenómeno que Khan ha estudiado. “La gente se imagina que les va a dar algo de sentido o que va a satisfacer alguna necesidad. Pero la gente rica muchas veces se describe a sí misma como muerta por dentro”.

Los personajes acaudalados de estos programas suelen preferir el dinero a la familia, la comunidad o la integridad moral. El diseño —lujoso pero a veces frío y sin belleza— lo refleja.

De cualquier manera, la alienación en la escala multimillonaria puede tener sus ventajas. En una tarde a inicios de marzo, con Sleeper recorrimos el penthouse de Bobby Axelrod. La madera brillaba, el metal relucía, los rayos del sol invernal quemaban a través de las ventanas de más de 5 metros y, desde lo alto, se veía todo Manhattan.

Sleeper salió a la terraza. “Yo sé que nunca voy a tener esto, y eso es algo que no me molesta”, dijo.

“Pero, al mismo tiempo, me puedo imaginar, ¿no sería increíble vivir en este lugar?”, añadió. “Absolutamente”.

El apartamento en la Quinta Avenida de Logan Roy en "Succession" fue construido en un foro de filmación en Queens.

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