Aunque algunas, por pequeñas, no alcanzan a figurar en un mapa, la parte norte del Archipiélago de Las Guaitecas tiene alrededor de cien islas. La Gran Guaiteca, Clotilde, Betecoy, Leucayec, Mulchey, Concoto… son las más grandes. Esta vez interesa la isla Ascensión, pues allí se alza el poblado de Melinka habitado por pescadores, mariscadores, comerciantes y funcionarios públicos.

Aunque sea redundante decirlo, a Melinka se llega sólo en avioneta (desde Puerto Montt) o navegando desde Puerto Cisnes (sur) o Quellón (norte). El promedio “ideal” del viaje es de 4 o 5 horas; sin embargo, puede alargarse según el estado del mar. La mayoría de las veces, por la bruma y el frío, se clama por una pronta llegada a puerto.

El destellar de un faro anuncia el arribo. Un giro del transbordador y aparece, abrupto, un “mini Valparaíso”; casi un farol que reconforta y entibia la llegada. El muelle es amplio y nuevo. Las casas del borde, osadas, colindan con las olas. Cuesta encontrar hospedaje. El restaurant más recomendado sólo ofrece música techno y ‘tapas'… aunque Melinka produce erizos y centollas.

Visitar Melinka puede llevar unos tres días. El poblado tiene buen pavimento de adocretos y es muy limpio. Buena arquitectura, gran esmero en su colorido y algunos jardines. Su plaza, de fuerte pendiente posee abalconamientos, muchas escaleras y asientos en distintos planos. Al centro, un robusto monumento a la Pincoya recuerda el mundo mítico de la cultura de sus pobladores, casi todos chilotes.

Desde lo alto, una visión en 180 grados permite una amplia mirada al sur, las islas Clotilde y Leucayec, y el Canal Lagreze internándose al oeste. Cerca está el aeródromo con gran actividad diaria. Por la rocosa costa norte se llegará a un sector cenagoso en donde es posible ver ejemplares de Dacrydium Fonkii (un ciprés enano) y como premio, ¡una orquídea!

Atractiva es la Caleta Alvarez, pequeño fiordo nacido desde un arroyo interior. El lugar es fondeadero de más de un centenar de botes, chalupas y lanchas. Por los bordes se ven labores de carpintería de ribera, antiguo oficio que junto a los de hachero, tejuelero y maderero han persistido desde la ocupación de Puerto Arena, nombre anterior de Melinka.

Ya recorridos el pueblo y su caleta, el viajero podrá dirigirse hacia Repollal, entre 11 y 16 kms, bordeando por buen camino su costa suroeste. Son tres: Repollal Alto, Medio y Bajo. Contiguos, costeros y con pequeños muelles. Se ven acopios de madera de tepú, luma, arrayán, listos para ser entregados. En este sector subsisten algunos oficios como cholgueros y lucheros; recursos que se cuecen, ahuman y secan para su conservación y venta.

Atractivo vital es salirse del camino y penetrar los bosques de renovales, pues no hay selva mayor. A lo lejos se verán las altas siluetas, a veces quemadas o secas, de los coihues en compañía de pequeños mañíos y canelos. Emociona encontrarse con algunos sobrevivientes ejemplares de ciprés de Guaitecas. El suelo pantanoso hace el hábitat de helechos —algunos bellísimos— pelú, tepú, coicopihues y variedad de musgos y líquenes.

Quizá el mayor atractivo para un viajero sea un diálogo con los melinkanos, que tienen un gran sentimiento identitario y comparten sus historias de vida. Inolvidables son las conversaciones con Angel Custodio Chiguay Inumán, José Vargas Ñancupel, Edwin Cortés y su hijo, con Marina Ojeda y su socia Ruby Soto del restaurante Marnuy.

Así, la historia surge espontánea: desde 1859 el lituano Felipe Westhoff recorre los archipiélagos. En 1860, comienza a proveer de durmientes de ciprés a los ferrocarriles del Perú y Chile; también a las salitreras y rodrigones a las viñas de la Zona Central. Melinka, Melinkaia o Malenkaya llama al lugar en donde acopiará sus maderas.

Embarca miles de durmientes y cargamentos de guano de lobos. Por los archipiélagos hay 3 mil peones trabajando para él. Con tal riqueza, es nombrado subdelegado Marítimo del Territorio.

En ese tiempo, en Melinka sólo hubo barracas y bodegas. Westhoff nunca vivió allí. Sólo lo hizo su socio, el alemán Enrique Lagreze, en 1873, y a esa fecha nuevo subdelegado marítimo. El edificó la primera casa—habitación, limpió terrenos y cosechó verduras.

Hacia el fin del siglo XIX aparece Ciriaco Alvarez, también llamado “el rey del ciprés”, una leyenda. El método de quemar el bosque completo para llegar al ciprés va terminando con el recurso que se explotó hasta 1950.

Ido el boom maderero Melinka queda sola, aunque por temporadas regresan chilotes. Son los guaitequeros: cazadores de lobos, huillines y coipos. Toda una cultura del mar —que aún no termina— entraba en acción. Melinka fue recalada de las Compañías Balleneras instaladas en San Pedro y Huafo. También lugar de aprovisionamiento del pirata Ñancupel, luego fusilado en Castro (1888).

Y al fin, hacia 1930, el antiguo campamento comienza a devenir en pueblo. En 1931 se crea una Escuela Pública; en 1934, retén de Carabineros. Luego el Registro Civil, dotación de personal naval, Juzgado de Distrito. En 1960 se construye la primera iglesia y, al fin, en 1981 se crea la comuna de Melinka.

Son pocos los lugares tan sufridos y espectaculares como éste. Es loable que aún mantenga sus oficios y el temple que le dieron origen. Pura perseverancia que, a pesar de sus problemas sociales, se percibe nítida en la pujanza de sus actuales habitantes.

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