La historiadora Pía Montalva es una de las profesionales que más sabe de moda en Chile. Estudió Historia y también Diseño; sabe coser y tuvo una empresa de confecciones. Ha escrito libros sobre diferentes aspectos del vestuario, porque el tema le interesa en todos sus matices, y ahora se propone compartir su experiencia invitando a participar en el Círculo de Lectura Pensar la Moda —que se realizará entre abril y junio— para continuar en agosto después de un receso invernal.

Esta actividad se inició en enero, durante un mes, y ahora en abril se reinaugura con sesiones en las que se conocerá a un autor cada semana. Pía explica que esta iniciativa se inspiró en la educadora feminista chilena Amanda Labarca, que creó los Círculos de Lectura en 1915, “para educar a las mujeres en distintos ámbitos de la vida en un momento en que no había lecturas para mujeres. No habían accedido a la educación masivamente”, dice.

—¿Por qué crees que se puedan revivir ahora?

—Porque hoy día lo digital ha invadido las relaciones interpersonales y también el intercambio de ideas, independiente del valor de ese intercambio. Por eso mismo, la gente tiene necesidad de juntarse e intercambiar ideas en persona; no por un foro, Twitter o Instagram, sino cara a cara.

—La mayoría de las mujeres usa la moda, pero no piensa en ella. ¿Cuál es la idea de pensarla?

—No tiene un fin concreto, directo. Estas conversaciones no están orientadas a que las mujeres mejoren su look. No tienen nada que ver con asesorías de imagen, sino que más bien tienen que ver con mirar la moda y entender desde el ámbito intelectual cómo nos impacta en la vida cotidiana, qué comunicamos. Por ejemplo, ¿qué es la elegancia? ¿Es solamente la ropa o está asociada a la gestualidad, el hablar, qué decir?

Ideas vigentes

—¿Cómo seleccionas a los autores?

—Lo primero es que sean autores reconocidos en el ámbito de la crítica o la producción intelectual a propósito de la moda. Reconocidos en el sentido de que ya son clásicos. Otro grupo de autores tiene que ver con textos que son aplicaciones más concretas. Hay lecturas de períodos de la historia; también miradas más psicoanalíticas.

—¿Estas ideas siguen vigentes?

—Sí, claro. Estos autores tienen mucha vigencia. Si miras a Thorstein Veblen, que es de principios del siglo XX, él hace una crítica a la sociedad norteamericana de fines del siglo XIX. Su libro “La teoría de la clase ociosa” describe los comportamientos de consumo ostentoso que tiene la élite estadounidense y cómo ese consumo se expresa en el vestido femenino, la cantidad de adornos, y el cambio, el cambio, el cambio. Esta distinción socioeconómica en términos de estatus se traduce en una práctica estética.

—También se va a leer tu texto “La vida elegante. Mujeres en Chile 1900-1940”. ¿Fueron importantes esos años?

—Sí, porque el comienzo de siglo se abre con una variante local de lo que es el consumo ostentoso que describe Veblen para Estados Unidos, en el contexto de la élites que se enriquecen a raíz de la industria del salitre. Todo ese período donde se viaja a Europa, se viste muy costosamente, se gasta mucho.

—De hecho, compraban la ropa en Francia.

—Claro, porque la ropa local no era lo que se consideraba adecuado para la clase alta. Y otra cosa importante (en esos años) es cómo cambiaron los estereotipos femeninos debido al impacto que tuvo el cine en la vida cotidiana y en la difusión de las imágenes. En los años 30 hubo en Chile un fotógrafo que retrataba a las mujeres de la élite chilena con la misma luminosidad y las mismas poses que las actrices que aparecían en revistas.

—Y hoy, ¿qué es lo más importante que está pasando en Chile en el vestuario?

—Es un contrasentido lo que pasa hoy porque por una parte hay una tendencia súper fuerte a la homogeneización, que tiene que ver con el impacto del retail; pero por otro lado hay una búsqueda y una necesidad de diferenciarse también a través de la ropa. Esto expone lo que planteaba Georg Simmel a comienzos de siglo, de que en la moda se juntan dos pulsiones: por un lado la necesidad de integrarse a un grupo y, por otro, la necesidad de distinguirse dentro del grupo y como grupo en el contexto más amplio. Están esas dos cosas, pero también una tercera que es inevitable: el mercado determina todo. Es la oferta, son los precios. Habiendo posibilidades de elegir, es muy determinante.

—Lo dices como con pena.

—No lo digo con pena, porque no creo que eso signifique que no hay opciones de vestirse distinto. Lo que pasa es que por el estilo de vida la gente no tiene tiempo, hay toda una cadena de cosas que te lleva a la compra rápida. Y no hay una cultura de moda. Uno de los propósitos que tiene el Círculo de Pensar la Moda es contribuir a generar una cultura de moda, amplia.

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