El Hotel Conservatorium en Ámsterdam tiene una estricta política de no fumar. A menos que, claro, seas David Hockney. Cuando me encuentro con él en su habitación, está sentado en el sofá con un par de gafas modelo primrose. En la mesa frente a él hay restos a medio comer de un bagel de salmón ahumado y cuatro paquetes de cigarrillos Davidoff. “Son muy, muy suaves estos”, dice con su hablar arrastrado de Yorkshire, su voz marcada por 63 años de tabaco. “Los mejores cigarrillos Virginia que puedes comprar”.

Hockney, de 81 años, sufre de jet lag. El día anterior voló desde Los Angeles, donde ha vivido de manera intermitente desde los 60. Está en Ámsterdam para la inauguración de una muestra de su propio trabajo en el Museo Van Gogh. “JP le llama el show de Vince y Dave”, dice, refiriéndose a Jean-Pierre, director de su estudio y amigo hace años. La primera exhibición del museo dedicada a un pintor contemporáneo probablemente gustará a la gente. Más de un millón y medio de personas fueron a su retrospectiva en 2017 en el Tate Britain, el Centro Pompidou y el MET (Metropolitan Museum of Art).

El año pasado su “Retrato de un artista (piscina con dos figuras)” fue subastado por US$90,3 millones en Christie's en Nueva York, la obra más cara de un artista vivo jamás vendida en una subasta.

Hockney no recibe ganancia alguna por las subastas en Norteamérica y desvía la conversación relativa al dinero. Ahora mismo, con una hora libre antes de revisar la instalación, está más interesado en compartir su mayor pasión después de la pintura. “Toma, prueba uno de estos”, dice, entregándome un Davidoff.

No fuma cuando está pintando (“mis manos están ocupadas”), pero sí cuando inspecciona la obra en progreso y en casi cualquier otro momento. Fuma un paquete de cigarrillos al día y evita cualquier lugar donde no pueda fumar. Antes de llegar a Ámsterdam, su asistente llamó con anticipación y, a cambio de una tarifa considerable, arregló un permiso especial para echar humo en su habitación.

“Quisiera destacar que de mis colegas, Picasso fumaba y vivió hasta los 91; Monet fumaba y vivió hasta los 86; Renoir fumaba y vivió hasta los 78; Van Gogh fumaba una pipa, y murió a temprana edad, pero no por fumar; Cézanne fumaba. Muchos pintores fumaban y no conozco a ninguno que haya muerto joven. ¡Monet fumaba todo el día!”, dice.

El proselitismo del cigarrillo de Hockney es una expresión del oposicionismo que ha definido su carrera como artista. Comenzó a fumar cuando era un estudiante de arte en Bradford, localidad de Yorkshire donde nació en 1937. Su padre, Kenneth, que trabajaba como clérigo, era un militante antitabaco. Pero Hockney señala que ya ha vivido seis años más de lo que lo hizo su padre diabético: “Las galletas de chocolate lo mataron”.

Hockney ignoró a su padre cuando éste intentó quitarle los cigarrillos Woodbines de su boca, al igual como nunca prestó atención a los convencionalismos en general. Siendo un joven pintor a principios de los 60, desafió las leyes británicas en contra del sexo entre homosexuales con una serie de pinturas donde mostraba hombres en la ducha, en la cama y en la intimidad.

¿Gustas otro?

Desde entonces ha zigzagueado intensamente, investigando una extraordinaria variedad de estilos. Ha realizado obras tanto figurativas como abstractas, ha experimentado con fotografía, pintado retratos, paisajes, bodegones y combinaciones de los tres en un contenido blanco y negro y colores cálidos. A lo largo de los últimos 20 años ha pasado gran parte de su tiempo en Bridlington (costa este de Yorkshire) pintando el paisaje que lo vio crecer. Una selección de estas pinturas está siendo exhibida en Ámsterdam.

Hoy, con un cigarrillo colgando de sus dedos mientras observa cuidadosamente por sobre sus grandes lentes amarillos, habla acerca de sus intereses con la estridencia de un habitué de un bar.

Al rato llega el asistente de Hockney para llevarnos a la instalación en el museo. Recoge su bastón y se pone una boina a cuadrillé. Lleva también consigo un cenicero portátil de algún tipo de plástico resistente al calor.

Dice que ha sentido una afinidad con Van Gogh desde que vio sus pinturas en la Galería de Arte de la ciudad de Manchester en 1954. “Fuimos en bus, desde la escuela de arte. Recuerdo los colores, porque Manchester y Bradford no eran tan coloridos”. Dice que tanto él como Van Gogh venían “de un lugar oscuro, y tuvimos que ir a otra parte para ver el color”.

El refugio de Van Gogh fue la Provenza; para Hockney fue California. “Inmediatamente sentí el color y lo incluí en mi trabajo”. Fue allí donde realizó muchas de sus pinturas más famosas, incluyendo “El gran chapuzón”, con su piscina de azul brillante, el trampolín de un amarillo plátano y una casa rosa malvavisco.

El período de Hockney pintando Yorkshire terminó en tragedia. Al frente, hay una serie de dibujos a carboncillo que muestran la llegada de la primavera en 2013. “Casi no los terminé”, dice. “Dominic murió y estábamos muy deprimidos”. Se trata de Dominic Elliot, su asistente de 23 años, quien murió en marzo de 2013 luego de beber lejía en la casa de Hockney en Bridlington. Después de aquello, Hockney voló de vuelta a Los Angeles, donde ha estado viviendo desde entonces. Este año volverá a pintar la primavera.

Luego de mirar el resto de la exhibición, se declara satisfecho. “No soy Van Gogh, pero está bien, ¿cierto?”. Un curador pregunta si estaría interesado en mirar la colección de Pissarros del museo, pero a Hockney le está afectando el jet lag. “Lo que realmente me gustaría ahora es volver a la cama”, responde. Pero en el lobby del hotel, la conversación desemboca una vez más en los Davidoff. Hockney se vuelve hacia mí: ¿Gustas otro?”.

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