“Primera vez que tengo la dicha de verlo en vivo y en directo”, le dice una señora que lo reconoce, en la esquina de Pedro de Valdivia con Providencia.

“Lamento profundamente haberla desilusionado”, le responde Aldo Rómulo Schiappacasse, en su estilo.

A lo largo de más de 40 años de carrera, el periodista deportivo cuenta que le ha pasado de todo. “Cierres de revistas, cesantía, irme a trabajar a proyectos que no resultaron, escribir bajo seudónimos, varias crisis de canales, renuncias de mala manera”.

Pero que, igual, el despido de Radio Cooperativa en enero “fue una experiencia novedosa, no sé si hay algo que pueda morigerar el impacto, el raspón que le deja a tu ego”.

No tardó mucho en encontrar nueva pega, eso sí, se fue a la ADN y el CDF, tras dejar Chilevisión a fin de año.

—Ya has estado en casi todos los canales. ¿Te han dicho que eres poco “camiseteado”?

—No sé lo que es eso. “Camisetearse” con un canal es comprometerse ¿con qué? ¿con la historia de ese canal o con los ejecutivos? O sea, mientras estuve en Canal 13, tuve diez jefes de prensa, diez directores, diez presidentes de directorio, y todos con distinta mirada de lo que era el fenómeno televisivo. A mí, en el noticiero, un día me decían «oye, chacotea», y al otro, «no chacotees tanto». En ese sentido, te da la sensación de que estás de paso en los medios nomás, y eso implica que hagas tu mejor esfuerzo para irte ganando la posibilidad de tener mayores desafíos.

“La televisión chilena les debe algo a los mapuches”

Le toma su tiempo, pero Aldo es capaz de enumerar todas sus estaciones laborales. Y no le pasa desapercibido que muchas en esa lista ya desaparecieron, como las revistas Deporte Total y Ercilla, los diarios La Epoca y La Nación y el canal Rock & Pop.

“Hace mucho rato que hay evidentemente un cambio de hábito, de tecnología, de concepción de lo que son los medios de comunicación”, dice. “Y siento que no ha habido una lectura adecuada de los ejecutivos para adaptarse a los nuevos tiempos. Hay medios que sí lo hicieron y leyeron bien el escenario que venía”.

—¿Cuál es la lectura correcta?

—No puede ser casualidad que haya un canal con tan amplia preferencia de parte de la gente como es Mega. La gente sigue volcándose a la ficción, como lo demuestran Netflix y Amazon. El éxito de «The Crown», por ejemplo, que puede parecer una ñoñería sin límites, seguir la historia de la reina Isabel, no es más que farándula, aunque con el toque real. En algún momento en Chile se perdió la apuesta por la ficción, y creo que los canales suelen reaccionar muy tardíamente a los fenómenos. O los toman, pero son incapaces de desarrollarlos adecuadamente.

—¿Qué es lo que te gustaría ver en la tele chilena?

—Creo que la televisión chilena le debe algo a los mapuches. Canal 13 hizo una serie increíble sobre los grandes héroes de la patria, pero estaban Carrera, Manuel Rodríguez, O'Higgins… ¡y no estaba Lautaro! Lo trataron de hacer con esa serie del Benja Vicuña («Sitiados»), pero no, ese era un proyecto pannacional, esta cuestión tiene que ser una historia a partir de la Guacolda, Caupolicán en la picota, Galvarino.

—Tú naciste y te criaste en medios escritos, pero todo apunta a que al papel le queda poco. Venimos del cierre de dos revistas como «Caras» y «Cosas».

—Lo de los medios escritos se viene anunciando hace 25 años y por eso no me sorprende. De hecho, entendiendo lo que iba a pasar, uno de mis grandes ‘hobbies' es coleccionar revistas antiguas: tengo la colección completa de la Estadio, Barrabases, de la Ecrán, del Mampato, un montón de Zig-Zag, porque uno entiende que ahí está la historia, que en algún momento los medios de comunicación escritos van a ser historia.

“Carlos Heller es como el jeque del Manchester City”

Desembarcar en el Canal del Fútbol le da la opción de transmitir la liga local por TV. Una competencia donde, según él, “lo notable es que pelean la Bolsa de Valores en Colo Colo con Leonidas Vial, la Universidad Católica, que es como la antigua aristocracia, y el ‘retail' con la Universidad de Chile… piensa en un gallo como Carlos Heller, que se ha gastado una cantidad de plata enorme. Guardando todas las proporciones, es como el jeque del Manchester City o del Paris Saint-Germain”.

También tendrá la oportunidad de comentar los partidos de la selección chilena, un rol que viene cumpliendo hace una década.

“Cuando comentas la selección, estás transmitiendo a una entelequia común, a una pasión que es súper irracional, que despierta muchas pasiones y hasta odio e inquina. Le estás hablando a un gallo que se comenta a sí mismo, un tipo al que cualquier comentarista le va a parecer malo porque él lo hará mejor. Transmitir un partido de la selección implica abrirte con respecto a esos fenómenos, tener que aguantar una presión gigantesca, que son miles y miles de gallos, con un teléfono como arma diciendo «guatón pelotudo, cómo se te ocurre decir que eso no fue penal». Es un desafío cautivante, pero al mismo tiempo muy inquietante. La gente con un celular en la mano y con la posibilidad de mandar un tuit se convierte en un barra brava tecnológica. Y desde ese punto de vista, es una pega súper compleja”.

—¿Complica ser un rostro?

—En la tele hice programas políticos jodidos, como “Tolerancia 0”. Hice shows con orquesta, que es una cuestión a la que aspira cualquiera que llega a la televisión. Hice “El Triciclo”, hice ‘lates', me creí David Letterman y todas esas cosas. Pero hay una cosa que me marca como persona y que, creo, se traspasa: que me tomo muy poco en serio y, por lo tanto, pido que me traten igual. Tampoco me da miedo que salga un video mío en traje de baño mostrando el ombligo en el patio de mi casa diciendo «oigan, salgan de aquí porque esta es mi laguna». No por temor, y mira que tengo muchísimos, sino porque me parece absurdo hacerlo.

—¿Nunca revisaste tu perfil en Wikipedia?

—En alguna época salía que había nacido en Salamanca, ponte tú, una cuestión muy rara. O que una vez me había comido ¡tres pizzas al hilo! No creo para nada en las redes sociales, les tengo profunda y total desconfianza. Me meto, las he utilizado, pero de verdad que no se me ocurriría cómo poner un pensamiento profundo y provocativo en 140 caracteres. Ahora, con todo eso, las redes sociales sí han construido una democracia que es muy extraña, donde los temas que están en los medios y en el debate son temas que pusieron los mismos ciudadanos. Ya no hay un élite, ni en el periodismo ni en el parlamento, que puede decir cuáles son los temas importantes para la gente. En ese sentido, y en un una mirada optimista, creo que le vamos a entregar un mundo mejor a nuestros hijos… y fundamentalmente a nuestras hijas.

“No puedo dormir pensando en «Los Vengadores»”

Reconoce que cuando quiso estudiar Periodismo era para seguir su primera pasión: el cine. “Pero como entré en los 70, sólo se había estrenado «A la Sombra del Sol» y «Julio Comienza en Julio», y además había censura; no llegaba nada de afuera. Por lo tanto, me parecía que el deporte era mucho más sugerente”.

La veta cinéfila sigue activa. La última película que vio fue «Green Book», reciente ganadora del Oscar. “Es una historia que ya se ha contado mil veces en el cine, la amistad entre un blanco y un negro, todo eso. Pero lo que me interesó fue el proceso de redención de un director como (Peter) Farrelly, que en conjunto con su hermano fue capaz de contar varios de los chistes más escatológicos en la historia del cine —como la Cameron Díaz arreglándose el pelo con esa ‘gomina'— y ahora es el tipo que pasó de «Tonto y Retonto» a ganar un Oscar”.

—¿Sigues yendo al cine o te conformas con Netflix?

—Para mí el cine, el teatro de cine, sigue siendo un ejercicio social. Por ejemplo, creo que es mucho mejor ir en los días nublados. Si estás en el cine en un día con sol, tienes como una sensación de desperdicio, ¿no debería estar en un parque? Pero también es un lugar donde ríes o lloras con otra gente que no es tu familia, por ejemplo. Yo no lloro con nada en la vida real, pero nada, y en el cine lloro de una manera destemplada ¡A los tipos de Pixar deberían meterlos presos! Si es una máquina de hacerte llorar. O sea, con «Toy Story 3» lloraba a sollozos, con la escena de los viejitos en «Up» era una cuestión vergonzosa… mis hijos se avergüenzan de mí. Con «Coco» salí deshidratado del cine. Encuentro que Pixar es macabro.

—¿Alguna vez te paraste y te fuiste?

—Muy pocas veces. La última creo que fue esa de (Terrence) Malick, «El Arbol de la Vida». Iba a la mitad y me di cuenta que eso no era para mí.

—Curioso, considerando que es un director al que los críticos adoran.

—Yo escribo de cine, me gustan las historias de cine, pero nunca fui crítico. Primero, porque los críticos de cine me rechazaron —como me rechazan los exfutbolistas cuando dicen «este guatón no jugó nunca a la pelota»— porque cuando llegaba a ver películas en las microsalas decían «¿este weón no es periodista deportivo?». Y segundo, porque la gente se vincula con la película dependiendo de las circunstancias. No te va a gustar una película infantil si no tienes cabros chicos, las películas sentimentales te van a tocar en la medida que se acerquen o rocen lo que te ha pasado en términos personales. O sea, yo me crié en el Normandie, pero ahora que tengo cabros chicos de 12 y 15, me parece que las películas de superhéroes son la raja… estoy esperando con ansias que lleguen «Los Vengadores», ¿van a volver? ¿Cuál sobrevivió? No puedo dormir en las noches pensando en eso.

—¿La crítica profesional es una puerta que ya cerraste?

—Tengo claro que en algún momento, cuando me vaya para la casa y me ponga un chaleco y me meta las manos a los bolsillos, voy a tener que hacer algo. Y ese algo puede ser escribir —escribir en serio, libros— o hacer guiones. Me encanta la idea de hacer la película del superhéroe chileno.

—¿Cómo sería?

—Muy humilde, con escasísimos recursos… y haciendo el bien básicamente para los poderosos, que es lo que ha pasado siempre. Más que un «vengador», sería más bien un weón servil.

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