Introducción

Los focos de incendios activos llegaron a ser simultáneamente más de 500; con una extensión territorial continua de aproximadamente unos 500 kilómetros; un clima verdaderamente feroz y permanente durante semanas y una superficie forestal afectada de unas 500 mil hectáreas, de las que unas 400 mil eran de importante riqueza forestal.

Era una catástrofe con todas sus letras. Absolutamente inédita en Chile. Fue una nueva escala en los incendios forestales que amenazaron muchos poblados, localidades y ciudades de las regiones de O'Higgins, el Maule y Biobío.

En Chile, cuando ocurren catástrofes de esta magnitud, se pone a prueba la nación toda. Las diferentes instituciones del Estado, las empresas privadas, las organizaciones sociales, las instituciones armadas y las policías, los medios de comunicación, las comunidades científicas, las universidades y las familias directamente. Las “respuestas chilenas” a los grandes desastres suelen ser importantes y nos han permitido sacar lecciones clave en nuestro desarrollo futuro. Hoy nos enseñan que el terremoto de Chillán de 1939 fundó las políticas públicas de vivienda, la planificación de nuestros asentamientos humanos y la Corfo; que el megasismo de 1960 dio a luz el DFL 2, sin el que no se explica la mayoría de las viviendas chilenas materializadas y las exigentes normas sísmicas en nuestras construcciones.

También la hazaña del Riñihue es el fundamento de muchas obras hidráulicas y de generaciones de profesionales de las empresas públicas que comenzaron a respetar y conducir los cauces fluviales.

Es en esos momentos históricos cuando surge un Chile más solidario y más dispuesto a la colaboración, al sacrificio, a la innovación y a la prevención verdadera. También un Chile abierto a una cooperación público-privada que es fundamental para enfrentar las emergencias y resolver problemas y desafíos reconstructivos.

Secuencia de desastres

Mucho de lo ocurrido en los megaincendios tiene que ver también con “antecedentes recientes” de desastres chilenos del último lustro, donde la suma de ellos es equivalente a la de los últimos 50 años. Aluviones sin precedentes en Atacama, Antofagasta y Coquimbo; secuencias de erupciones volcánicas; enormes marejadas también sin registro anterior; terremotos difíciles y secuenciales y sus complejos tsunamis; megaincendios como el de Valparaíso y lluvias sin precedentes y con isotermas altas que producen aluviones y deslizamientos de gran peligrosidad en varias regiones de Chile.

Varias de estas catástrofes tienen su explicación basal en el cambio climático, el aumento paulatino de la temperatura, la disminución y variación de nuestro régimen de lluvias y extensos periodos de sequías. Desde 2014, Chile enfrentó una secuencia de desastres sin precedentes, los que enfrentó y superó con bastante eficiencia, si los comparamos con los estándares internacionales.

Es en “esos tiempos de desastres” cuando aparecen los megaincendios. Nos encuentran con poca prevención, con falta de práctica y con poco conocimiento sistematizado. Pero nos encuentran también como siempre en Chile, en todo trance duro y complejo, con una actitud prorrespuestas, con una solidaridad que se desborda y con una esperanza que se va construyendo cada día y cada noche. Como objetivo principal de este texto están las voces de los protagonistas, los que hayan tenido la oportunidad de recordar, sistematizar, mejorar, prevenir y construir un país a prueba de megaincendios.

El 26 de enero, en la madrugada, fue arrasada la localidad de Santa Olga, un poblado de unos 5.000 habitantes construido con un enorme esfuerzo casi enteramente por las propias familias en el camino a Constitución y en el cruce a Empedrado, en la Región del Maule. Gente sencilla y de mucho esfuerzo que, en pocas horas, tres o cuatro para ser precisos, se quedaron sin nada en el más estricto sentido de la palabra.

Enfrentado a esta tremenda tragedia, el Gobierno decide reconstruir Santa Olga. Cuenta para ello con la absoluta decisión de las familias, organizadas para jugar un rol clave en su propia reconstrucción.

Pero se decide “no hacer un pueblo de emergencia”, se decide hacer una “Nueva Santa Olga”. Se cuenta también con un grado de apoyo y colaboración del sector privado, el que ya se había movilizado con eficacia en la fase de enfrentamiento de «La Tormenta de Fuego», con brigadas de combate, con maquinaria, con medios aéreos y terrestres inéditos. Además, con una disposición eficaz y coherente de las agencias públicas gubernamentales que también abrían a coordinarse (nacionalmente y en cada región) de una manera inédita y moderna. Las Fuerzas Armadas y las policías permanecerían en el esfuerzo reconstructivo, reafirmando el rol clave jugado en los incendios mismos.

Paso a paso

Por esas razones, parte importante de estas notas están referidas a la reconstrucción de Santa Olga.

Es fácil ahora decir que fue posible levantar 60 millones de dólares para esta tarea, pero no era tan fácil augurar que el aporte propiamente privado habría de superar el 35%. Que sería posible construir una moderna solución al agua potable para la que tendríamos abastecimiento de agua de una empresa donando sus derechos sobre el río Maule y que contaríamos hasta con la cooperación de un lejano gobierno extranjero. No era fácil imaginar la construcción de un liceo moderno y de alto estándar. Esas grandes obras —de las mejores en su género en Chile— están inauguradas a la fecha de esta publicación. En ellas y en la zona de parque y paseo del pueblo, en las sedes sociales, en la gran cantidad de viviendas unifamiliares de alta calidad construidas y construyéndose, en la pavimentación de sus calles y veredas, en su nueva y moderna red eléctrica, en el excelente terminal de buses, en el próximo centro de salud y en tantas obras hechas con dedicación, eficacia y paciencia, está la historia de este “cuento”.

Un cuento que deben conocer los chilenos. Una historia dolorosa, extremadamente difícil, hecha “paso a paso” y donde con mucho tesón nos pusimos de acuerdo los públicos, los privados y las familias. Esa clave es el punto principal. Muchas empresas privadas pueden aprender de esta historia y estar preparadas para actuar con esa dedicación y eficacia en nuevos eventos, que no conocen ahora.

Muchos gobiernos deberán asumir coordinaciones eficaces, en el nivel central y en el territorio.

Muchos municipios deberán afrontar experiencias parecidas.

Y, sobre todo, muchas organizaciones sociales de familias deberán extraer lecciones propias sobre su protagonismo en las soluciones y no sólo en la demanda y en la protesta.

Nada será igual después de los megaincendios de 2017 en las empresas forestales, en el poblamiento y en las localidades, en el imprescindible trabajo de prevención, en los tendidos eléctricos y en las fajas viales, en los cortafuegos de cada localidad y, sobre todo, en el alma de las familias que se organizaron y lo lograron. Hay un “antes” y un “después”, y este relato da cuenta de ello.

Estas páginas, hechos y reflexiones están hechas con cariño. Mismo cariño con el que debemos mirar críticamente lo que hacemos siempre.

No se trata de idealizar, pero sí de recuperar experiencia de cooperaciones fundamentales para el desarrollo nacional. La asociatividad público-privada es todavía cosa nueva en Chile, pero ha dado frutos tan relevantes que hoy día parece ya de sentido común que los grandes desafíos nacionales deben estar marcados por esas asociaciones.

Las regiones afectadas tuvieron en la siguiente temporada de incendios forestales situaciones climáticas parecidas y los daños se minimizaron con el aporte eficaz de todos los agentes públicos y privados. Hay muchas lecciones aprendidas. Se alza una «Nueva Santa Olga», decidida y concretamente. Será una tarea que requiere más tiempo y más esfuerzo coordinado, pero “está a la vista”. No es poco en Chile, donde estamos acostumbrados a que las reconstrucciones duren décadas.

Se trata de tareas de Estado, donde Chile se debe movilizar prontamente. Donde no debe primar ningún sectarismo ni mirada estrecha. Donde los privados y los públicos nos ordenemos, organizamos y saquemos lo mejor de nuestras instituciones. De ese modo se enfrentó la «Tormenta de Fuego», se inició la rehabilitación de poblaciones y localidades y comenzó la «Nueva Santa Olga» una reconstrucción que es ejemplo internacional.

La destrucción total

Y los fuegos llegaron. El mando civil y militar, el alcalde y los dirigentes sociales acuerdan la evacuación, ya que no hay como resistir. Porque el fuego lo comienza a arrasar todo. Y todo es todo, en cuestión de horas el desastre es total. La TV entrevista a la dueña de la única casa en pie, es la “casa milagro”. El fuego arrasa todas las viviendas, los servicios, el liceo, las sedes sociales, las iglesias, las redes del agua, el sistema de alcantarillado, la posta, hay pérdida total. Las familias deambulan los días siguientes, buscando alguna foto, algún recuerdo, se aferran a muros tambaleantes, a una ciudad arrasada donde se acumulan escombros y restos de una vida digna y honesta, pero no queda nada.

Se inicia la diáspora, las familias llegan a Constitución, se desplazan donde parientes, se instalan en los albergues municipales, allí está la imagen vívida de la tragedia, a la “vera del camino”, todo reemplazado por una gran carpa militar donde se provee de los servicios más esenciales y se le da comida a la gente. A poco andar, los canales de la TV están instalados allí, desde donde transmiten en directo la tragedia, la que tiene múltiples expresiones, todas impresionantes, las mismas que detonan una cadena de solidaridad y apoyo con poco precedente, aun en un país solidario como Chile. El país está estremecido. Con los días se encontrará un cuerpo muerto, la única víctima del pueblo. Todos los demás alcanzaron a salir con rapidez y también con prudencia. Se ha salvado la vida y casi nada más.

(…) Era el momento de “limpiar” esa enorme cantidad de escombros, derribar muros inservibles y peligrosos, reconocer con detalle cuáles eran las propiedades y los propietarios de cada uno de los sitios, reconstruir las calles y veredas, restaurar el mínimo indispensable para que el estanque medianamente salvado pueda proveer de agua elemental a damnificados y voluntarios. Días y noches febriles en las que rápidamente se establecieron algunas decisiones cruciales. La más trascendental fue la de levantar una «Nueva Santa Olga» y no construir un campamento con viviendas de emergencia y una solución transitoria, como tantas veces en otras tragedias que han afectado a Chile, que quedan como definitivas.

No fue una decisión sencilla, pero con la ministra de Vivienda, Paulina Saball, le planteamos a la Presidenta Bachelet que queríamos hacer esta «Nueva Santa Olga», haciendo ciudad y viviendas de un estándar hasta esa fecha no conocidos en procesos reconstructivos, levantando una localidad modelo del poblamiento forestal futuro. Que había que hacer algo cualitativamente mejor que lo que teníamos y que el esfuerzo de enfrentar la “Tormenta de Fuego” de modo cooperativo entre lo público, lo privado y lo social se podía ampliar a la reconstrucción en ciernes. Mientras tanto, las familias optarían a un subsidio de residencia temporal en Constitución o en alguna localidad cercana. Ello se unió a un subsidio por enseres perdidos por familia, lo que complementó una primera ayuda pública indispensable. Que se haya cancelado en el mes de febrero fue otra “proeza administrativa”, pero se consiguió.

Cuando se le presentó el “mono” (seccional urbano preliminar), versión popular del seccional diseñado en febrero y sancionado y suscrito por todos los dirigentes, sabíamos que tendríamos un camino estratégico difícil y complejo, pero camino al fin. No sólo se trataba de haber salvado la vida, se trataba de llegar a mejores estándares y de vivir en una «Nueva Santa Olga». Dos decisiones adicionales se efectúan allí y la primera es substancial y referida al sector privado. Se comprometieron los privados a invertir en la «Nueva Santa Olga» y comenzaron las primeras negociaciones con Arauco, CMPC, CGE, Sacyr, Colbún, Antofagasta Minerals, etc. Había una disposición clara a colaborar, la misma que habíamos percibido durante los megaincendios y que se veía en el apoyo clave de Techo y Desafío Levantemos Chile, que tanto se habían comprometido levantando viviendas transitorias en todas las regiones afectadas.

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