En un día soleado de principios de octubre del año pasado, Elisa Meléndez (38) nadó a las ocho de la mañana en las gélidas aguas del Pacífico. Su meta era alcanzar la mítica cárcel de Alcatraz en San Francisco, Estados Unidos, y lo logró en 49 minutos. Como parte de un grupo de once nadadores chilenos, compitió en la prueba Swim with Centurions representando a Chile en una odisea marítima donde participaron 200 competidores de todo el mundo. La prueba la organizó el nadador Pedro Órdenes, chileno residente en esta ciudad estadounidense, quien motivó al grupo para este desafío. “Partimos ansiosos y con cierto miedo por la fama de sus aguas. Pese a que en cada brazada se sentían las fuertes corrientes, afortunadamente todos pudimos decir que si hubiésemos estado presos, hubiéramos escapado con éxito”, cuenta entre risas.

Elisa es kinesióloga de la Universidad de Chile y trabaja en el hospital Barros Luco, donde atiende a adultos mayores y pacientes neuroquirúrgicos. Dice que esta afición por el nado viene de “toda la vida”. “De chica, siempre mis papás nos inculcaron el deporte; con mis hermanos tuvimos clases de natación e íbamos a la piscina de un club. Tengo lindos recuerdos de haber veraneado donde había agua siempre presente. Como el lago Llanquihue, el lago Ranco, Concón y Algarrobo”, recuerda.

Mientras estaba en la universidad siguió nadando en piscinas, y tras titularse se inscribió en el Club Providencia. En este lugar se formó hace siete años el equipo «Aguas abiertas Providencia» integrado por hombres y mujeres de entre 18 y 60 años. Desde entonces, casi todos los fines de semana van a nadar a Caleta Abarca (Viña del Mar), donde se reúnen con otros nadadores de la zona. “La meta es ir por lo menos una vez al año fuera del país, y aprovechar al máximo las travesías que ofrece Chile durante el año. Tenemos cuatro mil kilómetros de mar, por su dificultad y sus temperaturas nuestro océano es un excelente lugar de entrenamiento”, comenta.

Elisa, soltera y sin hijos, además entrena en la casa de su hermana, también nadadora. Ella tiene una piscina, en el sector costero de Matanzas (en la comuna de Navidad), que cuenta con corrientes que regulan la intensidad y una buena temperatura, permitiéndole entrenar todo el año. Sin embargo, a la hora de ir al mar, “otra cosa es con guitarra”, reconoce. “Para nadar en aguas abiertas es recomendable contar con cierto acondicionamiento físico y mental. Es fundamental sentir amor y respeto por los océanos, estar siempre atento a lo que está ocurriendo alrededor, estar muy concentrado y nunca nadar solo”, aconseja.

Entre otras travesías marítimas por las costas del país, este grupo de nadadores ha braceado en Isla de Pascua (1,5 km), el lago Llanquihue (5 km), el lago Villarrica (6 km), el río Toltén (13 km) y dos veces en el canal de Chacao (2014 y 2016). En el primer cruce por este canal, la kinesióloga recorrió casi tres kilómetros. “El ferry nos dejó en esta isla, con un paisaje maravilloso y una fauna espectacular. Fue una de mis primeras carreras de mayor dificultad, por sus corrientes frías. Este trayecto jamás lo olvidaré, fue realmente emocionante llegar al pueblo de Pargua y encontrarme con mis compañeros”, recuerda.

“Es una adicción”

—El canal de Chacao, por su profundidad y sus corrientes, constituye una hazaña para muchos.

—Así es, el segundo cruce que hicimos al Chacao, en 2015, comprendía desde el continente en Punta Coronel y terminaba en puerto Elvira en Chiloé. Sin embargo, durante la travesía hubo una corriente muy fuerte, con malas condiciones climáticas, que obligó a la Armada a retirar a los casi 200 competidores que estábamos repartidos en el mar. Estábamos exhaustos y angustiados luchando contra grandes olas, sin saber uno del otro. Algunos estaban con hipotermia y otros, muy afectados emocionalmente. Yo pude controlar la situación, lo que me permitió apoyar a la organización con primeros auxilios básicos. Menos mal que la situación no pasó a mayores.

—¿Qué te produce nadar en aguas abiertas?

—Es una adicción, es una sensación de libertad, en el agua no hay límites y se me renueva la energía; cada vez que salgo de ella agradezco el poder hacerlo. Nadar en el mar me hace consciente de estar viva. Sentir cada brazada y escuchar el ruido de las olas me provocan una conexión única conmigo misma y la naturaleza.

—¿Algún sueño de un mar por alcanzar?

—Quiero seguir disfrutando del nado con aguas más limpias, teniendo el apoyo de las autoridades. Que se incorporen más nadadores a este lindo deporte, para que cada día seamos más los afortunados de disfrutar de aguas abiertas.

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