En términos prácticos, en Chile existía un allendismo y un alessandrismo, pero en

el mundo DC lo más gravitante era el freísmo, cuyo máximo líder no podía ir a la reelección”.

El gobierno de Eduardo Frei Montalva surgió como una marea de entusiasmo histórico, que prometía una Revolución en Libertad, en una década marcada por el signo de los cambios estructurales y la rebelión contra el orden social existente. El proyecto contaba con varios puntos a favor: un líder excepcional, como era el propio Frei; el Partido Demócrata Cristiano, entonces presidido por Renán Fuentealba, y que tenía una sólida presencia en la sociedad y en la política nacional; un carácter mesiánico y triunfalista, a lo que se sumó el respaldo de la derecha después del llamado Naranjazo de marzo de 1964. Todo eso permitió una sólida victoria de Frei Montalva en septiembre, con mayoría absoluta de los votos, derrotando al líder del Frente de Acción Popular, Salvador Allende, quien se presentaba por tercera vez a la Primera Magistratura. Comenzaban los seis años del gobierno de la Democracia Cristiana, que Radomiro Tomic advirtió podrían extenderse por 30 años.

Los primeros tiempos mostraron éxitos electorales inmediatos, como fue el caso de la elección parlamentaria de 1965, en la cual la DC obtuvo más de la mitad de los diputados y subió ampliamente su representación senatorial. Frei, a su vez, gozaba de popularidad nacional e internacional; logró algunos éxitos políticos y legislativos (como la Reforma Agraria y la Chilenización del cobre entre ellos); promovió cambios en la educación y en la organización social; generó una amplia movilización y marcó el ritmo del proceso, dejando prácticamente en el pasado a la derecha —de magros resultados en la elección de 1965— y representando una sólida alternativa a la izquierda marxista. Todo parecía marchar por el camino planificado.

A pesar de los buenos augurios, en 1967 la situación comenzó a revertirse, por factores de la más diversa naturaleza. Fue “el año del peligro”, como lo hemos llamado en la Historia de Chile 1960-2010. Las revoluciones en marcha. El Gobierno de Eduardo Frei Montalva (Universidad San Sebastián, 2018, tomos 3 y 4). Efectivamente, en 1967 Salvador Allende fue elegido presidente del Senado; la Cámara Alta rechazó el viaje del Presidente Frei a Estado Unidos; se produjo la toma de Herminda de la Victoria; el gobierno bajó considerablemente su votación en las elecciones municipales de abril, que había presentado como un plebiscito; la DC eligió una directiva que era poco “freísta” y más bien recelaba de muchas posiciones del Ejecutivo; en Cuba se realizó la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), apelando a la revolución armada en el continente; el 11 de agosto se produjo la toma de la Universidad Católica de Chile y poco antes había ocurrido lo mismo en la UC de Valparaíso; un paro de la CUT terminó con varios muertos; el Partido Socialista proclamó que la violencia revolucionaria era “inevitable y legítima” para alcanzar el poder; el MIR ganó las elecciones en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción.

Como se puede apreciar, el año terminaba de manera bastante negativa para el gobierno y en forma crítica para Chile, lo que daba inicio a una última etapa del gobierno de Frei que resultaría más compleja e impredecible. En ese contexto deben inscribirse las elecciones parlamentarias de 1969.

Chile a las urnas:

2 de marzo de 1969

La elección de senadores y diputados de 1969 tenía un efecto bisagra indiscutible: por una parte medía el resultado del gobierno de Eduardo Frei y por otra parte anticipaba posibles escenarios de cara a la elección presidencial de 1970. En relación a las parlamentarias previas de 1965, estos comicios presentaban algunas continuidades y otras novedades. La Cámara de Diputados se elegía en su totalidad, mientras el Senado solo se renovaba en algunas agrupaciones provinciales.

La Democracia Cristiana había gobernado como partido único y mayoritario de Chile, y así se presentó en 1969. Estaba consciente de la importancia de los comicios, y se jugó con los diversos medios a su alcance para alcanzar la victoria. Una portada de La Nación, el periódico de gobierno, ilustra muy bien el compromiso de campaña y la dura lucha emprendida por semanas contra la izquierda y la derecha. El 2 de marzo mostraba un tanque soviético en Checoslovaquia, con la lectura “Esto es el comunismo”; la imagen de una población callampa al lado de la frase “Esto es la derecha”, mientras al lado de una escuela recién construida se podía leer, ufanamente, “Esto es el PDC”. Debajo se enumeraba una lista de razones por las cuales los ciudadanos debían votar por la Democracia Cristiana.

La izquierda contaba con dos grandes fuerzas políticas agrupadas en el FRAP: los partidos Socialista y Comunista. Luis Corvalán, secretario general del PC, señaló que esperaban obtener más votos que en las elecciones anteriores. La derecha aparecía con una nueva organización, el Partido Nacional, nacido en 1966 después del desplome de los históricos partidos Liberal y Conservador en 1965, cuando muchos la dieron por muerta. Sergio Onofre Jarpa, líder de los nacionales, manifestó que “esta elección va a señalar las tendencias políticas que están en ascenso o en descenso”, confiado en la recuperación de su proyecto político. El Partido Radical —donde convivían diversas tendencias— venía experimentando continuas bajas desde mediados de siglo, pero seguía representando una parte importante del electorado a nivel nacional.

Los comicios se desarrollaron en el marco de la tradicional normalidad y espíritu cívico que enorgullecía a los chilenos y que generaba especial admiración en el exterior. A la hora de los resultados, las cifras otorgaron más de 400 mil votos al Partido Nacional, superando largamente el resultado de conservadores y liberales en 1965. La Democracia Cristiana disminuyó desde el casi millón de votos al comenzar el gobierno a 706 mil sufragios. Socialistas y comunistas crecieron en el apoyo popular, llegando a 294 mil y 383 mil votos, respectivamente. El Partido Radical logró 313 mil sufragios, prácticamente lo mismo que en 1965. Las alzas y las bajas resultaban claras, aunque el escenario futuro seguía abierto (ver tabla).

El significado de la elección parlamentaria

Como suele ocurrir en Chile, tras las elecciones vienen las explicaciones.

Arturo Olavarría Bravo, en Chile bajo la Democracia Cristiana, expresó una síntesis de su visión del proceso: “ya en las últimas hora de la tarde pudo establecerse que la Democracia Cristiana había sido derrotada y que, en cambio, el Partido Nacional había obtenido una resonante victoria. También habían triunfado los radicales, comunistas y socialistas”. Sin embargo, el partido de gobierno no veía las cosas de la misma manera, y seguía ponderando en exceso ser la corriente mayoritaria del país —cuestión que era verdad—, sin considerar adecuadamente la enorme baja electoral que habían tenido en dos comicios sucesivos, lo que también era evidente.

Un editorial de La Nación posterior a la elección destacaba que la DC había conservado su liderazgo político, “pese a haber padecido la oposición devastadora de la izquierda marxista y la derecha”. Dos días después de los comicios, el periódico oficialista titulaba “La Democracia Cristiana: Fuerza electoral decisiva en el país”, destacando la primera mayoría nacional del falangismo. Una Declaración de la Directiva del partido “la decisión inquebrantable” de seguir luchando “contra las fuerzas retardatarias de la derecha”. Esto se entiende en la lógica de la autodefinición DC como “izquierda democrática y popular”, en un esquema de “tironeos” desde distintos sectores para definir el futuro de la colectividad.

El Partido Nacional, por su parte, podía celebrar, pero sin excesos. Había alcanzado más de 30 diputados y se levantaba como la segunda fuerza política del país, superando la derrota histórica de la derecha en 1965. Sin embargo, todavía era apenas un quinto del electorado, aunque esperaba sumar “independientes”, bajo la fórmula del nacionalismo y el alessandrismo que comenzaban a esgrimirse como sus líneas definitorias. El comunista Orlando Millas señaló, de manera realista, que el resultado mostraba que “la derecha levanta cabeza”.

En el caso de la izquierda la situación era más alentadora, tanto en relación a 1964 como de cara a 1970. La suma de los partidos Socialista y Comunista era grande, pero se podía añadir al Partido Radical; como resumió el radical Carlos Morales Abarzúa, “los radicales, socialistas y comunistas podemos ir pensando en materializar este sueño de volver a conquistar el poder”, claro preanuncio de la unidad de las fuerzas de izquierda. Una suma rápida de estas tres corrientes elevaría los número a cerca del 40%, si bien es preciso considerar que en el radicalismo había un sector decididamente antimarxista.

¿Qué significado tuvieron las elecciones parlamentarias y qué proyección tenían hacia la elección presidencial de 1970? Nada concreto, aunque sí mostraban algunas tendencias. La primera es la de los tres tercios, que no son derecha, centro e izquierda, como suele decirse. Los tres tercios, hacia 1970, representan una izquierda muy clara, que se agruparía como Unidad Popular —agrupación más amplia que el FRAP—, cuyo candidato sería nuevamente Salvador Allende; una centro-izquierda, que finalmente sería un proyecto de partido único, la Democracia Cristiana, con Radomiro Tomic como su abanderado; la derecha, que levantaría a la figura de Jorge Alessandri, quien procuraba mostrarse como independiente.

En términos prácticos, en Chile existía un allendismo y un alessandrismo, pero en el mundo DC lo más gravitante era el freísmo, cuyo máximo líder no podía ir a la reelección. De esta manera, el partido mayoritario de Chile, la Democracia Cristiana, no contaba con una figura como en 1964, que pudiera darle mayor vuelo al proyecto político; por otra parte, la posibilidad de una articulación de todas las fuerzas de izquierda bajo un candidato DC tampoco funcionaría. En cualquier caso, hacia marzo de 1969 los comicios de septiembre de 1970 todavía aparecían inciertos, si bien todos los ojos comenzaban a ponerse en la sucesión de Eduardo Frei Montalva, cuyo gobierno vivía progresivamente el síndrome de la etapa final, de la salida, del “pato cojo”, como se denomina en otras latitudes.

Las elecciones del 2 de marzo de 1969 fueron las últimas antes de la del 4 de septiembre de 1970 y, de alguna manera, en esa lucha parlamentaria comenzó el camino y la campaña hacia la próxima elección presidencial.

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