La mayoría de nosotros espera ser recordado después de la muerte por la manera en que contribuimos a la sociedad durante nuestra vida. Yo quiero seguir contribuyendo incluso después de morir.

La parte de mí que con orgullo marca la casilla de donador de órganos cada vez que renuevo mi licencia de conducir siempre se ha ofendido por la idea de desechar el resto de un cuerpo humano en buen estado. La solución evidente de donarme a una facultad de medicina sólo permite que mi cuerpo sea utilizado algunos meses, pues un cadáver puede diseccionarse solo una vez. Lo que de verdad quiero es ser útil durante tanto tiempo como sea posible.

Así que hoy, guardada detrás de la tarjeta de donación de órganos en mi cartera, llevo otra para mostrar que acepté ser parte de un programa de justicia criminal renombrado en todo el mundo. Después de que respire por última vez, me enviarán a la Universidad de Tennessee en Knoxville para pasar mi vida después de la muerte en el Centro de Antropología Forense de la universidad, mejor conocido como la «Granja de Cuerpos». Ahí, los estudiantes e investigadores estudiarán mi cuerpo en descomposición para aprender cómo recuperar restos humanos, calcular el tiempo que ha pasado después de la muerte y averiguar quién pude haber sido yo.

En otras palabras, después de morir, ayudaré a resolver crímenes.

No piden donaciones

Menos de una decena de sitios en todo el mundo se dedican a la ciencia de reunir y darles sentido a los restos humanos. «La Granja de Cuerpos» fue el primero. Establecida en 1981, con un terreno en el que solo cabía un cadáver, ahora tiene poco menos de 1,2 hectáreas, lo suficiente para albergar de 150 a 200 cuerpos con el fin de que se descompongan en una gran variedad de entornos que podrían proporcionar un sinfín de material para próximas temporadas de CSI.

Están sepultados en fosas poco profundas; flotando en un estanque; extendidos en el asiento trasero de un auto; sobre una alfombra en un cobertizo y encima de unas hojas debajo de un árbol; con ropa, desnudos y cubiertos con lonas.

Escuché hablar por primera vez de este lugar cuando entré a una galería de arte y atrapó mi mirada una imagen etérea e impactante de un cuerpo anónimo en un estado avanzado de descomposición. Le tomé una foto a la etiqueta, en la que se identificaba como parte de la serie titulada «What Remains» de la fotógrafa Sally Mann, tomada en el Centro de Antropología Forense en 2006.

¿Quienes donan sus cuerpos?

“Algunas personas son profesores que quieren seguir enseñando después de haber muerto, otras quieren ser útiles para siempre y unas más han conocido a la víctima de un crimen”, comentó su directora, Dawnie Wolfe Steadman.

Enviar la solicitud detallada de donación es la mejor manera de asegurar un lugar en la «Granja de Cuerpos», un lugar que no acepta visitas: está cerrada al público, rodeada de una cerca con alambre de púas y llena de letreros que son deliberadamente ambiguos respecto a qué hay adentro. El objetivo es que los mirones y bromistas no se acerquen, pero también asegurar que el familiar de un donador no llegue a echar un vistazo perturbador de su ser querido en el proceso de pasar de un cadáver a un esqueleto: como la pubertad, se trata de una transición poco atractiva por la que no quisieran ser recordadas la mayoría de las personas.

No obstante, he logrado hacerme una idea de qué hay más allá de la cerca, porque el papeleo de donador de la «Granja de Cuerpos» también incluye un descargo de derechos de fotografía. Así es como Mann vino a filmar aquí, como National Geographic grabó un documental en el complejo y como puedes buscar videos noticiosos que muestran cráneos sin mandíbula posados en el follaje mientras un narrador explica cómo los detectives investigan asesinatos.

Hasta ahora, 1.800 personas que compartían ese sentimiento han terminado aquí; se han aceptado solicitudes para que éste sea el destino final de otras cuatro mil personas, incluyéndome.

A una caja de archivos

Para cuando sea mi hora de ir a Knoxville, les he pedido a mis seres queridos que me vistan con mi camiseta favorita que lleva una cita de una canción de Frank Turner: “Not Dead Yet” (“Aún no he muerto”).

En la primera parte de mi otra vida, mis visitantes más frecuentes serán animales, aves y bichos. Los únicos humanos que me verán serán los estudiantes e investigadores. Si estoy expuesta a la intemperie durante el calor del verano, esta etapa podría tomar algunos meses; si me vuelvo parte de un experimento más largo, como para identificar los gases que emite un cuerpo sepultado, podría estar “en el campo” durante años.

Aun así, después de un promedio de seis meses a dos años, quedaré en los huesos. En ese momento, mis restos serán trasladados al interior a la Colección de Esqueletos Donados W. M. Bass, una colección curada y permanente que representa un estudio sectorial de estadounidenses de muchas edades, etnias y estratos sociales.

Ese ascenso implica más privacidad: una caja de archivo libre de ácidos en un centro de almacenamiento con temperatura controlada que lleva el nombre del fundador de la «Granja de Cuerpos». Ahí viviré por siempre, guardada como un libro extraordinario, en una biblioteca donde los estudiantes podrán revisar mis huesos sin articulaciones, analizarme y después devolverme al estante para que me observe el siguiente académico.

Sin embargo, la parte que me hace sonreír es que, una vez que haya entrado al lugar de almacenamiento permanente, el Centro de Antropología Forense permitirá a mis seres queridos ir a verme también. No espero que lo hagan, pero, si es así, me imagino que me extenderán en una mesa y me armarán como un rompecabezas. Y después espero que me regresen al estante con la idea satisfactoria de que aunque haya muerto desde hace tiempo, aún tengo muchas historias que contar.

Futuros científicos forenses en la «Granja de Cuerpos»

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