Hay maestros que martillan y taladran de manera impenitente en el departamento de Waldemar Méndez, en el barrio Lastarria, aunque nada de eso alcanza a alterar al exarquero y actual comentarista argentino. Un café en las suntuosas dependencias del Hotel Singular surge como un pequeño descanso antes de que comience algo de verdad estridente, cuando en la tarde deba presentarse en el programa Fox Sports Radio, en su rol de analista.

La calma del hombre que llegó a Chile a jugar por Unión La Calera en 1994 es una cualidad difícil de encontrar en el ambiente de las transmisiones deportivas. Méndez, quien decidió venirse a vivir a la orilla del Parque Forestal tras iniciar una relación con la fotógrafa María Gracia Subercaseaux, se da tiempo de comentar las esculturas y la ambientación del lugar, en una muestra del sosegado estilo de análisis con que se abrió espacio en su nuevo escenario de trabajo. Lo anima especialmente el próximo viaje a Estambul que realizará junto a su pareja, por lo que escoger un libro del escritor turco Orhan Pamuk figura como prioridad, una prolijidad que según él refleja la formación que adquirió por haber sido futbolista de un equipo chico en Argentina.

—Entiendo que estabas a punto de retirarte cuando viniste a Unión La Calera, y que si te iba mal te ibas a estudiar a España para ser chef.

—Tuve una etapa en Ferrocarril Oeste que fue dura, porque uno imagina otro final cuando has estado en una institución desde los 14 años. La formación que nos dieron ahí, con Carlos Timoteo Griguol, José María Bonini, fue clave. Nos obligaban a estudiar, nos tenían un veedor en la secundaria para comprobar si íbamos a clases. Si bajabas una nota te llamaban. Carlos Timoteo Griguol era capaz de sacarte del equipo si te comprabas un auto al subir a Primera División y no tenías dónde vivir. De hecho, muchos compañeros dejaban el auto estacionado lejos y llegaban caminando al estadio, se escondían. Como yo no era muy alto para el puesto de arquero, no jugaba. El titular era el “Mono” Burgos. Por edad, detrás de mí venía otro portero más joven y más alto. Yo imaginaba jugar en Primera, pero solo iba al banco. Así que en un momento me peleé incluso con Bonini, cuando me tocaba un partido con Boca Juniors, en La Bombonera, y Burgos estaba suspendido. Pusieron al arquero que venía después de mí. Yo ya tenía 21 años y me dicen que no iba a jugar en Argentina porque, aunque tenía condiciones, era bajo (1.79 m).

—¿Pero de ahí a pensar en ser chef?

—Había estudiado tres años para masoterapeuta. Pero también me gustaba mucho la cocina, y era una salida más rápida. En el verano del 94 quise hacer el último esfuerzo, y así llamé a Claudio Vals, compañero en Ferro y que iba a La Calera. “Sí, acá jugás tranquilo. Veníte”, me dijo.

—¿Una moneda al aire entre España o Segunda División en La Calera?

—Cuando llegué no sabía a dónde venía. Mi primera impresión de La Calera fue de noche. Cuando voy entrando en el bus, veo una estructura con luces, y pregunté si era el Shopping; pero no, era la fábrica de cemento. Al otro día me di cuenta lo que era La Calera. Los meses de 30 días eran de 90 días, porque podíamos pasar tres o cuatro meses impagos. Nos pagaban con vales de supermercado. Comíamos con los mecánicos de los buses Alfa, que iban de La Calera a Viña. Gente muy cariñosa, pero en restoranes con piso de tierra. Pero la verdad, lo pasé muy bien. Me adapté feliz.

—Esa adaptación fue total. Alguna vez incluso dijiste que te molestaba cómo se portaban tus compatriotas en Reñaca.

—Es cierto. Yo digo: si quieres que te respeten, debes ser respetuoso primero. Me tocó estar en épocas —porque ya no es tan así—, que en la playa en Reñaca los argentinos se hacían notar. Me encontraba con que, por ejemplo, jugaba Argentina, y salían a gritar los goles a los balcones, y esa pasión, para mí malentendida, de hacer cantitos, pasaba a llevar a otras personas. A mí me inculcaron mucho eso. Recuerdo una historia de cuando era niño. Me iba mal en matemáticas y la profesora fue a hablar con mi mamá, que también era educadora. “Si Waldemar no repunta, lo voy a tener que aplazar”, le dijo. Ella le preguntó: “¿Alguna vez te faltó el respeto, tuvo alguna indisciplina?”. “No. Jamás”, le respondió la profesora. “Bueno, hasta ahí llega mi rol. Que aprenda la materia, es un desafío tuyo”, dijo mi madre. Por supuesto que me apoyaron, pero lo que más les interesaba a mis padres, por sobre todo, era el respeto.

—Tus padres habrán aplaudido también la decisión de venir a Chile.

—El aprendizaje fue nunca desistir. Mira, a los 13 quedé en River y en Estudiantes de La Plata, pero no me dejaban en la pensión. Vivíamos en un pueblo del interior y en un momento pudimos comprar un departamento en la ciudad. A los 14 años yo ya vivía completamente solo en un departamento en Buenos Aires, sin amigos, solo. Mi vieja tomaba pastillas para dormir y para despertarse, por lo nerviosa que estaba.

—¿Cuál es la clave en la formación de un futbolista a esa edad?

—Si me remito a mi experiencia, siempre digo que en Ferro formaron personas. Y mira que no sé cómo los seleccionaban. Porque había que tener algo más que condiciones. Nos hacían test psicológicos, nos hacían estudiar características del rival, ser muy rigurosos, porque necesitábamos otras herramientas para defendernos. Teníamos que sacar detalles de todo. Si íbamos a la pretemporada a Córdoba, donde llegaban todos los equipos, y veíamos a los de Independiente, de Rosario Central, a los de Newell's, que corrían 8 kilómetros, nosotros corríamos 21 kilómetros. Todo era el doble, todo era sacrificio, y entendimos el futbol así en Ferro. Es una marca.

—¿Ves sacrificio en las nuevas generaciones, en el fútbol actual?

—Hoy todo es más fácil, pero no lo digo de viejo renegado que piensa que todo lo de antes era mejor. Hay cosas mejores hoy. La cantidad de información que hay a disposición hace que sea más fácil ser vendido, que te conozcan, que puedas ser transferido. Jugaste dos o tres partidos bien en la categoría equis y puedes entrar en el radar de alguien. Hoy te metes a un software y te da todas tus estadísticas. El Bichi Borghi lo implementó en la selección. Para seguir a los jugadores, Bielsa hacía traer CDs de todas partes, de Europa. Era un gasto bárbaro de envío, y varios se perdían, pero el Bichi contrató un software que te permite acceder a cualquier partido del fútbol. Pones: Matías Fernández. Y te sale el último partido, los que jugó en el año. Quiero ver todos los centros que hizo y el software edita y te pone todos los centros, las conexiones con un delantero. Existe demasiada información y eso incluso a veces te juega en contra en el caso de los jóvenes.

—¿Cómo eso puede jugar en contra?

—Cuando te crees, a los 15 o 16 años, que eres un fenómeno. Me pasó mucho con los chicos con quienes hice transmisiones de fútbol joven. He visto muchos niños que con un par de partidos jugados creían que ya valían dos millones de dólares. Eran chicos que llegaban en un cero kilómetro a Quilín. Todos tenían hijos. Creían que ya no debían estar jugando ahí, se creían profesionales. Los empresarios mismos, como hay tanta competencia, los van a buscar a los 16 años. Entonces es lógico, si apenas has jugado y viene un empresario o tres y se pelean por ti, pensás que sos un fenómeno. Yo estuve dos años haciendo transmisiones en el fútbol joven. En Quilín los ves siempre, si llegan tarde, si llegan en auto; conversas con los papás, empiezas a ver los veedores, conoces todo.

El esfuerzo máximo

—En el programa de Fox Sports Radio la discusión se vuelve destemplada. ¿Cómo evitar el desmadre?

—Es difícil no prenderte, cuando son 6 personas que discuten. Tienes que dar un argumento acotado y tienes que cerrarlo ahí, porque es muy difícil volver a retomarlo. Decir mucho en pocas palabras. Para mí, un modelo es Diego Latorre, que no te dice cosas obvias, te da un valor agregado a la jugada. No se deja llevar por la emocionalidad del juego. Cuando muestras una imagen de una jugada, la gente ya la vio y hay que describir otras cosas. Yo trato de no ser descriptivo y sí analista. Que la imagen no lleve en el comentario.

—¿Ser arquero ayuda a mirar el fútbol de una marea particular?

—Es el puesto más individual dentro del colectivo, y hasta te vestís diferente. Hay una frase de Galeano: “Donde pisa el portero no sale más el pasto”, porque siempre las áreas están peladas. Un error en un arquero se nota mucho, más que el de un delantero que pifia debajo del arco. Trabajas todo el tiempo y la pelota entra igual. Y vas a seguir entrenando y te vas a seguir comiendo goles estúpidos. Entonces te formas un carácter especial, porque convives mucho con la frustración. Y ese carácter influye, incluso, en la convivencia de un equipo, en el momento de tener una opinión, de expresarse.

—¿Te nutres de otros deportes?

—El básquetbol me ayuda y me permite darme cuenta de movimientos colectivos. Cómo hacer circular el balón en el área perimetral para estirar espacios y filtrar. La filtración es la clave de todo. Y el perfil, cómo recibas la pelota. Saber recibir es un detalle que te permite tener más visión de juego. En el fútbol lo analizaba con “Pajarito” Valdés, que lo hace muy bien. Siempre tienes que recibir con el pie más lejano de donde viene el pase. Si salgo a recibir con el pie adelante, puedo quedar con menor ángulo de visión. Recibir con el pie más alejado, te permite tener 180 grados de observación contra 90.

—¿Se pueden encontrar siempre este tipo de detalles?

—Poder resumirlo en dos o tres imágenes hace parecer que un detalle sea fácil de ejecutar. Leía un libro de Pep Guardiola, de Martí Perarnau, en que se contaba que el mayor momento de esfuerzo de ese Barcelona era cuando había que recuperar la pelota. Fui a analizarlo, con cronómetro. El Barcelona podía tener la pelota un minuto, y si la perdía, la recuperaba en 15 segundos. Luego la llegaba a tener uno o dos minutos, la hacía circular, y si la tenía que recuperar, lo hacía en 15 segundos otra vez. La clave es que el esfuerzo era colectivo, pero un esfuerzo físico máximo. Hoy eso lo hace el Liverpool de Jürgen Klopp. Después corre la pelota y no el jugador. No es que ganes siempre, pero vas produciendo un desgaste y así dominando las condiciones del juego.

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