Benito Cerati aparece en un café del barrio de Belgrano con short y polera. En un día como éste, con más de 40 grados de sensación térmica, el calor es el tema inevitable de entrada. “Me recuerda al 2016. Ese verano fue infernal”, dice con una sonrisa tímida y una amabilidad que contrasta con la imagen desafiante que los medios han creado de él a partir de tuits polémicos como “estoy a punto de dar el show más importante de mi vida. A quien venga: en lo posible, venga drogado” o “la ultraderecha chilena hace que la ultraderecha argentina sea Plaza Sésamo”. El hijo de Gustavo Cerati y Cecilia Amenábar es consciente de la liviandad de las redes sociales y del hecho de que, hasta ahora, se ha escondido detrás de “máscaras”.

“Es un juego”, opina. “Me gusta ver las reacciones. Si digo que me gusta el helado de frambuesa, siempre aparece uno que dice ‘¿qué tienes en contra de la gente que le gusta el helado de limón?'. Te encontrás con gente así que no aguanta nada. Y también los medios toman todo y me pintan como polémico. Cada vez que aparece eso yo me cago de risa porque soy la persona más tranquila del planeta. Nunca entro en conflicto con nadie”.

Tras años de vivir a la sombra de las expectativas, Cerati considera que el medio para su verdadera y honesta presentación en sociedad es “Unisex”, disco grabado junto a su banda Zero Kill, que interpretará en vivo el 9 de marzo en Santiago. Es una declaración de principios en la que el músico se desnuda emocionalmente y aborda asuntos como identidad sexual y religión bajo la idea de que él está más allá de los encasillamientos.

“Yo he vivido mi vida bastante lejos de casillas”, confiesa. “Por suerte crecí en un ambiente donde todo estaba bien. Me di cuenta de que soy muy privilegiado con la familia que tengo. Yo pensaba que todas las familias funcionaban así, pero cuando salí al mundo me di cuenta de que no es así. Eso me hace ser agradecido”.

—¿En qué consistía ese privilegio?

—En que podía hacer las cosas que me gustaban. No había alguien diciéndome: “Estás haciendo de mujer”. Si era lo que me identificaba, ¿por qué va a estar mal? Después, cuando salís al mundo, te das cuenta de que está toda la gente cuestionando ciertas cosas. Te dicen “esto está mal” y vos decís “¿por qué?”. Yo viví una infancia feliz porque pude hacer esas cosas. La felicidad tiene que ver con poder ser, tranquilo, sin presiones. No estás dañando a nadie poniéndote rouge. Si el otro se siente atacado por eso, que revise su problema. Si nos liberamos de ataduras, seremos más felices.

—Cuando declaraste “soy gay y soy feliz” recibiste algunos mensajes violentos. ¿Son Argentina y Chile países homofóbicos?

—Creo que las luchas actuales se han vuelto masivas y eso significa que hay un montón de gente dispuesta a abrir su cabeza. Acá hay homofobia pero lo mismo pasa en Chile. Hay gente cerrada en todos lados. Hay gente cerrada en Londres. Pero el hecho de que las luchas se hayan hecho masivas es un logro. Años atrás quedaba todo en un círculo. Ahora no hay nadie que no sepa sobre feminismo e identidad de género y eso es algo nuevo. Está en la consciencia de la gente y, quieras o no, te hace evaluar, revisar tus acciones, cambiar los paradigmas. Lamentablemente, el humano no puede hacer eso sin conflicto, no puede cambiar de paradigma sin que haya quilombo, pero es necesario.

—¿Qué tan grande es el quilombo del que hablas?

—Siento que estamos en un momento horrible como país y como mundo. Lo único bueno que se puede rescatar de estos tiempos es que salen estas cosas. Hay una contracultura, voces que luchan. Estamos mal pero todo depende del lente con que lo mires. No puedo hacer nada si estoy todo el día sufriendo. La energía hay que transformarla en acción. Hacer algo en vez de llorar.

“No me siento chileno ni argentino”

Benito Cerati nació el 26 de noviembre de 1993 en Las Condes, en tiempos en que su padre se tomó un descanso de Soda Stereo y se mudó a Santiago junto a Cecilia Amenábar, con quien se casó el 19 de mayo de ese mismo año. Fueron años de amor y exploraciones musicales.

—¿Qué es Chile para ti?

—Muchas cosas. Está mi familia allá, tengo amigos muy cercanos y me encanta Chile como lugar. Forma parte de mi crecimiento. Quiero tocar seguido allá porque es parte integral de mi persona. En este disco me estoy mostrando mucho, sin personajes, estoy siendo honesto y Chile no puede estar ausente de ese proceso porque es parte de mi vida.

—¿Te sientes chileno?

—Al haber nacido en un lugar y haber vivido en otro se me borra el binarismo. No me siento chileno ni argentino. Me siento parte de todo y de nada a la vez. Me siento del lugar en el que estoy. Cada lugar en el que he estado me constituye. De Argentina me gustan muchas cosas, de Chile también. Gente buena y mala hay en todos lados. Algo que me gusta de Chile es que se respeta más el pop y la electrónica. Acá son mal vistos. Creo que mi papá vio mucho de eso allá. Su viaje a Chile lo cambió para ese lado, lo llevó a experimentar. Acá agarrás un teclado y te dicen “¿qué es eso?”. Valoro mucho eso porque yo me crié con toda esa experimentación de fondo. En mi núcleo está experimentar.

—¿De qué manera “Unisex” es el disco que deberíamos escuchar para conocerte de verdad?

—Quise poner en pausa los personajes y mostrarme como soy. Para armar personajes uno tiene que estar cómodo con uno mismo, si no te perdés en ellos. Yo quería ver mis capacidades y saber quién soy. El disco es una especie de descubrimiento en ese sentido. Antes de poder crear algo exitoso tienes que estar bien contigo mismo. Me gustan los artistas que no muestran mucho pero creo que si querés conectar con la gente tenés que sacarte las mascaras, para humanizar la relación del que escucha y el que hace.

—¿Usabas máscaras por inseguridad?

—Hay dos formas de ponerse las máscaras. Una es para tapar algo que no te gusta y la otra es porque te inspira. Yo siento que usaba máscaras diciendo “estos son mis personajes” pero estaba tapando algo. Entonces me transformaba en la máscara y me negaba a trabajar en mí mismo. Desde un lugar mas cómodo contigo mismo podés trabajar en una mejor mascara que no te podés sacar. Por último, estás actuando pero no estás perdido en eso.

—David Bowie usaba personajes como Ziggy Stardust para reflejar su propio estado mental…

—Sí. Ziggy fue épico pero fue una pantalla. Yo tengo toda una teoría armada sobre Bowie. Cuando él se saco el alter ego vino toda esa época de exceso de drogas y confusión. Se estaba empezando a enfrentar a sí mismo. Recién en los 90 pudo sanarse. En las entrevistas de esa época se ve que está tranquilo, contesta rápido, es gracioso. Antes lo veías duro, tímido o falso. Entiendo por qué Bowie en los 90 decidió no tocar todo lo anterior. Porque estaba creado desde una máscara.

“Cuando era chico creía

que mi viejo hacía toda

la música del mundo”

—Cuando éramos niños jugábamos con autitos. Tú lo hacías en un estudio de grabación. ¿Cómo fue ser criado por músicos?

—Cuando era chico yo creía que mi viejo hacia toda la música del mundo, que mi familia era la productora de toda la música que escuchaba. Si escuchaba a Madonna pensaba que era mi tía. Como veía a mi viejo haciendo música pensaba que toda mi familia hacia música. Luego, a los cinco años, descubrí que yo también podía hacer música.

—Es sano rebelarse contra los padres. ¿Alguna vez lo hiciste?

—Yo despegué rápido de la música de mi viejo. Esa fue una forma de distanciarme. Pero yo me rebelé con mis viejos de otras formas. La música nunca dejó de existir. Es algo que me hace bien, me sana, me hace comunicarme mejor que hablando. A veces pasó a segundo plano en mi adolescencia porque estaba con otras cosas, en principio tratando de no repetir curso. También hubo momentos de depresión en los que no me daban ganas de tocar nada. Pero nunca la dejé. La rebeldía pasó por otro lado.

—¿Por qué lado?

—En contestarle a mi viejo. Decirle “no estoy de acuerdo en nada de lo que decís”. Hubo una etapa en la que me llevé menos con él que antes o que después, entonces no conectaba y no me gustaba nada de lo que hacía. Era una reacción bastante subjetiva.

—Tus padres se casaron por la Iglesia Católica. En la canción “Jesús” dices “no voy a tomar tu droga universal” pero al mismo tiempo demuestras cierta simpatía por su figura. ¿Cómo te relaciones con la religión?

—Jesús era un tipo que entendió un montón de cosas. Creo que era un buen tipo. Yo soy más anticlerical que nada. Creo que como con las ideologías o las identidades sexuales y de género, a veces tenemos que agarrarnos de alguna cosa para darle sentido a la vida. Yo no puedo andar cuestionando a alguien que eligió una religión que no es la mía, por lo tanto no cuestiono las creencias. Lo que sí cuestiono es el manejo que se genera a través de eso. Lo fácilmente manipulable que es una persona que se está aferrando para encontrarle un sentido a la vida.

—Tu padre transmitió una inquietud parecida en la canción “Verbo carne”…

—Sí…“pequeño Cristo 3D”. Nosotros habíamos visto una lámina de Cristo en holograma y él se inspiró. A él le encantaba la imagen de la Virgen. Mi viejo tenia algo que yo también tengo: era muy curioso e investigaba. No era que creyese en algo en particular. Le gustaba la imagen de la Virgen pero eso no significaba que fuese católico. Le gustaba el diseño, por decirlo de alguna manera. Era muy de eso. De coleccionar cosas que le gustaban. Yo soy así también. Siempre digo que no soy artista sino coleccionista. Colecciono momentos, imágenes, palabras, títulos, pongo todo en la licuadora y sale un disco.

—¿Cómo ha sido emprender una carrera en la música bajo su sombra?

—Él tenía algo muy mágico que era agarrar un género de nicho y hacerlo popular. No cualquiera puede hacerlo. Es una de las cosas más admirables. Ahí está su genialidad. Llegar a las masas haciendo música noise, por ejemplo. Él todo el tiempo decía que no le gustaba escribir. Yo soy todo lo contrario: me encanta. Es lo que mejor me sale, los títulos, las letras. Por otro lado, siempre estoy bajando ideas. Tengo alma de productor. Poner la cara me cuesta más. Lo disfruto ahora porque siento que tengo un mensaje que entregar pero no sé si en el futuro seguiré en esto. Quizás me dedique a producir. Estoy en esa etapa en que no necesito que me alaben o sean fanáticos míos. En el segundo disco me di cuenta de eso, que estaba perdiendo comodidad. Ya no necesito elogios. Empecé a tener más confianza en mí mismo, más amor propio.

—¿Qué le dirías a quienes asisten a tu show buscando a un nuevo Gustavo Cerati?

—Que vayan a ver una banda tributo.

—¿No hay nada de Gustavo en Benito?

—Mira. En un comienzo decían “no es nada parecido al viejo”. En ese tiempo yo no quería ser comparado con él sino que diferenciado. Y ahora que me conocen más me empiezan a diferenciar, pero yo les digo “tampoco soy tan distinto”. La verdad es que yo no me siento muy distinto a él. Somos dos personajes distintos, pero tenemos los mismos códigos. Vivimos en el mismo planeta musical.

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